"Elizabeth Costello" - читать интересную книгу автора (Coetzee J. M.)5. LAS HUMANIDADES EN ÁFRICAIHace doce años que no ve a su hermana, desde el funeral de su madre aquel día lluvioso en Melbourne. Esa hermana a quien sigue llamando interiormente Blanche -aunque hace tanto tiempo que su nombre público es hermana Bridget- que a estas alturas ya debe de pensar en sí misma como Bridget, se ha ido a vivir a África, parece que para siempre, siguiendo una vocación. Formada como profesora de clásicas y reeducada como misionera médica, ha llegado a ser administradora de un hospital de tamaño considerable en la Zululandia rural. Desde que el sida asoló la región, ha ido concentrando cada vez más los esfuerzos del Hospital de los Bienaventurados Mary on the Hill, Marianhill, en los problemas de los niños que nacen infectados. Hace dos años Blanche escribió un libro, Es por ese título, y por la ceremonia de su entrega, que ella, Elizabeth, la hermana menor de Blanche, ha venido a una tierra que no conoce y que nunca ha tenido el deseo especial de conocer, a esta ciudad tan fea (hace unas horas escasas que llegó en el avión y la vio desplegada desde el aire, con sus acres de tierra llena de cicatrices, sus enormes y estériles depósitos de minas). Ahora está aquí y está agotada. Horas de su vida perdidas en el trayecto sobre el océano Indico. No tiene sentido pensar que las va a recuperar. Tendría que echarse una siesta, recuperar un poco las fuerzas y recobrar los ánimos antes de encontrarse con Blanche. Pero está demasiado tensa, demasiado desorientada, y sospecha vagamente que ha enfermado. ¿Será algo que ha cogido en el avión? Enfermar entre extraños: ¡qué situación tan triste! Reza por equivocarse. Las han instalado a las dos en el mismo hotel, a la hermana Bridget Costello y a la señora Elizabeth Costello. Cuando se organizó la visita les preguntaron si preferían habitaciones separadas o compartir una suite. Ella dijo que habitaciones separadas. Y supone que Blanche dijo lo mismo. Nunca ha tenido una relación íntima con Blanche. Y ahora que han dejado de ser mujeres de edad avanzada para convertirse en, francamente, ancianas, no tiene ganas de tener que oír cómo Blanche reza antes de irse a la cama ni de ver qué clase de ropa interior llevan las hermanas de la Orden Mariana. Deshace el equipaje, va de aquí para allá, enciende el televisor y lo apaga. De alguna forma, en medio de todo esto, se queda dormida, boca arriba, sin quitarse los zapatos. La despierta el teléfono. Busca a tientas el aparato. «¿Dónde estoy? -piensa-. ¿Quién soy?» – ¿Elizabeth? -dice una voz-. ¿Eres tú? Se reúnen en el vestíbulo del hotel. Ella creía que se habían relajado las normas indumentarias de las monjas. Pero de ser así, Blanche no se ha enterado. Lleva el griñón, la blusa blanca y lisa y la falda gris hasta el tobillo que se estilaban hace décadas. Tiene la cara arrugada y motas marrones en el dorso de las manos. Por lo demás se ha conservado bien. Es la típica mujer, piensa para sí misma, que llega a los noventa. «Escuálida» es la palabra que le viene a la cabeza involuntariamente: «escuálida como una gallina». En cuanto a lo que Blanche ve en ella, en cuanto a lo que ha sido la hermana que se quedó en el mundo, prefiere no pensar en ello. Se abrazan y piden un té. Hablan de temas triviales. Blanche es tía, aunque nunca se ha comportado como tal, de forma que tiene que oír las noticias sobre un sobrino y una sobrina a los que apenas ha visto en su vida y que bien podrían ser desconocidos. Mientras hablan, ella, Elizabeth, se está preguntando: ¿Para esto he venido? ¿Para tocar una mejilla con los labios, para esta charla desganada, para este gesto de revivir un pasado que casi se ha desvanecido? Familiaridad. Parecido de familia. Dos ancianas en una ciudad extranjera, escondiéndose mutuamente su consternación. Hay algo ahí que se puede desarrollar, no hay duda. Alguna historia agazapada y desapercibida como un ratón en un rincón. Pero ahora mismo está demasiado cansada para localizarla e identificarla. – A las nueve y media -está diciendo Blanche. – ¿Qué? – A las nueve y media. Nos vienen a recoger a las nueve y media. Nos encontraremos aquí. -Deja su taza en la mesa-. Pareces agotada, Elizabeth. Duerme un poco. Yo tengo que preparar una charla. Me han pedido que dé una charla. Que cante por un plato de sopa. – ¿Una charla? – Un discurso. Mañana voy a dar un discurso a los estudiantes que se licencian. Me temo que vas a tener que aguantarlo. |
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