"Cuentos" - читать интересную книгу автора (Andahazi Federico)EL OFICIO DE LOS SANTOS1En aquel entonces, Quinta del Medio no era más que una pequeña franja verde en la mitad del desierto, una llanura quebrada por un río sin nombre, una calle principal trazada por las huellas azarosas que dejaban las carretas tras de sí y unas pocas casas de adobe. El pueblo tenía la breve extensión que separaba las dos cúpulas divorciadas que asomaban por entre las copas de los paraísos: en un extremo de la calle, la del pequeño campanario de la parroquia que jamás tuvo campana, y en el opuesto, la de la torreta del reloj de la Intendencia, cuyas agujas se habían detenido una noche a las diez en punto -hora fatídica en la que, años después, habría de iniciarse la tragedia-, y nunca más volvieron a moverse. Los días se sucedían con la misma lenta mansedumbre con que el párroco, el cura Toribio de Almada, sentado a la sombra del atrio, la silla reclinada sobre las patas traseras, las piernas cruzadas y extendidas sobre la urna de la limosna, daba vuelta las páginas del santoral, mientras bebía la malvasía sangre de Nuestro Señor. Lunes 2, San Tobías y San Bonifacio que son los santos de los enterradores. Y así, con la misma morosa levedad con la que los santos batían las alas en el cielo del desierto, así pasaba también la existencia del párroco, dando la bendición a los pocos inocentes que llegaban a este valle hecho de tedio y la extremaunción a los que habrían de abandonarlo. Y luego volvía a la sombra del atrio con su santoral bajo el brazo. Martes 8, San Mauro que cura la escrófula y los humores fríos. Miércoles 14, San Eusebio que es el santo que invocan los revendedores y comisionistas. El cura Toribio de Almada era un hombre obeso y perfectamente redondo; visto de pie y a contraluz, era difícil discernir si estaba de frente o de perfil, si iba o si venía. Quinta del Medio sólo se conmovía en julio cuando caía una llovizna desganada y paciente que, a fuerza de constancia, acababa por hacer salir de madre al río. Entonces aquel hilo de agua miserable y sin nombre se transformaba en una piraña gigante y nauseabunda que crecía devorando todo a su paso, hasta convertir al pueblo en un charco fétido, dejando un tendal de cadáveres de vacas, de bueyes y de perros. Pero también podía suceder que no lloviera durante todo el verano; entonces el río se convertía en una raposa escuálida, cuyas aguas se disputan hombres y animales, hasta que se secaba por completo quedando el cauce sembrado de cadáveres de vacas, de bueyes y de perros. Pero estas calamidades que traía Dios para lavar los pecados eran las únicas y por cierto previsibles. Por lo demás, no había terremotos ni aludes ni pestes ni guerras ni milagros ni más aparecidos que los viejos y conocidos: el ánima del indio Genaro Cruz que se paseaba por los techos de la Intendencia, y que se lo ahuyentaba invocando a San Simeón o colgando muérdago en los dinteles de las puertas; la de la difunta del sudario que se la espantaba a pedradas igual que a los perros, y por último, la puntual aparición del ánima de Fidelio el Membrudo que, cada 19 de marzo, dejaba preñadas a las mujeres más jóvenes y de cuya existencia dudaban las mujeres más viejas y, sobre todo, los hombres casados con las víctimas del espectro. Pero allí estaba el padre Toribio de Almada para devolver la paz a la discordia, para serenar los espíritus y reconciliar los corazones. Jamás había sido puesto en duda su sólido predicamento, ni siquiera cuando circuló aquel infame rumor que señalaba el parecido de su silueta con la del lascivo espíritu nocturno que asaltaba las alcobas. En fin, no más que habladurías maliciosas que nunca consiguieron menoscabar su autoridad pastoral. Todo en Quinta del Medio estaba bajo la beata aunque severa mirada del párroco. Todos podían vivir tranquilos, dormir serenos y morir en paz mientras el padre Toribio de Almada velara por sus cándidas almas. Pero un día, sin que nadie lo esperara, un fatídico día entre los días, un día que ninguno de los sobrevivientes de la catástrofe querría recordar, un aciago día de abril, el Diablo posó sus inmundas patas de bestia en aquel pequeño oasis en medio del desierto. |
||
|