"El Camino de las Lágrimas" - читать интересную книгу автора (Bucay Jorge)

CAPÍTULO 2

UN CAMINO NECESARIO

El Dios en quien yo creo no nos manda el problema, sino la fuerza para sobrellevarlo. Harold S. Kushner. ¿Qué nos viene a la cabeza cuando vemos la palabra escrita aquí abajo?

PÉRDIDA. No importa desacordar en la pertinencia de cada término de la lista de asociaciones que sigue, porque algunas cosas son pertinentes sólo para quien las dice, pero lo cierto es que cada vez que hago la pregunta las palabras que apareen relacionadas con la pérdida son casi siempre las mismas:

muerte, desolación, vacío, ausencia, dolor, bronca, impotencia, angustia, eternidad, soledad, miedo, tristeza, irreversibilidad, desconcierto, nostalgia, desesperación, autorreproche, llanto, sufrimiento. Y yo creo que dando nada más que un vistazo podríamos entender todo lo odioso que resulta cada pérdida a nuestro corazón. Porque fíjense, aunque sea por un minuto, en este listado de palabras. Todos quisiéramos erradicar esta lista de nuestro diccionario. Sólo con estas palabras cada uno puede conectarse internamente con toda la presencia de las cosas que quisiéramos no encontrar jamás en nuestro camino y hasta (si pudiéramos elegir) intentaríamos evitar permanentemente del camino de los que amamos. Y sin embargo lo que yo quiero tratar de demostrar es que estas son las cosas que han hecho de nosotros esto que somos. Estas emociones, estas vivencias, estas palabras sentidas y no solamente pronunciadas, son las responsables de nuestra forma de ser. Porque somos el resultado de nuestro crecimiento y desarrollo y éstos dependen de nuestros duelos. Estas experiencias son necesarias para determinar nuestra manera de ser en el mundo. Nadie puede evolucionar sin dolor, nadie puede crecer si no ha experimentado antes en sí mismo gran parte de las emociones y sensaciones que definen las palabras de la lista. ¿Eso qué quiere decir, que hace falta sufrir para poder crecer? ¿Estamos diciendo que hace falta conectarse con el vacío interno para poder sentirse adulto? ¿Tengo que haber pensado en la muerte para seguir mi camino? Digo yo que sí. Creo sinceramente que hace falta cada una de estas cosas para llegar a la autorrealización. La lista describe en buena medida parte del proceso NORMAL de la elaboración del duelo y dado que estas experiencias son imprescindible los duelos son parte de nuestro crecimiento. De ninguna de estas palabras yo podría decir "Ésta no debería estar, esto es anormal, aquello forma parte de lo enfermizo o patológico". Puede ser que en algún momento alguien tenga un duelo menos denso, no tan complicado, un proceso que no se desarrolle con tanto sufrimiento ni tanta angustia…puede ser. Pero también podría suceder que otra persona o esa misma en otro momento, transite un duelo que incluya todas estas cosas y algunas más. Este libro quizás dispare algunos recuerdos y desde allí movilice algunas cosas personales, quizás algunos eventos no del todo resueltos, de hecho lo produce en mí el mero hecho de escribirlo. Por eso es que, más que otras veces, te pido que te sientas con derecho a disentir, que te permitas decir "no estoy de acuerdo" o "yo creo justo lo contrario", que te animes a pensar que soy un idiota o putearme por sostener esto que digo. No te dejes tentar por el lugar común de pensar que si lo dice el libro entonces esto es lo que "se debe" o "no se debe" sentir, porque un duelo siempre es algo personal y siempre lo va a ser. Tomemos algunos miles de personas y pintémosle de tinta negra los pulgares. Pidámosle después que dejen su huella en las paredes. Cada una de esas manchas será diferente, no habrá dos iguales porque no hay dos personas con huellas dactilares idénticas. Sin embargo…

todas tendrán características similares que nos permitan estudiarlas y saber más de ellas. Cada uno de nuestros duelos es único y además irrepetible y sin embargo, se parece a todos los otros duelos propios y ajenos en ciertos puntos que son comunes y nos ayudarán a entenderlos. Una de estas cosas en común que quiero empezar señalando es que ayudar en un duelo, cualquiera sea su causa, implica conectar a quien lo padece con el permiso de expresar sus emociones, cualesquiera que sean. Todos los terapeutas del mundo (que disentimos en casi todo) estamos de acuerdo en que la posibilidad de encontrar una forma de expresión de las vivencias internas ayudará a quienes están transitando por este camino a aliviar su dolor. El desafío de la pérdida: Para entender la dificultad que significa enfrentarse con una pérdida nos importa entender qué es una pérdida. Cuando, como siempre, busqué en el diccionario etimológico el origen de la palabra, me sorprendió encontrar que pérdida viene de la unión del prefijo per, que quiere decir al extremo, superlativamente, por completo, y de der, que es un antecesor de nuestro verbo dar. Y partiendo de esto pensé que la etimología me obligaba a pensar en la pérdida como la sensación que tiene quien siente que ha dado todo a alguien o a algo que ya no está. ¿La palabra pérdida tiene que ver con haber dado lo máximo? Y entonces pensé: "No, no puede ser. ¿Dónde está el error? Porque cuando uno da, en general, no siente la pérdida, en todo caso lo perdido es lo que alguien, la vida o las circunstancias te sacan". Y me acordaba de Nasrudím… Él anda por el pueblo diciendo: – He perdido la mula, he perdido la mula, estoy desesperado, ya no puedo vivir.

– No puedo vivir si no encuentro mi mula. – Aquel que encuentre mi mula va a recibir como recompensa mi mula. Y la gente a su paso le grita: – Estás loco, totalmente loco, ¿perdiste la mula y ofreces como recompensa la propia mula? Y él contesta: – Sí, porque a mí me molesta no tenerla, pero mucho más me molesta haberla perdido. Porque el dolor de la pérdida no tiene tanto que ver con el no tener, como con la situación concreta del mal manejo de mi impotencia, con lo que el afuera se ha quedado, con esa carencia de algo que yo, por el momento al menos, no hubiera querido que se llevara. Quizás, pienso ahora, AHÍ ESTÁ LA BASE ETIMOLÓGICA DE LA palabra. La pérdida nos habla de conceder mucho más de lo que estoy dispuesto a dar. Quizás en el fondo yo nunca quiero desprenderme totalmente de nada, y la vivencia de lo perdido es tema del "ya no más". Un "ya no más" impuesto, que no depende de mi decisión ni de mi capacidad. Así que este dolor del duelo es entonces la renuncia forzada a algo que hubiera preferido seguir teniendo. ¿Pero cómo podría evitarlo? Ya vimos que las emociones redundan en que yo me prepare para la acción. Y esta acción de alguna manera me va a conectar con el estímulo.

Aunque conexión también puede querer decir salir corriendo,.porque conectarse quiere decir ESTAR en sintonía con lo que está pasando. Dicho de otra manera, hay una relación entre lo que hago, lo que siento, lo que percibí y el estímulo original.

Esta respuesta (Mi respuesta) me conecta DURANTE UN TIEMPO con la situación y la modifica (aunque más no sea, en mi manera de percibir el estímulo). La conexión, en el mejor de los casos, llegado un momento se agota, se termina, pierde vigencia y entonces vuelvo a estar en reposo. Este ciclo, que como dijimos se llama ciclo de la experiencia, se reproduce en cada una de las situaciones, minuto tras minuto, instante tras instante, día tras día de nuestras vidas. También cuando este estímulo es la muerte de alguien. Lo que me pasa a mí en este caso recorre exactamente el mismo circuito: percibo la situación del afuera, me conecto con una determinada emoción, movilizo una energía, que se va a tener que transformar en acción para que establezca contacto con esa situación concreta, hasta que esa situación se agote y vuelva al reposo. De lo que vamos a hablar es acerca de cómo esta elaboración se da, no sólo frente a la muerte de alguien, sino en muchas otras pérdidas, de la enfermiza conexión que no se agota, del apego y del desapego.

Pérdidas grandes y pequeñas pérdidas: Cada pérdida, por pequeña que sea, implica la necesidad de hacer una elaboración; no sólo las grandes pérdidas generan duelos sino que, repito, TODA pérdida lo implica. Por supuesto que las grandes pérdidas generan comúnmente duelos más difíciles, pero las pequeñas también implican dolor y trabajo. Un trabajo que hay que hacer, que no sucede solo. Una tarea que casi nunca transcurre espontáneamente, conmigo como espectador.

Si bien hay cierta parte que ocurre naturalmente, la elaboración implica como mínimo cierta concientización, un darme cuenta y un hacer lo que debo. Un camino no por elegido y necesario forzosamente placentero. Como ya está dicho, un camino doloroso. "Bueno, pero no hay que ser dramático, ¿por qué tendría que estar pensando que me voy a separar de las cosas?

Podría haber y de hecho hay muchas cosas que tomo para toda la vida. A ellas puedo aferrarme tranquilo porque estarán a mi lado hasta mi último minuto, porque yo he decidido que estén conmigo para siempre" Respuesta: ¡MENTIRAS! Este es el primero de los aprendizajes del ser adultos. Me guste o no, voy a ser abandonado por cada persona, por cada cosa, por cada situación, por cada etapa, por cada idea, tarde o temprano, pero inevitablemente. Y si así no fuera, si yo me muriera antes de que me dejen y no quiero aceptar que de todas maneras todo seguirá sin mí, deberé admitir que seré yo el que abandona y sería innoble que no estar alerta, para no retener, para no atrapar, para no apegar, para no encerrar, para no mentir falsas eternidades incumplibles. ¿Cuánto puedo yo disfrutar de algo si estoy cuidando que nada ni nadie me lo arrebate? Supongamos que esta estatuita en tu escritorio, ese adorno o aquel cenicero están hechos de un material cálido y hermoso al tacto, de paso, estamos tan poco acostumbrados a registrar táctilmente las cosas que el ejemplo suena impertinente, tenemos muy poca cultura en el mundo sobre la importancia del sentido del tacto, uno puede encontrar en los negocios de regalos de todo el mundo objetos para satisfacer la vista y el oído, dulces y alimentos para satisfacer el gusto, perfumes y otras cosas para satisfacer el olfato, todo se vende, pero casi no hay cosas a la venta para disfrutar con el tacto. Es una cosa particular, no hay una cultura táctil, como si las manos sólo sirvieran para sostener, agarrar, pegarle a otro o cuando mucho acariciar; pero no hay buen registro del placer de lo táctil. Vamos a imaginar que esa estatuilla es, pues, una de las pocas cosas diseñadas para ser agradables al tacto. Supongamos ahora que yo la agarro porque me parece que alguien me la quiere sacar, La aprieto muy fuerte para evitar que me la quiten. Es muy probable que yo retenga el objeto, pero dos cosas van a pasar: la primera es que se acabó el placer, no hay ninguna posibilidad de que yo disfrute táctilmente lo que defiendo (pruébenlo ahora, pongan algo fuertemente entre sus manos y aprieten. Fíjense que no pueden percibir cómo es al tacto. Lo único que pueden percibir es que están agarrando, que están tratando de evitar que esto se pierda). La segunda cosa que va a pasar cuando retengo, es el dolor (sigan aferrando el objeto con fuerza para que nadie pueda quitárselo y vean lo que sigue). Lo que sigue a aferrarse siempre es el dolor. El dolor de la mano cerrada, el dolor de una mano apretada que obtiene un único placer posible, el placer del que no ha perdido, el único placer que tiene la vanidad, el de haber vencido a quien me lo quería sacar,.el placer de "ganar". Pero ningún placer que provenga de mi relación con el objeto en sí mismo. Esto pasa en la estúpida necesidad de mantener algunos bienes inútiles. Esto pasa con cualquier idea retenida como baluarte. Esto pasa con la posesividad en cualquier relación, aún en aquellos vínculos más amorosos (padres e hijos, parejas). Lo que hace que mis vínculos, sobre todo los más amorosos, sean espacios disfrutables, es poder abrir la mano, es aprender a no vincularnos desde el lugar odioso de atrapar, controlar o retener sino de la situación del verdadero encuentro con el otro, que como ya debo haber aprendido en el Camino del Encuentro, sólo puede ser disfrutado en libertad. Mucha gente cree que no aferrar significa no estar comprometido Un concepto que yo no comparto pero entiendo. La distorsión se deduce de pensar que como sólo me aferro a quienes son importantes para mí, entonces mi aferrarme es símbolo de mi interés y por lo tanto (¿?)… mi no aferrarme queda sindicado como la falta de compromiso del desamor (??). Esto es lo mismo que deducir que como los muertos no toman Coca- Cola, si tomas Coca-Cola te volverás inmortal. Tiene el mismo fundamento pensar que si tu pareja no te cela quiere decir que no te quiere. Que es la misma idea de aquellos que creen que si uno no se enoja no se pone en movimiento. Que es lo mismo que creer que si no te obliga la situación nunca haces nada. Que es la misma idea de que si los abogados no tuvieran un día límite para entregar sus escritos nunca los entregarían (…bueno, eso es cierto). Que es lo mismo que justificar el absurdo argumento de las guerras que se hacen para garantizar la paz. En la otra punta están los que creen lo mismo pero proponen lo contrario: Evitar el sufrimiento del duelo no comprometiéndose con nada ni con nadie.

Continuará…


Creo que es una posibilidad. Una manera de vivir en el mundo, una pauta cultural, enseñada, aprendida y muchas veces ensayada, pero de ninguna manera una posibilidad elegible. Si uno quiere un seguro contra el sufrimiento, no amar podría ser la prima a pagar. No enredarse afectivamente con nada ni con nadie. Posiblemente no consigas no sufrir pero sufrirás mucho menos; lo que seguramente perderás en el trato es la posibilidad de disfrutar. Porque no hay forma de disfrutar si estoy escapando obsesivamente del sufrimiento. Y la manera de no padecer "de más" no es no amar sino que es no quedarse pegado a lo que no está. La manera es disfrutar de esto y hacer lo posible para que sea maravilloso, mientras dure. Quiero decir, vivo comprometidamente cada momento de mi vida, pero no vivo mañana pensando en este día de ayer que fue tan

maravilloso. Porque mañana debo comprometerme con lo que mañana esté pasando para poder hacer de aquello también una maravilla. MI idea del compromiso es la del anclaje a lo que está pasando a cada momento y no a lo que vendrá después. Y creo que quedarse pegado a las cosas es vivir cultivando el pasado, cultivando lo que ya no es. Es ocuparme de los tomates que ya no están,, descuidando la lechuga que necesita de mí ahora.

¿Qué pasa si uno se anima a descubrir su relación con el otro cada día, qué pasa si uno renueva su compromiso con el otro cada noche? ¿Será esto una actitud "light", poco comprometida?

Yo digo que no. La herramienta para no sufrir no debería ser el no compromiso sino el desapego. Si mañana esto que tanto placer te da se termina, sé capaz de dejarlo ir, pero mientras está, TODO debe ser compromiso. Yo no soy ejemplo de nada pero tengo sobre el punto una postura que comparto con mi pareja. Mi esposa y yo tenemos un pacto entre nosotros que establecimos hace más de treinta años y que determina claramente que el día que alguno de los dos decida que no quiere estar más al lado del otro, deberemos separarnos, no el día después, ese día. Creer que por esto yo no estoy comprometido con mi esposa después de 26 años de casado, me parece una liviandad. Yo creo que vivimos como cada persona que se compromete por amor en lugar de creer que ama por compromiso Y esto no implica aferrar, ni pensar que tu vida depende de ello, ni quedarse colgando del otro, ni retener a nadie. No creo que la solución sea ser "light". Creo que la solución es estar comprometidamente mientras dure y comprometidamente salirte cuando se terminó.

Comprometidamente pesquisar, detectar y evaluar si esto que tengo es lo que tengo o es el cadáver de aquello que tuve. Y si es el cadáver asumir el compromiso de deshacerme de él. No estoy para nada de acuerdo con la falta de compromiso. Lo que pasa es que creo que compromiso no quiere decir apego, quiere decir poner toda mi energía al servicio de esto que está pasando, y también en función de separarme de lo que se terminó. Y yo digo, a veces no soltar es la muerte. A veces la vida está relacionada con soltar lo que alguna vez nos salvó. Soltar las cosas a las cuales nos aferramos intensamente creyendo que tenerlas es lo que nos va a seguir salvando de la caída. Todos tenemos una tendencia a aferrarnos de las ideas, a las personas y a las vivencias. Nos aferramos a los vínculos, a los espacios físicos, a los lugares conocidos, con la certeza de que esto es lo único que nos puede salvar. Creemos en lo "malo conocido" como aconseja el dicho popular. Y aunque intuitivamente nos damos cuenta de que aferrarnos a esto significará la muerte, seguimos anclados a lo que ya no sirve, a lo que ya no está, temblando por nuestras fantaseadas consecuencias de soltarlo.

Lo que sigue: Cuando hablamos del camino de las lágrimas hablamos de aprender a enfrentarnos con las pérdidas desde un lugar diferente. Quiere decir no sólo desde el lugar inmediato del dolor que, como dijimos, siempre existe, sino también desde algo más, desde la posibilidad de valorar el recorrido a la luz de lo que sigue. Y lo que sigue, después de haber llorado cada pérdida, después de haber elaborado el duelo de cada ausencia, después de habernos animado a soltar, es el encuentro con uno mismo. Enriquecido por aquello que hoy ya no tengo pero pasó por mí y también por la experiencia vivida en el proceso. Pero es horrible admitir que cada pérdida conlleva una ganancia Que cada dolor frente a una pérdida terminará necesariamente con un rédito para mí. Y sin embargo no hay pérdida que no implique una ganancia, un crecimiento personal. Me dirás: "Es horrible pensar que la muerte de un ser querido significa una ganancia para mí" Yo entiendo, y puedo dejar afuera de esta conversación la muerte de un ser querido, puedo ponerla en el casillero de las excepciones aunque no me lo creo. Lo que nos complica en este punto es pensar en lo "deseable" de la idea de ganancia mezclado con lo "detestable" de la idea de la pérdida de un ser querido. Quizás sea más fácil aceptar lo que digo si te aclaro que de alguna manera estoy hablando de un crecimiento que se cosecha como consecuencia del indeseable momento del duelo y no de lo beneficioso de pasar por la situación de la muerte de un ser querido. En todo caso la muerte de algún ser querido es un hecho inevitable en nuestras vidas y el crecimiento que de eso deviene también. De todas maneras podemos establecer provisoriamente que estas son situaciones especiales. Dejemos aparte la muerte de los que amamos y vamos a hablar por el momento de todas las otras pérdidas.

Vamos a tratar de mostrar y demostrar durante todo este capítulo que en cada pérdida hay una ganancia que es un pasaporte para vivir mejor. Cuando le preguntamos a la gente cómo le va, nos enteramos de que la mayoría de la gente dice que no le va bien. Si uno ahora le pregunta si sufre, nos dice que sí. Algunos mucho, otros poco, pero la mayoría dice que sufre. Y a nadie le gusta sufrir. ¿Por qué cosas sufre la gente?

Sufrimos, dicen los que saben, porque hay algo deseado que no tenemos, porque algo estamos perdiendo, porque creemos que para algunas cosas ya es tarde. Pero el sufrimiento, decía Buda, tiene una sola raíz y esa raíz es el anhelo. Y el anhelo al que Buda refiere es el deseo. Y como esto es la raíz del sufrimiento, dice Buda, el sufrimiento tiene solución. La solución es dejar de desear. Dejá de pretender tener todo lo que querés y el sufrimiento va a desaparecer. El sacerdote jesuita Anthony De Mello jugaba a veces en sus charlas: – ¿Quieres ser feliz? -decía-. Yo puedo darte la felicidad en este preciso momento, puedo asegurarte la felicidad para siempre. ¿Quién acepta? Y varios de los presentes levantaban la mano… – Muy bien -seguía De Mello- Te cambio tu felicidad por todo lo que tienes, dame todo lo que tienes y yo te doy la felicidad. La gente lo miraba. Creían que él hablaba simbólicamente. – Y te lo garantizo -confirmaba-No es broma. Las manos empezaban a descender… y él decía: -Ahhh… No quieren. Ninguno quiere. Y entonces él explicaba que identificamos nuestro ser felices con nuestro confort, con el éxito, con la gloria, con el poder, con el aplauso, con el dinero, con el gozo y con el placer instantáneo. No parecemos dispuestos a renunciar a nada de lo deseado. Aunque sabemos que gran parte de nuestro sufrimiento proviene de lo que hacemos diariamente para tener estas cosas, nadie consigue hacernos creer que si renunciamos a esto dejaríamos de sufrir.

Y sin embargo es tan claro. Somos como el alpinista, aferrados a la búsqueda de las cosas como si fuera la soga que nos va a salvar. No nos animamos a soltar este pensamiento porque pensamos que sin posesiones lo que sigue es el cadalso, la muerte, la desaparición. Y entonces no hay ninguna posibilidad de dejar de sufrir, porque esta idea, la de soltar las cosas para recorrer el camino más liviano, es desconocida. Sabemos que lo conocido nos ocasiona sufrimiento pero no estamos dispuestos a renunciar a ello. Todo esto genera en nosotros una cierta contradicción. Porque nos es imposible dejar de desear y también es imposible poseer infinitamente y para siempre todo lo que deseo. No somos omnipotentes, ninguno de nosotros puede ni podrá jamás tener todo lo que desea ¿Existe la solución? Yo creo que existe. Es la posibilidad de entrar y salir del deseo. Es desarrollar la habilidad de desear sin quedarme pegado a este deseo, querer sin agarrarme como se agarra un alpinista a la soga que cree que le va a salvar la vida. Aprender a soltar. Por supuesto que me gusta viajar en el auto más caro que hay de aquí a cinco cuadras, ¿pero debería sufrir si ese auto no está disponible para mí? Yo digo que si el auto está sería maravilloso disfrutar de un paseo en ese auto, pero si no está ese auto, quizás haya otro auto y si no quizás pueda caminar, y si llueve, quizás pueda conseguir un paraguas, y si

no quizás pueda renunciar a ir… Y si me apurás mucho y renuncio a ciertos hábitos, quizás, gracias a que el auto no está disponible, quizás pueda disfrutar de caminar bajo la lluvia. Si yo puedo ser feliz en cualquiera de estos casos, si yo puedo tener grados de alegría en cada una de estas situaciones, entonces no hay ningún sufrimiento que me espere. Pero si yo fijo gran parte de mis ilusiones en que este auto me lleve…

"Ahhh…qué gran defraudación" "Ohhh…qué terrible pérdida"

"Ehhh…siempre fui en auto" "Uhhh…yo no puedo soportar tener que caminar". Ahora el sufrimiento está garantizado. Sin embargo es obvio que mi felicidad no puede pasar por ir en auto. Si me doy cuenta de que de ninguna manera pasa por ir o no en auto, debe pasar por otro lado. ¿Se trata de una conducta masoquista? Tampoco. ¿Entonces? ¿Qué es lo que me hace sufrir? El tema está en mi apego, en mi manera de relacionarme con mis deseos. El problema es no saber entrar y salir de las situaciones. No poder aceptar la conexión y la desconexión con las cosas. No haber aprendido que el obtener y el perder son parte de la dinámica normal de la vida considerada feliz. Te preguntarás por qué me desvío hacia la felicidad, el apego y la

capacidad de entrar y salir si estoy hablando de pérdidas, de lágrimas, de abandonos, de muertes. Porque muerte, cambio y pérdida están íntimamente relacionados desde el comienzo con la vida. Para la psicología, para la antropología y para la historia de la humanidad cada símbolo tiene arquetípicamente un significado Y estos símbolos se repiten una y otra vez en todas las culturas y en todos los tiempos. Si pensamos en un lenguaje simbólico en funcionamiento, en la estructura simbólica de pensamiento por antonomasia, deberíamos siguiendo a Jung evocar las representaciones de las cartas del Tarot. En el Tarot existe una carta que representa y simboliza la muerte: el arcano número 13, que la tradición popular identifica con la famosa calavera, la guadaña y la túnica, la imagen misma de la muerte.

Pero a pesar de lo aterrador de la imagen, como símbolo esta carta no representa la llegada de la muerte en sí misma, representa el cambio. Simboliza el proceso por el que algo deja de ser como es para dar lugar a otra cosa que va a ocupar el lugar que aquello ocupaba antes. La sabiduría popular o el inconsciente colectivo sabe desde siempre que las pequeñas muertes cotidianas y quizás también los más tremendos episodios de muerte simbolizan internamente procesos de cambio. Vivir esos cambios es animarnos a permitir que las cosas dejen de ser para que den lugar a otras nuevas cosas.

Elaborar un duelo es aprender a soltar lo anterior. Sin embargo, si tengo miedo de las cosas que vienen y me agarro de las cosas que hay, si me quedo centrado en las cosas que tengo porque no me animo a vivir lo que sigue, si creo que no voy a soportar el dolor que significa que esto se vaya, si voy a aferrarme a todo lo anterior… Entonces no podré conocer, ni disfrutar, ni vivir lo que sigue. Casi te escucho: "…pero cuando uno pierde cosas que quiere, siente que le duele y a veces sufre mucho por lo que no está". Sí; el tema está justamente en ver cómo hacemos para quedarnos con el dolor; renunciando al sufrimiento. Hay miles de cosas que te invitan a recorrer el camino de las lágrimas, porque además de personas que uno pierde hay situaciones que se transforman, hay vínculos que cambian, hay etapas de la propia vida que quedan atrás, hay momentos que se terminan y cada uno de ellos es una pérdida para elaborar. Todas estas cosas de alguna manera van a pasar y es mi responsabilidad enriquecerme al despedirlas. Imaginate que yo me aferrara a aquellas cosas hermosas de mi infancia, que yo me quedara pensando en lo lindo que fue ser niño, o que me quedara aferrado a la época cuando era un bebé y mi mamá me daba la teta y se ocupaba de mí y yo no tenía nada que hacer más de lo que tuviera ganas, o me quedara aferrado, dentro del útero de mi mamá, pensando que este estado supuestamente es ideal.

Imaginate que me quedara en cualquier etapa anterior a mi vida, que decidiera no seguir adelante. Imaginate que decidiera que algunos momentos del pasado han sido tan buenos, algunos vínculos han sido tan gratificantes, algunas personas han sido tan importantes, que no los quiero perder y me agarro como a una soga salvadora de estos lugares que ya no estoy.

Esto no serviría, esto no sería bueno para mí ni para nadie.

Seguramente moriría allí, paralizado. Y sin embargo, dejar cada uno de estos lugares fue doloroso, dejar mi infancia fue doloroso, dejar de ser el bebé de los primeros días fue doloroso, dejar el útero fue doloroso, dejar nuestra adolescencia fue doloroso. Todas estas vivencias implicaron una pérdida, pero gracias a haber perdido algunas cosas hemos ganado algunas otras. Puedo poner el acento en esto diciendo que no hay una ganancia importante que no implique de alguna forma una renuncia, un costo emocional, una pérdida. Esta es la verdad que se descubre al final del camino de las lágrimas: Que los duelos son imprescindibles para nuestro proceso de crecimiento personal, que las pérdidas son necesarias para nuestra maduración y que ésta a su vez nos ayuda a recorrer el camino: madurar es aprender a soltar; aprender a soltar es madurar. En la medida en que yo aprenda a soltar, más fácil va a ser que el crecimiento se produzca; cuanto más haya crecido menor será el desgarro ante lo perdido; cuanto menos me desgarre por aquello que se fue, mejor voy a poder recorrer el camino que sigue. Madurando seguramente descubra que por propia decisión dejo algo dolorosamente para dar lugar a lo nuevo que deseo. -Gran maestro -dijo el discípulo-, he venido desde muy lejos para aprender de ti. Durante muchos años he estudiado con todos los iluminados y gurús del país y del mundo y todos han dejado mucha sabiduría en mí. Ahora creo que tú eres el único que puede completar mi búsqueda. Enséñame, maestro, todo lo que me falta saber. Badwin el sabio le dijo que tendría mucho gusto en mostrarle todo lo que sabía pero que antes de empezar quería invitarlo con un té. El discípulo se sentó junto al maestro mientras él se acercaba a una pequeña mesita y tomaba de ella una taza llena de té y una tetera de cobre. El maestro alcanzó la taza al alumno y cuando éste la tuvo en sus manos empezó a servir más té en la taza que no tardó en resbalsarse. El alumno con la taza entre las manos intentó advertir al anfitrión: – Maestro…maestro Badwin como si no entendiera el reclamo siguió vertiendo té, que después de llenar la taza y el plato empezó a caer sobre la alfombra. – Maestro -gritó ahora el alumno-, deja ya de echar té en mi taza. ¿No puedes ver que ya está llena? Badwin dejó de echar té y le dijo al discípulo: – Hasta que no seas capaz de vaciar tu taza no podrás poner más té en ella. Hay que vaciarse para poder llenarse. Una taza, dice Krishnamurti, sólo sirve cuando está

vacía. No sirve una taza llena, no hay nada que se pueda agregar en ella. Manteniendo la taza siempre llena ni siquiera puedo dar, porque dar significa haber aprendido a vaciar la taza. Parece obvio que para dar tengo que explorar el soltar, el desapego, porque también hay una pérdida cuando decido dar de lo mío. Para crecer entonces voy a tener que admitir el vacío.

El espacio donde por decisión, azar o naturaleza ya no está lo que antes podía encontrar. Esta es mi vida. Voy a tener que deshacerme del contenido de la taza para poder llenarla otra vez. Mi vida se enriquece cada vez que yo lleno la taza, pero también se enriquece cada vez que la vacío…porque cada vez que yo vacío mi taza estoy abriendo la posibilidad de llenarla de nuevo. Continuará…


Correo 3


Toda la historia de mi relación con mi crecimiento y con el mundo es la historia de este ciclo de la experiencia del que ya hablamos. Entrar y salir. Llenarse y vaciarse. Tomar y dejar.

Vivir estos duelos para mi propio crecimiento. Aunque no siempre el proceso sea fácil, aunque no siempre esté excento de daño. Si yo quiero levantar este lápiz de arriba de mi mesa de trabajo, lo hago fácilmente y con poco esfuerzo. No pasa gran cosa salvo que en la mesa queda el lugar vacío donde estaba el lápiz. Pero si pongo un poquito de pegamento aquí, en el lápiz, cuando yo lo levante, posiblemente quede una marca sobre el mantel y si miráramos con una lupa veríamos que algo de las capas superficiales de la tela del mantel fueron arrancadas junto con el lápiz. Imaginemos por fin que en vez de un pegamento simple pongo un poco de adhesivo industrial.

Cuando alce el lápiz, pedacitos de mantel van a quedar pegados a él y no voy a necesitar ninguna lente para notarlo, el daño será evidente. Ahora imagínese que hago ojales en el mantel y hago algunos agujeros en la madera y con un hilo coso el lápiz al mantel, y pego con cemento el mantel a la mesa; ahora no sólo voy a tener que hacer un esfuerzo más grande para poder separar estas dos cosas y levantar el lápiz, sino que cuando lo haga posiblemente el mantel se destruya, un pedazo de mesa quede dañado y el lápiz quede en malas condiciones. Del mismo modo, cuanto mayor sea el apego que siento a lo que estoy dejando atrás (cuanto más poderoso sea el pegamento), mayor será el daño que se produzca a la hora de la separación, a la hora de la pérdida. No es imprescindible que sea así pero en general sucede que cuanto más amo más tiendo a apegarme y entonces se instaura aquella idea de que: Si uno no ama no sufre. Porque el que ama se arriesga a sufrir. Y yo digo: es más que un riesgo, porque en cada relación amorosa comprometida un poquito de dolor va a haber, aunque más no sea el dolor de descubrir nuestras diferencias y de enfrentar nuestros desacuerdos. Pero este compromiso es la única manera de vivir plenamente y como suelo decir: VIVIR VALE LA PENA. Es necesario establecer a partir de acá que esta pena es la que de alguna manera abre la puerta de una nueva dimensión, es el dolor inevitable para conseguir una sola cosa imprescindible, mi propio crecimiento. Nadie crece desde otro lugar que no sea haber pasado por un dolor asociado a una frustración, a una pérdida. Nadie crece sin tener conciencia de algo que ya no es.

Sin embargo existen duelos que padecen los que, teniendo solamente la fantasía de que van a llegar a tener algo, les duele después la conciencia de que no llegaron a tenerlo. Esto parece ser una excepción, ¿cómo se podría sentir esta pérdida? Parece el duelo por no tener lo que nunca tuvo. Me digo: debe haber algo que sintió que tuvo para que pueda vivir la pérdida. Por supuesto que hay algo que sí tuvo. Tuvo la ilusión. Tuvo la fantasía. Y lo que está perdiendo es esa ilusión, es esa fantasía.

Y si le duele, va a tener que elaborar ese duelo para separarse de esto que ya no está. Un sueño mío no es algo que podría haber sido; un sueño mío ES en sí mismo. Está siendo en este momento. Mis ilusiones y mis fantasías, si son sentidas, SON. Y puedo aferrarme a mis sueños, como me aferro a mis realidades como me aferro a mis relaciones. Cuando la realidad me demuestra que esto no va a suceder, es como si algo muriera y como con las personas, tiendo a quedarme aferrado a esta fantasía. Igual que con las realidades, lo mismo que con los hechos, hace falta soltar. Pero para esto tengo que aceptar que el mundo no es como yo quiero que sea, y esto implica un duelo para elaborar. Tengo que aceptar que el mundo es como es y amigarme con el hecho de que así sea. Tengo que aceptar que mi buen camino no pase quizás por tener todo lo que deseo.

Quizás pase por donde ni siquiera imaginé. Pero si no me animo a soltar la soga de un sueño no podré seguir mi ruta hacía mí mismo. Madurar siempre implica dejar atrás algo perdido, aunque sea un espacio imaginario, y elaborar un duelo es abandonar uno de esos espacios anteriores (internos o externos), que siempre nos suena más seguro, más protegido y aunque más no sea, más previsible. Dejarlo para ir a lo diferente. Pasar de lo conocido a lo desconocido. Esto irremediablemente nos obliga a crecer. Que yo sepa que puedo soportar los duelos, y sepa que puedo salirme si lo decido, me permite quedarme haciendo lo que hago, si esa es mi decisión.

El dolor a veces, acompaña al que sufre, en el mismo lugar que antes acompañaba la persona. No importa qué lugar ni cuánto ocupaba el desaparecido en tu vida, el dolor está listo para ocupar todos esos espacios. Y esta sensación de estar acompañado por el dolor no es agradable, pero por lo menos no es tan amenazante como parece ser el vacío. Por lo menos el dolor ocupa el espacio. El dolor llena los huecos. El dolor evita el agujero del alma. ¿Qué pasaría si no estuviera el dolor llenando los huecos? Quizás simplemente podría vivir adentro mío las cosas que el otro dejó. A veces el proceso es el de aceptar renunciar a alguien que no murió, pero que ya no está, porque su enfermedad o el paso del tiempo lo cambiaron tanto que ya no es de la manera en que era. Puede estar aquí físicamente, tiene su misma cara pero no la misma expresión, tiene su misma voz pero no sus mismas palabras Ya no es la misma persona. Ya no es. Y sin embargo está. No allá afuera sino aquí, adentro. Y cuando puedo llegar a darme cuenta de eso puedo recuperar la alegría de estar vivo. Porque estar vivo significa poder sostener vivo a este otro que vive en mí. La vida es la continuidad de la vida, más allá de la historia puntual, cada momento se muere para dar lugar al que sigue, cada instante que vivimos va a tener que morirse para que nazca uno nuevo, que nosotros después vamos a tener que estrenar (como dice Serrat). Hace falta estrenarse una nueva vida cada mañana si es que uno decide soportar la pérdida. Pero si seguís llevando la anterior, la anterior y la anterior, tu vida se hace muy pesada. A mí me parece que la vivencia normal de una pérdida tiene que ver justamente con animarse a vivir los duelos, con permitirse padecer el dolor como parte del camino. Y digo el dolor y no el sufrimiento, porque sufrir como veremos es, más bien, resignarse a quedarse amorosamente apegado a la pena.

Quiero poder abrir la mano y soltar lo que hoy ya no está, lo que hoy ya no sirve, lo que hoy no es para mí, lo que hoy no me pertenece. No quiero retenerte, no quiero que te quedes conmigo "porque yo no te dejo ir". No quiero que hagas nada para quedarte más allá de lo que quieras. Mientras yo deje la puerta abierta voy a saber que estás acá porque te querés quedar, porque si te quisieras ir ya te habrías ido. Hay un poeta argentino, que se llama Hamlet Lima Quintana, un hombre cuya poesía admiro muchísimo. Y él escribió "Transferencia" que dice: Después de todo, la muerte es una gran farsante. La muerte miente cuando anuncia que se robará la vida, como si se pudiera cortar la primavera. Porque al final de cuentas, la muerte sólo puede robarnos el tiempo, las oportunidades para sonreír; de comer una manzana, de decir algún discurso, de pisar el suelo que se ama, de encender el amor de cada día. De dar la mano, de tocar la guitarra, de transitar la esperanza. Sólo nos cambia los espacios. Los lugares donde extender el cuerpo, bailar bajo la luna o cruzar a nado un río. Habitar una cama,.llegar a otra vereda, sentarse en una rama, descolgarse cantando de todas las ventanas. Eso puede hacer la muerte.

¿Pero robar la vida?… Robar la vida no puede. No puede concretar esa farsa… porque la vida… la vida es una antorcha que va de mano en mano, de hombre a hombre, de semilla en semilla, una transferencia que no tiene regreso, un infinito viaje hacia el futuro, como una luz que aparta irremediablemente las tinieblas. Y a mí me parece que Lima Quintana tiene razón. La desaparición del otro, que uno asocia con la muerte, solamente puede ser vivida así si uno no puede interiorizar a los que ha perdido. Si uno se anima, entonces la muerte es una gran farsante. La enfermedad es una gran farsante. Pueden llevarse algunas cosas de ese otro. Pero no pueden robármelo porque de alguna manera ese otro sigue estando adentro mío.