"Brida" - читать интересную книгу автора (Coelho Paulo)

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Se sintió orgullosa de sus discípulas y de sus discípulos, capaces de sacrificar la comodidad de un mundo ya explicado por el desafío de descubrir un mundo nuevo.

Volvió a mirar a las tres mujeres desnudas, echadas en el suelo con los brazos abiertos y procuró vestirlas nuevamente con el color del aura que emanaban. Ellas ahora caminaban por el Tiempo y se encontraban con muchas Otras Partes perdidas. Aquellas tres mujeres iban a sumergirse, a partir de esta noche, en la misión que las esperaba desde que nacieron. Una de ellas debía tener más de sesenta años; la edad no tenía la menor importancia. Lo importante era que finalmente estaban ante el destino que pacientemente las aguardaba, y a partir de aquella noche iban a utilizar los Dones para evitar que plantas importantes del jardín de Dios fuesen destruidas. Cada una de aquellas personas llegó hasta allí por motivos diferentes; una desilusión amorosa, el cansancio de la rutina, la búsqueda del Poder. Habían enfrentado el miedo, la pereza y las muchas decepciones de quien sigue el camino de la magia. Pero el hecho es que llegaron exactamente donde tenían que llegar, porque la Mano de Dios siempre guía a aquel que sigue su camino con fe.

"La Tradición de la Luna es fascinante, con sus Maestros y sus rituales. Pero existe otra Tradición", pensó el Mago, con los ojos fijos en Brida, y con una cierta envidia de Wicca, que iba a estar cerca de ella durante mucho tiempo. Mucho más difícil, porque era más sencillo y las cosas sencillas siempre parecen demasiado complicadas. Sus Maestros estaban en el mundo y no siempre sabían la grandeza de aquello que enseñaban, porque enseñaban por un impulso que generalmente parecía absurdo. Eran carpinteros, poetas, matemáticos, gente de todas las profesiones y hábitos, que vivían en todos los lugares del planeta. Gente que en algún instante sintió necesidad de hablar con alguien, de explicar un sentimiento que no comprendía bien, pero que era imposible guardar para sí mismo, y ésta era la manera que la Tradición del Sol utilizaba para que su sabiduría no se perdiese. El impulso de la Creación.

Dondequiera que el hombre pusiese sus pies, había siempre un vestigio de la Tradición del Sol. A veces una escultura, a veces una mesa, otras los fragmentos de un poema transmitido de generación en generación por un pueblo determinado. Las personas a través de las cuales la Tradición del Sol hablaba eran personas iguales a todas las otras, y que cierta mañana -o cierta tarde- miraron el mundo y comprendieron la presencia de algo superior. Se habían zambullido sin querer en un mar desconocido y la mayor parte de las veces rehusaban volver allí de nuevo. Todas las personas vivas poseían, por lo menos una vez en cada encarnación, el secreto del Universo.

Se zambullían sin querer en la Noche Oscura. La pena es que casi siempre les faltaba confianza en sí mismas y no querían volver. Y el Sagrado Corazón, que alimentaba al mundo con su amor, su paz y su entrega completa se veía otra vez rodeado de espinas.

Wicca se sentía agradecida por ser una Maestra de la Tradición de la Luna. Todas las personas que se acercaban a ella querían aprender, mientras que, en la Tradición del Sol, la mayor parte siempre quería huir de lo que la vida les estaba enseñando.

"Esto ya no tiene importancia", pensó Wicca. Porque el tiempo de los milagros estaba retornando una vez más y nadie podía quedar ajeno a los cambios que el mundo empezaba a experimentar a partir de ahora. En pocos años la fuerza de la Tradición del Sol iba a manifestarse con toda su luz. Todas las personas que no siguiesen su camino empezarían a sentirse insatisfechas consigo mismas, serían forzadas a escoger.

O aceptar una existencia rodeada de desilusión y dolor, o entender que todo el mundo nació para ser feliz. Después de realizada la elección, no habría más posibilidad de cambiar; y la gran lucha, la fibad, sería trabada.


Con un movimiento perfecto de mano, Wicca trazó un círculo en el aire usando la daga. Dentro del círculo invisible dibujó la estrella de cinco puntas que los brujos llaman Pentagrama. El Pentagrama era el símbolo de los elementos que actuaban en el hombre y, a través de él, las mujeres tumbadas en el suelo entrarían ahora en contacto con el mundo de la luz.

– Cerrad los ojos -dijo Wicca. Las tres mujeres obedecieron.

Wicca hizo los pasos rituales con la daga, en la cabeza de cada una de ellas.

Ahora abrid los ojos de vuestras almas.


Brida los abrió. Estaba en un desierto y el lugar le parecía muy familiar.

Se acordó que ya había estado allí antes. Con el Mago.

Lo buscó con los ojos, pero no conseguía encontrarlo. Sin embargo, no tenía miedo; se sentía tranquila y feliz. Sabía quién era, la ciudad donde vivía, sabía que en otro lugar del tiempo estaba teniendo lugar una fiesta. Pero nada de eso tenía importancia, porque el paisaje que se le ofrecía era todavía más bonito: las arenas, montañas al fondo y una enorme piedra delante de ella.

– Bienvenida -dijo una voz.

A su lado estaba un señor, con ropas parecidas a las que vestían sus abuelos.

– Soy el Maestro de Wicca. Cuando tú llegues a ser Maestra, tus discípulas vendrán a encontrar a Wicca aquí. Y así en lo sucesivo, hasta que el Alma del Mundo consiga manifestarse.

– Estoy en un ritual de brujas -dijo Brida-. En un Sabbat.

El Maestro rió.

– Has enfrentado tu Camino. Pocas personas tienen el valor de hacerlo. Prefieren seguir un camino que no.es el de ellas.


"Todas poseen su Don y no lo quieren ver. Tú lo aceptaste, tu encuentro con el Don es tu encuentro con el Mundo."

– ¿Por qué necesito esto?

– Para construir el jardín de Dios.

– Tengo una vida por delante -dijo Brida-. Quiero vivirla como todas las personas la viven. Quiero poder equivocarme. Quiero poder ser egoísta. Tener fallas, ¿me entiende?

El Maestro sonrió. De su mano derecha surgió un manto azul.

– No existe otra forma de estar cerca de las personas sino ser una de ellas.

El escenario a su regreso cambió. Ya no estaba en el desierto, sino en una especie de líquido, donde varias cosas extrañas nadaban.

– Así es la vida -dijo el Maestro-. Equivocarse. Las células se reproducían exactamente igual durante millones de años hasta que una de ellas erraba. Y, a causa de esto, algo era capaz de cambiar en aquella repetición inacabable.

Brida miraba, deslumbrada, el mar. No preguntaba cómo era capaz de respirar allí dentro. Todo lo que conseguía oír era la voz del Maestro, todo lo que conseguía recordar era un viaje muy parecido, que había comenzado en un campo de trigo.

– Fue el error lo que colocó al mudo en marcha-dijo el Maestro-. jamás tenga miedo de errar.

– Pero Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso. -Y volverán un día. Conociendo el milagro de los cielos y de los mundos. Dios sabía lo que estaba haciendo cuando llamó la atención de ambos hacia el árbol del Bien y del Mal.

Si no hubiera querido que los dos comiesen, no habría dicho nada.

– Entonces, ¿por qué lo dijo?

– Para colocar al Universo en movimiento.

El escenario cambió otra vez al desierto con la piedra. Era por la mañana y una luz rosada comenzaba a inundar el horizonte. El Maestro se aproximó a ella con el manto.

– Yo te consagro en este momento. Tu Don es el instrumento de Dios. Que consigas ser una buena herramienta.


Wicca levantó con las dos manos el vestido de la más joven de las tres mujeres. Hizo un ofrecimiento simbólico a los sacerdotes celtas que asistían a todo, flotando con sus cuerpos astrales sobre los árboles. Después se volvió hacia la joven.

– Levántate -dijo.

Brida se levantó. En su cuerpo desnudo danzaban las sombras de la hoguera. Algún día, otro cuerpo había sido consumido por estas mismas llamas. Pero ese tiempo había terminado.

– Levanta los brazos.

Ella los levantó. Wicca la vistió.

– Estaba desnuda -le dijo al Maestro, cuando él terminó de colocarle el manto azul-. Y no tenía vergüenza. -Si no fuese por la vergüenza, Dios no habría descubierto que Adán y Eva comieron la manzana.

El Maestro miraba el nacimiento del sol. Parecía distraído pero no lo estaba. Brida lo sabía.

Jamás tengas vergüenza -continuó él-. Acepta lo que la vida te ofrece y procura beber de las copas que tienes delante. Todos los vinos deben ser bebidos; algunos, apenas un trago; otros, la botella entera. -¿Cómo puedo distinguir esto?

– Por el sabor. Sólo conoce el vino bueno quien probó el vino amargo.


Wicca giró a Brida y la colocó de cara a la hoguera, mientras pasaba a la Iniciada siguiente. El fuego captaba la energía de su Don, para que pudiese manifestarse definitivamente en ella. En aquel momento, Brida debía estar asistiendo al nacimiento de un sol. Un sol que pasaría a iluminar el resto de su vida.

Ahora tienes que irte -dijo el Maestro, en cuanto el sol terminó de nacer.

– No tengo miedo de mi Don -respondió Brida-. Sé hacia dónde voy, sé lo que tengo que hacer. Sé que alguien me ayudó. Ya estuve aquí antes. Había personas que danzaban y un templo secreto de la Tradición de la Luna.

El Maestro no dijo nada. Se giró hacia ella e hizo una señal con la mano derecha.

– Has sido aceptada. Que tu camino sea de Paz, en los momentos de Paz. Y de Combate, en los momentos de Combate. Jamás confundas un momento con otro.

La figura del Maestro comenzó a disolverse junto con el desierto y con la piedra. Quedó apenas el sol, pero el sol comenzó a confundirse con el propio cielo. Poco a poco el cielo se oscureció y el sol se parecía mucho a las llamas de una hoguera.


Había regresado. Se acordaba de todo: los ruidos, las palmas, la danza, el trance. Se acordaba de haberse quitado la ropa delante de todas aquellas personas y ahora sentía una cierta turbación. Procuró dominar la vergüenza, el miedo, la ansiedad; ellos la acompañarían siempre y tenía que acostumbrarse.

Wicca pidió que las tres iniciadas se colocaran justo en el centro del semicírculo formado por las mujeres. Las hechiceras se dieron las manos y cerraron la rueda.

Cantaron músicas que nadie más osó acompañar; el sonido fluía de labios casi cerrados, creando una vibración extraña, que se tornaba cada vez más aguda, hasta parecer el grito de un pájaro loco. En el futuro también ella sabría cómo pronunciar estos sonidos. Aprendería muchas más cosas, hasta llegar a ser también una Maestra. Entonces, otras mujeres y hombres serían iniciados por ella en la Tradición de la Luna.

Todo esto, no obstante, llegaría a su debido tiempo. Tenía todo el tiempo del mundo, ahora que había reencontrado su destino, tenía a alguien para ayudarla. La Eternidad era suya.

Todas las personas aparecían con colores extraños a su alrededor y Brida quedó un poco desorientada. Prefería el mundo como era antes.

Las hechiceras terminaron de cantar.

– La iniciación de la Luna está hecha y consumada -dijo Wicca-. El mundo ahora es el campo y vosotras cuidaréis de que la cosecha sea fértil.

– Tengo una sensación extraña -dijo una de las Iniciadas-. No consigo ver bien.

Vosotras estáis viendo el campo de energía que rodea a las personas, el aura, como nosotras la llamamos. Éste es el primer paso en el mundo de los Grandes Misterios. Esta sensación pasará dentro de poco y más tarde ya os enseñaré cómo despertarla de nuevo.

Con un gesto rápido y ágil, tiró su daga ritual al suelo. La daga se clavó en la tierra, el extremo aún balanceándose por la fuerza del impacto.

– La ceremonia ha terminado -dijo.


Brida se dirigió hacia Lorens. Los ojos de él brillaban y ella sentía todo su orgullo y su amor. Podían crecer juntos, crear juntos una nueva forma de vida, descubrir todo el Universo que se ofrecía ante ellos, esperando a personas con un poco de valentía.

Pero había otro hombre. Mientras conversaba con el Maestro, había hecho su elección. Porque este otro hombre sabría cómo tomar su mano en momentos difíciles y conducirla con experiencia y amor a través de la Noche Oscura de la Fe. Aprendería a amarlo y su amor sería tan grande como su respeto hacia él. Ambos caminaban por la misma senda del conocimiento, gracias a él había llegado hasta allí. Con él terminaría por aprender, un día, la Tradición del Sol.

Ahora sabía que era una bruja. Había aprendido durante muchos siglos el arte de la hechicería y estaba de vuelta en su lugar. La sabiduría era, a partir de esta noche, lo más importante de su vida.

– Podemos irnos -le dijo a Lorens, en cuanto se acercó. Él miraba con admiración a la mujer vestida de negro que tenía delante; Brida, no obstante, sabía que el Mago la estaba viendo vestida de azul.

Extendió la mochila con sus otras ropas.

Ve tú delante, a ver si encuentras a alguien que nos lleve. Tengo que hablar con una persona.


Lorens tomó la mochila. Pero tan solo dio algunos pasos en dirección al camino que cruzaba el bosque. El ritual había terminado y estaban otra vez en el mundo de los hombres, con sus amores, sus celos y sus guerras de conquista.

El miedo también había vuelto. Brida estaba rara. -No sé si existe Dios -dijo a los árboles que lo rodeaban-. Y no puedo pensar en eso ahora, porque también enfrento el misterio.

Sintió que hablaba de una manera diferente, con una seguridad extraña, que nunca había creído poseer. Pero, en aquel momento, creyó que los árboles lo estaban escuchando.

"Quizá las personas de aquí no me entiendan, quizá desprecien mis esfuerzos, pero sé que tengo tanto valor como ellas porque busco a Dios sin creer en Él."

"Si Él existe, El es el Dios de los Valientes."

Lorens notó que sus manos temblaban un poco. La noche había pasado sin que pudiese comprender nada. Percibía que había entrado en un trance y esto era todo. Pero el temblor de sus manos no era debido a esta inmersión en la Noche Oscura, a la que Brida acostumbraba referirse.

Miró hacia el cielo, aún repleto de nubes bajas. Dios era el Dios de los Valientes. Y sabría entenderlo, porque son valientes aquellos que toman decisiones con miedo. Que son atormentados por el demonio a cada paso del camino, que se angustian con todo lo que hacen, preguntando si están equivocados o no.

Y aun así, actúan. Actúan porque también creen en milagros como las hechiceras que bailaban, aquella noche, en torno a la hoguera.


Dios podía estar intentando volver a él a través de aquella mujer, que ahora se alejaba en dirección a otro hombre. Si ella se fuese, tal vez El se alejaría para siempre. Ella era su oportunidad, porque sabía que la mejor manera de sumergirse en Dios era por medio del amor. No quería perder la oportunidad de recuperarlo.

Respiró hondo, sintiendo el aire puro y frío del bosque y se hizo a sí mismo una promesa sagrada.

Dios era el Dios de los valientes.

Brida caminó en dirección al Mago. Los dos se encontraron cerca de la hoguera. Las palabras eran difíciles. Fue ella quien rompió el silencio.

– Llevamos el mismo camino. Él asintió con la cabeza. -Entonces vamos a seguirlo juntos. -Pero tú no me amas -dijo el Mago.

– Sí te amo. Aún no conozco mi amor por ti, pero te amo. Tú eres mi Otra Parte.

La mirada del Mago, sin embargo, estaba distante. Se acordaba de la Tradición del Sol y una de las más importantes lecciones de la Tradición del Sol era el Amor. El Amor era el único puente entre lo invisible y lo visible que todas las personas conocían. Era el único lenguaje eficiente para traducir las lecciones que el Universo enseñaba todos los días a los seres humanos. -No me voy -dijo ella-. Me quedo contigo. -Tu enamorado te está esperando -respondió el Mago-. Yo bendeciré vuestro amor.

Brida lo miró sin entender.

– Nadie puede poseer una salida de sol como aquella que vimos una tarde -continuó-. Así como nadie puede poseer una tarde con lluvia golpeando las ventanas, o la serenidad que un niño durmiendo derrama alrededor, o el momento mágico de las olas rompiendo en las rocas. Nadie puede poseer lo más bello que existe en la Tierra, pero podemos conocer y amar. A través de estos momentos, Dios se muestra a los hombres.

No somos dueños del sol, ni de la tarde, ni de las olas, ni siquiera de la visión de Dios, porque no podemos poseernos a nosotros mismos.

El Mago extendió la mano hacia Brida y le entregó una flor.

– Cuando nos conocimos, y parece que yo siempre te conocí, porque no consigo recordar cómo era el mundo antes, te mostré la Noche Oscura. Quería ver cómo enfrentabas tus propios límites. Ya sabía que estaba delante de mi Otra Parte, y esta Otra Parte iba a enseñarme todo lo que yo necesitaba aprender, éste fue el motivo por el que Dios dividió al hombre y a la mujer.

Brida tocaba la flor. Era la primera flor que veía en muchos meses. La primavera había llegado.

– Las personas dan flores de regalo porque en las flores está el verdadero sentido del Amor. Quien intente poseer una flor, verá marchitarse su belleza. Pero quien se limite a mirar una flor en un campo, permanecerá para siempre con ella. Porque ella combina con la tarde, con la puesta de sol, con el olor de tierra mojada y con las nubes en el horizonte.

Brida miraba la flor. El Mago volvió a tomarla y la devolvió al bosque.

Los ojos de Brida se llenaron de lágrimas. Estaba orgullosa de su Otra Parte.

– El bosque me enseñó esto: que tú nunca serás mía y por eso te tendré para siempre. Tú fuiste la esperanza de mis días de soledad, la angustia de mis momentos de duda, la certeza de mis instantes de fe.

"Porque sabía que mi Otra Parte iba a llegar un día, me dediqué a aprender la Tradición del Sol. Sólo por tener la certeza de tu existencia, es por lo que continué existiendo."

Brida no conseguía reprimir las lágrimas. -Entonces tú llegaste y entendí todo esto. Llegaste para liberarme de la esclavitud que yo mismo me había creado, para decirme que estaba libre, que podía volver al mundo y a las cosas del mundo. Yo entendí todo lo que necesitaba saber y te amo más que a todas las mujeres que conocí en mi vida, más de lo que amé a la mujer que me desvió, sin querer, hacia el bosque. Me acordaré siempre de que el amor es la libertad. Ésta fue la lección que tardé tantos años en aprender.

Esta fue la lección que me exilió, y que ahora me libera.

Las llamas crepitaban en la hoguera y los pocos invitados que quedaban comenzaban a despedirse. Pero Brida no escuchaba nada de lo que estaba pasando. -¡Brida! -oyó una voz distante.

– El te está mirando, muchacha -dijo el Mago. Era la frase de una vieja película que había visto. Se sentía alegre, porque había girado otra página importante de la Tradición del Sol. Sintió la presencia de su Maestro, él había escogido también esta noche para su nueva Iniciación.


– Me acordaré toda la vida de ti y tú de mí. Así como nos acordaremos del atardecer, de las ventanas con lluvia, de las cosas que tendremos siempre porque no podemos poseerlas.

– ¡Brida! volvió a llamar Lorens.

Ve en paz -dijo el Mago- y seca esas lágrimas. O di que se deben a las cenizas de la hoguera.

No me olvides nunca.

Sabía que no necesitaba decir aquello. Pero, de todas formas, lo dijo.


Wicca reparó en que tres personas habían olvidado sus botellones vacíos. Tenía que telefonearles y pedir que vinieran a buscarlos.

– Dentro de poco se apagará el fuego -dijo.

Él continuó en silencio. Aún había llamas en la hoguera y tenía los ojos fijos en ellas.

– No me arrepiento de haber estado un día enamorada de ti -continuó Wicca.

– Ni yo -respondió el Mago.

Ella tuvo unas ganas tremendas de hablar sobre la muchacha. Pero permaneció callada. Los ojos del hombre que tenía a su lado inspiraban respeto y sabiduría.

– Qué lástima que yo no sea tu Otra Parte -ella retomó el tema-. Habríamos sido una gran pareja. Pero el Mago no escuchaba lo que Wicca estaba diciendo. Había un mundo inmenso delante de él y muchas cosas por hacer. Era necesario ayudar a construir el jardín de Dios, era necesario enseñar a las personas a aprender por sí mismas. Iba a encontrar a otras mujeres, enamorarse y vivir intensamente esta encarnación. Aquella noche completaba una etapa en su existencia y una nueva Noche Oscura se extendía ante él. Pero iba a ser una fase más divertida, más alegre y más cercana a todo aquello que había soñado. Lo sabía gracias a las flores, a los bosques, a las chicas que llegan un día dirigidas por la mano de Dios, sin saber que están allí para conseguir que se cumpla el destino. Lo sabía gracias a la Tradición de la Luna y a la Tradición del Sol.