"Trás-os-Montes: Un viaje portugués" - читать интересную книгу автора (Llamazares Julio)Segunda feira en BragançaEn las calles de Bragança (la ciudad nueva, aunque tampoco es tan nueva), hay ya mucha animación cuando el viajero regresa a ella. Son las diez de la mañana y la gente viene y va de un sitio a otro o se agolpa en los comercios y en las tiendas. Hoy es El viajero, después de abrirse paso entre ellos, consigue al fin aparcar el suyo, en una acera frente a la Sé, y, tras desayunar frugalmente en el El viajero va contento. El viajero acaba de desayunar y, como, además, hoy es su primer día de viaje y está fresco todavía -pese a que el sol ya empieza a pegar-, pasea por las calles de Bragança feliz por estar aquí y deseoso de conocerla. Aunque, a decir verdad, lo que menos le atraen son sus monumentos. Lo que al viajero le atrae, y lo que mira al pasar, es la gente, esos hombres y mujeres que hablan en los portales o entretienen la mañana en las terrazas de los cafés o ante los escaparates de los comercios. El viajero no sabe portugués, pero entiende lo que dicen, aunque sea solamente por sus gestos. Por gestos se explica él, aparte de en español, cuando quiere saber algo o cuando, como ahora, entra a comprar a una tienda comida y agua para el camino, y todos le entienden perfectamente. Al fin y al cabo -piensa mientras camina-, el portugués y el español son dos idiomas hermanos, aunque Portugal y España hayan estado enfrentados durante tanto tiempo. Hay algunos, sin embargo, que, aunque les gustaría, ya no pueden entenderle. Doña María da Piedade Pires, por ejemplo, o don João Alberto Dias, apodado Bicheiro, no podrán ya hacerlo nunca porque murieron ayer, según anuncian en las paredes unas esquelas enormes, tan grandes como carteles, que acompañan al viajero en su paseo por Bragança y que le dan a sus calles un aire fúnebre, sobre todo ahora que han empezado a tocar las campanas, a pesar del bullicio que hay en ellas. Aunque la mayor esquela, y la más antigua de 1920-, la encuentra frente a una iglesia en cuya fachada principal un gran mural de azulejos recuerda Aunque, para combatientes, los santos de la iglesia. El viajero se asoma un instante a verlos y los encuentra solos en sus altares, sin nadie que los mire o que les rece. Ni siquiera hay turistas en esta iglesia en la que, según la historia, pasaron cosas tan importantes y tan trascendentales para los portugueses. Debe de ser el destino de esta ciudad y esta tierra que, por quedar a desmano de todos los caminos importantes, sigue dormida en el tiempo. – ¿Me compra una tirita? -le aborda un niño gitano cuando, después de mirar los santos, vuelve a salir a la calle. – ¿Y para qué quiero yo una tirita? -le pregunta el viajero, sorprendido. – Por si se hiere -le dice el niño, muy serio. Con la tirita en el bolso (por si se hiere), el viajero se despide de la iglesia (y del monolito, y del heroico general Manuel Jorge Gomes de Sepúlveda, que continúa arengando al pueblo en los azulejos) y se aleja calle arriba entre ferreterías y barberías y comercios tan antiguos como sus dueños. Algunos tienen de todo, como el de doña María Fernanda da Punficação Pires Texeira. – ¿Cuánto cuesta esa aceitera? – Mil escudos. – ¿Y las jarras? – Cuatrocientos. – ¿Y las peonzas? – Noventa -responde la dueña cogiendo una, como si calculara su precio al peso. – Bueno, pues déme tres. – ¿Tres jarras? – No. Tres peonzas. Doña María Fernanda da Purificação Pires Texeira es una profesional. Doña María Fernanda da Punfícação Pires Texeira, 82 años a las espaldas y 60 detrás del mostrador, sonríe a cada pregunta, y cuando no sabe un precio lo inventa. Doña María Fernanda da Purificação Pires Texeira es vieja y tiene mala memoria, pero sigue siendo una profesional. – ¿Quiere cuerdas? – ¿Para qué? – Para los trompos. – Bueno. La vieja corta las cuerdas con una enorme tijera y las enrolla luego con las peonzas en un papel de envolver. Es un papel gordo, muy basto, de la edad seguramente de la tienda. En el comercio de María Fernanda todo es de la misma época. – ¿Cuántos años tiene esto? – ¡Uf! ¡Moitos! -exclama la mujer como si le abrumara sólo el pensarlo. – Más o menos. – No sé, muchos, más que yo dice la vieja riendo-. Ya era del padre de mi marido, y mi marido tiene noventa años… – ¿Y dónde está su marido? – María Fernanda da Purificação Pires Texeira tiene a su marido enfermo. Está en la cama desde hace años ( – ¿Me enseña la palangana? – ¿Cuál? – Aquélla, la de latón -le señala el viajero en la estantería que hay al fondo de la tienda. La vieja, con una escoba, le va indicando en la estantería, pero no acierta. Aparte de estar muy torpe, hay tantas cosas en su comercio que ni siquiera ella sabe ya lo que tiene. Al final, cansada de intentarlo, la mujer deja la escoba y le abre el mostrador para que entre. – Cójala usted -le dice, como si le conociera ya de toda la vida. El viajero, una vez dentro, aprovecha la confianza para buscar en la estantería más cosas que le interesen. Hay de todo: palanganas, cazuelas, ollas, flaneras, hasta caretas de carnaval y jarrones de aluminio de la época de la Cuando termina, la vieja le hace la cuenta: – Tres peonzas, a 90 escudos cada una, 270 escudos… Tres cuerdas, a 20 escudos el metro, 60… La palangana, 300… – Aquí pone 35. – Ya, pero ese precio es antiguo -dice la vieja sonriendo. Tan antiguo como ella. La vieja le hace la cuenta, anotando en un papel con letra torpe y menuda cada cosa con su precio, y después hace la suma repasándola cien veces. Cada una de ellas le da una cifra distinta. – A ver, que mire otra vez. – Déjelo, no se preocupe -dice el viajero, pagándole la mayor ante el temor de que le dé allí la noche. – Obrigadiña -responde ella. Con su cargamento a cuestas (a la tirita del niño ha sumado tres peonzas, tres cuerdas, dos aceiteras, la palangana, una ensaladera, dos fuentes y dos jarrones, más el papel en que van envueltos), el viajero se despide de la vieja y abandona su comercio con la satisfacción del deber cumplido y con la sensación de haber hecho la obra buena del día, aunque no sabe con quién, si con él o con la vieja. Lo más fácil, imagina, es que haya sido con ésta. En cualquier caso, piensa mientras camina, ya se puede ir de Bragança sin que le echen los perros. |
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