"Un plato fuerte de la China destruida" - читать интересную книгу автора (Vila-Matas Enrique)Enrique Vila-Matas |
El País, Babelia, sábado 6 de septiembre de 2003
Le decía en una carta Franz Kafka a Felice Bauer: "En este sentido, escribir es un sueño más profundo- Como la muerte. Del mismo modo que no se saca ni se puede sacar a un muerto de su sepultura, nadie podrá arrancarme por la noche de mi mesa de trabajo". Estas palabras de Kafka me trajeron ayer el recuerdo de Roberto Bolaño y de su actitud ante la vida y la escritura, el recuerdo de todos esos años en los que se dedicó, sin tregua alguna y con intensidad fuera de lo normal, a entrelazar sueño profundo, muerte y caligrafía.
También Marguerite Duras, en las últimas páginas de
Todo lo que ayer leía o pensaba -la verdad es que, como se ve, hoy sigo igual, por eso escribo ahora sobre Bolaño- me llevaba a relacionarlo con el escritor desaparecido. Y así esa infancia devastada llamada China, por ejemplo, no tardé en enlazarla con la obra de Georges Perec, ese autor que tanto fascinaba a Bolaño. Perec, el de las asociaciones delirantes. Perec, escritor sin infancia. Perec tal vez malogrado, en todo caso prematuramente muerto, como bolaño. Perec, para quien escribir era arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos. Perec, que vino al mundo en 1938 y nunca estuvo en China y tenía un estilo más bien cómico, a pesar de que había nacido de una familia de judíos polacos y perdió a su padre en la invasión alemana de 1940 y a su madre en 1943 en un campo de concentración. "No tengo recuerdos de infancia", escribiría más tarde el hombre que nunca estuvo en China, pero tenía un pasado devastado. Me acuerdo de una fotografía en que muy especialmente asoma ese drama. Está hecha en el 24 de la Rue Vilin de París, donde el escritor nació, está hecha unos días antes de que la calle desapareciera y con ella los restos de la casa natal, en cuya fachada de ladrillos aún podía leerse esta inscripción:
Perec, que vio como desaparecía su casa natal y el borroso letrero del negocio de su madre peluquera, y unos años después a una edad temprana y en plena efervescencia creativa, desapareció también él, dejando escrita una obra que es una fuente inagotable de sucesos misteriosos y asombrosa erudición, una obra admirable, escrita en un apretado, intensísimo (como si anduviera falto de tiempo) periodo creativo que me recuerda la intensidad de escritura del Bolaño de los últimos años, de ese Bolaño, que, consciente que la sombra de la Muerte había proyectado sobre él, se dedicó febrilmente, con obstinación única, a la heroica tarea de escribir, de reflejar su existencia ciega, su itinerario pertinaz de escritor de raza, de escritor consciente de que la muerte no sólo quería arrasar sus recuerdos de infancia sino destruir la China y después destruirlo todo.
Supongo que no exagero si digo que, en sus últimos años, nadie era capaz de arrancar por la noche a Bolaño de su mesa de trabajo. Precisamente, la intensidad febril del itinerario literario de sus últimos años me trae el recuerdo de una mesa roída por la carcoma a la que Perec, con su misterioso talento para sacarle partido a todo, supo convertir en un objeto fascinante: "Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de disolver la madera que quedaba, con lo que hizo visible aquella arborescencia fantástica, representación exacta de lo que había sido la vida del gusano en aquel fragmento de madera, superposición inmóvil, mineral, de cuantos movimientos habían constituido su existencia ciega, aquella
No me resulta difícil asociar ese intenso y pertinaz itinerario literario del Bolaño final con la intensidad de escritura del Perec de sus últimos años, ese Perec al que Bolaño admiraba y conocía muy bien. Una red impalpable de precarias galerías une el segundo bloque de
No recordaba para nada esa carta y la verdad es que me conmovió ayer dar con ella, y me dejó pensando en ciertas instrucciones de uso de la vida que nos ha dejado Bolaño. Una de esas instrucciones me lleva a evocar a Montaigne que, cuando era joven, creía "que la meta de la filosofía era enseñar a morir" y que, con la edad, acabó rectificando y dijo "que la verdadera meta de la filosofía es enseñar a vivir", que es a lo que me parece que se dedicaba Bolaño en los últimos años de su existencia. "Para Roberto", ha escrito Rodrigo Fresán, "ser escritor no era una vocación, era un modo de ser y de vivir la vida".
Vivía la vida de tal forma que nos enseñaba a escribir, como si estuviera diciéndonos que jamás hay que perder de vista que vivir y escribir no admite bromas, aunque uno sonría. Sonrío de una manera infinitamente seria cuando recuerdo que en los últimos tiempos muchos de los textos que me disponía a enviar por correo para que fueran publicados pasaban, tal vez por un exceso de celo por mi parte, por una revisión de última hora, provocada por mis repentinas sospechas de que tal vez Bolaño los viera y leyera. Gracias a esto, gracias a que tenía la impresión de que Roberto lo leía todo, pasé a vivir en un estado de constante exigencia literaria, pues él había colocado el listón muy alto y no deseaba decepcionarle, por ejemplo, con algún texto descuidado, con uno de esos escritos en los que, por mil motivos distintos, uno no
Si algo siempre aprecié muy especialmente de ese exigente listón y de esa altura ha sido que traía implícito el listón una lista de
Con la muerte de Bolaño, aparte de mi pena de amigo y de la rabia por la conversación literaria interrumpida para siempre, yo me he quedado en situación de alerta ante uno de los problemas que este bolaño
La vida no admite bromas, aunque uno sonría. Como dice Nazim Hikmet: "Has de vivir con toda seriedad, como una ardilla, por ejemplo; es decir, sin esperar nada fuera y más allá del vivir, es decir, toda tu tarea se resume en una palabra: vivir (…) Sucede, por ejemplo, que estamos muy enfermos; que hemos de soportar una difícil operación, que cabe la posibilidad de que no volvamos a levantarnos de la blanca mesa. Aunque sea imposible no sentir la tristeza de partir antes de tiempo, seguiremos riendo con el último chiste, mirando por la ventana para ver si el tiempo sigue lluvioso, esperando con impaciencia las últimas noticias de prensa". Es decir, estemos donde estemos, hemos de vivir. Creo que Bolaño, calígrafo del sueño, entendió esto a la perfección, pues escribía sin esperar nada fuera, ni nada más allá del vivir, y en esa desesperanza residía a veces la gran fuerza de su escritura de plato fuerte de la China destruida: una escritura consciente de que ha de sentirse la tristeza de la vida, pero al mismo tiempo uno puede amarla, amar con intensidad esa tristeza (que algunos llaman escritura y otros lágrimas perdidas), amar al mundo en todo instante, amarle tan conscientemente que podamos decir: hemos vivido.
© 2025 Библиотека RealLib.org (support [a t] reallib.org) |