"Cuentos" - читать интересную книгу автора (Aub Max)
Sesión Secreta
De Historias de mala muerte (1965)
Traducido del francés
por Max Aub
Informe del Excelentísimo Señor Hamami Numaruh
acerca de la ayuda a los pueblos subdesarrollados
Pronunciado ante el Parlamento de su país el 28 de septiembre de 1962
Texto radiofónico
Locutor; Amables radioyentes: Nos ha parecido mejor ofrecer el texto grabado de la sesión celebrada en Turandú, el 28 de septiembre de 1962, a las 18.45 p.m. O.C.T., y no las resoluciones publicadas, que no reflejaron exactamente el sentir de la mayoría, de acuerdo con la tesis del señor Hamamí Numaruh [8]. Se impuso la experiencia al Presidente M'Kru Doval.
Murmullos. Tres golpes de mazo.
El Presidente de la Cámara: Se abre la sesión. Por ser extraordinaria y secreta, ruego que se retiren cuantos no tengan derecho a estar presentes. (Pausa.) Cierren las puertas. (Tres golpes de mazo.) Señor Presidente del Consejo, señores presidentes de las comisiones de Presupuesto, Finanzas, Ejército y Relaciones Exteriores: el honorable Hamamí Numaruh tiene la palabra para dar cuenta del resultado de su misión. Es mi deber recordar a los honorables representantes, que nada de lo que aquí se diga y oiga puede ni podrá ser divulgado, a menos que el Gobierno lo juzgue conveniente. (Pausa.) Nuestro representante ante la ONU, Excelentísimo señor Hamamí Numaruh, tiene la palabra.
Hamamí Numaruh: Honorable Gobierno, Honorables Representantes: la misión que me fue encargada ha sido cumplida en la medida de mis débiles fuerzas. Hice lo que pude; pido perdón si no llegué a más.
Seguramente, otro lo hubiera hecho mejor. Ahora bien, puedo asegurar que dediqué mis horas a la resolución de nuestros problemas fundamentales. Ojalá que lo que vengo a proponer demuestre que no he perdido el tiempo. Por otra parte, sabéis que la oratoria no es mi fuerte. Sólo el amor a la patria me obligó a dejar mis ocupaciones comerciales. No creo que esté de más el recordarlo.
La primera dificultad con la que tropecé al llegar a París, con ocasión de la reunión del Consejo Ejecutivo de la UNESCO, fue que el honorable representante de un país sudamericano, que no hay para qué nombrar, quiso convencerme de que hay problemas sin solución. No me parece extemporáneo empezar por exponer su teoría que, menos clara y resumida, es la de muchos políticos del mundo blanco, sea occidental u oriental, aun no siendo -como es de suponer- la oficial de sus gobiernos. Es normal que su concepto, digamos helénico, de la vida, los lleve a estos extremos.
En las escuelas -en las suyas, claro, me vino a decir, con cierto aire protector, el diplomático que no nombro- nos enseñan que cualquier problema (matemático, físico, químico, histórico o de gramática) tiene solución. Para esto los plantean. El estudiante tiene que dar con ella -con la solución-; según su aproximación a la verdad impresa en el "Libro del maestro", obtiene un diez, un siete, un ocho, un nueve y medio, o es suspendido, o reprobado como dicen los americanos. Esta manera de enfocar la educación y, por ende, la vida, hace que los hombres ilustrados -cualquiera que vaya a la escuela, por primaria que sea- supongan que todos los problemas pueden resolverse de manera adecuada; que cualquier incógnita tiene su solución correcta. Y no es así. Hay problemas que no la tienen, que no la pueden tener más que con el tiempo, si es que lo ofrece o, más sencillamente, caen en el olvido, que no tiene vuelta de hoja.
Honorables representantes: esta teoría me impresionó desfavorablemente pensando que, tal vez, no fuera sino el esbozo de la opinión mayoritaria acerca de nuestros problemas y a la que tuviera que recurrir ahora, frente a sus señorías. No hay tal y me felicito de ello. Lo cual no quiere decir que la afirmación del honorable sudamericano careciera de base desde su equivocado ángulo de visión. Corría, además, por los pasillos alguna que otra historia acerca de la mentalidad de nuestros pueblos, que provocaba -duro me es decirlo- hilaridad. A mí también me daba risa, pero por razones contrarias: sencillamente por la cerrazón espiritual de estos seres faltos de color -y de calor- y que deben su infatuamiento a creer que no hay problemas sin solución.
Ninguno de vosotros recordará, si llegó a ser de su conocimiento, un mínimo suceso, de hace ocho o diez meses, en Olga-Ougandar. Corría de boca en boca; no vale la pena recordarlo. Varias voces: ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!
Uamamí Numaruh: (Con cierta ironía.) O.K… Hace, pues, unos meses, tal vez un año, llegó aquí un funcionario de las Naciones Unidas.
Una voz: Hay muchos.
Otra voz: Demasiados.
Hamamí Numaruh: No tengo inconveniente, y menos en sesión secreta, en dar su nombre: Monsieur Hubert Batisse, luxemburgués por más señas y empleado de los servicios auxiliares de meteorología de la ONU. ¿Recuerdan el caso? (Voces discrepantes.) Está bien. El interfecto llegó al aeródromo de Namatí, viniendo, sin permiso explícito, de la Federación de Nigeria. Llegaba en un jeep, con un ayudante y abundante material. Hacía algún tiempo que cl personal europeo había abandonado el campo de aterrizaje. Lo del personal europeo es mucho decir: se trataba de un flamenco, como siempre indeseable. (Aplausos.) Dejó en su lugar a un honorable compatriota nuestro, que cumplía su misión con evidente acierto, aun sin cl material necesario. El recién llegado explicó a nuestro compatriota lo que las estaciones de Bobo-Diulasso y la de Na-fadugu, de la República del Alto Volta, esperaban de él: informaciones acerca de la velocidad de los vientos a diversas alturas. Para darlas correctas, necesitaba inflar unos glóbulos de colores distintos: blancos y rojos, como podéis suponer, a distintas alturas. Dicho y hecho. Desde su puesto de observación, a bastantes kilómetros de distancia, no se le escapó la maniobra al distinguido coronel -hoy general- Den Bin Sam-balbayu, al que, seguido de su fiel guardia, le faltó tiempo para precipitarse hacia el lugar sospechoso y detener al intruso. Lo demás es leyenda: los malos tratos (que nunca fueron probados) y la acusación:
¡Viene a robarnos el clima!
Honorables representantes: no es verdad, pero parece serlo. Claro que el señor Hubert Batisse venía a robarnos el clima y por las razones que dicen adujo el coronel Sambalbayu: -¡Porque no hay otro igual! Y perfecto estuvo el juicio sumarísimo que siguieron y la habilísima retirada del hoy jefe de nuestro ejército: ya la conocéis.
Una voz: ¡No!
Hamamí Numaruh: Intervino un señor Durand, de la oficina de Nueva York, para impedir el justo castigo del intruso. Perdió su tiempo explicando al coronel la sedicente misión del flamenco. Nuestro militar, haciendo honor a su inflexible sentido del mismo, no se daba por enterado (hubiera hecho tangible una claudicación) hasta el momento en que el mentado Durand hizo la indicación de que si el extranjero hubiese querido robarse el clima no pudiera haberlo hecho con un sencillo jeep. El coronel lo admitió: -Por lo menos hubiera traído tres camiones de siete toneladas.
Una voz: Es normal.
Hamamí Numaruh: Absolutamente. Pero incomprensible para una mentalidad blanca.
El Ministro de la Guerra: Seguramente se trata del mismo señor Durand -lo que no deja de ser sospechoso- quien pasó horas intentando convencer de que era español, a pesar de su francés impecable, y de que los belgas habían sido durante siglos colonizados por ellos. Se quedó muy sorprendido, cuando después de haberme explicado durante toda la noche, la historia de Bélgica, la del Duque de Alba y otros ilustres generales, le dije: -Es usted el belga más simpático que he conocido. (Risas.)
Hamamí Numaruh: Hablando de extranjeros, no quiero dejar pasar la ocasión de hacer constar mi agradecimiento al reverendo padre Tomás Gilliard, bien conocido por alguno de vosotros, por la ayuda que me prestó. No se lo oculta que los buenos tiempos de su iglesia, a las orillas de nuestros lagos, pasaron para siempre; pero, de todos modos, conserva nuestro paisaje en su corazón. No se hace ilusiones, lo que facilita -y facilitó- las cosas. Quiero repetirle, desde aquí, las gracias que, adelantándome a vuestro sano espíritu de comprensión, le hice patentes, lo mismo en París que en Nueva York.
El Presidente del Consejo: Aunque disponemos de todo el tiempo necesario y sin que nuestro ijustre informador lo pueda tomar a mal, quisiera recordarle que tal vez fuera hora de abordar el tema que nos reúne.
Hamamí Numaruh: De algún tiempo a esta parte, honorables representantes, la vida de los pueblos subdesarrollados es tema preferido en las asambleas internacionales: pretexto de las reflexiones de los actuales conductores de los pueblos más importantes del mundo. Nuestra existencia les da ocasión de hacer resaltar sus buenas intenciones, despertando enternecimientos, principalmente de las solteronas y de las sociedades protectoras de animales.
El presidente M'Kru Doval (interrumpiendo al orador): No necesita el honorable Hamamí Numaruh hacer gala de su ingenio. Lo conocemos y apreciamos.
Hamamí Numaruh: Agradezco al señor Presidente del Consejo su llamada al orden. Procuraré ceñirme a los hechos sin perderme -que no me perdía- en divagaciones. Pero me da tristeza enmarañarme en datos y cifras. Entre otras cosas porque, aun siendo exactas, son, precisamente, la base de la incomprensión de los países superdesarrollados para con nosotros. No hay duda -ni pudo haberla-, para quien viaja al mundo blanco, de la enorme equivocación de su punto de vista -y supongo que con los asiáticos sucede otro tanto-. Para ellos, los blancos, aun sin colonialismo, somos, con las naturales diferencias, un mercado -lo mismo para el Oriente que el Occidente-; lo que es normal tratándose de una civilización, aun divididísima por sus medios y fines, que tiene por objeto desarrollar sus industrias basando en ellas el bienestar de sus masas. Ahora bien, este hecho debe ser examinado y hacer que la ayuda que buscamos no sea una ayuda -aun en el sentido más peyorativo de la palabra- (risas, rumores) sino el convenirnos nosotros también en país industrial y no solamente industrializado.
El presidente M'Kru Doval: Felicito al orador por su optimismo.
Hamamt Numarub: Honorables representantes: siempre hubo, hay y habrá pueblos subdesarrollados, como hay y habrá hombres más altos y más bajos, más inteligentes y más tontos. Siempre se es el subdesarrol lado de alguien. (Rumores.) Veamos las razones que han llevado a las potencias solventes a ocuparse con tanta insistencia de nuestro bienestar. No voy a hablar del hecho de que no hayan actualmente ni se vislumbren guerras altamente destructoras. Es un problema que el señor Ministro de la Guerra podría explicar mejor que yo: la fisión del átomo, el terror engendrado por una cierta paz, etc. Gracias le sean dadas a los hombres de ciencia que tal lograron.
Pero antes de seguir o mejor dicho de volver al tema, quiero dejar patente otro agradecimiento -aunque corte el hilo de mi discurso-: me refiero al señor profesor Rouvier, de las Universidades de Atenas y Dijon, sin cuyas ideas básicas no hubiera podido construir con tanta claridad el informe que tengo el honor de presentaros. El hecho de que sea un sabio francés refuerza nuestro agradecimiento. Señores…
El Presidente de la Cámara: Honorables representantes…
Humamí Numarub; Honorables representantes: la primera razón que aducen los países superdesarrollados referente a su interés hacia nosotros es de orden demográfico. Aseguran que durante milenios la tasa de crecimiento de las sociedades humanas ha sido apenas un cero, coma, uno por ciento (0,1%) por año; que ha pasado hoy, casi de repente a uno, coma, siete por ciento (1,7%) para el conjunto de la humanidad, lo que supone, si se mantiene el crecimiento actual, un aumento de cuatrocientos sesenta y tres millones (463.000,000) en los diez (10) años próximos para alcanzar, al comienzo del siglo xxi la cifra de cinco, coma, seis miles de millones (5,600.000,000).
Según las autoridades de los que más pueden, esta súbita explosión demográfica se debe a la difusión de la medicina entre nuestras poblaciones; "demasiado atrasados -aseguran- para limitar voluntariamente el número de nacimientos, de tal modo que, en ellas, la mortalidad ha adoptado el porte occidental en tanto que la natalidad ha conservado el tipo primitivo de la fecundidad natural" [9].
Honorables representantes: quiero que comprendan mi natural (risas) indignación ante estas siguientes aseveraciones digamos… tan civilizadas. Voy a leer una frase del informe de una de las eminencias nada grises de un país, cuyos nombres, por agradecimiento y respeto, callaré: "En estos países (los nuestros, el nuestro), el crecimiento de Jas subsistencias no ha podido seguir el ritmo de la población, porque el costo de los servicios médicos suficientes para contener las grandes epidemias, que hasta entonces mantenían la proporción entre la población y los recursos alimenticios, es insignificante comparado con el costo de las inversiones necesarias para mantener el nivel de la vida de una población rápidamente ascendente. De ahí resulta una distorsión trágica entre la tasa de crecimiento demográfico y la tasa de desarrollo económico en los pueblos subdesarrollados". Es decir, que llamando al maíz maíz y al mijo mijo, al fin y al cabo, somos responsables de nuestro subdesarrollo por el hecho mismo de nuestro desarrollo. (Aplausos.)
La segunda razón que esgrimen los expertos blancos es de orden geográfico, sin tener en cuenta que la tierra es, más o menos, la misma desde que los hombres tienen uso de razón o, por lo menos, memoria. Aducen que, debido a las restricciones inmigratorias, la gente no puede inmigrar como antes. Achacan a la geografía el mal de la historia, como a nosotros los males producidos precisamente por ellos. (Aplausos.) Evidentemente, si los países ricos no protegieran tan celosamente sus fronteras; los salarios elevados, el estilo de vida, hasta la reducción de la natalidad, de los que tanto presumen, estarían al alcance de nuestra mano de obra. Pero se defienden con sus famosas "visas" o "010135" contra lo que llaman, sin buscar paliativos, el "rush de los miserables".
La tercera razón con la que procuran explicar -y nunca remediar- el problema de los pueblos subdesarrollados, es de orden psicológico. Han descubierto, con cierto asombro -inexplicable, para mí por lo menos, en mentes que se tienen por tan desarrolladas- que el que los pueblos comiencen a sentirse impacientes de su miseria se debe a los medios de información y las becas. Notan que nos vamos dando cuenta de la distancia que media entre nuestra indigencia y su opulencia. Y de que, si no hallan un remedio, la distancia que nos separa crecerá sin cesar. La disparidad de ingreso per capita entre un habitante de la India y un norteamericano ha pasado de la relación de 1 a 5, en 1938, a la relación de 1 a 35, en 1959. ¡Y se extrañan de que nuestros pueblos se sientan frustrados de los actuales métodos que emplean para resolver este problema!
Honorables representantes: ante tanta ingenuidad a veces me pregunto si, por un azar inexplicable, los subdesarrollados no son ellos. (Aplausos.) Todos sabemos que la economía de nuestros países descansa sobre las exportaciones de materias primas que nos permiten comprar, a cambio, bienes de producción hechos con los productos básicos que proporcionamos. Ahora bien, desde 1956, las materias primas bajaron de precio en más de un 20% (veinte por ciento) lo cual, naturalmente, ha hecho que la balanza de pagos de los países no industrializados -como el nuestro- se hayan saldado con un déficit creciente que ha absorbido totalmente nuestras reservas. Por si fuera poco, honorables representantes, se añade el desarrollo de los productos sintéticos inventados por el ingenio de algunos blancos -que mejor harían en dedicarse a otra cosa-, que compiten en el mercado con nuestras materias naturales, de tal manera que nuestros países -que se hartan de llamar subdesarrollados- suministran hoy apenas el cincuenta y seis por ciento de los productos básicos utilizados por los grandes países industrializados.
En esta pendiente, su urgencia para ayudarnos se ha vuelto impostergable. Multiplican reuniones, consultas, asambleas, azuzados por las mejores intenciones y el miedo. Este último, como casi siempre, sin base, pero que se basta a sí mismo. Quieren tener la conciencia tranquila; no les parece justo -alabados sean- que una quinta parte de la población del mundo absorba los dos tercios del ingreso del mismo. Les parece moralmente -he dicho moralmente- intolerable que, por ejemplo, los Estados Unidos consuman casi la mitad de las materias primas del mundo, cuando estamos como estamos.
Existe, además, una razón de orden político: tanto unos como otros consideran que nuestra pobreza nos convierte en una presa fácil para sus respectivos adversarios.
Por último, hay una razón de orden económico, el crecimiento de la producción en los países superdesarrollados conduce a la saturación de sus mercados, a la existencia de excedentes que necesitan vender.
Mientras los peligros de una guerra general y no atómica han persistido, la ayuda a "los países subdesarrollados" ha tenido una importancia mediocre. Pero, desde el momento en que una guerra general se hace más problemática es evidente que la ayuda a los países subdesarrollados amenaza con ampliarse.
Honorables representantes: la ¡dea de la ayuda a los países "subdesarrollados" se basa en la idea, llamémosla europea, del trabajo. Idea retardataria, idea oscurantista, idea que nada tiene que ver con el hecho mismo de ser hombre.
El Ministro de Hacienda: Me parece que el honorable Hamamí Numaruh exagera…
Humamí Numaruh: Es natural que tratándose de préstamos proteste el señor Ministro de Hacienda. Pero tomemos como ejemplo el famoso U.N.I.C.E.F., es decir, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia. Bien está proteger a los niños, pero ¿no sería mejor asegurar la subsistencia de los adolescentes o aún mejor las de los adultos? (Aplausos.) De ello se confiesa totalmente incapaz la propia organización. Tomemos otro ejemplo: la no menos famosa O.M.S., la Organización Mundial de la Salud, que consiguió, con muy reducidos gastos, suprimir la malaria en Ceilán. ¿Qué ha sucedido, según ellos mismos? Que la isla, hasta hace poco exportadora de arroz, desde la supresión del paludismo no produce el suficiente para nutrir a la población. A esto llaman los superdesarrollados, los industrializados, la O.M.S., una catástrofe. (Rumores.)
Honorable Asamblea: hablamos un idioma distinto, porque por muchas vueltas que nosotros le demos, el hecho de que una isla haya pasado, en doce años, de seis a nueve millones de habitantes podrá serlo todo, todo, todo, menos una catástrofe.
Honorables representantes: si se consiguiera el desarme, si el dinero que se gasta en armamentos se nos diese, para la mejoría del nivel de vida de nuestros pueblos, s¡ los gobiernos escogieran la mantequilla en vez de los cañones -para seguir un símil si no muy afortunado, muy popular- tal vez llegáramos con el tiempo a resultados apreciables, pero es construir en el vacío el solo soñarlo. Antes se dijo que "la unión hace la fuerza". Ahora, la fuerza atómica hace la unión, pero el resultado, honorables representantes, es similar: desde que Dios echó a Adán del Paraíso, nadie se ha desarmado por gusto pensando asaltar, algún día, aquel inolvidable reducto. Sin contar, honorables representantes, que los no menos honorables representantes de los países usufructuarios de la riqueza han empezado a preguntarse si nuestras reivindicaciones están justificadas, lo cual equivale a dudar de que el estado de estancamiento de nuestros pueblos se deba a su explotación. Honorables representantes: el problema aparece mal planteado por nuestros teóricos favorecedores, por eso no le hallan solución; hela aquí: no son los países "adelantados" los que deben ayudar a los "subdesarrollados", sino al revés. (Rumores.) Galma: es el primer punto básico de la salida que voy a proponer.
Los sociólogos de raza blanca han buscado en la influencia de la raza y el medio una explicación de nuestras diferentes maneras de ser. No se dan cuenta de que lo que caracteriza al occidental, a los hijos de Grecia y Roma o de Bizancio, es la voluntad constante de responder a los desafíos de la existencia, de no aceptar ninguna fatalidad que se presuma natural, de protestar de cualquier injusticia que se repute estatuida; lo que les ha hecho pensar -infelices- que la condición humana es y será perfectible por el conocimiento de las leyes de la naturaleza y la utilización de sus fuerzas. No hay sino contemplar el hermoso resultado a que han llegado. (Risas.)
Llaman a nuestra manera de considerar el mundo, a nuestra seguridad, fatalismo. Desprecian nuestra idea de la Intemporalidad. "Toda innovación -llegan a decir refiriéndose a nuestras maneras- se condena en nombre de la costumbre de los antepasados". Como si no fuese lo único que nos lega la historia. Sálense de sí si un jefe marroquí admite que la cultura introducida por Francia es, quizá, útil pero que no sirve para nada a los musulmanes, puesto que les basta el Corán. Naturalmente, estos hijos de Prometeo, estos trabajadores infatigables, estos seres que se matan por producir, no se dan cuenta de su equivocación. Se empeñan en hacernos suponer que están en lo cierto. No creo que nos convenga, en ningún momento, sacarles de su error. Si la razón es blanca -vamos a concedérselo, ¿qué nos cuesta en vista de lo que vale?- el sentimiento es negro. (Bravos. Larga y prolongada ovación.)
El Presidente de la Cámara, golpea su mesa: ¡Orden, honorables representantes, orden!
Humamí Numarub: Creen que el sentido del trabajo es lo único que vale la pena; tienen en menos la vida africana, la vida negra, dedicada casi exclusivamente al goce de la misma. Es cierto, como lo señala el profesor Jacobo Verga, que la palabra, la noción "empresa", no tiene el menor sentido ni para nosotros ni para los orientales, islamizados o no. En contraste, la civilización blanca es el resultado de una acumulación inaudita de anárquicas iniciativas individuales, de metódicas investigaciones, de rigor, de trabajo obstinado, de disciplina terrible, de las que no somos capaces; gracias le sean dadas al cielo.
Una voz: ¡Al grano!
Hamamt Numarub: No lo pierdo de vista, honorable representante. Tristes los que piensan que el rocío no es un don de Alá.
Tampoco podemos suponer y mucho menos exigir un cambio radical de la mentalidad de los blancos. Implicaría una mutación psicológica sin precedente. Sentado lo anterior, honorables representantes, voy a exponer las proposiciones que considero pertinentes para resolver nuestros problemas.
Una voz: ¡Ya era hora!
Hamamt Numarub: Debemos partir de la meta -si me permiten esta inversión- de la que les informé al principio. Es decir: nos echan en cara que la natalidad, en nuestros pueblos, no sigue el ritmo descendente que corresponde al ascendiente de la mejor salud que nos proporcionan. Lo cual no me parece muy razonable. Lo de "creced y multiplicaos" hace tiempo que perdió aliciente para ellos, más interesados en la concentración de bienes que en la dispersión -digamos-… del polen. No voy a discutir -no soy sociólogo ni economista, gracias le sean dadas a Alá- esta oscura cuestión desde el ángulo teórico, pero sí voy a conjugar nuestros intereses con los suyos. Es decir, intentar aunar nuestro gusto por la vida con la industrialización. Esto, honorables representantes, lo tenemos en las manos. Bueno: esto de las manos es un decir.
Según las cifras que he puesto en vuestro conocimiento, demográficamente aumentamos a una velocidad increíble. Cada día nace un enorme número de elementos que producirán, a la larga, disturbios y depauperación. (Fuertes rumores.) Honorables representantes: estén o no de acuerdo con mi teoría les pido que me dejen exponer mis soluciones.
Los blancos y su enorme y natural influencia han hecho que gran parte de la humanidad se nutra hoy de productos enlatados. Honorables representantes: enlatemos nuestros sobrantes. Vendámoslos, cambiémoslos por lo que necesitamos. (Enorme revuelo. El Presidente de la Cámara golpea repetidamente su mesa. La calma se restablece lentamente.) El establecimiento de la industria en sí no presenta ningún problema: la Macbinery Corporation of America tiene todo lo necesario, desde el punto de vista técnico, y está dispuesta a proporcionarlo, de acuerdo con el Banco Mundial Internacional. Lo único que habrá que resolver sobre la marcha será que las fábricas de hojalata del Dahomey estén dispuestas a surtir las láminas necesarias para la latería. Las etiquetas pueden hacerse en Francia, por el procedimiento de huecograbado, que dará al género una presentación adecuada y atractiva.
Desde el punto de vista de las sociedades protectoras de todas clases, que no dejarán de poner el grito en el cielo, si mi proposición es aceptada, podemos presentar diversas proposiciones tendientes a tranquilizar sus "buenas" conciencias.
Una voz: ¡Hable más claro!
Hamamí Numaruh: Lo está más que el agua. Es cuestión de vista. Por primera vez en la historia los propios elementos -y alimentos- servirán para resolver los problemas que plantean su carencia o su abundancia.
Aquí es donde quiero especificar las gracias que le debemos al padre Tomás Gilliard por haberme insinuado el enlatar los sobrantes antes de ser bautizados y no tener así problemas con los otros mundos.
No creo que este hecho tenga influencia en la calidad del género ya que hace tiempo no hay paladares acostumbrados a tal manjar. Al principio, por lo menos, podríamos limitarnos a los menores de seis meses. Además de ser justo, y justa correspondencia a las atenciones médicas, los actuales medios suprimen todo dolor y como, por la edad, el elemento primario no puede darse cuenta de su fin, no hay pecado posible.
No olvidemos, honorable Asamblea, que estamos intentando resolver un problema que los blancos tienen por insoluble -uno más de los que, según mi colega sudamericano les ofrecemos-. Es una salida natural, con poco daño y excelentes beneficios; en la que, quiérase o no, como en cualquier empresa humana, existirán fallas, trances amargos, decisiones duras; pero dado el estado de la cuestión que he tenido el honor de exponer, la solución que propongo me parece -y perdonen- no sólo excelente sino única. Sucede, como en todo, que había que haber pensado en ello.
Una voz aguda: Podrían aderezarse para todos los gustos: con dulce, con pimienta o pimientos, con azúcar, piloncillo o azafrán… (Rumores.)
Hatnamt Numarub: Son problemas secundarios. Por otra parte, no me atribuiré, ni mucho menos, la gloria del hallazgo. Bastaría, para volverme despiadadamente a la modestia, la grandeza de nuestro pasado. A nuestros héroes epónimos, a una tradición tan gloriosa como la que más es a la que debemos rendir homenaje. La antropofagia, honorables representantes, fue un signo de cultura tan glorioso como el que más. {Grandes aplausos.)
Antes de terminar quiero presentar dos aspeaos particulares del problema. Discutí largamente con mi colega katangués acerca de la posibilidad de utilizar voluntarios para la producción, sostenía el profesor Fulbert Lumbé que la autosugestión, la seguridad de saber estar cumpliendo un deber en bien de la colectividad, serían suficientes para que toda una clase, vistos los evidentes beneficios otorgados durante su engorda, abastecieran sin dificultad algunas empacadoras. Siento diferir de tan ilustre e ¡lustrada opinión. No rebato la posibilidad de la existencia de unas comunidades decididas a ofrecerse gustosamente al bien público, pero lo considero inadecuado por el momento y -desde el ángulo político- no exento de peligros. En cambio, el enlatado de recién nacidos no ofrece peligros ni dificultades sin contar que el costo -aún comparado al peso- será infinitamente más bajo, redundando en beneficio del Ministerio de Hacienda.
Una voz joven: ¡Moción al orden!
El Presidente de la Cámara: No hay desorden.
Una voz joven: Es de prioridad. No estoy de acuerdo -en parte- con las proposiciones del honorable Hamamí Numaruh, por uní cuestión de orden… en el tiempo. Propongo una modificación esencial a su proyecto: que se enlate a los viejos. (Escándalo.) Lo demás es ir en contra del progreso de la nación. (Continúa el escándalo.)
Voces: ¡No! ¡No! ¡No!
Una voz joven: El objeto de la inteligente operación propuesta es preservar el porvenir del país. Esto sólo lo conseguiremos con elementos nuevos y jóvenes. (Protestas.) ¡Claro, a ustedes no les conviene! (Escándalo.)
El Presidente de la Cámara: ¡Orden! ¡Orden! Ruego al fogoso representante de Oubanga-Oldia que guarde sus fuerzas y sus argumentos para cuando se discuta el articulado del proyecto, s¡ éste se aprueba en lo general.
Una voz joven: No tengo inconveniente en esperar. Yo puedo hacerlo. (Rumores.)
El Presidente de la Cámara: Nuestro honorable representante ante la O.N.U. sigue en el uso de la palabra.
Hamamí Numaruh: Ya serán muy pocas. Queda un punto por tratar y no el menos importante: la carne enlatada -en condiciones tan higiénicas que nada dejen de desear al más exigente-tpresentada elegantemente según las maquetas parisienses de las que hablé, ¿será consumida en los Estados Unidos? Demos por sentado -a mí no me cabe la menor duda- que la O.N.U. apruebe nuestra proposición como la única apta para detener el catastrófico aumento demográfico, llamado a promover, si no se ataja, las más sangrientas revoluciones; a pesar de ello ¿no tendrán los norteamericanos -tan afectos a lo enlatado- reparo en comer carne que, en su origen y en su tiempo, fue de epidermis negra? Este es el peligro que presentan de nuevo los blancos con nosotros. Dejo a la superior opinión del gobierno el resolverlo. He dicho. (Aplausos tibios.)
El Presidente del Consejo: El Gobierno y el Parlamento dan las gracias a Su Excelencia Hamamí Numaruh por su informe. El Gobierno que me honro en presidir toma buena nota de la sugestión de nuestro honorable representante ante la O.N.U. La proposición me parece de tal interés que el menor soplo que acerca de ello pudieran tener cualquier país de raíz helénica sería funesto. ¡Y no digamos si llegaran a enterarse algunos de nuestros países vecinos! El Gobierno que me honro en presidir exige a los presentes la mayor discreción, el total silencio. Si no fuera así, el o los culpables y sus familias podrían servir para surtir los primeros pedidos. (Sensación.) Referente a los escrúpulos de nuestro compañero en lo que se refiere a ciertas posibles prevenciones -que soy el primero en lamentar- de algunos pueblos blancos hacia nuestros productos, no creo que sean, ni mucho menos insalvables, es cuestión de propaganda, sin contar que no tratándose de derechos y sí de buenos alimentos, nuestros actuales favorecedores nunca han puesto inconveniente alguno a aprovecharse de nuestro trabajo. Desde ahora puedo asegurar que la propuesta de nuestro ilustre compañero abre horizontes absolutamente insospechados para toda la humanidad. Gracias le sean dadas. (Grandes aplausos. Bravos.)
El Presidente de la Cámara: Se levanta la sesión.
Himno Nacional.
Nota posterior:
El 23 de octubre de 1962 estalló la rebelión -vencida mes y medio después- de las tribus Mau-Kona, Hamamí Numaruh, fue el primer elemento utilizado en la Fábrica número 1, inaugurada oficialmente por él quince días antes, que no pudo ponerse en marcha por la falla de una pieza mecánica. Esta falla, debida a otra de un avión Convair, le costó posiblemente la vida.