"Yerma" - читать интересную книгу автора (Lorca Federico García)CUADRO PRIMEROCANTO VOZ DENTRO.- A la nana, nana, nana, a la nanita le haremos una chocita en el campo y en ella nos meteremos. YERMA.-Juan, ¿me oyes? Juan. JUAN.-Voy. YERMA.-Ya es la hora. JUAN. ¿Pasaron las yuntas? YERMA.-Ya pasaron. JUAN.-Hasta luego. YERMA.-¿No tomas un vaso de leche? JUAN.- ¿Para qué? YERMA.-Trabajas mucho y no tienes tú cuerpo para resistir los trabajos. JUAN.-Cuando los hombres se quedan enjutos se ponen fuertes como el acero. YERMA.-Pero tú no. Cuando nos casamos eras otro. Ahora tienes la cara blanca como si no te diera en ella el sol. A mí me gustaría que fueras al río y nadaras y que te subieras al tejado cuando la lluvia cala nuestra vivienda. Veinticuatro meses llevamos casados, y tú cada vez más triste, más enjuto, como si crecieras al revés. JUAN.-¿Has acabado? YERMA.- JUAN.-Y yo te lo agradezco. YERMA.-Pero no te dejas cuidar. JUAN.-Es que no tengo nada. Todas esas cosas son suposiciones tuyas. Trabajo mucho. Cada año seré más viejo. YERMA.-Cada año… Tú y yo seguiremos aquí cada año… JUAN.- YERMA. – No tenemos hijos… ¡Juan! JUAN.-Dime. YERMA.-¿Es que yo no te quiero a ti? JUAN.-Me quieres. YERMA. – Yo conozco muchachas que han temblado y que lloraban antes de entrar en la cama con sus maridos. ¿Lloré yo la primera vez que me acosté contigo? ¿No cantaba al levantar los embozos de holanda? Y no te dije, ¡cómo huelen a manzanas estas ropas! JUAN.-¡Eso dijiste! YERMA.-Mi madre lloró porque no sentí separarme de ella. ¡Y era verdad! Nadie se casó con más alegría. Y, sin embargo… JUAN.- Calla. Demasiado trabajo tengo yo con oír en todo momento… YERMA.-No. No me repitas lo que dicen. Yo veo por mis ojos que eso no puede ser… A fuerza de caer la lluvia sobre las piedras éstas se ablandan y hacen crecer jaramagos, que las gentes dicen que no sirven para nada. "Los jaramagos no sirven para nada", pero yo bien los veo mover sus lores amarillas en el aire. JUAN.-¡Hay que esperar! YERMA.- Sí; queriendo. JUAN.-Si necesitas algo me lo dices y lo traeré. Ya sabes que no me gusta que salgas. YERMA.-Nunca salgo. JUAN.-Estás mejor aquí. YERMA.-Sí. JUAN.-La calle es para la gente desocupada. YERMA.- ¿De dónde vienes, amor, mi niño? De la cresta del duro frío. ¿Qué necesitas, amor, mi niño? La tibia tela de tu vestido. ¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor! En el patio ladra el perro, en los árboles canta el viento. Los bueyes mugen al boyero y la luna me riza los cabellos. ¿Qué pides, niño, desde tan lejos? Los blancos montes que hay en tu pecho. ¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor! Te diré, niño mío, que sí, tronchada y rota soy para ti. ¡Cómo me duele esta cintura donde tendrás primera cuna! Cuándo, mi niño, vas a venir. Cuando to carne huela a jazmín. ¡Que se agiten las ramas al sol y salten las fuentes alrededor! YERMA.-¿De dónde vienes? MARÍA.-De la tienda. YERMA.-¿De la tienda tan temprano? MARÍA.-Por mi gusto hubiera esperado en la puerta a que abrieran; y ¿a que no sabes lo que he comprado? YERMA.- Habrás comprado café para el desayuno, azúcar, los panes. MARÍA.-No. He comprado encajes, tres varas de hilo, cintas y lanas de color para hacer madroños. El dinero lo tenía mi marido y me lo ha dado él mismo. YERMA.-Te vas a hacer una blusa. MARÍA.-No, es porque… ¿sabes? YERMA.-¿Qué? MARÍA.-Porque ¡ya ha llegado! YERMA.-¡A los cinco meses! MARÍA.-Sí. YERMA.-¿Te has dado cuenta de ello? MARÍA.-Naturalmente. YERMA.- MARÍA.-No sé. Angustia. YERMA. – Angustia. MARÍA.-Sí, descuidada… YERMA. – Estarías cantando, ¿verdad? Yo canto. Tú… dime… MARÍA.-No me preguntes. ¿No has tenido nunca un pájaro vivo apretado en la mano? YERMA.-Sí. MARÍA.-Pues, lo mismo…, pero por dentro de la sangre. YERMA. – ¡Qué hermosura! MARÍA. – Estoy aturdida. No sé nada. YERMA.-¿De qué? MARíA.-De lo que tengo que hacer. Le preguntaré a mi madre. YERMA. ¿Para qué? Ya está vieja y habrá olvidado estas cosas. No andes mucho y cuando respires respira tan suave como si tuvieras una rosa entre los dientes. MARÍA.-Oye, dicen qur más adelante te empuja suavemente con las piernecitas. YERMA.-Y entonces es cuando se le quiere más, cuando se dice ya: ¡mi hijo! MARÍA.-En medio de todo tengo vergüenza. YERMA. ¿Qué ha dicho tu marido? MARÍA.-Nada. YERMA. ¿Te quiere mucho? MARÍA.-No me lo dice, pero se pone junto a mí y sus ojos tiemblan como dos hojas verdes. YERMA. ¿Sabía él que tú…? MARÍA.-Sí. YERMA. ¿Y por qué lo sabía? MARÍA.-No sé. Pero la noche que nos casamos me lo decía constantemente con su boca puesta en mi mejilla, tanto que a mí me parece que mi niño es un palomo de lumbre que él me deslizó por la oreja. YERMA.-¡Dichosa! MARÍA.-Pero tú estás más enterada de esto que yo. YERMA. ¿De qué me sirve? MARÍA.-¡Es verdad! ¿Por qué será eso? De todas las novias de tu tiempo tú eres la única… YERMA.-Es así. Claro que todavía es tiempo. Elena tardó tres años y otras antiguas del tiempo de mi madre mucho más, pero dos años y veinte días, como yo, es demasiada espera. Pienso que no es justo que yo me consuma así. Muchas noches salgo descalza al patio para pisar la tierra, no sé por qué. Si sigo así, acabaré volviéndome mala. MARÍA.-Pero ven acá, criatura; hablas como si fueras una vieja. ¡Qué digo! Nadie puede quejarse de estas cosas. Una hermana de mi madre lo tuvo a los catorce años, ¡y si vieras qué hermosura de niño! YERMA.- MARÍA.-Lloraba como un torito, con la fuerza de mil cigarras cantando a la vez y nos orinaba y nos tiraba de las trenzas, y cuando tuvo cuatro meses nos llenaba la cara de arañazos. YERMA. MARÍA.-Te diré… YERMA.-¡Bah! Yo he visto a mi hermana dar de mamar a su niño con el pecho lleno de grietas y le producía un gran dolor, pero era un dolor fresco, bueno, necesario para la salud. MARÍA.-Dicen que con los hijos se sufre mucho. YERMA.-Mentira. Eso ló dicen las madres débiles, las quejumbrosas. ¿Para qué los tienen? Tener un hijo no es tener un ramo de rosas. Hemos de sufrir para verlos crecer. Yo pienso que se nos va la mitad de nuestra sangre. Pero esto es bueno, sano, hermoso. Cada mujer tiene sangre para cuatro o cinco hijos y cuando no los tiene se le vuelve veneno, como me va a pasar a mí. MARÍA.-No sé lo que tengo. YERMA.-Siempre oí decir que las primerizas tienen susto. MARÍA. - YERMA.- MARÍA.-Son los pañales. YERMA.-Bien. MARÍA.-Entonces… Hasta luego. YERMA.-No corras por las piedras de la calle. MARÍA.-Adiós. YERMA.-Vuelve pronto. VÍCTOR.- YERMA.-En el campo. VÍCTOR.-¿Qué coses? YERMA.-Corto unos pañales. VÍCTOR.-(Sonriente.) ¡Vamos! YERMA.- VÍCTOR.-Si es niña le pondrás tu nombre. YERMA.- VÍCTOR.-Me alegro por ti. YERMA.- VÍCTOR.-Bueno, pues a ver si con el ejemplo té animas. En esta casa hace falta un niño. YERMA.- VÍCTOR.-Pues adelante. Dile a tu marido que piense menos en el trabajo. Quiere juntar dinero y lo juntará, pero ¿a quién lo va a dejar cuando se muera? Yo me voy con las ovejas. Dile a Juan que recoja las dos que me compró, y en cuanto a lo otro, ¡que ahonde! YERMA.- ¡Eso! iQue ahonde! Te diré, niño mío, que sí, tronchada y rota soy para ti. ¡Cómo me duele esta cintura, donde tendrás primera cuna! ¿Cuándo, mi niño, vas a venir? ¡Cuando to carne huela a jazmín! Telón |
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