"La Caza" - читать интересную книгу автора (Hillerman Tony)Capítulo 1 Teddy Bai, el ayudante del sheriff, llevaba unos tres minutos apoyado en el quicio de la puerta contemplando la noche, cuando se dio cuenta de que Cap Stoner lo observaba. – Aquí se respira mejor -comentó-. Ahí dentro no hay más que humo de tabaco. – Esta noche tienes los nervios de punta -dijo Cap, y se acercó a la puerta hasta situarse a la altura de Bai-. Se supone que los jóvenes solteros no tenéis preocupaciones. – No las tengo -contestó Teddy. – Salvo seguir soltero, a lo mejor -dijo Cap-; he ahí la cuestión. – No, a mí eso no me preocupa -replicó Teddy, y miró a Cap para ver si adivinaba algo en la expresión del viejo; pero Cap estaba mirando el aparcamiento del casino de la tribu ute y sólo se le veía el lado izquierdo de la cara, con su pegote de bigote blanco, el pelo corto y canoso y la marca de la cicatriz que le cruzaba el pómulo desde el día en que, como él mismo contaba, una mujer a la que había detenido por conducir en estado de embriaguez sacó una pistola del bolso y le disparó. De eso hacía ya unos cuarenta años, cuando Stoner llevaba sólo dos en la policía estatal de Nuevo México y todavía no había aprendido que, para sobrevivir, había que ser escéptico con todos los seres humanos. Ahora, Stoner era un capitán retirado y, para engrosar un poco la paga de la jubilación, trabajaba en el casino de Ute Sur como director de un servicio de seguridad que empleaba a policías dispuestos a hacer horas extraordinarias… actividad a la que Teddy dedicaba sus noches libres. – ¿Qué le dijiste a aquel borracho pelmazo de la mesa de blackjack? – Lo de siempre, nada más -contestó Teddy-, que se tranquilizara o tendría que largarse. Cap no añadió ningún comentario y siguió contemplando la noche. – He visto unos relámpagos -dijo, señalando con el dedo-. Muy lejos. Debe de ser más allá de Utah. Es la época. – Sí -dijo Teddy, con ganas de que Cap se marchara. – Se acercan los monzones -dijo Cap-. Estamos a día trece, ¿no? Me sorprende que haya salido tanta gente a probar suerte un viernes trece. Teddy asintió con un gesto de la cabeza para no alargar más la conversación, pero Cap tenía cuerda para rato. – Aunque, claro, es día de paga y tienen que pulirse todo el dinero del sobre. -Cap miró el reloj-. Las tres treinta y tres -dijo-; es casi la hora de que llegue el furgón a llevarse la recaudación al banco. Entonces, Teddy pensó que ya pasaban unos minutos de la hora en que tenía que haber entrado un pequeño Ford Escort azul en el aparcamiento oeste. – Bien -dijo-, voy a echar un vistazo por los aparcamientos, a ver si ahuyento a los ladrones. Teddy no encontró ni ladrones ni el pequeño Escort azul en el aparcamiento oeste. Cuando volvió a mirar hacia la puerta de entrada del personal del casino, Cap ya no estaba. Unos minutos de retraso; podía haber mil razones para retrasarse unos minutos, no tenía importancia. Aspiró con fruición el aire limpio y el frescor del campo antes del amanecer y contempló los esporádicos relámpagos que caían en las montañas. Se alejó de la zona iluminada para contrastar sus recuerdos del panorama estelar veraniego. Casi todas las constelaciones se encontraban donde recordaba que debían estar. Sabía sus nombres en inglés y su abuela le había enseñado también unos cuantos nombres en navajo, pero a su abuelo kiowa comanche sólo había logrado sacarle un par de nombres de constelaciones. Era el momento que su abuela llamaba «la hora de la profunda oscuridad», aunque la luna tardía producía un débil reflejo que perfilaba la silueta del monte Ute Durmiente. Oyó risas en alguna parte. Una portezuela de coche se cerró de golpe; después, otra. Dos vehículos abandonaron el aparcamiento este en dirección a la salida. Los coyotes empezaron a intercambiar aullidos, unos cortos y otros prolongados, entre los pinos piñoneros de las colinas de detrás del casino. De la carretera llegó el ruido de un motor que reducía la marcha. Una camioneta entró en el aparcamiento reservado a los empleados, aparcó y se empezó a oír ruido de descarga. Teddy apretó el botón que iluminaba la esfera de su Timex. Las 3.46. El retraso del pequeño automóvil azul empezaba a preocuparle un poco. Un hombre con mono de trabajo salió a la luz cargado con una escalera extensible. La apoyó en la pared del casino y subió por ella hasta el tejado. – Pero ¿qué demonios hace este tipo? -dijo Teddy a media voz. Probablemente sea un electricista. Se habrá estropeado el aire acondicionado-. ¡Oiga! -gritó, y se puso en camino hacia la escalera. Otra camioneta llegó al aparcamiento de empleados, un trasto con una cabina enorme. Se abrieron las portezuelas, salieron dos hombres que parecían soldados de la guardia nacional vestidos con uniforme de faena. ¿Qué transportaban? Se dirigieron a paso ligero hacia la entrada de personal, pero la puerta carecía de pomo exterior. Era el cuarto de contabilidad, que sólo podía abrirse desde dentro, y sólo gente tan importante como Cap Stoner. Stoner salió por la puerta lateral en ese momento. Señaló hacia el tejado y gritó: – ¿Quién anda ahí arriba? ¿Qué demonios…? – ¡Oiga! -gritó Teddy, que se puso a correr hacia los dos hombres al tiempo que abría la funda de la pistola-. ¿Qué…? Los dos hombres se detuvieron. Teddy vio el fogonazo de dos cañones y vio a Stoner, que caía de espaldas desplomándose en el pavimento. Los hombres se volvieron hacia él apuntando con las armas. Teddy todavía intentaba sacar el revólver cuando le alcanzó el primer tiro. |
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