"Brida" - читать интересную книгу автора (Coelho Paulo)

Verano y Otoño

– Deseo aprender magia -dijo la chica.

El Mago la miró. Jeans descoloridos, camiseta y el aire de desafío que toda persona tímida acostumbra usar cuando no debía. "Debo tener el doble de su edad", pensó el Mago. Y, a pesar de esto, sabía que estaba delante de su Otra Parte.

– Mi nombre es Brida -continuó ella-. Disculpe por no haberme presentado. Esperé mucho este momento, y estoy más ansiosa de lo que pensaba.

– ¿Para qué quieres aprender magia? -preguntó él. -Para responder algunas preguntas de mi vida. Para conocer los poderes ocultos. Y, tal vez, para viajar al pasado y al futuro.

No era la primera vez que alguien iba hasta el bosque para pedirle esto. Hubo una época en que había sido un Maestro muy conocido y respetado por la Tradición. Había aceptado varios discípulos y creído que el mundo cambiaría en la medida en que él pudiese cambiar a aquellos que lo rodeaban. Pero había cometido un error. Y los Maestros de la Tradición no pueden cometer errores.

– ¿No crees que eres muy joven?

– Tengo veintiún años -dijo Brida-. Si quisiera aprender ballet ahora, ya me encontrarían demasiado vieja.

El mago le hizo una seña para que lo acompañase. Los dos comenzaron a caminar juntos por el bosque, en silencio. "Es bonita-pensaba él, mientras las sombras de los árboles iban mudando rápidamente de posición porque el sol ya estaba cerca del horizonte-. Pero le doblo la edad." Esto significaba que posiblemente iba a sufrir.

Brida estaba irritada por el silencio del hombre que caminaba a su lado; su última frase ni siquiera había merecido un comentario por parte de él. El suelo del bosque estaba húmedo, cubierto de hojas secas; ella también reparó en las sombras cambiantes y la noche cayendo rápidamente. Dentro de poco oscurecería, y ellos no llevaban ninguna linterna.

"Tengo que confiar en él -se alentaba a sí misma-. Si creo que él me puede enseñar magia, también he de creer que me puede guiar por un bosque."

Continuaron caminando. El parecía andar sin rumbo, de un lado para otro, cambiando de dirección sin que ningún obstáculo estuviese interrumpiendo su camino. Más de una vez anduvieron en círculos, pasando tres o cuatro veces por el mismo lugar.

"Quién sabe si me está probando." Estaba resuelta a ir hasta el fin con aquella experiencia y procuraba demostrar que todo lo que estaba ocurriendo -inclusive las caminatas en circulo- eran cosas perfectamente normales.

Había venido desde muy lejos y había esperado mucho aquel encuentro. Dublín quedaba a casi 150 kilómetros de distancia y los autobuses hasta aquella aldea eran incómodos y salían en horarios absurdos. Tuvo que levantarse temprano, viajar tres horas, preguntar por él

en la pequeña ciudad, explicar lo que deseaba con un hombre tan extraño. Finalmente le indicaron la zona del bosque donde él acostumbraba estar durante el día, pero no sin antes alguien prevenirla de que él ya había intentado seducir a una de las mozas de la aldea.

"Es un hombre interesante", pensó para sí. El camino ahora era una subida y ella comenzó a desear que el sol se demorase aún un poco más en el cielo. Tenía miedo de resbalar en las hojas húmedas que estaban en el suelo.

– ¿Por qué quieres aprender magia?

Brida se alegró de que el silencio se rompiera. Repitió la misma respuesta de antes.

Pero a él no le satisfizo.

– Quizá quieras aprender magia porque es misteriosa y oculta. Porque tiene respuestas que pocos seres humanos consiguen encontrar en toda su vida. Pero, sobre todo, porque evoca un pasado romántico.

Brida no dijo nada. No sabía qué decir. Se quedó deseando que él volviese a su silencio habitual porque tenía miedo de dar una respuesta que no gustase al Mago.

Llegaron finalmente a lo alto de un monte, después de atravesar el bosque entero. El terreno allí tornábase rocoso y desprovisto de cualquier vegetación, pero era menos resbaladizo, y Brida acompañó al Mago sin ninguna dificultad.

Él se sentó en la parte más alta y pidió a Brida que hiciese lo mismo.

– Otras personas ya estuvieron aquí antes -dijo el Mago-. Vinieron a pedirme que les enseñase magia. Pero yo ya enseñé todo lo que necesitaba enseñar, ya devolví a la Humanidad lo que ella me dio. Hoy quiero quedarme solo, subir a las montañas, cuidar las plantas y comulgar con Dios.

– No es verdad -respondió la chica.

– ¿Qué no es verdad? -él estaba sorprendido. -Quizá quiera comulgar con Dios. Pero no es verdad que quiera quedarse solo.

Brida se arrepintió. Dijo todo aquello impulsivamente y ahora era demasiado tarde para remediar su error. Tal vez existiesen personas a quienes les gustase quedarse solas. Tal vez las mujeres necesitasen más a los hombres que los hombres a las mujeres.

El Mago, no obstante, no parecía irritado cuando volvió a hablar.

Voy a hacerte una pregunta -dijo-. Tienes que ser absolutamente sincera en tu respuesta. Si me dices la verdad, te enseñaré lo que me pides. Si mientes, nunca más debes volver a este bosque.

Brida respiró aliviada. Era tan solo una pregunta. No precisaba mentir, eso era todo. Siempre consideró que los Maestros, para aceptar a sus discípulos, exigían cosas más difíciles.

Se sentó enfrente de ella. Sus ojos estaban brillantes. -Supongamos que yo empiece a enseñarte lo que aprendí -dijo, con los ojos fijos en los de ella-. Comience a mostrarte los universos paralelos que nos rodean, los ángeles, la sabiduría de la Naturaleza, los misterios de la Tradición del Sol y de la Tradición de la Luna. Y, cierto día, vas hasta la ciudad para comprar algunos alimentos y encuentras en mitad de la calle al hombre de tu vida.

"No sabría reconocerlo", pensó ella. Pero resolvió quedarse callada; la pregunta parecía más difícil de lo que había imaginado.

– Él percibe lo mismo y consigue acercarse a ti. Os enamoráis. Tú continúas tus estudios conmigo, yo te muestro la sabiduría del Cosmos durante el día, él te muestra la sabiduría del Amor durante la noche. Pero llega un determinado momento en que ambas cosas ya no pueden seguir andando juntas. Necesitas escoger.

El Mago paró de hablar por algunos instantes. Incluso antes de preguntar, tuvo miedo de la respuesta de la joven. Su venida, aquella tarde, significaba el final de una etapa en la vida de ambos. El lo sabía, porque conocía las tradiciones y los designios de los Maestros. La necesitaba tanto como ella a él. Pero ella debía decir la verdad en aquel momento; era la única condición.

Ahora respóndeme con toda franqueza -dijo, al fin, tomando coraje-. ¿Dejarías todo lo que aprendiste hasta entonces, todas las posibilidades y todos los misterios que el mundo de la magia te podría proporcionar, para quedarte con el hombre de tu vida?

Brida desvió los ojos de él. A su alrededor estaban las montañas, los bosques y, allí abajo, la pequeña aldea comenzaba a encender sus luces. Las chimeneas humeaban, dentro de poco las familias estarían reunidas en torno a la mesa para cenar. Trabajaban con honestidad, temían a Dios y procuraban ayudar al prójimo. Sus vidas estaban explicadas, eran capaces de entender todo lo que pasaba en el Universo, sin jamás haber oído hablar de cosas como la Tradición del Sol y la Tradición de la Luna.

– No veo ninguna contradicción entre mi búsqueda y mi felicidad -dijo ella.-

Responde a lo que te he preguntado -los ojos del Mago estaban fijos en los de ella-. ¿Abandonarías todo por esa persona?

Brida sintió unas ganas inmensas de llorar. No era apenas una pregunta, era una elección, la elección más difícil que las personas tienen que hacer en toda su vida. Ya había pensado mucho sobre esto. Hubo una época en que nada en el mundo era tan importante como ella misma. Tuvo muchos novios, siempre creyó que amaba a cada uno de ellos, y siempre vio al amor acabarse de un momento a otro. De todo lo que conocía hasta entonces, el amor era lo más difícil. Actualmente estaba enamorada de alguien que tenía poco más que su edad, estudiaba Física y veía al mundo de manera totalmente diferente a la de ella. Nuevamente estaba creyendo en el amor, apostando a sus sentimientos, pero se había decepcionado tantas veces que ya no estaba segura de nada. Pero, aun así, ésta continuaba siendo la gran apuesta de su vida.

Evitó mirar al Mago. Sus ojos se fijaron en la ciudad con sus chimeneas humeando. Era a través del amor como todos procuraban entender el universo desde el comienzo de los tiempos.

– Yo abandonaría -dijo finalmente.

Aquel hombre que estaba frente a ella jamás entendería lo que pasaba en el corazón de las personas. Era un hombre que conocía el poder, los misterios de la magia, pero no conocía a las personas. Tenía los cabellos grisáceos, la piel quemada por el sol, el físico de quien está acostumbrado a subir y bajar aquellas montañas. Era encantador, con unos ojos que reflejaban su alma, llena de respuestas, y debía estar una vez másd ecepcionado con los sentimientos de los seres humanos comunes. Ella también estaba decepcionada consigo misma, pero no podía mentir.

– Mírame -dijo el Mago.

Brida estaba avergonzada. Pero, aun así, miró. -Has dicho la verdad. Te enseñaré.

La noche cayó por completo y las estrellas brillaban en un cielo sin luna. En dos horas, Brida contó su vida entera a aquel desconocido. Intentó buscar hechos que explicasen su interés por la magia -como visiones en la infancia, premoniciones, llamadas interiores-, pero no consiguió encontrar nada. Tenía ganas de conocer, y eso era todo. Y por este motivo había frecuentado cursos de astrología, tarot y numerología.

– Esto son apenas lenguajes -dijo el Mago- y no son los únicos. La magia habla todos los lenguajes del corazón del hombre.

– ¿Qué es la magia, entonces? -preguntó ella.

A pesar de la oscuridad, Brida percibió que el Mago había girado el rostro. Estaba mirando al cielo, absorto, quién sabe si en busca de una respuesta.

– La magia es un puente -dijo, finalmente-. Un puente que te permite ir del mundo visible hacia el invisible. Y aprender las lecciones de ambos mundos.

– Y, ¿cómo puedo aprender a cruzar ese puente? -Descubriendo tu manera de cruzarlo. Cada persona tiene su manera.

– Fue lo que vine a buscar aquí.

– Existen dos formas -respondió el Mago-. La Tradición del Sol, que enseña los secretos a través del Espacio, de las cosas que nos rodean. Y la Tradición de la

Luna, que enseña los secretos a través del Tiempo, de las cosas que están presas en su memoria.


Brida había entendido. La Tradición del Sol era aquella noche, los árboles, el frío en su cuerpo, las estrellas en el cielo. Y la Tradición de la Luna era aquel hombre frente a ella, con la sabiduría de los antepasados brillando en sus ojos.

– Aprendí la Tradición de la Luna -dijo el Mago, como si estuviese adivinando sus pensamientos-. Pero jamás fui un Maestro en ella. Soy un Maestro en la Tradición del Sol.

– Muéstreme la Tradición del Sol -dijo Brida, desconfiada, porque había presentido una cierta ternura en la voz del Mago.

– Te enseñaré lo que aprendí. Pero son muchos los caminos de la Tradición del Sol.

"Es preciso tener confianza en la capacidad que cada persona tiene de enseñarse a sí misma."

Brida no estaba equivocada. Había realmente ternura en la voz del Mago. Aquello la asustaba, en vez de tranquilizarla.

– Soy capaz de entender la Tradición del Sol -dijo. El Mago dejó de mirar a las estrellas y se concentró en la chica. Sabía que ella todavía no era capaz de aprender la Tradición del Sol. Aun así, debía enseñarla. Ciertos discípulos eligen a sus Maestros.

– Quiero recordarte una cosa, antes de la primera lección -dijo-. Cuando alguien encuentra su camino, no puede tener miedo. Tiene que tener el coraje suficiente para dar pasos errados. Las decepciones; las derrotas, el desánimo, son herramientas que Dios utiliza para mostrar el camino.

– Herramientas extrañas -dijo Brida-. Muchas veces hacen que las personas desistan.

El Mago conocía el motivo. Ya había experimentado en su cuerpo y alma estas extrañas herramientas de Dios. -Enséñeme la Tradición del Sol -insistió ella.

El Mago pidió a Brida que se recostara en un saliente de la roca y se relajara.

– No necesitas cerrar los ojos. Mira el mundo a tu alrededor y percibe todo cuanto puedas percibir. A cada momento, ante cada persona, la Tradición del Sol muestra la sabiduría eterna.

Brida hizo lo que el Mago le mandaba pero pensó que estaba yendo muy rápido.

– Ésta es la primera y más importante lección -dijo él-. Fue creada por un místico español, que entendió el significado de la fe. Su nombre era Juan de la Cruz.

Miró a la chica, entregada y confiada. Desde el fondo de su corazón, imploró que ella entendiese lo que iba a enseñarle. A fin de cuentas, ella era su Otra Parte, aun cuando todavía no lo supiera, aun cuando todavía fuese demasiado joven y estuviera fascinada por las cosas y por las personas del mundo..


Brida llegó a ver, a través de la oscuridad, la figura del Mago entrando en el bosque y desapareciendo entre los árboles que había a su izquierda. Tuvo miedo de quedarse sola allí y procuró mantenerse relajada. Ésta era su primera lección: no podía mostrar ningún nerviosismo.

"Él me aceptó como discípula. No puedo decepcionarlo."

Estaba contenta consigo misma y al mismo tiempo sorprendida por la rapidez con que todo había sucedido. Pero jamás había dudado de su capacidad -estaba orgullosa de ella-, y de lo que la había llevado hasta allí. Estaba segura de que, desde algún lugar de la roca, el Mago estaba observando sus reacciones, para ver si era capaz de aprender la primera lección de magia. Él había hablado de coraje, pues, hasta con miedo -en el fondo de su mente comenzaban a surgir imágenes de serpientes y escorpiones que habitaban aquella roca-, ella debía demostrar valor. Dentro de poco él volvería, para enseñarle la primera lección.

"Soy una mujer fuerte y decidida", repitió, en voz baja, para sí misma. Era una privilegiada por estar allí, con aquel hombre, a quien las personas adoraban o temían. Revivió toda la tarde que habían pasado juntos, se acordó del momento en que percibió alguna ternura en su voz. "Quién sabe si también me encontró una mujer interesante. Tal vez incluso quisiera hacer el amor conmigo." No sería una mala experiencia; había algo extraño en sus ojos.

"Qué pensamientos tan tontos." Estaba allí, detrás algo muy concreto -un camino de conocimiento de repente, se percibía a sí misma como una simple mujer. Procuró no pensar más en esto y fue cuando dio cuenta de que ya había pasado mucho tiempo di de que el Mago la dejara sola.

Comenzó a sentir un inicio de pánico; la fama que corría respecto de ese hombre era contradictoria. Algunas personas decían que había sido el más poderoso Maestro que jamás conocieran, que era capaz de cambiar la dirección del viento, de abrir agujeros en las nubes, utilizando apenas la fuerza del pensamiento. Brida, como todo el mundo, quedaba fascinada por prodigios de esa naturaleza.

Otras personas, sin embargo -personas que frecuentaban el mundo de la magia, los mismos cursos y clases que ella frecuentaba-, garantizaban que él era un era un hechicero negro, que cierta vez había destruido a un hombre con su Poder porque se había enamorado de mujer de ese hombre. Y había sido por esa causa que pesar de ser un Maestro, había sido condenado a vagar en la soledad de los bosques.

"Quizá la soledad lo haya enloquecido más aún" y Brida comenzó a sentir de nuevo un inicio de pánico. A pesar de su juventud, ya conocía los daños que la soledad era capaz de causar en las personas, principalmente cuando se hacían mayores. Había encontrado personas que habían perdido todo el brillo de vivir porque no conseguían ya luchar contra la soledad, y acabaron viciadas en ella. Eran, en su mayoría, personas que consideraban al mundo un lugar sin dignidad y sin gloria, que gastaban sus tardes y noches hablando sin parar de los errores que los otros habían cometido. Eran personas a quienes la soledad había convertido en jueces del mundo, cuyas sentencias se esparcían a los cuatro vientos, para quien las quisiere oír. Tal vez el Mago hubiera enloquecido con la soledad.

De repente, un ruido más fuerte a su lado la sobresaltó e hizo que su corazón se disparase. Ya no había ningún vestigio del abandono en que se encontraba antes. Miró a su alrededor sin distinguir nada. Una ola de pavor parecía nacer desde su vientre y difundirse por el cuerpo entero.

"Tengo que controlarme", pensó, pero era imposible. La imagen de las serpientes, de los escorpiones, los fantasmas de su infancia, comenzaron a aparecer frente a ella. Brida estaba demasiado aterrorizada para conseguir mantener el control. Otra imagen surgió: la de un hechicero poderoso, con un pacto demoniaco, que estaba ofreciendo su vida en holocausto.

– ¿Dónde estás? -gritó finalmente. Ya no quería impresionar a nadie. Todo lo que quería era salir de allí.

Nadie respondió.

– ¡Quiero salir de aquí! ¡Socorro!

Pero sólo estaba el bosque, con sus ruidos extraños. Brida se sintió desfallecer de miedo, creyó que iba a desmayarse. Pero no podía; ahora que tenía la certeza de que él estaba lejos, desmayarse sería peor. Tenía que mantener el control de sí misma.

Este pensamiento le hizo descubrir que alguna fuerza dentro de ella estaba luchando para mantener el control. "No puedo continuar gritando", fue lo primero que pensó. Sus gritos podían llamar la atención de otros hombres que vivían en aquel bosque, y hombres que viven en bosques pueden ser más peligrosos que animales salvajes.

"Tengo fe -comenzó a repetir, bajito-. Tengo fe en Dios, en mi Ángel de la Guarda, que me trajo hasta aquí y permanece conmigo. No sé explicar cómo es, pero sé que él está cerca. No tropezaré con ninguna piedra."

La última frase era de un Salmo que aprendió en la infancia y que hacía muchos años que no repetía. Su abuela, muerta poco tiempo atrás, se lo había enseñado. Le hubiera gustado tenerla cerca en aquel momento; inmediatamente sintió una presencia amiga.

Estaba empezando a entender que había una gran diferencia entre peligro y miedo.

"Lo que habita en el escondrijo del Altísimo…", así comenzaba el Salmo. Notó que estaba acordándose de todo, palabra por palabra, exactamente como si su abuela estuviese recitando en aquel instante para ella. Recitó durante algún tiempo, sin parar, y, a pesar del miedo, se sintió más tranquila. No tenía otra elección: o confiaba en Dios, en su Ángel de la Guarda, o se desesperaba.

Sintió una presencia protectora. "Necesito creer en esta presencia. No sé explicarla, pero existe. Y permanecerá conmigo toda la noche, porque yo sola no sé salir de aquí."

Cuando era pequeña, solía despertarse en mitad de la noche, espantada. Su padre, entonces, iba con ella

hasta la ventana y le mostraba la ciudad donde vivían. Le hablaba de los guardas nocturnos, del lechero que ya estaba entregando la leche, del panadero haciendo el pan de cada día. Su padre le pedía que expulsara a los monstruos que había colocado en la noche y los sustituyera por estas personas, que vigilaban la oscuridad. "La noche es apenas una parte del día", decía.

La noche era apenas una parte del día. Y del mismo modo que se sentía protegida por la luz, podía sentirse protegida por las tinieblas. Las tinieblas hacían que ella invocase aquella presencia protectora. Tenía que confiar en ella. Y esa confianza se llamaba Fe. Nadie jamás podría entender la Fe. La Fe era exactamente aquello que estaba sintiendo ahora, una zambullida sin explicación en una noche oscura como aquélla. Existía sólo porque se creía en ella. Así como los milagros tampoco tenían ninguna explicación, pero sucedían para quien creía en ellos.

"Él me habló de la primera lección", dijo ella, de repente, dándose cuenta. La presencia protectora estaba allí, porque creía en ella. Brida empezó a sentir el cansancio de tantas horas de tensión. Comenzó a relajarse de nuevo, y se sintió cada momento más protegida.

Tenía fe. Y la fe no dejaría que el bosque fuese de nuevo poblado por escorpiones y serpientes. La fe mantendría a su Ángel de la Guarda despierto, velando.

Se recostó otra vez en la roca y se durmió sin darse cuenta.

Cuando despertó ya había aclarado y un lindo sol coloreaba todo a su alrededor. Tenía un poco de frío, la ropa sucia, pero su alma se sentía feliz. Había pasado una noche entera, sola, en un bosque.

Buscó con los ojos al Mago, aun sabiendo la inutilidad de su gesto. El debía estar andando por los bosques, procurando "comulgar con Dios", y quizá preguntándose si aquella chica de la noche anterior había tenido el coraje de aprender la primera lección de la Tradición del Sol.

– Aprendí sobre la Noche Oscura -dijo ella al bosque, que ahora estaba silencioso-. Aprendí que la búsqueda de Dios es una Noche Oscura. Que la Fe es una Noche Oscura.

"No fue sorpresa. Cada día del hombre es una Noche Oscura. Nadie sabe lo que va a pasar el próximo minuto, e, incluso así, las personas van hacia adelante. Porque confían. Porque tienen Fe."

O, quién sabe, porque no perciben el misterio encerrado en el próximo segundo. Pero esto no tenía la menor importancia, lo importante era saber que ella había entendido.

Que cada momento en la vida era un acto de fe. Que podía poblarlo con serpientes y escorpiones, o con una fuerza protectora.

Que la fe no tenía explicaciones. Era una Noche Oscura. Y tan solo cabía a ella aceptarla o no.

Brida miró el reloj y vio que ya se estaba haciendo tarde. Tenía que tomar un autobús, viajar durante tres horas y pensar algunas explicaciones convincentes para dar a su novio; jamás se creería que ella había pasado la noche entera, sola, en un bosque.

– ¡Es muy difícil la Tradición del Sol! -le gritó al bosque-. ¡Tengo que ser mi propia Maestra, y no era esto lo que yo esperaba!

Miró hacia la pequeña ciudad, allá abajo, trazó mentalmente su camino por el bosque y empezó a andar. Antes, no obstante, se volvió nuevamente hacia la roca.

– Quiero decir otra cosa -gritó con voz suelta y alegre-. Eres un hombre muy interesante.

Recostado en el tronco de un viejo árbol, el Mago vio cómo la chica se perdía en el bosque. Había escuchado su miedo y oído sus gritos durante la noche. En algún momento llegó a pensar en aproximarse, abrazarla, protegerla de su pavor, decirle que ella no necesitaba aquel tipo de desafío.

Ahora estaba contento de no haberlo hecho. Y orgulloso de que aquella chica; con toda su confusión juvenil, fuese su Otra Parte.

En el centro de Dublín existe una librería especializada en los tratados de ocultismo más avanzados. Es una librería que jamás hizo publicidad alguna en diarios ni revistas: las personas sólo llegan allí recomendadas por otras, y el librero queda contento, porque tiene un público selecto y especializado.

Aun así, la librería está siempre llena. Después de oír hablar mucho de ella, finalmente Brida consiguió la dirección por medio del profesor de un curso de viaje astral al que estaba asistiendo. Fue allí una tarde, después del trabajo, y quedó encantada con el lugar.

Desde entonces siempre que podía iba a ver los libros: apenas mirarlos, porque eran todos importados y muy caros. Acostumbraba hojearlos uno por uno, prestando atención a los dibujos y símbolos que algunos volúmenes traían, y sintiendo intuitivamente la vibración de todo aquel conocimiento acumulado. Después de la experiencia con el Mago se había vuelto más cautelosa. A veces se enfadaba consigo misma porque sólo conseguía participar en las cosas que podía entender. Presentía que estaba perdiendo algo importante en esta vida, que de esa manera sólo tendría experiencias repetidas. Pero no encontraba la valentía para cambiar. Necesitaba estar siempre mirando su camino; ahora que conocía la Noche Oscura, sabía que no deseaba andar por ella.

Y a pesar de quedar insatisfecha consigo misma, algunas veces le era imposible ir más allá de sus propios límites.

Los libros eran más seguros. Los estantes contenían reediciones de tratados escritos centenares de años atrás; muy poca gente se arriesgaba a decir algo nuevo en este campo. Y la sabiduría oculta parecía sonreír en aquellas páginas, distante y ausente, ante el esfuerzo de los hombres en intentar develarla a cada generación.

Además de los libros, Brida tenía otro gran motivo para frecuentar el local: se quedaba observando a quienes venían siempre allí. A veces fingía hojear respetables tratados alquímicos, pero sus ojos estaban concentrados en las personas -hombres y mujeres, generalmente más viejos que ella- que sabían lo que deseaban e iban siempre hacia el estante adecuado. Intentaba imaginar cómo debían ser en la intimidad. A veces parecían sabios, capaces de despertar la fuerza o el poder que los mortales no conocían. Otras, apenas personas desesperadas, intentando descubrir nuevamente respuestas que olvidaron hace mucho tiempo y sin las cuales la vida dejaba de tener sentido.

Reparó también en que los clientes más usuales acostumbraban conversar siempre con el librero. Hablaban de cosas extrañas, como fases de la luna, propiedades de las piedras y pronunciación correcta de palabras rituales.

Cierta tarde Brida decidió hacer lo mismo. Estaba regresando del trabajo, donde todo le había ido bien. Consideró que debía aprovechar el día de suerte.

– Sé que existen sociedades secretas -dijo. Creyó que era un buen comienzo para la conversación. Ella "sabía" algo.

Pero todo lo que el librero hizo fue levantar la cabeza de las cuentas que estaba haciendo y mirar espantado a la chica.

– Estuve con el Mago de Folk -dijo una Brida ya medio desconcertada, sin saber cómo continuar-. Él me habló sobre la Noche Oscura. Él me dijo que el camino de la sabiduría es no tener miedo de errar.

Reparó en que el librero ya estaba prestando más atención a sus palabras. Si el Mago le había enseñado algo, es porque ella debía ser una persona especial.

– Si sabes que el camino es la Noche Oscura, entonces, ¿por qué buscar los libros? -dijo él, finalmente, y ella entendió que la referencia al Mago no había sido una buena idea.

– Porque no quiero aprender de esa manera -respondió ella.

El librero se quedó mirando a la joven que estaba frente a él. Ella poseía un Don. Pero era extraño que, sólo por esto, el Mago de Folk le hubiese dedicado tanta atención. Debía haber otra causa. También podía ser mentira, pero ella había hecho comentarios sobre la Noche Oscura.

– Te he visto siempre por aquí -dijo-. Entras, hojeas todo y nunca compras libros.

– Son caros -dijo Brida, presintiendo que él estaba interesado en continuar la conversación-. Pero he leído otros libros, frecuenté varios cursos.

'Le dijo el nombre de los profesores. Tal vez el librero se quedase todavía más impresionado.

De nuevo la situación resultó contraria a sus expectativas. El librero la interrumpió y fue a atender a un

cliente que quería saber si el almanaque con las posiciones planetarias para los próximos cien años había llegado.

El librero consultó una serie de paquetes que estaban debajo del mostrador. Brida reparó en que los paquetes traían sellos de distintas partes del mundo.

Estaba cada vez más nerviosa; su coraje inicial había pasado por completo. Pero tuvo que esperar a que el cliente recibiera el libro, pagase, le devolvieran el cambio y se fuera. Sólo entonces, el librero se dirigió nuevamente a ella.

– No sé cómo continuar -dijo Brida. Sus ojos estaban comenzando a ponerse colorados.

– ¿Qué sabes hacer bien? -preguntó él.

– Ir tras de lo que creo -no había otra respuesta. Vivía corriendo tras de lo que creía. El problema es que cada día creía en una cosa diferente.

El librero escribió un nombre en el papel donde estaba haciendo sus cuentas. Arrancó el pedazo donde había escrito v lo mantuvo en su mano.

– Voy a darte una dirección -dijo-. Hubo una época en que las personas aceptaban las experiencias mágicas como cosas naturales. En aquel entonces no había siquiera sacerdotes. Y nadie salía corriendo tras secretos ocultos.

Brida no sabía si se estaría refiriendo a ella. -¿Sabes lo que es la magia? -preguntó él.

– Es un puente. Entre el mundo visible y el invisible. El librero le extendió el papel. Allí estaba un teléfono y un nombre: Wicca.

Brida agarró rápidamente el papel, le agradeció y salió. Al llegar a la puerta, se volvió hacia él:

– Y también sé que la magia habla muchos lenguajes. Incluso el de los libreros, que se fingen difíciles pero que son generosos y accesibles.

Le mandó un beso y desapareció tras la puerta. El librero interrumpió sus cuentas y se quedó mirando su tienda. "El Mago de Folk le enseñó estas cosas", pensó. Un don, por bueno que fuese, no era suficiente para que el Mago se interesase; debía existir otro motivo. Wicca sería capaz de descubrir cuál era.

Ya era hora de cerrar. El librero estaba notando que el público de su tienda comenzaba a cambiar. Era cada vez más joven; como decían los viejos tratados que poblaban sus estantes, las cosas empezaban a volver, finalmente, al lugar de donde partieron.

El edificio antiguo estaba en el centro de la ciudad, en un lugar que hoy en día sólo es frecuentado por turistas en busca del romanticismo del siglo pasado. Brida tuvo que esperar una semana hasta que Wicca decidiera recibirla y ahora se hallaba delante de una construcción grisácea y misteriosa, intentando contener su excitación. Aquel edificio encajaba con el modelo de su búsqueda, era exactamente en un lugar como aquél donde debían vivir las personas que frecuentaban la librería.

El lugar no tenía ascensor. Subió las escaleras lentamente, para no llegar sofocada. Tocó el timbre de la única puerta del tercer piso.

Un perro ladró, desde adentro. Después de algún rato, una mujer delgada, bien vestida y con un aire severo, salió a recibirla.

– Fui yo quien telefoneó -dijo Brida.

Wicca le hizo una señal para que entrase, y Brida se encontró en una sala toda blanca, con obras de arte moderno en las paredes y en las mesas. Cortinas igualmente blancas ayudaban a filtrar la luz del sol; el ambiente estaba dividido en varios planos, distribuyendo con armonía los sofás, la mesa y la biblioteca repleta de libros. Todo parecía decorado con muy buen gusto, y Brida se acordó de ciertas revistas de arquitectura que acostumbraba hojear en los quioscos.

"Debe haber costado muy caro", fue el único pensamiento que se le ocurrió.

Wicca llevó a la recién llegada hasta uno de los ambientes de la inmensa sala, donde había dos sillones de diseño italiano, hechos de cuero y acero. Entre ambos había una mesita baja, de vidrio, con las patas también de acero. -Eres muy joven -dijo Wicca, finalmente.

No serviría hablar de las bailarinas, etc. Brida permaneció en silencio, esperando el próximo comentario, mientras intentaba imaginar qué hacía un ambiente tan moderno como aquél en un edificio tan antiguo. Su idea romántica de la búsqueda del conocimiento se había disipado nuevamente.

– Él me telefoneó -dijo Wicca; Brida entendió que se estaba refiriendo al librero.

Vine en busca de un Maestro. Quiero recorrer el camino de la magia.

Wicca miró a la chica. Ella, de hecho, poseía un Don. Pero necesitaba saber por qué el Mago de Folk se había interesado tanto por ella. El Don, por sí solo, no era bastante. Si el Mago de Folk fuese un iniciante en la magia, podría haber quedado impresionado por la claridad con que el Don se manifestaba en la chica. Pero él ya había vivido lo suficiente como para aprender que toda y cualquier persona poseía un Don; ya no era sensible a esos ardides.

Levantóse, fue hasta el estante y tomó su baraja preferida.

– ¿Sabes echarlas? -preguntó.

Brida balanceó la cabeza afirmativamente. Había hecho algunos cursos, sabía que la baraja en la mano de la mujer era un tarot con sus setenta y ocho cartas. Había aprendido algunas maneras de colocar el tarot y se alegró por tener una oportunidad de mostrar sus conocimientos.

Pero la mujer se quedó con la baraja. Mezcló las cartas, las colocó en la mesita de vidrio con las caras hacia abajo. Se quedó mirándolas en esa posición, completamente desorganizadas, diferente de cualquier método que Brida aprendiera en sus cursos. Después, dijo algunas palabras en una lengua extraña y giró solamente una de las cartas de la mesa.

Era la carta número 23. Un rey de bastos.

– Buena protección -dijo ella-. De un hombre poderoso, fuerte, de cabellos negros.

Su novio no era ni poderoso ni fuerte. Y el Mago tenía los cabellos grisáceos.

– No pienses en su aspecto físico -dijo Wicca, como si estuviese adivinando su pensamiento-. Piensa en tu Otra Parte.

– ¿Qué es la Otra Parte? -Brida estaba sorprendida con la mujer. Ella le inspiraba un respeto misterioso, una sensación diferente de la que tuviera con el Mago o con el librero.

Wicca no respondió a la pregunta. Volvió a reunir y barajar las cartas y nuevamente las esparció desordenadamente sobre la mesa -sólo que esta vez con las caras hacia arriba-. La carta que estaba en medio de aquella aparente confusión era la carta número 11. La Fuerza. Una mujer abriendo la boca de un león. Wicca retiró la carta y le pidió que la tomara. Brida la tomó, sin saber bien lo que debía hacer.

Tu lado más fuerte siempre fue mujer en otras encarnaciones -dijo ella.

– ¿Qué es la Otra Parte? -insistió Brida. Era la primera vez que desafiaba a aquella mujer. Incluso así, era un desafío lleno de timidez.

Wicca quedó un momento en silencio. Una sospecha pasó por el fondo de su mente: el Mago no había enseñado nada sobre la Otra Parte a aquella chica. "Tonterías", se dijo para sí misma. Y apartó el pensamiento.

– La Otra Parte es lo primero que las personas aprenden cuando quieren seguir la Tradición de la Luna -respondió-. Sólo entendiendo a la Otra Parte es como se entiende que el conocimiento puede ser transmitido a través del tiempo.

Ella iba a explicar. Brida permaneció en silencio, ansiosa.

– Somos eternos, porque somos manifestaciones de Dios -dijo Wicca-. Por eso pasamos por muchas vidas y por muchas muertes, saliendo de un punto que nadie sabe y dirigiéndonos a otro que tampoco conocemos. Acostúmbrate al hecho de que muchas cosas en la magia no son ni serán nunca explicadas. Dios resolvió hacer ciertas cosas de cierta manera, y el porqué hizo esto es un secreto que sólo Él conoce.

"La Noche Oscura de la Fe", pensó Brida. Ella también existía en la Tradición de la Luna.

– -El hecho es que esto sucede -continuó Wicca-. Y cuando las personas piensan en la reencarnación, siempre se enfrentan con una pregunta muy difícil: si en el comienzo existían tan pocos seres humanos sobre la faz de la Tierra, y hoy existen tantos, ¿de dónde vienen esas nuevas almas?

Brida estaba con la respiración suspendida. Ya se había hecho esta pregunta a sí misma muchas veces.

– La respuesta es simple -dijo Wicca, después de saborear por algún tiempo la ansiedad de la joven-. En ciertas reencarnaciones, nos dividimos. Así como los cristales y las estrellas, así como las células y las plantas, también nuestras almas se dividen.

Nuestra alma se transforma en dos, estas nuevas almas se transforman en otras dos, y así en algunas generaciones, estamos esparcidos por buena parte de la Tierra.

– ¿Y sólo una de estas partes tiene la conciencia de quién es? -preguntó Brida. Guardaba muchas preguntas, pero quería hacerlas una por una; ésta le parecía la más importante.

– Hacemos parte de lo que los alquimistas llaman el Anima Mundi, el Alma del Mundo -dijo Wicca, sin responder a Brida-. En verdad, si el Anima Mundi se limitara a dividirse, estaría creciendo pero también quedándose cada vez más débil. Por eso, así como nos dividimos, también nos reencontramos. Y este reencuentro se llama Amor. Porque cuando un alma se divide, siempre se divide en una parte masculina y una femenina.

Así está explicado en el libro del Génesis: "El alma de Adán se dividió, y Eva nació de dentro de él".

Wicca se detuvo, de repente, y se quedó mirando la baraja esparcida sobre la mesa.

– Son muchas cartas -continuó- pero forman parte de la misma baraja. Para entender su mensaje las necesitamos a todas, todas son igualmente importantes. Así también son las almas. Los seres humanos están todos interligados, como las cartas de esta baraja. En cada vida tenemos una misteriosa obligación de reencontrar, por lo menos, una de esas Otras Partes. El Amor Mayor, que las separó, se pone contento con el Amor que las vuelve a unir.

– ¿Y cómo puedo saber que es mi Otra Parte? -ella consideraba esta pregunta como una de las más importantes que había hecho en toda su vida.

Wicca se rió. Ella también se había preguntado sobre eso, con la misma ansiedad que aquella joven que tenía enfrente. Era posible conocer a la Otra Parte por el brillo en los ojos: así, desde el inicio de los tiempos, las personas reconocían a su verdadero amor. La Tradición de la Luna tenía otro procedimiento: un tipo de visión que mostraba un punto luminoso situado encima del hombro izquierdo de la Otra Parte. Pero todavía no se lo contaría; tal vez ella aprendiese a ver ese punto, tal vez no. En breve tendría la respuesta.

– Corriendo riesgos -le dijo a Brida-. Corriendo el riesgo del fracaso, de las decepciones, de las desilusiones, pero nunca dejando de buscar el Amor. Quien no desista de la búsqueda, vencerá.

Brida recordó que el Mago había dicho algo semejante, al referirse al camino de la magia. "Quizá sea una cosa sola", pensó.

Wicca comenzó a recoger la baraja de la mesa y Brida presintió que el tiempo se estaba agotando. Sin embargo, quedaba otra pregunta por hacer.

– ¿Podemos encontrar más de una Otra Parte en cada vida?

"Sí -pensó Wicca con cierta amargura-. Y cuando esto sucede, el corazón queda dividido y el resultado es dolor y sufrimiento. Sí, podemos encontrar tres o cuatro Otras Partes, porque somos muchos y estamos muy

dispersos." La chica estaba haciendo las preguntas certeras, y ella necesitaba evadirlas.

– La esencia de la Creación es una sola -dijo-. Y esta esencia se llama Amor. El Amor es la fuerza que nos reúne otra vez, para condensar la experiencia esparcida en muchas vidas, en muchos lugares del mundo. Somos responsables por la Tierra entera, porque no sabemos dónde están las Otras Partes que fuimos desde el comienzo de los tiempos; si ellas estuvieran bien, también seremos felices. Si estuvieran mal, sufriremos, aunque inconscientemente, una parcela de ese dolor. Pero, sobre todo, somos responsables por reunir nuevamente, por lo menos una vez en cada encarnación, a la Otra Parte que con seguridad se cruzará en nuestro camino. Aunque sea por unos instantes siquiera, porque esos instantes traen un Amor tan intenso que justifica el resto de nuestros días.

El perro ladró en la cocina. Wicca acabó de recoger la baraja de la mesa y miró una vez más a Brida. -También podemos dejar que nuestra Otra Parte siga adelante, sin aceptarla o siquiera percibirla. Entonces necesitaremos más de una encarnación para encontrarnos con ella. Y, por causa de nuestro egoísmo, seremos condenados al peor suplicio que inventamos para nosotros mismos: la soledad.

Wicca se levantó y acompañó a Brida hasta la puerta. -No has venido aquí para saber sobre la Otra Parte -dijo, antes de despedirse-. Tú tienes un Don, y después de que sepas de qué Don se trata, quizá pueda enseñarte la Tradición de la Luna.

Brida se sintió una persona especial. Necesitaba sentirse así; aquella mujer inspiraba un respeto que poca gente le había infundido.

– Haré lo posible. Quiero aprender la Tradición de la Luna.

"Porque la Tradición de la Luna no necesita bosques oscuros", pensó.

– Presta atención, jovencita -dijo Wicca con severidad-. Todos los días a partir de hoy, a una misma hora que tú elegirás, quédate sola y abre una baraja de tarot sobre la mesa. Ábrela al azar y no procures entender nada. Limítate a contemplar las cartas. Ellas, a su debido tiempo, te enseñarán todo lo que necesitas saber por el momento.

"Parece la Tradición del Sol; yo de nuevo enseñándome a mí misma", pensó Brida, mientras bajaba las escaleras. Y fue cuando estaba en el autobús, cuando se dio cuenta de que la mujer se había referido a un Don. Pero podrían conversar sobre esto en un próximo encuentro.

Durante una semana, Brida dedicó media hora al día a esparcir su baraja sobre la mesa de la sala. Acostumbraba acostarse a las diez de la noche y colocar el despertador a la una de la madrugada. Se levantaba, hacía un rápido café y se sentaba para contemplar las cartas, procurando comprender su lenguaje oculto.

La primera noche estuvo llena de excitación. Brida estaba convencida de que Wicca le había pasado alguna especie de ritual secreto, e intentó colocar la baraja exactamente como ella lo había hecho, segura de que mensajes ocultos acabarían por revelarse. Después de media hora, con excepción de algunas pequeñas visiones que ella consideró fruto de su imaginación, nada de especial sucedió.

Brida repitió lo mismo la segunda noche. Wicca había dicho que la baraja le contaría su propia historia y -a juzgar por los cursos que ella había frecuentado- era una historia muy antigua, de más de tres mil años de edad, cuando los hombres estaban aún próximos a la sabiduría original.

"Los dibujos parecen tan simples", pensaba. Una mujer abriendo la boca de un león, un carro tirado por dos animales misteriosos, un hombre con una mesa llena de objetos frente a él. Había aprendido que aquella baraja era un libro: un libro donde la Sabiduría Divina anotó los principales cambios del hombre en su viaje por la vida. Pero su autor, sabiendo que la Humanidad se acordaba con más facilidad del vicio que de la virtud, hizo que el libro sagrado fuese transmitido a través de las generaciones bajo la forma de un juego. La baraja era una invención de los dioses.

"No puede ser así de simple", pensaba Brida, cada vez que esparcía las cartas sobre la mesa. Conocía métodos complicados, sistemas elaborados, y aquellas cartas desordenadas comenzaron a desordenar también su raciocinio. La sexta noche tiró todas las cartas al suelo, irritada. Por un momento pensó que aquel gesto suyo tuviese una inspiración mágica, pero los resultados fueron igualmente nulos; apenas algunas intuiciones que ella no conseguía definir, y que siempre consideraba como fruto de su imaginación.

Al mismo tiempo, la idea de la Otra Parte no se le iba de la cabeza ni por un minuto. Al principio creyó que estaba volviendo a la adolescencia, a los sueños del príncipe encantado que cruzaba montañas y valles para buscar a la dueña de un zapatito de cristal o para besar a una mujer adormecida. "Los cuentos de hadas siempre hablan de la Otra Parte", bromeaba ella misma. Los cuentos de hadas fueron su primera inmersión en el mundo mágico en el que estaba ahora ansiosa por entrar, y más de una vez se preguntó por qué las personas terminaban alejándose tanto de este mundo, aun sabiendo las inmensas alegrías que la infancia dejaba en sus vidas.

"Quizá porque no estén contentas con la alegría." Encontró su frase medio absurda, pero la registró en su Diario como algo creativo.

Después de una semana con la idea de la Otra Parte rondándole en la mente, Brida empezó a ser poseída por una sensación aterradora: la posibilidad de escoger al hombre equivocado. La octava noche, al despertarse una vez más para contemplar sin ningún resultado las cartas del tarot, decidió invitar a su novio a cenar al día siguiente.

Escogió un restaurante que no era muy caro, pues él siempre quería pagar las cuentas a pesar de que el sueldo como asistente de catedrático de Física de la Universidad era bastante más bajo que el de ella como secretaria. Aún era verano y se sentaron en una de las mesas que el restaurante colocaba en la acera, a la orilla del río.

– Quiero saber cuándo los espíritus me dejarán dormir contigo otra vez -dijo Lorens, de buen humor. Brida lo miró con ternura. Le había pedido que estuviera quince días sin ir al departamento y él había accedido, haciendo tan solo las protestas suficientes para que ella entendiese cuánto la amaba. También él, a su manera, buscaba los mismos misterios del Universo; si algún día le pidiese que se mantuviera quince días alejada, ella tendría que aceptar.

Cenaron sin prisa y sin conversar mucho, mirando las barcas que cruzaban el río y a las personas que paseaban por la acera. La botella de vino blanco que estaba en la mesa se vació y fue pronto sustituida por otra. Media hora después las dos sillas estaban juntas, y contemplaban abrazados el cielo estrellado de verano.

– Fíjate en este cielo -dijo Lorens, acariciándole los cabellos-. Estamos mirando a un cielo de millares de años atrás.

Él le había dicho eso el día en que se encontraron. Pero Brida no quiso interrumpir, ésta era la manera en que él compartía su mundo con ella.

– Muchas de estas estrellas ya se apagaron y, sin embargo, sus luces todavía están recorriendo el Universo. Otras estrellas nacieron lejos y sus luces aún no llegaron hasta nosotros.

– ¿Entonces nadie sabe cómo es el cielo verdadero? -ella también había hecho esa pregunta la primera noche. Pero era bueno repetir momentos tan agradables.

– No lo sabemos. Estudiamos lo que vemos, y no siempre lo que vemos es lo que existe.

– Quiero preguntarte una cosa. ¿De qué materia estamos hechos? ¿De dónde vinieron esos átomos que forman nuestro cuerpo?

Lorens respondió, mirando el cielo antiguo: -Fueron creados junto con estas estrellas y este río que estás viendo. En el primer segundo del Universo. -Entonces, después de este primer momento de Creación, ¿no se añadió nada más?

– Nada más. Todo se movió y se mueve. Todo se transformó y continúa transformándose. Pero toda la materia del Universo es la misma de billones de años atrás. Sin que un átomo tan siquiera haya sido agregado.

Brida se quedó mirando el movimiento del río, y el movimiento de las estrellas. Era fácil percibir el río corriendo sobre la Tierra, pero era difícil notar a las estrellas moviéndose en el cielo. No obstante, uno y otras se movían.

– Lorens -dijo por fin, después de un largo tiempo en que los dos se quedaron en silencio, viendo pasar

un barco-. Deja que te haga una pregunta que puede parecer absurda: ¿es físicamente posible que los átomos que componen mi cuerpo hayan estado en el cuerpo de alguien que vivió antes de mí?

Lorens la miró, espantado.

– ¿Qué es lo que estás queriendo saber? -Sólo esto que te pregunté. ¿Es posible?

– Pueden estar en las plantas, en los insectos, pueden haberse transformado en moléculas de helio y estar a millones de kilómetros de la Tierra.

– Pero, ¿es posible que los átomos del cuerpo de alguien que ya murió estén en mi cuerpo y en el cuerpo de otra persona?

Él se quedó callado, por algún tiempo. -Sí, es posible -respondió finalmente.

Una música distante comenzó a sonar. Venía de una barcaza que cruzaba el río y, a pesar de la distancia, Brida podía distinguir la silueta de un marinero enmarcada por la ventana encendida. Era una música que le recordaba su adolescencia y traía de vuelta los bailes en la escuela, el olor de su cuarto, el color de la cinta con que acostumbraba atarse la cola de caballo. Brida se dio cuenta de que Lorens jamás había pensado en lo que ella acababa de preguntarle, y quizá en este momento estuviera procurando saber si en su cuerpo había átomos de guerreros vikingos, de explosiones volcánicas, de animales prehistóricos y misteriosamente desaparecidos.

Pero ella pensaba en otra cosa. Todo lo que quería saber era si el hombre que la abrazaba con tanto cariño había sido, un día, parte de ella misma.

La barca se fue acercando y su música comenzó a llenar todo el ambiente. En otras mesas se interrumpió

también la conversación para descubrir de dónde venía aquel sonido, porque todos tuvieron algún día una adolescencia, bailes en la escuela y sueños con cuentos de guerreros y hadas.

– Te amo, Lorens.

Y Brida deseó fervientemente que aquel muchacho que sabía tantas cosas sobre la luz de las estrellas tuviese un poco del alguien que ella fuera un día.


"No lo conseguiré."

Brida se sentó en la cama y buscó el paquete de cigarrillos en la mesita de luz. Contrariando todos sus hábitos, resolvió fumar estando aún en ayunas.

Faltaban dos días para encontrarse otra vez con Wicca. Durante aquellas semanas tenía la certeza de haber dado lo mejor de sí. Había colocado todas sus esperanzas en el proceso que aquella mujer bonita y misteriosa le había enseñado, y luchó durante todo el tiempo para no decepcionarla; pero la baraja rehusó revelar su secreto.

Durante las tres noches anteriores, siempre que acababa el ejercicio, tenía ganas de llorar. Estaba desprotegida, sola y con la sensación de que una gran oportunidad se le estaba escapando de las manos. Nuevamente sentía que la vida la trataba de una manera diferente que a las demás personas: le daba todas las oportunidades para que pudiese conseguir algo y, cuando estaba próxima a su objetivo, se abría la tierra y se la tragaba. Así había sucedido con sus estudios, con algunos novios, con ciertos sueños que jamás compartiera con otras personas. Y estaba siendo así con el camino que quería recorrer.

Pensó en el Mago; tal vez pudiese ayudarla. Pero se había prometido a sí misma que sólo volvería a Folk cuando entendiese de magia lo suficiente como para enfrentarlo.

Y ahora parecía que esto jamás llegaría a suceder… Permaneció mucho rato en la cama antes de decidir levantarse y preparar el desayuno. Finalmente tomó valor y decidió enfrentar un día más, una "Noche Oscura Cotidiana" más, como acostumbraba decir desde que había tenido su experiencia en el bosque. Preparó el café, miró el reloj y vio que aún tenía tiempo suficiente.

Fue hasta el estante y buscó, entre los libros, el papel, que le había dado el librero. Existían otros caminos, se consolaba a sí misma. Si había conseguido llegar hasta el Mago, si había conseguido llegar hasta Wicca, terminaría llegando hasta la persona que podía enseñarle de manera que ella pudiera entenderlo.

Pero sabía que esto era sólo una disculpa. "Vivo desistiendo de todo lo que comienzo", pensó, con cierta amargura. Quizá dentro de poco la vida comenzase a percibir esto y dejara de darle las oportunidades que siempre le había dado. O, quizá, desistiendo siempre al comienzo, agotara todos los caminos sin haber dado siquiera un solo paso.

Pero ella era así, y se sentía cada vez más débil, más incapaz de cambiar. Hasta hace algunos años lamentaba sus actitudes, aún era capaz de algunos gestos de heroísmo; ahora se estaba acomodando a sus propios errores. Conocía a otras personas así: se acostumbraban a sus faltas y en poco tiempo confundían sus faltas con virtudes. Entonces ya era demasiado tarde para cambiar de vida.

Pensó en no llamar a Wicca, simplemente desaparecer. Pero existía la librería, y ella no tendría valor para presentarse allí de nuevo. Si desaparecía así, el librero la trataría mal la próxima vez. "Muchas veces, por causa de un gesto impensado mío con una persona, terminé apartándome de otras que me eran queridas." Ahora no podía ser así. Estaba en un camino donde los contactos importantes eran muy difíciles.

Tomó valor y marcó el número que estaba en el papel. Wicca atendió al otro lado.

– No podré ir mañana -dijo Brida.

– Ni tú ni el plomero -respondió Wicca. Brida se quedó algunos instantes sin entender lo que la mujer estaba diciendo.

Pero Wicca comenzó a quejarse de que tenía una avería en la pileta de la cocina, que ya había llamado varias veces a un hombre para arreglarla y que el hombre nunca aparecía. Comenzó a contar una larga historia sobre los edificios antiguos, muy imponentes pero con problemas insolubles.

– ¿Tienes el tarot por ahí cerca? -preguntó Wicca, en mitad del relato del plomero.

Brida, sorprendida, le dijo que sí. Wicca le pidió que esparciese las cartas sobre la mesa, pues iba a enseñarle un método de juego para descubrir si el plomero aparecería o no a la mañana siguiente.

Brida, más sorprendida aún, hizo lo que le mandaba. Esparció las cartas y se quedó mirando, ausente, hacia la mesa, mientras esperaba instrucciones desde el otro lado de la línea. El valor para decir el motivo de la llamada se iba desvaneciendo poco a poco.

Wicca no paraba de hablar, y Brida resolvió escucharla con paciencia. Quizá consiguiese hacerse amiga de ella. Quizá, entonces, ella fuese más tolerante y le enseñase métodos más fáciles de encontrar la Tradición de la Luna.

Wicca, mientras tanto, iba pasando de un asunto a otro, después de hacer todas las quejas sobre los plomeros comenzó a contarle la discusión que había tenido, bien temprano, con la administradora sobre el sueldo del portero del edificio. Después enlazó ese asunto con unas consideraciones sobre las pensiones que estaban pagando a los jubilados.

Brida acompañaba todo aquello con murmullos afirmativos. Estaba de acuerdo con todo lo que la otra decía, pero ya no conseguía prestar atención a nada. Un tedio mortal se apoderó de ella; la conversación de aquella mujer casi extraña sobre plomeros, porteros y jubilados, a aquella hora de la mañana, era una de las cosas más aburridas que había escuchado en toda su vida. Intentó distraerse con las cartas de encima de la mesa, mirando pequeños detalles que habían pasado inadvertidos otras veces.

De vez en cuando Wicca le preguntaba si la estaba escuchando, y ella musitaba que sí. Pero su mente estaba lejos, viajando, paseando por lugares donde jamás estuviera. Cada detalle de las cartas parecía empujarla más hondo en el viaje.

De repente, como quien penetra en un sueño, Brida percibió que ya no conseguía escuchar lo que la otra le decía. Una voz, una voz que parecía venir de dentro de ella -pero que ella sabía que venía de afuera- comenzó a susurrarle algo. "¿Estás entendiendo?" Brida decía que sí. "Sí, estás entendiendo", dijo la misteriosa voz.

Esto, no obstante, no tenía la menor importancia. El tarot frente a ella comenzó a mostrar escenas fantásticas; hombres vestidos apenas con tangas, cuerpos bronceados al sol y cubiertos de aceite. Algunos usaban máscaras que parecían gigantescas cabezas de pez. Nubes pasaban corriendo por el cielo, como si todo estuviese en un movimiento mucho más rápido que el normal, y la escena cambiaba de repente a una plaza, con edificios monumentales, donde algunos viejos contaban secretos a unos muchachos. Había desesperación y prisa en la mirada de los viejos, como si un conocimiento muy antiguo estuviese a punto de perderse definitivamente.

"Suma el siete y el ocho y tendrás mi número. Soy el demonio y firmé el libro", dijo un muchacho vestido con ropas medievales, después que la escena se convirtió en una especie de fiesta. Algunas mujeres y hombres sonreían, y estaban embriagados. Las escenas se cambiaron a templos enclavados en rocas al lado del mar, el cielo comenzó a cubrirse de nubes negras, de donde salían rayos muy brillantes.

Apareció una puerta. Era una puerta pesada, como la puerta de un viejo castillo. La puerta se aproximaba a Brida y ella presintió que en poco tiempo conseguiría abrirla.

"Vuelve de allí", dijo la voz.

Vuelve, vuelve -dijo la voz del teléfono. Era Wicca. Brida quedó irritada porque estaba interrumpiendo una experiencia tan fantástica, para volver a hablar de porteros y plomeros.

– Un momento -respondió. Luchaba por retornar a aquella puerta, pero todo había desaparecido de su frente.

– Sé lo que pasó -repitió Wicca, ante el silencio de Brida-. Ya no voy a hablar más del plomero; estuvo aquí la semana pasada y ya arregló todo.

Antes de cortar, dijo que la esperaba a la hora convenida.

Brida colgó el teléfono, sin despedirse. Se quedó aún mucho tiempo mirando fijamente la pared de su cocina, antes de caer en un llanto convulsivo y relajante.


– Fue un truco -dijo Wicca a una asustada Brida, cuando las dos se acomodaron en los sillones italianos-. Sé cómo te debes estar sintiendo -continuó-. A veces entramos en un camino sólo porque no creemos en él. Entonces, es fácil: todo lo que tenemos que hacer es probar que no es nuestro camino. Sin embargo, cuando las cosas comienzan a suceder y el camino se revela ante nosotros, tenemos miedo de seguir adelante.

Wicca dijo que no entendía por qué muchos prefieren pasar la vida entera destruyendo los caminos que no desean recorrer, en vez de andar por el único que los conduciría a algún lugar.


– No puedo creer que fue un truco -dijo Brida. Ya no tenía aquel aire de arrogancia y desafío. Su respeto por aquella mujer había aumentado considerablemente.

– La visión no fue un truco. El truco al que me refiero fue el del teléfono. Durante millones de años, el hombre siempre habló con aquello que conseguía ver. De repente, en apenas un siglo, el "ver" y el "hablar" fueron separados. Creemos que estamos acostumbrados a esto y no percibimos el inmenso impacto que ello causó en nuestros reflejos. Nuestro cuerpo simplemente todavía no está acostumbrado. El resultado práctico es que, cuando hablamos por teléfono, conseguimos entrar en un estado muy semejante a ciertos trances mágicos. Nuestra mente entra en otra frecuencia, queda más receptiva al mundo invisible. Conozco hechiceras que tienen siempre papel y lápiz junto al teléfono; garabatean cosas aparentemente sin sentido mientras hablan con alguien. Cuando cuelgan, las cosas que han garabateado son generalmente símbolos de la Tradición de la Luna.

– Y ¿por qué el tarot se reveló ante mí?

– Este es el gran problema de quien desea estudiar magia -respondió Wicca-. Cuando comenzamos el camino, siempre tenemos una idea más o menos definida de lo que pretendemos encontrar. Las mujeres generalmente buscan la Otra Parte, los hombres buscan el Poder. Tanto unos como otros no quieren aprender: quieren llegar a aquello que establecieron como meta. Pero el camino de la magia -como, en general, el camino de la vida- es y será siempre el camino del Misterio. Aprender una cosa significa entrar en contacto con un mundo del cual no se tiene la menor idea. Es preciso ser humilde para aprender.

– Es sumergirse en la Noche Oscura -dijo Brida. -No me interrumpas -la voz de Wicca mostraba una irritación contenida. Brida percibió que no era por el comentario; a fin de cuentas, ella había dicho la verdad. "Quizá esté irritada con el Mago", pensó. Quién sabe si no estuvo enamorada de él algún día. Los dos eran más o menos de la misma edad.

– Disculpa -dijo ella.

– No tiene importancia -Wicca también parecía sorprendida de su reacción.

– Me estabas hablando del tarot.


– Cuando tú colocabas las cartas sobre la mesa, siempre tenías una idea de lo que sucedería. Nunca dejaste que las cartas contasen su historia; estabas tratando de que ellas confirmasen lo que tú imaginabas saber. Cuando comenzamos a hablar por teléfono, yo me di cuenta de ello. Percibí también que allí había una señal y que el teléfono era mi aliado. Comencé una conversación aburrida y te pedí que mirases las cartas. Entraste en el trance que el teléfono provoca y las cartas te condujeron a su mundo mágico.

Wicca le pidió que siempre se fijase en los ojos de las personas que estaban hablando por teléfono. Eran ojos muy interesantes.

– Deseo hacer otra pregunta-dijo Brida, mientras las dos tomaban té. La cocina de Wicca era sorprendentemente moderna y funcional-. Quiero saber por qué no dejaste que yo abandonase el camino.

"Porque quiero entender lo que el Mago vio además de su Don", pensó Wicca.

– Porque tienes un Don -respondió. -¿Cómo sabes que tengo un Don? -Es simple. Por las orejas.

"Por las orejas. Qué decepción -se dijo a sí misma Brida-. Y yo pensaba que ella estaba viendo mi halo." -Todo el mundo tiene un Don. Pero algunos nacen con este Don más desarrollado, mientras que otros -como yo, por ejemplo- tienen que luchar mucho para desarrollarlo. Las personas con el Don de nacimiento tienen los lóbulos de las orejas pequeños y pegados a la cabeza. Instintivamente, Brida tocó sus orejas. Era verdad. -¿Tienes coche?

Brida respondió que no.

– Entonces prepárate para gastar un buen dinero en taxi -dijo Wicca, levantándose-. Ha llegado la hora de dar el próximo paso.

"Todo está yendo muy rápido", pensó Brida, mientras se levantaba. La vida se estaba pareciendo a las nubes que viera en su trance.


A media tarde llegaron cerca de unas montañas, que quedaban a unos 39 kilómetros al sur de Dublín. 'Podíamos haber hecho el mismo trayecto en autobús", protestó Brida mentalmente, mientras pagaba el taxi. Wicca había traído consigo un bolso con algunas ropas.

– Si quieren espero -dijo el chofer-. Va a ser bastante difícil encontrar otro taxi aquí. Estamos en mitad de la carretera.

– No se preocupe -respondió Wicca, para alivio de Brida-. Siempre conseguimos lo que queremos.

El chofer miró a las dos con un aire un tanto raro y se fue en el coche. Estaban ante un bosque de eucaliptos que llegaba hasta la base de la montaña más próxima.

– Pide permiso para entrar -dijo Wicca-. A los espíritus del bosque les gustan las gentilezas.

Brida pidió permiso. El bosque, que antes era apenas un bosque común, pareció ganar vida.

– Mantente siempre en el puente entre lo visible y lo invisible -dijo Wicca, mientras andaban en medio de los eucaliptos-. Todo en el Universo tiene vida, procura estar siempre en contacto con esta Vida. Ella entiende tu lenguaje. Y el mundo comienza a adquirir para ti una importancia distinta.

Brida estaba sorprendida por la agilidad de la mujer. Sus pies parecían levitar, apenas hacían ruido en el suelo.


Llegaron a un claro, cerca de una enorme piedra. Mientras procuraba saber cómo había aparecido allí aquella piedra, Brida notó restos de una hoguera en el centro del espacio abierto.

El lugar era hermoso. Aún faltaba mucho para el atardecer y el sol mostraba el colorido típico de las tardes de verano. Los pájaros cantaban, una brisa leve paseaba por las hojas de los árboles. Estaban en una elevación y allí abajo podía ver el horizonte.

Wicca sacó de dentro del bolso una especie de túnica árabe, que se puso encima de su ropa. Después llevó el bolso cerca de los árboles, de modo que no pudiese ser visto desde el claro.

– Siéntate -dijo ella.

Wicca estaba diferente. Brida no sabía explicar si era la ropa o el profundo respeto que el lugar inspiraba. -Antes que nada, tengo que explicarte lo que voy a hacer. Voy a descubrir cómo el Don se manifiesta en ti. Sólo podré enseñarte si sé algo con respecto a tu Don. Wicca pidió a Brida que procurase relajarse, que se entregase a la belleza del lugar, de la misma manera como se había dejado dominar por el tarot.

– En algún momento de tus vidas pasadas, ya estuviste en el camino de la magia. Lo sé por las visiones del tarot que me describiste.

Brida cerró los ojos, pero Wicca le pidió que los volviese a abrir.

– Los lugares mágicos son siempre lindos y merecen ser contemplados. Son cascadas, montañas, bosques, donde los espíritus de la Tierra acostumbran jugar, sonreír y conversar con los hombres. Estás en un lugar sagrado y él te está mostrando los pájaros y el viento.


Agradece a Dios por esto; por los pajaritos, por el viento y por los espíritus que pueblan este lugar. Mantén siempre el puente entre lo visible y lo invisible.

La voz de Wicca la relajaba cada vez más. Había un respeto casi religioso hacia el momento.

– El otro día te hablé de uno de los mayores secretos de la magia: la Otra Parte. Toda la vida del hombre sobre la faz de la Tierra se resume en esto: buscar su Otra parte. No importa si finge correr detrás de la sabiduría, del dinero o del poder. Cualquier cosa que él consiga va a estar incompleta si, al mismo tiempo, no consiguió encontrar a su Otra Parte. Con excepción de algunas pocas criaturas que descienden de los ángeles, y que necesitan la soledad para su encuentro con Dios, el resto de la Humanidad sólo conseguirá la unión con Dios si en algún momento, en algún instante de su vida, consiguió comulgar con su Otra Parte.

Brida notó una extraña energía en el aire. Por unos momentos sus ojos se llenaron de agua, sin que pudiese explicar por qué.

– En la Noche de los Tiempos, cuando fuimos separados, una de las partes quedó encargada de mantener el conocimiento: el hombre. Él pasó a comprender la Agricultura, la Naturaleza y los movimientos de los astros en el cielo. El conocimiento siempre fue el poder que mantuvo al Universo en su lugar, y a las estrellas girando en sus órbitas. Ésta fue la gloria del hombre: mantener el conocimiento. Y esto hizo que la raza entera sobreviviese. A nosotras, las mujeres -prosiguió-, nos fue entregado algo mucho más sutil, mucho más frágil, pero sin lo cual todo el conocimiento no tiene ningún sentido: la transformación. Los hombres dejaban el suelo fértil, nosotras sembrábamos, y este suelo se transformaba en árboles y plantas.

El suelo necesita a la simiente, y la simiente necesita al suelo. Uno sólo tiene sentido con el otro. Lo mismo pasa con los seres humanos. Cuando el conocimiento masculino se une con la transformación femenina, está creada la gran unión mágica, que se llama Sabiduría. Sabiduría es conocer y transformar.

Brida comenzó a sentir un viento más fuerte y percibió que la voz de Wicca hacía que ella entrase de nuevo en trance. Los espíritus del bosque parecían vivos y atentos.

– Acuéstate -dijo Wicca.

Brida se reclinó hacia atrás y extendió las piernas. Encima de ella brillaba un profundo cielo azul, sin nubes.

Ve en busca de tu Don. No puedo ir contigo hoy, pero ve sin miedo. Cuanto más entiendas de ti misma, más entenderás del mundo.

Y más próxima estarás de tu Otra Parte.


Wicca se inclinó y miró a la joven que estaba frente a ella. "Igual a quien fui un día -pensó, con cariño-. En busca de un sentido para todo, y capaz de mirar al mundo como las mujeres antiguas, que eran fuertes y confiadas, y no se incomodaban por reinar en sus comunidades."

En aquella época, entretanto, Dios era mujer. Wicca se inclinó sobre el cuerpo de Brida y le desató el cinturón. Después, bajó un poco la cremallera del pantalón tejano. Los músculos de Brida se pusieron tensos.

– No te preocupes -dijo Wicca, con cariño. Levantó un poco la camiseta de la chica, de manera que su ombligo quedase expuesto. Entonces sacó del bolsillo de su manto un cristal de cuarzo y lo colocó sobre él.

– Ahora quiero que cierres los ojos -dijo con suavidad-. Quiero que imagines el mismo color del cielo, sólo que con los ojos cerrados.

Retiró del manto una pequeña amatista y la colocó entre los ojos cerrados de Brida.

Ve siguiendo exactamente lo que yo te diga a partir de ahora. No te preocupes por nada más.

Estás en medio del Universo. Puedes ver las estrellas a tu alrededor y algunos planetas más brillantes. Siente este paisaje como algo que te envuelve completamente, y no como una tela. Siente el placer al contemplar este Universo; nada más puede preocuparte. Estás concentrada tan solo en tu placer. Sin culpa.

Brida vio el Universo estrellado y percibió que era capaz de entrar en él, al mismo tiempo que escuchaba la voz de Wicca. Ésta le pidió que viese, en medio del Universo, una gigantesca catedral. Brida vio una catedral gótica, con piedras oscuras, y que parecía formar parte del Universo a su alrededor, por más absurdo que aquello pudiera parecer.

– Camina hasta la catedral. Sube las escaleras. Entra. Brida hizo lo que Wicca le mandaba. Subió las escaleras de la catedral, sintiendo los pies descalzos pisando en el mosaico frío. En determinado momento tuvo la impresión de estar acompañada, y la voz de Wicca parecía salir de una persona detrás de ella. "Estoy imaginando cosas", pensó Brida, y de repente se acordó de que era preciso creer en el puente entre lo visible y lo invisible. No podía tener miedo de decepcionarse, ni de fracasar.

Brida estaba ahora delante de la puerta de la catedral. Era una puerta gigantesca, trabajada en metal, con dibujos de vidas de santos. Completamente distinta a la que había visto en su viaje con el tarot.

– Abre la puerta. Entra.

Brida sintió el metal frío en sus manos. A pesar del tamaño la puerta se abrió sin ningún esfuerzo. Entró en una inmensa iglesia.

– Repara en todo lo que estás viendo -dijo Wicca. Brida notó que a pesar de estar oscuro afuera, entraba mucha luz por los inmensos vitrales de la catedral. Podía distinguir los bancos, los altares laterales, las columnatas adornadas y algunas velas encendidas. Todo, no obstante, parecía un poco abandonado; los bancos estaban cubiertos de polvo.

– Camina hacia tu lado izquierdo. En algún lugar encontrarás otra puerta. Sólo que, esta vez, muy pequeña.

Brida caminó por la catedral. Sus pies descalzos pisaban el polvo del suelo, provocando una sensación desagradable. En algún lugar, una voz amiga la guiaba. Sabía que era Wicca, pero sabía también que ya no tenía control sobre su imaginación. Estaba consciente y, no obstante, no conseguía desobedecer lo que ella le estaba pidiendo.

Encontró la puerta.

– Entra. Existe una escalera de caracol que baja. Brida tuvo que agacharse para entrar. La escalera de caracol tenía antorchas sujetas a la pared, que iluminaban los escalones. El suelo estaba limpio; alguien había estado allí antes, para encender las antorchas. -Estás yendo al encuentro de tus vidas pasadas. En el sótano de esta catedral existe una biblioteca. Vamos hasta allá. Estoy esperando al final de la escalera de caracol.

Brida descendió durante un tiempo que no supo determinar. La bajada la dejó un poco mareada. En cuanto llegó abajo encontró a Wicca, con su manto. Ahora se hacía más fácil, estaba más protegida. Estaba dentro de su trance.

Wicca abrió otra puerta, que estaba al final de la escalera.

– Ahora voy a dejarte aquí sola. Me quedaré afuera, esperando. Escoge un libro y él te mostrará lo que necesitas saber.

Brida ni se dio cuenta de que Wicca se quedaba atrás: contemplaba los volúmenes llenos de polvo. "Tengo que venir más aquí, dejar esto limpio." El pasado estaba sucio y abandonado y ella sentía mucha pena por no haber leído antes todos aquellos libros. Quizá consiguiera traer de vuelta a su vida algunas lecciones importantes que ya había olvidado.

Miró los volúmenes que estaban en el estante. "Cuánto viví ya", pensó. Debía ser muy antigua; precisaba ser más sabia. Le gustaría leer todo de nuevo, pero no tenía mucho tiempo, y necesitaba confiar en su intuición. Podía volver cuando quisiera, ahora que había aprendido el camino.

Se quedó algún tiempo sin saber qué decisión tomar. De repente, sin pensarlo mucho, escogió un volumen y lo retiró. No era un volumen muy grueso y Brida se sentó en el suelo de la sala.

Se puso el libro en el regazo, pero tenía miedo. Tenía miedo de abrirlo y de que no pasara nada. Tenía miedo de no conseguir leer lo que estaba escrito.

"Tengo que correr riesgos. No tengo que tener miedo de la derrota", pensó, al mismo tiempo que abría el volumen. De repente, al mirar las páginas, se sintió mal. Estaba de nuevo mareada.

"Me voy a desmayar", consiguió reflexionar, antes de que todo se oscureciese por completo.


Se despertó con el agua goteando en su rostro. Había tenido un sueño muy extraño, y no sabía lo que aquello significaba; eran catedrales sueltas en el aire y bibliotecas llenas de libros. Ella nunca había entrado en una biblioteca.

– Loni, ¿estás bien?

No, no lo estaba. No conseguía sentir su pie derecho, y sabía que aquello era una mala señal. Tampoco tenía ganas de conversar, porque no quería olvidar el sueño. -Loni, despierta.

Debía haber sido la fiebre, haciéndola delirar. Los delirios parecían muy vivos. Quería que parasen de llamarla, porque el sueño estaba desapareciendo, sin que ella consiguiera entenderlo.

El cielo estaba nublado y las nubes bajas casi tocaban la torre más alta del castillo. Se quedó mirando las nubes. Suerte que no conseguía ver las estrellas; los sacerdotes decían que ni siquiera las estrellas eran completamente buenas.

La lluvia paró poco después de que ella hubiera abierto los ojos. Loni estaba alegre por la lluvia, esto significaba que la cisterna del castillo debía estar llena de agua. Bajó lentamente los ojos de las nubes y vio de nuevo la torre, las hogueras en el patio y la multitud que andaba de un lado para otro, desorientada. -Talbo -dijo ella, en voz baja.

Él la abrazó. Ella sintió el frío de su armadura, el olor de hollín en sus cabellos.

– ¿Cuánto tiempo pasó? ¿En qué día estamos? -Estuviste tres días sin despertar -dijo Talbo.

Ella lo miró y sintió pena: estaba más delgado, el rostro sucio, la piel sin vida. Pero nada de esto tenía importancia: ella lo amaba.

– Tengo sed, Talbo.

– No hay agua. Los franceses descubrieron el camino secreto.

Escuchó de nuevo las Voces dentro de su cabeza. Durante mucho tiempo había odiado aquellas Voces. Su marido era un guerrero, un mercenario que luchaba la mayor parte del año, y ella tenía miedo de que las Voces le contasen que él había muerto en una batalla. Había descubierto una manera de evitar que las Voces hablasen con ella: bastaba concentrar su pensamiento en un árbol antiguo que había cerca de su aldea. Las Voces siempre paraban de hablar cuando ella hacía aquello. Pero ahora estaba demasiado débil y las Voces habían vuelto.

"Tú vas a morir -dijeron las Voces-. Pero él se salvará."

– Ha llovido, Talbo -insistió ella-. Necesito agua. -Fueron apenas unas gotas. No llegó para nada. Loni miró otra vez las nubes. Habían estado allí toda la semana, y todo lo que habían hecho era alejar el sol, dejar el invierno más frío y el castillo más sombrío. Tal vez los católicos franceses tuvieran razón. Tal vez Dios estuviese del lado de ellos.

Algunos mercenarios se aproximaron al lugar donde estaban ellos. Por todas partes había hogueras, y Loni tuvo la sensación de que estaba en el infierno.

– Los sacerdotes están reuniendo a todo el mundo, comandante -dijo uno de ellos a Talbo.

– Fuimos contratados para luchar y no para morir -dijo otro.

– Los franceses han ofrecido la rendición -respondió Talbo-. Han dicho que los que se conviertan de nuevo a la fe católica pueden partir sin problemas.

"Los Perfectos no van a aceptar", susurraron las Voces a Loni. Ella lo sabía. Conocía bien a los Perfectos. Era a causa de ellos que Loni estaba allí, y no en casa, donde acostumbraba esperar que Talbo volviese de las batallas. Los Perfectos estaban sitiados en aquel castillo desde hacía cuatro meses, y las mujeres de la aldea conocían el camino secreto. Durante todo este tiempo trajeron comida, ropa, municiones; durante todo este tiempo pudieron encontrarse con sus maridos, y gracias a ellas fue posible continuar la lucha. Pero el camino secreto había sido descubierto y ahora ella no podía volver. Ni las otras mujeres.

Trató de sentarse. Su pie ya no le dolía. Las Voces le decían que aquello era una mala señal.

– No tenemos nada que ver con su Dios. No vamos a morir por esta causa, comandante -dijo otro.

Un gong comenzó a sonar en el castillo. Talbo se levantó.

– Llévame contigo, por favor -imploró ella.

Talbo miró a sus compañeros y miró a la mujer que temblaba frente a él. Hubo un momento en que no sabía qué decisión tomar; sus hombres estaban acostumbrados a la guerra, y sabían que los guerreros enamorados acostumbran esconderse durante una batalla.

Voy a morir, Talbo. Llévame contigo, por favor.

Uno de los mercenarios miró al comandante.

– No es bueno dejarla aquí sola -dijo el mercenario-. Los franceses pueden hacer nuevos disparos. Talbo fingió aceptar el argumento. Sabía que los franceses no iban a hacer nuevos disparos; estaban en una tregua, negociando la rendición de Monségur. Pero el mercenario entendía lo que estaba pasando en el corazón de Talbo, él también debía ser un hombre enamorado.

"Él sabe que vas a morir", dijeron las Voces a Loni, mientras Talbo la tomaba gentilmente en brazos. Loni no quería escuchar lo que las Voces estaban diciendo; estaba recordando un día en que caminaron así, a través de un campo de trigo, en una tarde de verano. Aquella tarde también tuvo sed y habían bebido agua en un arroyo que bajaba de la montaña.


Una multitud se reunió junto a la gran roca que se confundía con la muralla occidental de la fortaleza de Monségur. Eran hombres, soldados, mujeres y niños. Había un silencio opresivo en el aire, y Loni sabía que no era por respeto a los sacerdotes, sino por miedo de lo que podría pasar.

Los sacerdotes entraron. Eran muchos, los mantos negros con las inmensas cruces amarillas bordadas en el frente. Se sentaron en la roca, en las escaleras externas, en el suelo frente a la torre. El último en entrar tenía los cabellos completamente blancos y subió hasta la parte más alta de la muralla. Su figura estaba iluminada por las llamas de las hogueras, el viento sacudiendo el manto negro.

Cuando se detuvo, allá en lo alto, casi todas las personas se arrodillaron y, con las manos alzadas, golpearon tres veces con la cabeza en el suelo. Talbo y sus mercenarios permanecieron de pie; habían sido contratados sólo para la lucha.

– Nos han ofrecido la rendición -dijo el sacerdote, desde lo alto de la muralla-. Todos están libres para partir.

Un suspiro de alivio corrió por toda la multitud. -Las almas del Dios Extranjero permanecerán en el reino de este mundo. Las del Dios verdadero volverán a su infinita misericordia. La guerra continuará, pero no es una guerra eterna. Porque el Dios Extranjero será vencido al final, aunque haya corrompido a una parte de los ángeles. El Dios Extranjero será vencido, y no será destruido; permanecerá en el infierno por toda la eternidad, junto con las almas que consiguió seducir.

Las personas miraban hacia el hombre en lo alto de la muralla. Ya no estaban tan seguras de si deseaban escapar ahora y sufrir por toda la eternidad.

– La Iglesia Cátara es la verdadera Iglesia -continuó el sacerdote-. Gracias a Jesucristo y al Espíritu Santo conseguimos llegar a la comunión con Dios. No necesitamos reencarnarnos otras veces. No necesitamos volver nuevamente al reino del Dios Extranjero.

Loni reparó en que tres sacerdotes salieron del grupo y abrieron algunas Biblias frente a la multitud. -El consolamentum será distribuido ahora a los que quieran morir con nosotros. Allá abajo, una hoguera nos espera. Será una muerte horrible, con mucho sufrimiento. Será una muerte lenta, y el dolor de las llamas quemando nuestra carne no se compara con ningún dolor que vosotros hayáis experimentado antes. No obstante, no todos tendrán este honor; sólo los verdaderos cátaros. Los otros están condenados a la vida.

Dos mujeres se aproximaron tímidamente a los sacerdotes que tenían las Biblias abiertas. Un adolescente consiguió desprenderse de los brazos de su madre y también se presentó.

Cuatro mercenarios se aproximaron a Talbo. -Queremos recibir el sacramento, comandante. Queremos ser bautizados.


"Es así como se mantiene la Tradición -dijeron las Voces-. Cuando las personas son capaces de morir por una idea."

Loni se quedó aguardando la decisión de Talbo. Los mercenarios habían luchado toda su vida por dinero, hasta descubrir que ciertas personas eran capaces de luchar solamente por aquello que juzgaban correcto.

Talbo finalmente asintió. Pero estaba perdiendo a algunos de sus mejores hombres.

Vamos a salir de aquí -dijo Loni-. Vamos hacia las murallas. Ellos ya dijeron que quien quisiera se podía ir.

– Es mejor que descansemos, Loni.

"Vas a morir", susurraron las Voces de nuevo. -Quiero ver los Pirineos. Quiero mirar el valle una vez más, Talbo. Tú sabes que voy a morir.

Sí, él lo sabía. Era un hombre acostumbrado al campo de batalla, conocía las heridas que acababan con sus soldados. La herida de Loni llevaba tres días abierta, envenenando su sangre.

Las personas cuyas heridas no cicatrizaban podían durar dos días o dos semanas. Nunca más que esto. Y Loni estaba cerca de la muerte. Su fiebre había pasado. Talbo también sabía que esto era una mala señal. Mientras el pie dolía y la fiebre quemaba, el organismo aún estaba luchando. Ahora ya no había más lucha: tan solo la espera.

"Tú no tienes miedo", dijeron las Voces. No, Loni no tenía miedo. Desde pequeña sabía que la muerte era apenas otro comienzo. En aquella época, las Voces eran sus grandes compañeras. Y tenían rostros, cuerpos, gestos que sólo ella podía ver. Eran personas que venían de mundos diferentes, conversaban y nunca la dejaban sola. Tuvo una infancia muy divertida; jugaba con los otros niños, utilizando a sus amigos invisibles, cambiaba cosas de sitio, hacía ciertos tipos de ruidos, pequeños sustos. En esa época su madre agradecía el vivir en un país cátaro, "si los católicos estuviesen por aquí, serías quemada viva", acostumbraba decir. Los cátaros no daban importancia a aquello: creían que los buenos eran buenos, los malos eran malos, y ninguna fuerza del Universo era capaz de cambiar esto.

Pero llegaron los franceses, diciendo que no existía un país cátaro. Y desde la edad de ocho años, todo lo que había conocido era la guerra.

La guerra le había traído algo muy bueno: su marido, contratado en una tierra distante por sacerdotes cátaros que jamás tomaban un arma. Pero también le había traído algo malo: el miedo a ser quemada viva, porque los católicos estaban cada vez más próximos a su aldea. Comenzó a tener miedo de sus amigos invisibles y ellos fueron desapareciendo de su vida. Pero quedaron las Voces. Ellas continuaban diciendo lo que iba a suceder y cómo debía actuar. Pero no quería su amistad, porque siempre sabían demasiado; una Voz le enseñó entonces el truco del árbol sagrado. Y desde que la última cruzada contra los cátaros había comenzado, y los católicos franceses vencían en una batalla tras otra, ella ya no oía las Voces.

Hoy, sin embargo, no tenía más fuerzas para pensar en el árbol. Las Voces estaban de nuevo allí, y ella no se molestaba por eso. Al contrario, las necesitaba; ellas le enseñarían el camino, después de morir.

– No te preocupes por mí, Talbo. No tengo miedo de morir -dijo ella.

Llegaron a lo alto de la muralla. Un viento frío soplaba sin parar y Talbo procuró abrigarse con su capa. Loni no sentía ya el frío. Miró hacia las luces de una ciudad en el horizonte y hacia las luces del campamento, al pie de la montaña. Había hogueras en casi toda la extensión del valle. Los soldados franceses aguardaban la decisión final.

Escucharon el sonido de una flauta procedente de allá abajo. Algunas voces cantaban.

– Son soldados -dijo Talbo-. Saben que pueden morir en cualquier momento, y por eso la vida es siempre una gran fiesta.

Loni sintió una inmensa rabia de la vida. Las Voces le estaban contando que Talbo encontraría otras mujeres, tendría hijos, y se haría rico con el saqueo de ciudades. "Pero jamás volverá a amar a nadie como a ti, porque tú formas parte de él para siempre", dijeron las Voces.

Se quedaron algún tiempo mirando el paisaje de allá abajo, abrazados, escuchando el canto de los guerreros. Loni sintió que aquella montaña había sido escenario de otras guerras en el pasado, un pasado tan remoto que ni siquiera las Voces conseguían recordar.

– Somos eternos, Talbo. Las Voces me lo contaron, en la época en que yo podía ver sus cuerpos y sus rostros.


Talbo conocía el Don de su mujer. Pero hacía mucho tiempo que ella no tocaba el tema. Quizá fuese el delirio.

Aun así, ninguna vida es igual a la otra. Y puede ser que no nos encontremos nunca más. Necesito que sepas que te amé mi vida entera. Te amé antes de conocerte. Eres parte de mí. Voy a morir. Y como mañana es un día tan bueno para morir como cualquier otro, me gustaría morir junto con los sacerdotes. Nunca entendí lo que ellos pensaban del mundo, pero ellos siempre me entendieron. Quiero acompañarlos hasta la otra vida. Tal vez yo pueda serles una buena guía, porque ya estuve antes en esos otros mundos.

Loni pensó en la ironía del destino. Había tenido miedo de las Voces porque ellas podían llevarla por el camino de la hoguera. Y, sin embargo, la hoguera estaba en su camino.

Talbo miraba a su mujer. Sus ojos estaban perdiendo brillo, pero aún conservaba el mismo encanto que cuando la había conocido. Nunca le había dicho ciertas cosas: no le había contado sobre las mujeres que recibió como premio de batallas, las mujeres que encontró mientras viajaba por el mundo, las mujeres que estaban esperando que él volviera algún día. No le había contado esto porque estaba seguro de que ella lo sabía todo y le perdonaba porque él era su gran Amor, y el gran amor está por encima de las cosas de este mundo.

Pero había otras cosas que él no había contado y que posiblemente ella jamás descubriría; que había sido ella, con su cariño y su alegría, la gran responsable de que él volviera a encontrar el sentido de la vida. Que fue el amor de aquella mujer el que lo había empujado hasta los más distantes confines de la tierra, porque tenía que ser lo bastante rico como para comprar un campo y vivir en paz, con ella, el resto de sus días. Fue la inmensa confianza en aquella criatura frágil cuya alma se estaba apagando, que lo había obligado a luchar con honor, porque sabía que después de la batalla podía olvidar los horrores de la guerra en su regazo. El único regazo que era realmente suyo, a pesar de todas las mujeres del mundo. El único regazo donde conseguía cerrar los ojos y dormir como un niño.

Ve a llamar a un sacerdote, Talbo -dijo ella-. Quiero recibir el bautismo.

Talbo vaciló un momento; sólo los guerreros escogían la manera de morir. Pero la mujer que tenía enfrente había dado su vida por amor, quizá para ella el amor fuese una forma desconocida de guerra.

Se levantó y descendió las escaleras de la muralla. Loni intentó concentrarse en la música que venía de allí abajo, que hacía la muerte más fácil. Mientras tanto, las Voces no paraban de hablar.

"Toda mujer, en su vida, puede usar los Cuatro Anillos de la Revelación. Tú usaste uno solo, y era el anillo equivocado", dijeron las Voces.

Loni miró sus dedos. Estaban heridos, las uñas sucias. No había ningún anillo. Las Voces se rieron.

"Tú sabes de lo que estamos hablando -dijeron-. La virgen, la santa, la mártir, la bruja."

Loni sabía en su corazón lo que las Voces decían. Pero no se acordaba. Había sabido esto hacía mucho tiempo, en una época en que las personas se vestían diferente y miraban al mundo de otra manera. En aquel tiempo ella poseía otro nombre y hablaba otra lengua.

"Son éstas las cuatro maneras en que la mujer comulga con el Universo -las Voces dijeron, como si fuese importante para ella recordar cosas tan antiguas-. La Virgen posee el poder del hombre y de la mujer. Está condenada a la Soledad, pero la Soledad revela sus secretos. Éste es el precio de la Virgen: no necesitar de nadie, consumirse en su amor por todos, y a través de la Soledad descubrir la sabiduría del mundo."

Loni continuaba mirando al campamento, allí abajo. Sí, lo sabía.

"Y la Mártir -continuaron las Voces-, la Mártir posee el poder de aquellos a quienes el dolor y el sufrimiento no pueden causar daño. Se entrega, sufre, y a través del Sacrificio descubre la sabiduría del mundo."

Loni volvió a mirar sus manos. Allí, con brillo invisible, el anillo de la Mártir circundaba uno de sus dedos. "Podías haber escogido la revelación de la Santa, aun cuando no fuera éste su anillo -dijeron las Voces-. La Santa posee el coraje de aquellas para quienes Dar es la única manera de recibir. Son un pozo sin fondo, donde las personas beben sin parar. Y, si falta agua en su pozo, la Santa entrega su sangre, para que las personas no cesen jamás de beber. A través de la Entrega, la Santa descubre la Sabiduría del mundo."

Las Voces se callaron. Loni escuchó los pasos de Talbo subiendo la escalera de piedra. Sabía cuál era su anillo en esta vida, porque era el mismo que había usado en sus vidas pasadas: cuando tenía otros nombres y hablaba lenguas diferentes. En su anillo, la Sabiduría del Mundo era descubierta a través del Placer.

Pero no quería acordarse de esto. El anillo de la Mártir brillaba, invisible, en su dedo.


Talbo se aproximó. Y de repente, al elevar los ojos hacia él, Loni reparó en que la noche tenía un brillo mágico, como si fuese un día de sol.

"Despierta", decían las Voces.

Pero eran voces diferentes, que ella nunca había escuchado. Sintió a alguien masajeando su muñeca izquierda.

– Vamos, Brida, levántate.

Abrió los ojos y los cerró rápidamente, porque la luz del cielo era muy intensa. La Muerte era algo extraño. Abre los ojos -insistió Wicca, una vez más.

Pero ella necesitaba volver al castillo. Un hombre que amaba había salido para buscar al sacerdote. No podía huir así. Él estaba solo y la necesitaba.

– Háblame sobre tu Don.

Wicca no le daba tiempo para pensar. Sabía que ella había participado en algo extraordinario, algo más fuerte que la experiencia del tarot. Pero aun así no le daba tiempo. No entendía y no respetaba sus sentimientos; todo lo que quería era descubrir su Don.

– Háblame de tu Don -repitió Wicca otra vez.

Ella respiró hondo, conteniendo su rabia. Pero no había manera. La mujer continuaría insistiendo hasta que ella le contase algo.

– Fui una mujer enamorada de…

Wicca tapó rápidamente su boca. Después se levantó, hizo algunos gestos extraños en el aire y volvió a mirarla.

– Dios es la palabra. ¡Cuidado! Cuidado con lo que hablas, en cualquier situación o instante de tu vida. Brida no entendía por qué la otra estaba reaccionando así.

– Dios se manifiesta en todo, pero la palabra es uno de sus medios favoritos de actuar. Porque la palabra es el pensamiento transformado en vibración; estás colocando en el aire, a tu alrededor, aquello que antes era sólo energía. Mucho cuidado con todo lo que digas -continuó Wicca-. La palabra tiene un poder mayor que muchos rituales.

Brida continuaba sin entender. No tenía otra manera de contar su experiencia que a través de palabras. -Cuando te referiste a una mujer -continuó Wicca-, tú no fuiste ella. Tú fuiste una parte de ella. Otras personas pueden haber tenido la misma memoria que tú. Brida sentíase robada. Aquella mujer era fuerte y no le gustaría dividirla con nadie más. Además, estaba Talbo.

– Háblame de tu Don -dijo otra vez Wicca. No podía dejar que la chica se quedara deslumbrada con la experiencia. Los viajes en el tiempo generalmente acarreaban muchos problemas.

– Tengo muchas cosas que decir. Y necesito hablar contigo porque nadie más me creerá. Por favor -insistió Brida.

Comenzó a contar todo, desde el momento en que la lluvia goteaba en su rostro. Tenía suerte y no la podía perder: la suerte de estar con alguien que creía en lo extraordinario. Sabía que nadie más la escucharía con el mismo respeto, porque las personas tenían miedo de saber hasta qué punto la vida era mágica; estaban acostumbradas a sus casas, sus empleos, sus expectativas, y si alguien apareciese diciendo que era posible viajar en el tiempo -era posible ver castillos en el Universo, tarots que contaban historias, hombres que caminaban por la noche oscura-, las personas se sentirían robadas por la vida, porque ellas no tenían aquello, la vida de ellas era el día siempre igual, la noche siempre igual, los fines de semana iguales.

Por eso, Brida necesitaba aprovechar aquella oportunidad; si las palabras eran Dios, entonces que quedase registrado en el aire que la rodeaba que ella había viajado hasta el pasado, y se acordaba de cada detalle como si fuese el presente, como si fuese el bosque. Así, cuando más tarde alguien consiguiese probarle que no le había sucedido nada de aquello, cuando el tiempo y el espacio hiciesen que ella misma dudase de todo, cuando, finalmente, ella misma estuviese segura de que aquello no había pasado de ser una ilusión, las palabras de aquella tarde, en el bosque, aún estarían vibrando en el aire y por lo menos una persona, alguien para quien la magia era parte de la vida, sabría que todo sucedió en verdad.

Describió el castillo, los sacerdotes con sus ropas negras y amarillas, la visión del valle con las hogueras encendidas, el marido pensando cosas que ella conseguía captar. Wicca escuchó con paciencia, demostrando interés sólo cuando ella relataba las voces que surgían en la cabeza de Loni. En estos momentos interrumpía y preguntaba si eran voces masculinas o femeninas (eran de ambos sexos), si transmitían algún tipo de emoción, como agresividad o consuelo (no, eran voces impersonales) y si ella podía despertar las voces siempre que lo deseara (no lo sabía, no tuvo tiempo para esto).

– Okay, podemos irnos -dijo Wicca, retirando la túnica y colocándola otra vez dentro del bolso. Brida estaba decepcionada, pensó que iba a recibir algún tipo de elogio. O, como mínimo, una explicación. Pero Wicca se parecía a ciertos médicos, que se quedan mirando al paciente con aire impersonal, más interesados en anotar los síntomas que en entender el dolor y el sufrimiento que esos síntomas causan.


Hicieron un largo viaje de regreso. Cada vez que Brida quería tocar el tema, Wicca se mostraba interesada en el aumento del costo de vida, en el tránsito congestionado del final de la tarde y en las dificultades que el administrador de su edificio estaba creando.

Sólo cuando estuvieron sentadas de nuevo en los dos sillones, Wicca comentó la experiencia.

– Quiero decirte una cosa -empezó-. No te preocupes en explicar emociones. Vive todo intensamente, y guarda lo que sentiste como una dádiva de Dios. Si crees que no vas a conseguir aguantar un mundo donde vivir es más importante que entender, entonces, desiste de la magia. La mejor manera de destruir el puente entre lo visible y lo invisible es intentando explicar las emociones.

Las emociones eran caballos salvajes y Brida sabía que en ningún momento la razón conseguía dominarlas por completo. Cierta vez tuvo un amor que se había ido por una razón cualquiera. Brida se quedó en su casa durante meses, explicándose todo el día a sí misma los centenares de defectos, los millares de inconvenientes de aquella relación. Pero todas las mañanas al despertarse pensaba en él, y sabía que si él le telefonease, ella terminaría aceptando el encuentro.

El perro, en la cocina, ladró. Brida sabía que era un código, la visita había concluido.

– ¡Por favor, ni siquiera conversamos! -imploró ella-. Y necesitaba hacerte por lo menos dos preguntas.

Wicca se levantó. La chica siempre se las arreglaba para tener preguntas importantes justo a la hora de salir.

– Quería saber si los sacerdotes que vi realmente existieron.

– Tenemos experiencias extraordinarias y menos de dos horas después estamos intentando convencernos a nosotros mismos de que son producto de nuestra imaginación -dijo Wicca, mientras se dirigía al estante. Brida recordó lo que había pensado en el bosque sobre las personas que tienen miedo de lo extraordinario. Y sintió vergüenza de ella misma.

Wicca volvió con un libro en las manos.

– Los cátaros, o los Perfectos, eran sacerdotes de una iglesia creada en el sur de Francia a fines del siglo XII. Creían en la reencarnación y en el Bien y el Mal absolutos. El mundo estaba dividido entre los elegidos y los perdidos. No servía de nada intentar convertir a alguien.

El desprendimiento de los cátaros en relación con los valores terrenales hizo que los señores feudales de la región del Languedoc adoptasen su religión; de esta forma no necesitaban pagar los pesados impuestos que la Iglesia católica exigía en aquella época. Al mismo tiempo, como los buenos y los malos ya estaban definidos antes de nacer, los cátaros tenían una actitud muy tolerante en relación con el sexo y, principalmente, con la mujer. Eran rigurosos solamente con aquellos que recibían la ordenación sacerdotal.


Todo iba muy bien hasta que el catarismo comenzó a difundirse por muchas ciudades. La Iglesia católica sintió la amenaza y convocó una cruzada en contra de los herejes. Durante cuarenta años, cátaros y católicos se trabaron en batallas sangrientas, pero las fuerzas legalistas, con el apoyo de varias naciones, consiguieron finalmente destruir todas las ciudades que habían adoptado la nueva religión. Faltó apenas la fortaleza de Monségur, en los Pirineos, donde los cátaros resistieron hasta que el camino secreto -por donde recibían ayuda- fue descubierto. Una mañana de marzo de 1244, después de la rendición del castillo, doscientos veinte cátaros se tiraron cantando en la inmensa hoguera encendida en la base de la montaña donde el castillo había sido construido.

Wicca dijo todo aquello con el libro cerrado en su falda. Fue al acabar la historia cuando abrió sus páginas y buscó una fotografía.

Brida miró la foto. Eran ruinas, con casi toda la torre en pedazos, mas las murallas intactas. Allí estaba el patio, la escalera por donde Loni y Talbo habían subido, la roca que se mezclaba con la muralla y la torre.

– Dijiste que tenías otra pregunta que hacerme.

La pregunta había perdido importancia. Brida ya no podía pensar bien. Se sentía rara. Con algún esfuerzo, se acordó de lo que quería saber.

– Quiero saber por qué pierdes el tiempo conmigo. Por qué quieres enseñarme.

– Porque así lo manda la Tradición -respondió Wicca-. Tú te dividiste poco en las sucesivas encarnaciones. Perteneces al mismo tipo de gente que mis amigos y yo. Nosotros somos las personas encargadas de mantener la Tradición de la Luna.

Tú eres una bruja.

Brida no prestó atención a lo que dijo Wicca. Ni siquiera le pasó por la cabeza que tenía que fijar una nueva cita; todo lo que ella quería en aquel momento era irse, descubrir cosas que la devolviesen a un mundo familiar; una infiltración en la pared, un paquete de cigarrillos caído en el suelo, alguna correspondencia olvidada encima de la mesa del portero.

"Tengo que trabajar mañana." Estaba de repente preocupada por el horario.

En el trayecto de regreso a su casa empezó a hacer una serie de cálculos sobre la facturación de las exportaciones durante la semana anterior de la firma para la que trabajaba y consiguió descubrir una manera de simplificar ciertos procedimientos en la oficina. Se puso muy contenta: a su jefe podría gustarle lo que estaba haciendo y, quién sabe, hasta darle un aumento.

Llegó a su casa, cenó, vio un poco de televisión. Después pasó los cálculos sobre las exportaciones al papel. Y cayó exhausta en la cama.

La facturación de las exportaciones había adquirido importancia en su vida. Era por trabajar en este tipo de cosas por lo que le pagaban.

Lo demás no existía. Lo demás era mentira.


Durante una semana, Brida se despertó siempre a la hora marcada, trabajó en la firma de exportaciones con la mayor dedicación posible y recibió merecidos elogios del jefe. No perdió ni una sola clase de la Facultad y se interesó por todos los asuntos de todas las revistas que estaban en todos los quioscos. Todo lo que tenía que hacer era no pensar. Cuando, sin querer, se acordaba de que conoció a un Mago en la montaña y a una bruja en la ciudad, las pruebas del próximo semestre y el comentario que cierta amiga había hecho sobre otra amiga, alejaban estos recuerdos.

Llegó el viernes y su novio fue a buscarla a la puerta de la Facultad, para ir al cine. Después, fueron al bar acostumbrado, charlaron sobre la película, los amigos y sobre lo que les había sucedido en sus respectivos trabajos. Encontraron amigos que salían de una fiesta y cenaron con ellos, dando gracias a Dios porque en Dublín siempre hubiese un restaurante abierto.

A las dos de la madrugada los amigos se despidieron, y los dos decidieron ir a casa de ella. En cuanto llegaron, ella puso un disco de Iron Butterfly y sirvió un whisky doble para cada uno. Se quedaron abrazados en el sofá, en silencio y distraídos, mientras él acariciaba sus cabellos y después sus senos.

– Fue una semana de locura -dijo ella, de repente-. Trabajé sin parar, preparé todos los exámenes e hice todas las compras que estaban faltando.


Acabó el disco, y ella se levantó para cambiar la cara. -¿Sabes, la puerta del armario de la cocina, aquella que se había despegado? Finalmente conseguí encontrar un momento para llamar a alguien que la arreglase. Y tuve que ir varias veces al Banco. Una para buscar el dinero que papá me envió, otra para depositar cheques de la firma y otra…

Lorens la estaba mirando fijamente. -¿Por qué me estás mirando? -dijo.

Su tono de voz era agresivo. Aquel hombre frente a ella, siempre quieto, siempre mirando, incapaz de decir algo inteligente, era una situación absurda. No lo necesitaba. No necesitaba a nadie.

– ¿Por qué me estás mirando? -insistió.

Pero él no dijo nada. Se levantó también y, con todo cariño, la llevó de vuelta al sofá.

– No escuchas nada de lo que te digo -clamó Brida, desconcertada.

Lorens se apoyó nuevamente en su regazo. "Las emociones son caballos salvajes."

– Cuéntame todo -le dijo Lorens, con ternura-. Sabré escuchar y respetar tu decisión. Aunque sea otro hombre. Aunque sea una despedida. Estamos juntos desde hace algún tiempo. No te conozco por completo. No sé cómo eres. Pero sé cómo no eres. Y tú no has sido tú durante toda la noche.

Brida tuvo ganas de llorar. Pero ya había gastado muchas lágrimas con noches oscuras, con tarots que hablaban, con bosques encantados. Las emociones eran caballos salvajes, al final no quedaba más que liberarlos.

Se sentó delante de él, recordando que tanto al Mago como a Wicca les gustaba esta posición. Después, sin interrupciones, contó todo lo que había pasado desde su encuentro con el Mago en la montaña. Lorens escuchó en silencio total. Cuando ella mencionó la fotografía, Lorens le preguntó si, en alguno de sus cursos, ella ya había oído hablar de los cátaros.

– Sé que no crees nada de lo que te he contado -respondió-. Crees que fue mi inconsciente, que yo recordé cosas que ya sabía. No, Lorens, nunca había oído hablar de los cátaros antes. Pero sé que tienes explicaciones para todo.

Su mano temblaba, sin que se pudiera controlar. Lorens se levantó, tomó una hoja de papel e hizo dos agujeros, a una distancia de 20 centímetros uno del otro. Colocó la hoja en la mesa, apoyada en la botella de whisky, de modo que quedara vertical.

Después fue hasta la cocina y trajo un tapón de corcho. Se sentó en la cabecera de la mesa y empujó el papel con la botella hacia el otro extremo. A continuación, se puso el tapón en la frente.

Ven aquí -le dijo.

Brida se levantó. Estaba intentando esconder las manos trémulas, pero él parecía no darle la menor importancia. Vamos a imaginar que este tapón es un electrón, una de las pequeñas partículas que componen el átomo, ¿has entendido?

Ella afirmó con la cabeza.

– Pues bien, presta atención. Si tuviese aquí conmigo ciertos aparatos complicadísimos que me permiten dar un "tiro de electrón", y si disparase en dirección a aquella hoja, él pasaría por los dos agujeros al mismo tiempo, ¿lo sabías? Sólo que pasaría por los dos agujeros sin dividirse.

– No lo creo -dijo ella-. Es imposible.

Lorens cogió la hoja y la tiró a la basura. Después guardó el tapón en el lugar de donde lo había sacado: era una persona muy organizada.

– No lo creas, pero es verdad. Todos los científicos saben esto, aun cuando no consigan explicarlo. Yo tampoco creo en nada de lo que me dijiste. Pero se que es verdad.

Las manos de Brida aún temblaban. Pero ella ya no lloraba ni perdía el control. Todo lo que percibió fue que el efecto del alcohol había pasado completamente. Estaba lúcida, con una lucidez extraña.

– ¿Y qué es lo que los científicos hacen ante los misterios de la ciencia?

– Entran en la Noche Oscura, para usar el término que tú me enseñaste. Sabemos que el misterio no nos abandonará nunca, entonces aprendemos a aceptarlo y a convivir con él. Pienso que esto está presente en muchas situaciones de la vida. Una madre que educa a un hijo debe sentirse buceando en la Noche Oscura. O un emigrante que va lejos de su patria en busca de trabajo y dinero. Todos creen que sus esfuerzos serán recompensados y que un día van a entender lo que sucedió en el camino y que, en su momento, parecían tan asustados.

No son las explicaciones las que nos hacen avanzar, es nuestra voluntad de seguir adelante.

Brida sintió de repente un cansancio inmenso. Necesitaba dormir. El sueño era el único reino mágico en el que había conseguido entrar.


Aquella noche tuvo un lindo sueño, con mares e islas cubiertas de árboles. Se despertó de madrugada y se alegró de que Lorens estuviera durmiendo a su lado. Se levantó y fue hasta la ventana de su cuarto, a mirar Dublín adormecido.

Se acordó de su padre, que acostumbraba hacer esto cuando ella se despertaba con miedo. El recuerdo trajo también otra escena de su infancia.

Estaba en la playa con su padre, y él pidió que probara si la temperatura del agua era buena. Ella tenía cinco años y se entusiasmó de poder ayudar; fue hasta la orilla y se mojó los pies.

– Metí los pies, está fría -le dijo.

El padre la tomó en brazos, fue con ella hasta la orilla del mar y sin ningún aviso la tiró dentro del agua. Ella se asustó, pero después se divirtió con la broma.

– ¿Cómo está el agua? -preguntó el padre. -Está buena -respondió.

– Entonces, de aquí en adelante, cuando quieras saber alguna cosa, zambúllete en ella.

Había olvidado esta lección con mucha rapidez. A pesar de tener solamente 21 años, ya se había interesado por muchas cosas y desistido con la misma rapidez con la que se entusiasmaba por ellas. No tenía miedo a las dificultades: lo que la asustaba era la obligación de tener que escoger un camino.

Escoger un camino significaba abandonar otros. Tenía una vida entera para vivir, y siempre pensaba que quizá se arrepintiera, en el futuro, de las cosas que quería hacer ahora.

"Tengo miedo de comprometerme", pensó. Quería recorrer todos los caminos posibles, e iba a acabar no recorriendo ninguno.

Ni siquiera en lo más importante de su vida, el amor, había conseguido ir hasta el final; después de la primera decepción, nunca más se entregó por completo. Temía el sufrimiento, la pérdida, la inevitable separación. Claro, estas cosas estaban siempre presentes en el camino del amor y la única manera de evitarlas era renunciando a recorrerlo. Para no sufrir, era preciso también no amar.

Como si, para no ver las cosas malas de la vida, terminase necesitando agujerearse los ojos.

"Es muy complicado vivir."

Había que correr riesgos, seguir ciertos caminos y abandonar otros. Se acordó de Wicca hablando de las personas que siguen los caminos tan solo para probar que no sirven para ellas. Pero esto no era lo peor. Lo peor era escoger y pasarse el resto de la vida pensando si se escogió bien. Ninguna persona era capaz de escoger sin miedo.

No obstante, ésta era la ley de la vida. Ésta era la Noche Oscura, y nadie podía huir de la Noche Oscura, aunque jamás tomase una decisión, aunque no tuviese valor para cambiar nada; porque esto en sí ya era una decisión, un cambio. Y sin los tesoros escondidos en la Noche Oscura.


Lorens podía tener razón. Al final se reirían de los miedos que tuvieron al comienzo. Tal como ella se rió de las serpientes y escorpiones que colocó en el bosque. En su desesperación no se había acordado de que el santo patrono de Irlanda, San Patricio, había expulsado a todas las serpientes del país.

– ¡Qué suerte que existes, Lorens! -dijo bajito, por miedo a que él la oyese.

Volvió a meterse en la cama y el sueño vino rápido. Antes, no obstante, recordó otra historia más con su padre. Era domingo y estaba la familia reunida comiendo en casa de su abuela. Ella ya debía tener unos catorce años y estaba quejándose de que no conseguía hacer determinado trabajo para la escuela porque todo lo que empezaba a hacer terminaba mal.

– Quizás estos fracasos te estén enseñando algo -dijo su padre. Pero Brida insistía en que no; que ella había entrado por un camino equivocado, y ahora no había más remedio.

El padre la tomó de la mano y fueron hasta la sala donde la abuela acostumbraba ver la televisión. Había allí un gran reloj de pie, antiguo, que estaba parado desde hacía muchos años por falta de piezas.

– No existe nada completamente errado en el mundo, hija mía -dijo el padre, mirando el reloj-. Hasta un reloj parado consigue estar acertado dos veces al día.

Caminó algún tiempo por la montaña, hasta encontrar al Mago. Estaba sentado en una roca, muy cerca de la cima, contemplando el valle y las montañas que quedaban al Oeste. El lugar tenía una vista bellísima y Brida recordó que los espíritus preferían estos lugares.

– ¿Puede ser que Dios sea únicamente el Dios de la Belleza? -dijo, mientras se aproximaba-. ¿Y cómo quedan las personas y los lugares feos de este mundo?

El Mago no respondió. Brida se quedó desconcertada. -Quizá no se acuerde de mí. Estuve aquí hace dos meses. Pasé una noche entera, sola, en el bosque. Y me prometí a mí misma que volvería sólo cuando descubriese mi camino. Conocí a una mujer llamada Wicca. El Mago pestañeó, y sabía que la chica no había percibido nada. Pero se rió de la gran ironía del destino.

– Wicca me dijo que yo soy una bruja -continuó la chica.

– ¿No confías en ella?

Fue la primera pregunta que el Mago hizo desde que ella se había acercado. Brida se alegró porque eso demostraba que la estaba escuchando, pues hasta aquel momento no estaba segura.

– Confío -respondió-. Y confío en la Tradición de la Luna. Pero sé que la Tradición del Sol me ayudó, cuando me obligó a comprender la Noche Oscura. Por eso estoy aquí de nuevo.


– Entonces siéntate y contempla la puesta de sol -dijo el Mago.

– No me voy a quedar otra vez sola en el bosque -respondió ella-. La última vez que estuve…

El Mago la interrumpió:

– No digas eso. Dios está en las palabras. Wicca había dicho lo mismo.

– ¿Qué es lo que he dicho mal?

– Si dices que fue la "última" puede transformarse realmente en la última. En verdad, lo que quisiste decir fue "la vez más reciente que estuve…"

Brida se quedó preocupada. Iba a tener que controlar mucho las palabras, de ahora en adelante. Resolvió sentarse y quedarse quieta, haciendo lo que el Mago le había dicho: contemplando la puesta de sol.

Contemplar la puesta de sol la ponía nerviosa. Aún faltaba casi una hora para el crepúsculo, y Brida tenía mucho que conversar, mucho que decir y preguntar. Siempre que se veía parada, contemplando alguna cosa, tenía la sensación de estar desperdiciando un tiempo precioso en su vida, dejando de hacer cosas y de encontrar personas; podía siempre aprovechar su tiempo de manera mucho mejor, pues todavía había mucho que aprender. Sin embargo, a medida que el sol se aproximaba al horizonte y que las nubes se iban llenando de rayos dorados y de color rosa, Brida tenía la sensación de que toda su lucha en la vida era para un día poderse sentar y contemplar una puesta de sol igual a aquella.

– ¿Sabes rezar? -preguntó el Mago en cierto momento. Claro que Brida sabía. Cualquier persona en el mundo sabía rezar.

– Pues entonces, en cuanto el sol toque en el horizonte, haz una plegaria. En la Tradición del Sol, es a través de las plegarias como las personas comulgan con Dios. La plegaria, cuando se hace con palabras del alma, es mucho más poderosa que todos los rituales.

– No sé rezar, porque mi alma está en silencio -respondió Brida.

El Mago rió.

– Sólo los grandes iluminados tienen el alma en silencio.

– Entonces, ¿por qué no sé rezar con el alma? -Porque te falta humildad para escucharla y saber lo que desea. Tú tienes vergüenza de escuchar los pedidos de tu alma. Y tienes miedo de llevar esos pedidos hasta Dios, porque piensas que él no tiene tiempo para preocuparse por esto.

Estaba frente a una puesta de sol y al lado de un sabio. No obstante, siempre que en su vida acontecían momentos como éste, se quedaba con la impresión de que no merecía nada de aquello.

– Me encuentro indigna, sí. Creo que la búsqueda espiritual fue hecha para personas mejores que yo. -Esas personas, si es que existen, no necesitan buscar nada. Ellas ya son la propia manifestación del espíritu. La búsqueda fue hecha para gente como nosotros. "Como nosotros", había dicho. Y, sin embargo, estaba muchos pasos por delante de ella.

– Dios está en las alturas, tanto en la Tradición del Sol como en la Tradición de la Luna-dijo Brida, entendiendo que la Tradición era la misma, y diferente sólo la manera de enseñar-. Entonces, enséñame a rezar, por favor.


El Mago se volvió directamente hacia el sol y cerró los ojos.

– Somos seres humanos y desconocemos nuestra grandeza, Señor. Danos la humildad de pedir lo que necesitamos, Señor, porque ningún deseo es vano y ningún pedido es fútil. Cada cual sabe con qué alimentar su alma; dadnos el valor de contemplar nuestros deseos como venidos de la fuente de Tu Eterna Sabiduría. Sólo aceptando nuestros deseos es como podemos tener una idea de quiénes somos, Señor. Amén.

Después el Mago dijo: -Ahora es tu turno.

– Señor, haz que entienda que todo lo que me sucede de bueno en la vida es porque lo merezco. Haz que entienda que lo que me mueve a buscar Tu verdad es la misma fuerza que movió a los santos, y que las dudas que yo tengo son las mismas dudas que los santos tuvieron, y que las debilidades que siento son las mismas debilidades que los santos sintieron. Haz que yo sea lo suficientemente humilde como para aceptar que no soy diferente de los otros, Señor. Amén.

Se quedaron en silencio, mirando la puesta de sol, hasta que el último rayo de aquel día abandonó las nubes. Sus almas rezaban, pedían cosas y daban gracias por estar juntas.

Vamos hasta el bar de la aldea -dijo el Mago. Brida se volvió a poner los zapatos y comenzaron a bajar. Una vez más se acordó del día en que había ido a la montaña a buscarlo. Se prometió a sí misma que sólo volvería a contar esta historia una vez más en su vida; no necesitaba continuar convenciéndose a sí misma.

El Mago miró a la chica bajando delante de él, procurando mostrarse familiar con el suelo húmedo y con las piedras, y tropezando a cada instante. Su corazón se alegró un poco, pero pronto volvió a ponerse en guardia.

A veces, ciertas bendiciones de Dios entran astillando todos los vitrales.

Era agradable que Brida estuviese a su lado, pensó el Mago, mientras descendían la montaña. También él era un hombre igual a todos los hombres, con las mismas flaquezas, las mismas virtudes, y aún hoy, no estaba acostumbrado al papel de Maestro. Al principio, cuando `personas venidas de varios lugares de Irlanda llegaban a aquel bosque en busca de sus enseñanzas, él hablaba de la Tradición del Sol y pedía a las personas que comprendiesen lo que estaba a su alrededor. Allí, Dios había guardado Su sabiduría y todos eran capaces de comprenderla a través de unas pocas prácticas, nada más. La manera de enseñar según la Tradición del Sol había sido ya descrita hace dos mil años por el Apóstol: "Y en medio de vos estuve como un débil y tímido, lleno de gran temor, mi palabra y mi prédica no consistieron en discursos llenos de sabiduría, sino en la demostración del Espíritu y de la fuerza divina, para que vuestra fe no se fundase en sabiduría humana, sino en la fuerza de Dios".

No obstante, las personas parecían incapaces de entender lo que explicaba sobre la Tradición del Sol, y se quedaban decepcionadas porque era un hombre como todos los demás.

Él decía que no, que él era un maestro, y todo lo que estaba haciendo era dar a cada uno los medios propios para adquirir Sabiduría. Pero ellas necesitaban mucho más: necesitaban un guía. No entendían la Noche Oscura, no entendían que cualquier guía en la Noche Oscura iluminaría, con su linterna, apenas aquello que él mismo quisiese ver. Y si, por casualidad, esta linterna se apagase, las personas estarían perdidas, por no conocer el camino de regreso.

Pero necesitan un guía. Y, para ser un buen Maestro, también tenía que aceptar las necesidades de los otros. Entonces pasó a rellenar sus enseñanzas con cosas innecesarias, más fascinantes, de modo que todos fuesen capaces de aceptar y de aprender. El método dio resultado. Las personas aprendían la Tradición del Sol y cuando finalmente llegaban a entender que muchas cosas que el Mago había mandado hacer eran absolutamente inútiles, se reían de sí mismas. Y el Mago quedaba contento, porque finalmente había conseguido aprender a enseñar.

Brida era una persona diferente. Su oración había tocado hondo el alma del Mago. Ella conseguía entender que ningún ser humano que pisó este planeta fue o es diferente a los otros. Pocas personas eran capaces de decir en voz alta que los grandes Maestros del pasado tuvieron las mismas cualidades y los mismos defectos que todos los hombres, y esto no disminuyó ni siquiera un poco su capacidad de buscar a Dios. Juzgarse peor que los otros era uno de los más violentos actos de orgullo que él conocía, porque era usar la manera más destructiva de ser diferente.

Cuando llegaron al bar, el Mago pidió dos medidas de whisky.

– Mira a las personas -dijo Brida-. Deben venir aquí todas las noches. Deben hacer siempre lo mismo.


El Mago ya no estaba tan convencido de que Brida realmente se juzgase igual que los otros.

– Estás demasiado preocupada por las personas -respondió-. Ellas son un espejo de ti misma.

– Lo sé. Había descubierto lo que era capaz de ponerme alegre o triste. Y, de repente, entendí que era preciso cambiar esos conceptos. Pero es difícil.

– ¿Qué te hizo cambiar de idea?

– El Amor. Conozco a un hombre que me completa. Hace tres días, él me mostró que su mundo también está lleno de misterios. Entonces no estoy sola.

El Mago se quedó impasible. Pero se acordó de las bendiciones de Dios que astillan los vitrales.

– ¿Tú lo amas?

– Descubrí que puedo amarlo aún más. Si este camino no me enseña nada nuevo a partir de ahora, por lo menos habré aprendido algo importante: es preciso correr riesgos.

Él había preparado una gran noche, mientras descendían la montaña. Quería mostrar cuánto la necesitaba, mostrar que era un hombre como todos los demás, cansado de tanta soledad. Pero todo lo que ella quería eran respuestas a sus preguntas.

– Existe algo extraño en el aire -dijo la joven. El ambiente parecía haber cambiado.

– Son los Mensajeros -respondió el Mago-. Los demonios artificiales, aquellos que no forman parte del brazo izquierdo de Dios, aquellos que no nos conducen a la luz.

Sus ojos estaban brillando. Realmente algo había cambiado y él hablaba de demonios.

– Dios creó a la legión de Su Brazo Izquierdo para perfeccionarnos, para que sepamos qué hacer con nuestra misión -continuó él-. Pero dejó a cargo del hombre el poder de concentrar las fuerzas de las tinieblas y crear sus propios demonios.

Eso era lo que él estaba haciendo ahora. -También podemos concentrar las fuerzas del bien -dijo la joven, un poco asustada.

– No podemos.

Era conveniente que ella preguntase algo, tenía que distraerse. No quería crear un demonio. En la Tradición del Sol, eran llamados Mensajeros, y podían hacer mucho bien, o mucho mal; sólo a los grandes Maestros estaba permitido invocarlos. Él era un gran Maestro, pero no quería hacer eso ahora, porque la fuerza del Mensajero era peligrosa, principalmente cuando estaba mezclada con las decepciones del amor.

Brida estaba desorientada con la respuesta. El Mago actuaba de una manera extraña.

– No podemos concentrar el Bien -continuó él, haciendo un inmenso esfuerzo para prestar atención a sus propias palabras-. La Fuerza del Bien siempre se esparce, como la Luz. Cuando tú emanas las vibraciones del Bien, beneficias a toda la Humanidad. Pero cuando concentras las fuerzas del Mensajero, estás beneficiando -o perjudicando- solamente a ti misma.

Sus ojos estaban brillando. Llamó al dueño del bar y pagó la cuenta.

Vamos a mi casa -dijo-. Voy a preparar un té y me dirás cuáles son las preguntas importantes de tu vida.


Brida vaciló. Él era un hombre atrayente. Ella también era una mujer atrayente. Tenía miedo de que aquella noche pudiera estropear su aprendizaje.

"Tengo que correr riesgos", se repitió a sí misma.

La casa del Mago estaba un poco alejada del pueblo. Brida notó que, a pesar de ser bastante diferente de la casa de Wicca, era confortable y bien decorada. Sin embargo, no había ningún libro a la vista: predominaba el espacio vacío, con pocos muebles.

Fueron a la cocina a preparar el té y volvieron a la sala.

– ¿Qué has venido a hacer hoy aquí? -preguntó el Mago.

– Me prometí a mí misma que volvería el día en que ya supiese algo.

– ¿Y ya sabes?

– Un poco. Sé que el camino es simple, y por eso más difícil de lo que había pensado. Pero simplificaré mi alma. Ésta es la primera pregunta: ¿Por qué pierdes el tiempo conmigo?

"Porque tú eres mi Otra Parte", pensó el Mago. -Porque también necesito a alguien con quien conversar -respondió él.

– ¿Qué piensas del camino que elegí, el de la Tradición de la Luna?

El Mago tenía que decir la verdad. Aun prefiriendo que la verdad fuese otra.

– Era tu camino. Wicca tiene toda la razón. Tú eres una hechicera. Vas a aprender en la memoria del Tiempo las lecciones que Dios enseñó.


Y se quedó pensando por qué la vida era así, por qué había encontrado una Otra Parte cuya única manera posible de aprender era a través de la Tradición de la Luna.

– Tengo sólo una pregunta más -dijo Brida. Se estaba haciendo tarde, dentro de poco ya no habría autobús-. Necesito saber la respuesta, y sé que Wicca no me la enseñará. Lo sé porque ella es una mujer igual que yo, será siempre mi Maestra pero, en lo relativo a este asunto, será siempre una mujer: quiero saber cómo encontrar a mi Otra Parte.

"Está frente a ti", pensó el Mago.

Pero no respondió. Fue hasta un rincón de la sala y apagó las luces. Dejó encendida apenas una escultura de acrílico, en la que Brida no había reparado cuando entró; dentro contenía agua y burbujas que subían y bajaban, llenando el ambiente con rayos rojos y azules.

– Ya nos hemos encontrado dos veces -dijo el Mago, con los ojos fijos en la escultura-. Sólo tengo permiso de enseñar a través de la Tradición del Sol. La Tradición del Sol despierta en las criaturas la sabiduría ancestral que poseen.

– ¿Cómo puedo descubrir a mi Otra Parte por la Tradición del Sol?

– Ésta es la gran búsqueda de las personas sobre la faz de la Tierra -el Mago repitió, sin querer, las mismas palabras que Wicca. Quizás hubiesen aprendido con el mismo Maestro, pensó Brida-. Y la Tradición del Sol colocó en el mundo, para que todas las personas la viesen, la señal de su Otra Parte: el brillo en los ojos.

– Ya he visto muchos ojos brillar-dijo Brida-. Hoy mismo, en el bar, vi tus ojos brillar. Esta es la forma en que todas las personas buscan.

"Ya olvidó su oración -pensó el Mago. Estaba otra vez creyendo que era diferente de los otros-. Es incapaz de reconocer lo que Dios le muestra tan generosamente."

– No entiendo los ojos -insistió ella-. Quiero saber cómo las personas descubren su Otra Parte por la Tradición de la Luna.

El Mago se giró hacia Brida. Sus ojos estaban fríos y sin expresión.

– Estás triste por mí, lo sé -continuó ella-. Triste porque aún no consigo aprender a través de las cosas simples. Lo que tú no entiendes es que las personas sufren, se buscan y se matan por amor, sin saber que están cumpliendo la misión divina de encontrar su Otra Parte. Olvidaste, porque eres un sabio y no te acuerdas de las personas comunes, que traigo milenios de desilusión conmigo, y ya no consigo aprender ciertas cosas a través de la simplicidad de la vida.

El Mago permaneció impasible.

– Un punto -dijo él-. Un punto brillante encima del hombro izquierdo de la Otra Parte. Es así en la Tradición de la Luna.

– Es hora de irme -dijo ella. Y deseó que le pidiera que se quedara. Le gustaba estar allí. El había respondido a su pregunta.

El Mago, no obstante, se levantó y la acompañó hasta la puerta.

Voy a aprender todo lo que tú sabes -dijo ella-. Voy a descubrir cómo se ve ese punto.


El Mago esperó a que Brida desapareciese de la carretera. Había un autobús de regreso a Dublín en la próxima media hora, y no tenía por qué preocuparse. Después, fue hasta el jardín y ejecutó el ritual de todas las noches; estaba acostumbrado a hacer aquello, pero a veces necesitaba mucho esfuerzo para alcanzar la concentración necesaria. Hoy estaba particularmente dispersivo.

Cuando acabó el ritual, se sentó en el umbral de la puerta y se quedó mirando al cielo. Pensó en Brida. Podía verla en el autobús, con el punto luminoso en el hombro izquierdo, que sólo él era capaz de reconocer, porque ella era su Otra Parte. Pensó cuán ansiosa debía estar por concluir una búsqueda que había empezado el día de su nacimiento. Pensó en cómo estaba fría y distante desde que llegaron a su casa, y cómo aquello era una buena señal. Significaba que estaba confusa con sus propios sentimientos; se estaba defendiendo de lo que no podía comprender.

Pensó también, con cierto temor, que estaba enamorada.

– No existen personas que no consigan encontrar su Otra Parte, Brida -dijo el Mago, en voz alta, a las plantas de su jardín. Pero en el fondo se dio cuenta de que también él, a pesar de conocer desde hacía tantos años la Tradición, necesitaba aún reforzar su fe, y estaba hablando para sí mismo.

"Todos nosotros, en algún momento de nuestras vidas, nos cruzamos con ella y la reconocemos -continuó-. Si yo no fuese un Mago, y no viese el punto en tu hombro izquierdo, tardaría un poco más en aceptarte. Pero tú lucharías por mí, y un día yo percibiría el brillo en tus ojos.


"Soy un Mago, no obstante, y ahora soy yo quien necesita luchar por ti. Para que todo mi conocimiento se transforme en sabiduría."

Permaneció mucho tiempo mirando la noche y pensando en Brida en el autobús. Hacía más frío que de costumbre, el verano iba a acabar en breve.

– Tampoco existe riesgo en el Amor, y tú aprenderás esto por ti misma. Hace millares de años que las personas se buscan y se encuentran.

Pero, de repente, se dio cuenta de que podía estar equivocado. Había siempre un riesgo, un único riesgo. Que una misma persona se cruzase con más de una Otra Parte en la misma encarnación.

Esto también sucedía desde hacía milenios.