"Shanghai Baby" - читать интересную книгу автора (Hui Wei)II La ciudad de los rascacielos A las tres y media de la tarde el Lüdi estaba vacío. Un rayo de sol pasaba a través de las hojas de un árbol fénix sobre la acera y penetraba en la habitación. Un polvo oscuro flotaba en el aire. Las revistas de moda sobre la barra y el jazz en el equipo de música daban al ambiente un aire extraño, como de residuo de los años treinta, restos del desenfreno. Estaba parada detrás de la barra sin nada qué hacer. Cuando no había clientes la cafetería era aburrida. El viejo Yang, el gerente, dormía la siesta en el cuartito de al lado. Era pariente del patrón y día y noche se dedicaba a cuidar sus cuentas y a vigilarnos a nosotros los empleados. Mi compañero, la Araña, aprovechó la oportunidad para recorrer los negocios de computación de la calle en búsqueda de piezas y partes baratas. Era un joven descarriado decidido a ser un superhacker. Se puede decir que era mi medio compañero de estudios de la Universidad Fudan, con un coeficiente intelectual de ciento cincuenta, pero no pudo terminar la carrera de computación; las causas fueron sus múltiples ataques a los portales de Internet de Shangai, con la astucia de un loco usaba cuentas ajenas, por supuesto robadas, para navegar por la red. Yo, una periodista sin futuro, y él, un delincuente cibernético famoso, de meseros en una cafetería, qué panorama. Era, sin lugar a dudas, un chiste de la vida. Lugar equivocado, ángulo equivocado, y sin embargo estábamos entretejidos en el centro del remolino de un sueño juvenil. La civilización de la era industrial nos había marcado con sus orines, había contaminado nuestros cuerpos, nuestro espíritu tampoco podía salvarse. Empecé a juguetear con un gran ramo de lirios perfumados, mezclando en el agua las hermosas flores blancas, de manera sorpresivamente tierna. Mi amor por las flores me hacía una mujer irremediablemente corriente, pero yo sabía que un día compararía mi imagen en el espejo con la de una flor envenenada. Además, en mi cacareada novela revelaré el verdadero rostro de la humanidad, su violencia, su refinamiento, su erotismo, su exaltación, sus enigmas, sus máquinas, su poder y su muerte. El viejo teléfono de disco sonó irritante. Era Tiantian. Prácticamente a diario a la misma hora recibía su llamada. Justo cuando ambos sentíamos aburrimiento en nuestros respectivos espacios. Con un tono imperativo y a la vez cálido me dijo: – A la misma hora, en el mismo lugar, te espero para cenar juntos. Caía la tarde, me saqué el uniforme de trabajo, una blusa corta de seda y una minifalda. Me puse mis jeans ajustados y con la cartera en la mano salí lentamente de la cafetería. Era la hora en que se encienden las luces de la calle, los anuncios de los negocios brillaban como oro molido. Caminé por la avenida ancha y sólida fundiéndome con los miles de caminantes bien vestidos y los autos que pasaban, como una vía láctea fluyendo entre la gente. Comenzaba la hora más emocionante de la ciudad. El restaurante Cotton Club estaba en el cruce de las calles Huaihai y Fuxing. Esta parte se parecía a la Quinta Avenida de Nueva York o a Champs-Elysées de París. A lo lejos, una construcción de dos pisos de estilo francés exudaba una superioridad arrogante. Los que salían y entraban eran extranjeros de mirada turbia y exuberantes bellezas asiáticas con poca ropa encima. Un mundo azulado parecía la descripción de Henry Miller acerca de los chancros sifilíticos. Justo porque me gustaba esa sarcástica e inteligente comparación, Tiantian y yo frecuentábamos ese lugar. (Miller, además de escribir Empujé la puerta, eché un vistazo a todo el lugar y vi a Tiantian sentado cómodamente, saludándome con la mano. Lo que me sacó de onda fue ver a su lado a una elegante dama. Una sola mirada me bastó para distinguir su peluca de aspecto natural pero patética. Vestida completamente de negro, tenía la cara llena de maquillaje y sombras doradas y plateadas, parecía que acababa de regresar de un viaje fantástico hacía algún planeta lejano, irradiaba una energía sobrenatural. – Ella es Madonna, mi compañera de primaria. -Tiantian señalaba a esa mujer extraña y por temor de no haber atraído suficientemente mi atención añadió: -También ha sido mi única amiga en Shangai en todos estos años. -Luego me presentó a mí: -Ella es Nike, mi novia. -Al terminar, con mucha naturalidad tomó mi mano y la colocó sobre su rodilla. Asentimos mutuamente con la cabeza esbozando una leve sonrisa y, como ambas éramos amigas de Tiantian, nos embargó una sensación de confianza y simpatía. Cuando la mujer abrió la boca me espanté. – Muchas veces Tiantian me ha hablado de ti, cuando habla de ti está horas en el teléfono, te quiere tanto que me dan celos. -Se reía mientras hablaba, con una voz profunda y rasposa que parecía la de una anciana encerrada en un tenebroso castillo de una novela de suspenso. Miré a Tiantian, quien pretendía simular que no había pasado tal cosa. – A él le encanta hablar por teléfono, con lo que pagamos de teléfono podríamos comprar mensualmente un televisor color de treinta y una pulgadas. Lo dije sin pensar y luego me arrepentí por la falta de clase de mi comentario, todo lo relaciono con el dinero. – He oído que eres escritora -dijo Madonna. – Bueno, hace mucho que no escribo nada, y en realidad… no me considero una escritora. -Me dio un poco de pena, con el puro entusiasmo no es suficiente, además no tengo aspecto de escritora. De pronto Tiantian comentó: – Cocó ya publicó una colección de cuentos, buenísimos por cierto, tiene una enorme capacidad de observación, es muy aguda. Estoy seguro de que será famosa. Hablaba con tranquilidad pero no podía esconder su admiración. – Ahora soy moza en una cafetería -dije la verdad-. ¿Y tú? Pareces actriz. – ¿Tiantian no te ha dicho? -Su cara mostró cierta duda, como midiendo mi reacción. -Fui Asentí con la cabeza, tratando de no mostrar mi estupor, pero en el fondo de mí apareció un enorme signo de admiración. ¡Lo que tenía enfrente era una rica Dejamos la charla por un momento. Trajeron lo que Tiantian ya había ordenado. Todos los platos eran de mi gusto. – Puedes ordenar lo que gustes -le dijo a Madonna. Ella asintió con la cabeza. – En realidad mi estómago es muy pequeño -dijo formando un círculo del tamaño de un puño con ambas manos-. Para mí el anochecer es el principio del día. Lo que para los demás es cena, para mí es desayuno, por eso no como mucho. Esta vida desordenada ha convertido mi cuerpo en un gran basurero. – Lo que me gusta de ti es que eres un basurero -dijo Tiantian. Yo comía y la observaba. Sólo una mujer llena de historias podía tener esa cara. – Cuando tengas tiempo, ven a mi casa. Podemos cantar, bailar, jugar cartas, beber, además podrás conocer gente extravagante. Hace poco remodelé mi departamento. Gasté más de medio millón de dólares de Hong Kong en la iluminación y el sonido. El ambiente es mucho mejor que en la mayoría de los centros nocturnos de Shangai. -Mientras lo decía su cara no reflejaba nada. Sonó el celular en su cartera, lo tomó y con voz suave y sensual dijo: – ¿Dónde estás? Creo que estás en la casa del viejo Wu – Es mi nuevo novio -dijo mientras apagaba el teléfono-, es un pintor loco, la próxima vez se los presento. Los jóvenes de ahora de veras que saben hablar. Hace un momento me decía que quería morir en mi cama -nuevamente sonrió-; a quién le importa si es cierto o falso, con que sepan divertir a esta vieja es más que suficiente. Tiantian, sin escuchar ni interferir en la conversación, hojeaba el diario vespertino – ¡Eres adorable! -dijo Madonna mientras observaba mi cara-. No sólo eres femenina sino que tienes ese aire altivo y distante que tanto atrae a los hombres. Desgraciadamente ya estoy fuera de circulación, de lo contrario hubiera hecho de ti la chica más cotizada. Sin esperar mi reacción, estalló en risas. – Perdón, discúlpame, es sólo una broma. -Sus ojos bajo la luz se movían con gran rapidez, reflejando una tremenda fuerza espiritual. Me hizo recordar a los grandes genios, tan inteligentes y tan cerca de la locura. – No digas tonterías, yo soy muy celoso -dijo Tiantian y levantando la cabeza del periódico me miró cariñosamente. Puso una mano alrededor de mi cintura. Nosotros siempre nos sentábamos uno al lado del otro, como hermanos siameses, aunque no sea muy apropiado en algunos lugares sofisticados. Sonreí levemente mientras miraba a Madonna. – Tú también eres muy hermosa, tienes una belleza de otro tipo, no de la falsa sino de la verdadera. Nos despedimos en la puerta del Cotton Club. Cuando me abrazó me dijo: – Querida, tengo muchas historias que contarte, por si quieres escribir un best-seller. Después abrazó a Tiantian muy cariñosamente y le dijo: – Adiós, mi pequeño inútil -así lo llamaba-, cuida a tu amada, el amor es lo más poderoso de este mundo, puede hacerte volar, olvidar todo, alguien tan indefenso como tú sin amor se perdería rápidamente. Te llamaré luego. Nos mandó un beso al aire mientras subía al Santana 2000 blanco estacionado en la acera. Desapareció en su coche inmediatamente. Sus palabras me daban vueltas en la cabeza, en esas frases estaban escondidos pedazos de sabiduría, más brillantes que los destellos de la noche, más verdaderos que la verdad. El beso que nos mandó aún flotaba en el aire, oloroso y salvaje. – Es una auténtica loca-dijo Tiantian alegremente-, pero es maravillosa, ¿no? Antes, para evitar que hiciera tonterías solo en mi habitación, venía a media noche y volábamos por la autopista. Tomábamos mucho, fumábamos marihuana y así, – Tonto -le di un pellizco en la nalga. – ¡Tú también eres una loca! -gritó de dolor. Para Tiantian la gente anormal, especialmente los locos, de los manicomios, era digna de admiración. Los locos, sólo por tener una inteligencia extraordinaria, que la sociedad no comprende, son considerados locos. El pensaba que las cosas bellas sólo lo son en su relación con la muerte, con la desesperación o con el crimen. Por ejemplo, Dostoievski sufría de epilepsia, Van Gogh se cortó una oreja, Dalí era impotente, Allen Ginsberg era homosexual, o todos esos norteamericanos que durante la guerra fría de los años cincuenta fueron encerrados en el manicomio por sospechar que eran comunistas, como la señorita Frances Farmer, la actriz de cine a quien le hicieron la lobotomía. Gavin Friday, el cantante pop irlandés, todo el tiempo andaba con una gruesa capa de maquillaje brillante; Henry Miller en sus tiempos de gran pobreza deambulaba frente a los restaurantes para conseguir un pedazo de carne y pedía limosna bajo los faroles de la calle esperando conseguir diez centavos para el metro. Eran como hierba silvestre llena de vida, que sin embargo nace y muere sola. La luz de la noche era pálida y tierna. Abrazados, Tiantian y yo, caminamos por la limpia avenida Huaihai. Las luces, las sombras de los árboles, los techos estilo gótico de los almacenes Printemps y los paseantes vestidos con ropa otoñal, flotaban livianos en la palidez de la noche. Se sentía ese ambiente delicado y elegante propio de Shangai. Yo respiraba esos efluvios invisibles como degustando un licor de jade o de rubí. Traté de liberarme de ese rechazo por el mundo propio de la juventud, para permitirme ingresar en las entrañas de la ciudad como un gusano penetra el corazón de una gran manzana. Estas imágenes me subieron el ánimo, tomé a mi amado Tiantian y empezamos a bailar sobre la acera. – Tu espíritu romántico surge de improviso y es expansivo como la peritonitis aguda -me susurró Tiantian. Algunos peatones nos miraban sorprendidos. – Ésta se llama Caminamos lentamente hacia el Bund. En la profundidad de la noche ese lugar se convertía en un paraíso silencioso. Nos subimos al techo del Hotel de la Paz. Conocíamos un pasadizo secreto, entramos por un ventanal bajo en el baño de mujeres y luego tomamos un pasillo al final de la escalera de incendios. Habíamos subido muchas veces sin ser descubiertos. Parados en el techo, contemplamos las luces de los edificios a ambas orillas de las aguas del río Huangpu y particularmente la torre Perla de Oriente, la primera de Asia, el símbolo que muchos veneran en esta ciudad, que no es más que un largo pene de acero apuntando hacia el cielo, una prueba irrefutable del culto de esta ciudad a la reproducción. Los barcos, las olas, el pasto oscuro, las deslumbrantes luces de neón, las construcciones impresionantes. Estas creaciones y el brillo de la civilización material son los estimulantes que usa la ciudad para autoembriagarse. Todo eso nada tiene que ver con la vida particular de los individuos. Un accidente automovilístico o una enfermedad mortal acaba con nosotros, pero la sombra espléndida e irresistible de la ciudad gira interminablemente como un cuerpo celeste, por toda la eternidad. Al pensar en eso me sentí minúscula como una hormiga. Estos pensamientos no nos impedían estar parados en el techo de ese edificio repleto de historia. Observando la ciudad y escuchando los débiles sonidos de la orquesta de jazz que tocaba en el hotel, hablábamos de nuestros sentimientos, de nuestro amor. Acariciada por el viento húmedo que soplaba desde el río Huangpu, disfruté de quitarme la ropa y quedarme en bombacha y corpiño. Seguramente tengo debilidad por la ropa interior, o estoy enamorada de mí misma o soy una exhibicionista irredenta. Lo único que quería era poder despertar el deseo sexual de Tiantian. – No hagas eso -decía Tiantian con amargura mientras volteaba la cabeza hacia el otro lado. Pero yo seguía quitándome la ropa, como una nudista profesional. Pequeñas flores azules ardían sobre mi piel, una sensación sutil me impedía ver mi propia belleza, mi naturaleza, mi personalidad. Todo lo que hacía era sólo para crear una leyenda extraña, la leyenda de mí y el hombre que amo. El joven sentado junto a la baranda, triste, confundido, con una mezcla de frustración y agradecimiento, miraba a la muchacha bailar bajo la luz de la luna. Su cuerpo brillaba como las plumas de un cisne y se movía con la fuerza de un leopardo. Sus movimientos eran los de una batalla felina, estilizadas contorsiones que invocaban la locura. – Inténtalo, penétrame, como un verdadero amante, mi amor, inténtalo. – No puedo, no voy a lograrlo -dijo él encogiéndose. – No hay modo, entonces me voy a tirar -dijo la joven mientras tomaba la baranda simulando querer subir. Él la abrazó, la besó. El deseo roto en mil pedazos no encontraba salida. La ilusión creada por el amor no se podía consumar en la carne, los espíritus malignos derrotaron y expulsaron a los espíritus del gozo, y nuestros cuerpos fueron cubiertos y nuestras gargantas sofocadas por el polvo de la derrota. Tres de la madrugada. Acurrucada en mi cómoda y amplia cama observaba a Tiantian. Estaba dormido o pretendía estarlo. En el cuarto había un silencio particular. Su autorretrato colgaba encima del piano. Era una cara perfecta. ¿Quién podía resistirse a amar esa cara? Ese amor espiritual no cesaba de desgarrar nuestras carnes. Muchas veces, al lado de mi amado, poso mis dedos finos en mi sexo y vuelo hasta los confines del orgasmo. En mi mente llevo por siempre la sombra del crimen y del castigo. |
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