"Rihla" - читать интересную книгу автора (Aguilera Juan Miguel)4– Hermano, imagina mi fascinación mientras leía aquel texto por primera vez. ¡Allí estaban reflejados los mitos que me apasionaron durante mi infancia! La historia guardaba cierto parecido con la del célebre Minotauro cretense; el híbrido de toro y hombre que habitaba en el laberinto de Creta y al que el rey Minos sacrificaba doncellas y efebos. Pero, sobre todo, recordaba la leyenda de Talos, el gigante de bronce que custodiaba la Isla del Miedo. Ahora podía leer los verdaderos acontecimientos que dieron origen a esas leyendas: un sacerdote proveniente de Tiro había matado a la antigua sacerdotisa de la Isla y había establecido un reino de terror y sangre, hasta el día en que Dios envió una gran catástrofe para borrar por siempre aquel país de la faz de la Tierra… »Pero la narración continuaba. Talos procedía de una nación de grandes navegantes y logró escapar del desastre a bordo de una nave recubierta de escamas de bronce. Así llegó a la costa de lo que un día sería nuestra tierra de al-Andalus… »Pero su viaje no iba a terminar aquí… »Seguí traduciendo aquel texto lleno de maravillas y mi asombro fue en aumento con cada nuevo párrafo. Hasta que tuve una conciencia clara de la gran importancia que aquello iba a tener para nuestro reino. No podía seguir manteniendo el silencio sobre lo que había descubierto, de modo que escribí una copia de mi traducción para la biblioteca del sultán y solicité audiencia en palacio. »Recuerdo que estuve esperando frente a la Sala de Embajadores, mirando la inscripción grabada sobre la puerta, que dice: »La atmósfera en la gran Sala de Embajadores estaba empañada por el humo del ámbar de »El gran visir Abu al-Qasim Bannigas permanecía en pie tras el sultán. A pesar de ser un hombre enjuto y de aspecto débil, era sorprendente la fuerza de su mirada, penetrante como la de un halcón, que parece capaz de leer los más ocultos pensamientos. Saludé en los términos que correspondía a la dignidad de los presentes. Al sultán muley Hacen en primer lugar y a continuación a su gran visir. »-Lisán al-Aysar -me dijo al-Qasim con su potente voz, en contradicción también con la fragilidad de su cuerpo-, hace tiempo que no te veíamos por aquí. Me alegra comprobar que sigues bien, pues siempre he sentido aprecio por tu familia. »-Gracias, eminencia. Que la bondad de Allah me dé fuerzas para serviros. »-Bueno, dinos qué se te ofrece. Solicitaste esta audiencia y te ha sido graciosamente concedida por el sultán. Te ruego que presentes tu caso. »Me apresuré a hacerlo. Hablé de las planchas plúmbeas, de cómo las había encontrado y descifrado, y le entregué a al-Qasim la copia de la traducción, asegurándole que ese documento había sido escrito expresamente por mi mano para que mi príncipe dispusiera de un ejemplar en su biblioteca. Durante un buen rato, y con una expresión de desdén en los labios, el visir hojeó aquellos papeles. Luego se dirigió al sultán: »-Señor, se trata tan sólo de un texto traducido de alguna lengua antigua… Tirio, afirma el »-Eminencia, las «Columnas de Melqart» de las que habla el texto son »Advertí que varios secretarios y escribas sentados en tarimas dispersas por la sala tomaban nota de mis palabras. »-Asombroso -dijo al-Qasim-. Pero sigo sin entender muy bien la utilidad de todo esto, »Miré de reojo al sultán. En apariencia permanecía ajeno a la conversación, con los ojos perdidos en algún punto situado entre los mocárabes del techo. »-Los mitos, eminencia -dije sin desanimarme-, en ocasiones pueden tener una base real. Y ésta es una de esas ocasiones… Pero deberíais leer toda la traducción… »-No es necesario -dijo al-Qasim dejando a un lado el pliego-, háblanos tú de su contenido. ¿Qué se dice en el resto? »-En él se cuenta con detalle cómo Talos el Rojo cruzó el »-Si hacemos caso a los antiguos sabios griegos -señaló al-Qasim pensativo-, la Tierra es redonda, una esfera perfecta… »-Así es, eminencia -le respondí, inclinando mi cabeza para saludar su erudición. »-Por lo que al otro lado del mar Occidental deberíamos encontrarnos con Oriente -conjeturó-, Catai y Cipango, que ciertamente son tierras llenas de riqueza, pero situadas a una distancia tan inmensa que ningún barco podría alcanzarlas… »Era el punto al que yo quería llegar, de modo que dije: »-Pero el texto afirma que no es así, eminencia. Hay Otro Mundo situado en medio del mar Occidental, del que nada sabemos. Fue conocido por los antiguos tirios, pero era algo que deseaban mantener oculto. Difundieron historias de monstruos y toda suerte de horrores que aguardaban a aquellos navegantes que decidieran aventurarse en »-¿Es eso lo que se indica en el resto del manuscrito? -preguntó el visir. »-Así es, eminencia. Los hombres que huyeron hacia esa Otra Tierra dejaron descrito el viaje que iban a realizar para que otros supervivientes pudieran seguirlos. Éste es el documento que yo poseo y que permitiría a una nave de nuestro reino cruzar sin peligro el mar Occidental. »Me detuve, emocionado y sin aliento. El sultán me miraba al fin, tal vez admirado por mi vehemencia. Le hizo una seña a su Visir, que se inclinó hacia él para escuchar lo que Abu al-Hasan tenía que decirle al oído. Después volvió a incorporarse y me preguntó: »-¿Propones a tu sultán que financie ese fantástico viaje a través del mar, sin otra evidencia que ese texto encontrado en tu jardín? »-He investigado mucho, eminencia -le respondí sin amilanarme-, y he encontrado antecedentes a esta aventura. Documentos que atestiguan que este viaje ya se realizó con éxito, hace trescientos setenta años, por navegantes de al-Andalus. »-¿Es eso cierto? -preguntó incrédulo-. Jamás oí tal cosa. »-No es muy conocido -dije-, pero ocho hermanos de una familia llamada al-Mugarribún zarparon hacia Poniente y, tras más de dos meses de navegación, llegaron a una isla habitada por «hombres rojos». Quizá una colonia de antiguos tirios… »Y fue entonces cuando el muley Hacen se dignó hablarme por primera vez. Con una voz que era casi un susurro, preguntó: »-¿Crees que son ciertas todas esas viejas historias? »-Firmemente, sultán y señor mío, a quien Allah conceda la victoria sobre los infieles. Sois el más poderoso de los príncipes, pero al mismo tiempo sois el custodio de esta sagrada tierra de al-Andalus, en cuya defensa tantos han muerto. Ahora está en vuestras sabias manos esta carga, pero ved que si yo estoy en lo cierto, esta aventura podría suponer una gran oportunidad para nosotros. Granada se asfixia entre el odio de los infieles y la indiferencia de nuestros hermanos musulmanes. Necesitamos respirar a través de nuevas rutas, de nuevas salidas para nuestros comerciantes, de nuevos aliados… »Al-Qasim se acercó al sultán e intercambió una breve conversación entre susurros con él. El muley Hacen asentía. Luego, volviéndose hacia mí, el gran visir dijo: »-Así es, »-Pero, señor…, a quien Allah ayude y haga victorioso mediante la fuerza de su brazo, que es el que tiene el cuidado y el poderío para ello; es importante que… »-Es suficiente, »Y eso fue todo. Me despidió con un gesto y yo ejecuté una confusa reverencia. »Abandoné la sala mientras pensaba que, de una forma muy intensa, había entrevisto el final. El auténtico fin de nuestro mundo, que ahora parecía inevitable ante mis ojos. »Se dice que el hombre que no es capaz de maravillarse es que está muerto o cercano a la muerte, y yo consideraba que a las sociedades se les puede aplicar el mismo dicho. Durante cientos de años, nuestros príncipes habían estimulado con entusiasmo la investigación y la aventura. Pero cuando las derrotas militares se sucedieron, ellos mismos le dieron la espalda a la sabiduría. Despreciaron a los filósofos y a los científicos, y se cobijaron en los indolentes y poco imaginativos brazos de los ulemas. »Mientras me dirigía a la salida del palacio, perdido en estos pensamientos, fui interceptado por un hombre en el patio de Mexuar. Alcé la vista hacia él, pues se había colocado justo en mi camino. Viejo y delgado, con los dedos manchados de tinta y un libro envuelto en un marchito pañuelo de seda. Uno de los escribanos que había visto en compañía del sultán. »-¿Acaso no sabes que ya hace dos siglos que los genoveses poseen el monopolio absoluto para ejercer el comercio marítimo de todos nuestros productos? -me espetó sin mediar saludo-. No tienes otra opción que recurrir a ellos. »Le pregunté si alguien lo enviaba o si hablaba por iniciativa propia. A lo que él se limitó a repetir lo dicho y que debía buscar ayuda entre los genoveses. Me entregó una dirección y un nombre escritos en un papel, y siguió su camino. |
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