"Los premios" - читать интересную книгу автора (Cortazar Julio)

II

– Dos cafés -pidió Lucio.

– Y un vaso de agua, por favor -dijo Nora.

– Siempre traen agua con el café -dijo Lucio.

– Es cierto.

– Aparte de que nunca la tomas.

– Hoy tengo sed -dijo Nora.

– Sí, hace calor aquí -dijo Lucio, cambiando de tono. Se inclinó sobre la mesa-. Tenés cara de cansada.

– También, con el equipaje y las diligencias…

– Las diligencias, cuando se habla de equipaje, suena raro -dijo Lucio.

– Sí.

– Estás cansada, verdad.

– Sí.

– Esta noche dormirás bien.

– Espero -dijo Nora. Como siempre, Lucio decía las cosas más inocentes con un tono que ella había aprendido a entender. Probablemente no dormiría bien esa noche puesto que sería su primera noche con Lucio. Su segunda primera noche.

– Monona -dijo Lucio, acariciándole una mano-. Monona monina.

Nora se acordó del hotel de Belgrano, de la primera noche con Lucio, pero no era acordarse, más bien olvidarse un poco menos.

– Bobeta -dijo Nora. El rouge de repuesto, ¿estaría en el neceser?

– Buen café -dijo Lucio-. ¿Vos crees que en tu casa no se habrán dado cuenta? No es que me importe, pero para evitar líos.

– Mamá cree que voy al cine con Mocha.

– Mañana armarán un lío de mil diablos.

– Ya no pueden hacer nada -dijo Nora-. Pensar que me festejaron el cumpleaños… Voy a pensar en papá, sobre todo. Papá no es malo, pero mamá hace lo que quiere con él y con los otros.

– Se siente cada vez más calor aquí adentro.

– Estás nervioso -dijo Nora.

– No, pero me gustaría que nos embarcáramos de una vez. ¿No te parece raro que nos hagan venir aquí antes? Supongo que nos llevarán al puerto en auto.

– ¿Quiénes serán los otros? -dijo Nora-. ¿Esa señora de negro, vos crees?

– No, qué va a viajar esa señora. A lo mejor esos dos que hablan en aquella mesa.

– Tiene que haber muchos más, por lo menos veinte.

– Estás un poco pálida -dijo Lucio.

– Es el calor.

– Menos mal que descansaremos hasta quedar rotos -dijo Lucio-. Me gustaría que nos dieran una buena cabina.

– Con agua caliente -dijo Nora.

– Sí, y con ventilador y ojo de buey. Una cabina exterior.

– ¿Por qué decís cabina y no camarote?

– No sé. Camarote… En realidad es más bonito cabina. Camarote parece una cama barata o algo así. ¿Te dije que los muchachos de la oficina querían venir a despedirnos?

– ¿A despedirnos? -dijo Nora-. ¿Pero cómo? ¿Entonces están enterados?

– Bueno, a despedirme -dijo Lucio-. Enterados no están. Con el único que hablé fue con Medrano, en el club. Es de confianza. Pensá que él también viaja, de manera que valía más decírselo antes.

– Mira que tocarle a él también -dijo Nora-. ¿No es increíble?

– La señora de Apelbaum nos ofreció el mismo entero. Parece que el resto se fraccionó por el lado de la Boca, no sé. ¿Por qué sos tan linda? -Cosas -dijo Nora, dejando que Lucio le tomara la mano y "la apretara. Como siempre que él le hablaba de cerca, indagadoramente, Nora se replegaba cortésmente, sin ceder más que un poco para no afligirlo. Lucio miró su boca que sonreía, dejando el lugar exacto para unos dientes muy blancos y pequeños (más adentro había uno con oro). Si les dieran una buena cabina esa noche, si esa noche Nora descansara bien. Había tanto que borrar (pero no había nada, lo que había que borrar era esa nada insensata en que ella se empeñaba). Vio a Medrano que entraba por la puerta de Florida, mezclado con unos tipos de aire compadre y una señora de blusa con encaje. Casi aliviado levantó el brazo. Medrano lo reconoció y vino hacia ellos.