"El Camino de las Lágrimas" - читать интересную книгу автора (Bucay Jorge)

CAPÍTULO 7

DUELOS POR MUERTE

Tal como lo hemos dicho los duelos no son el patrimonio exclusivo de la muerte de alguien porque como dijo Rochin: Somos seres imperfectos limitados por lo imposible

Hay un duelo por delante en la vida de todo aquel que sufre una pérdida, que atraviesa un cambio, que deja una realidad para entrar en otra.

En ese capítulo vamos a animarnos a hablar un poco de la dolorosa experiencia de los duelos por la desaparición física de un otro.

La muerte de un ser querido:


La muerte es algo natural, incontrastable e inevitable.

Hemos manifestado permanentemente la inequívoca tenencia a hacer a un lado la muerte, e eliminarla de la vida.

Hemos intentado matarla con el silencio. En el fondo nadie cree en su propia muerte. En el inconsciente cada uno de nosotros está convencido de su inmortalidad. Y cuando muere alguien querido, próximo, sepultamos con él nuestras esperanzas, nuestras demandas, nuestros goces. No nos dejamos consolar y hasta donde podemos nos negamos a sustituir al que perdimos.


SIGMUND FREUD, 1917.


La muerte de un ser querido, cualquiera sea el vínculo, es la experiencia más dolorosa por la que pueda pasar una persona.

Toda la vida, en su conjunto, duele. Nos duele el cuerpo. Nos duele la identidad y el pensamiento. Nos duele la sociedad y nuestra relación con ella. Nos duele el dolor de la familia y los amigos. Nos duele el corazón y el alma.

En esta pérdida como en ninguna otra situación el dolor atraviesa el tiempo.

Duele el pasado, duele el presente y especialmente duele el futuro.

Esta experiencia tan dramática es parte inevitable de la vida adulta y la probabilidad de pasar por ella aumenta a medida que pasa el tiempo. El riesgo de vivir un duelo por alguien querido crece con mi propio envejecer y con mi propio riesgo vital.

Frente al dolor de la ausencia parecería que sólo el regreso del ser amado podría significar "el verdadero consuelo".

Sin embargo, se tiende a subestimar la experiencia dolorosa y discapacitante del duelo. Un individuo sano y normal está forzado según el prejuicio popular a superar una pérdida con rapidez y sin ayuda de ningún tipo.

La muerte de un miembro de la familia (padre, madre, abuelos) por ejemplo, no sólo afecta a cada integrante individualmente sino que afecta al grupo como un todo, lo cual agrava la situación porque es paradójicamente en la familia misma donde naturalmente deberíamos encontrar el mejor apoyo y la más útil ayuda. Una situación especial la plantea la muerte de un hijo, que es un tema del cual hablaremos más adelante, al final de

este capítulo.

La familia debe hacer lo necesario para permanecer más unida en estas situaciones y compartir su dolor con valentía y extremo respeto por los estilos individuales. La situación es demasiado dolorosa como para que cada uno tenga que recuperarse solo o fuera de su hogar.

Entre los que estudian el proceso del duelo no hay ninguna duda de que las herramientas más útiles en estos momentos son un abrazo cariñoso, la posibilidad de compartir nuestra historia, el llanto acompañado, el hombro firme dispuesto a recibir nuestra cabeza cansada y el oído amoroso atento a nuestra necesidad de hablar. Nadie mejor que nuestra familia para atender estas demandas.

En estos casos los peores días el año suelen ser las fiestas. La "reacción de aniversario" sucede porque dentro de la familia estos eventos evocan demasiados recuerdos de aquellos momentos llenos de alegría e inundados de la presencia de los ausentes y estas imágenes contrastan ahora con la tristeza del duelo compartido.

Cada fin de año, por ejemplo, con su tradicional balance de lo hecho, suele complicar aun más la situación dolorosa de la pérdida.


Las diferencias

Uno de los aspectos más sorprendentes que aparecen frente a una muerte es el darse cuenta de que no todos manifestamos nuestro dolor de la misma forma:

¿Por qué siento que no puedo soportar este dolor si mi amiga que también perdió a su esposo no se ve o no se siente tan mal?

¿Por qué me siento desfallecer y mi hermano no?

Las reacciones varían no sólo entre diferentes personas (aun miembros de una misma familia) sino también en uno mismo, según la edad y las circunstancias en las que se encuentra cuando sucede la pérdida.

Las circunstancias de la muerte y las que rodean a las personas que sufren la pérdida son los dos factores predictivos de la intensidad del duelo tanto en relación a su duración, como a la intensidad de la respuesta dolorosa. Varios factores o fenómenos han sido identificados como elementos de ayuda o de riesgo para el duelo. Genéricamente cuando más rápida, imprevista y traumática sea la muerte, y cuanto más afecte esa pérdida a la vida diaria del sujeto, mucho mayor será el impacto emocional. Hay diez factores que intervienen a la hora del duelo.

El grado de presencia o ausencia de ellos puede hacer que el proceso de elaboración sea más fácil o más difícil.


1. Calidad de la relación con la persona (íntima o distante.Asuntos inconclusos)

2. Forma de la muerte (por enfermedad o accidente, súbita o previsible).

3. Personalidad de unos (temperamento, historia, conflictos personales)

4. Participación en el cuidado del ser querido antes de fallecer

5. Disponibilidad o no de apoyo social y familiar.

6. Problemas concomitantes (dificultades económicas, enfermedades)

7. Pautas culturales del entorno (aceptación o no del proceso de duelo)

8. Edades extremas en el que pena (muy viejo o muy joven)

9. Pérdidas múltiples o acumuladas (perder varios seres queridos al mismo tiempo.

10. Posibilidad de pedir y obtener ayuda profesional o grupal.

Un matiz adicional que suele dificultar la elaboración y superación del duelo es la muerte por suicidio.

Por más que lo intentás, nunca conseguís entender las razones que lo llevaron a tu ser querido a quitarse la vida. El suicidio deja siempre detrás de sí muchas preguntas.

Es natural sentir mucha rabia y enfado hacia la persona que se suicidó. Si cuando se muere te enojás con el difunto aunque haya muerto en un accidente, cuánto más te enojarás cuando él o ella decidieron morirse.

Creo que si el suicida supiera el daño que produce en la familia cercana, sobre todo en los hijos cuando los hay, no se suicidaría Si de verdad uno supiera lo que los hijos irremediablemente piensan cuando su padre o madre se suicida:

"Ni siquiera por mí. ni siquiera yo era una buena razón. Ni siquiera pensó en mí".

Y esto es muy doloroso para sustentar después la propia autoestima.

Me parece que esto confirma que el que se suicida no puede pensar con cordura en ese momento.

De alguna manera su capacidad de deducción está suspendida y esto no le permite razonar adecuadamente.

La sensación de culpa también es algo perfectamente normal después de una muerte de esas características. Recordá que no pudiste elegir por él o por ella y que la decisión del suicidio fue enteramente suya. Aceptá también que, a pesar de lo que hubieras podido decirle, tus palabras difícilmente habrían sido suficientes para cambiar su decisión.

A medida que la tormenta de emociones vaya calmándose, surgirá poco a poco la aceptación. Date tiempo para llegar allí, un duelo por suicidio necesita más tiempo para sanar. Sé paciente y trabajá la idea del respeto por su elección, aunque no estés de acuerdo.


Duelo anticipado.

El tema genera cierta controversia.

Se han hecho muchos estudios y se ha escrito mucho para tratar de acotar su significado. Duelo anticipado se refiere al proceso que ocurre en anticipación de la pérdida e incluye mucho de los síntomas de un duelo normal.


Los siguientes aspectos están siempre presentes:


1. tristeza,

2. preocupación por la persona que va a morir

3. ensayo del deceso

4. ajuste previo a las consecuencias de la muerte

5. vivencia efectiva de la despedida, a veces mutua.


Es un error creer que hay un volumen de tristeza fijo y que si se experimenta antes disminuye la pena que "queda" para después de la pérdida. las emociones no funcionan así. De todas maneras algunos estudios aportan datos que documentan que el duelo anticipado mejora la capacidad de adaptación de los familiares a recuperarse del dolor de la pérdida.

Algunos investigadores dicen que la anticipación casi nunca ocurre. Aceptar la muerte de una persona querida antes de que muera condena al familiar vulnerable a la culpa de haber abandonado al paciente antes del final. Y además existe la preocupación de que el paciente experimente "demasiado dolor" adicional por la situación de muerte inminente y esperada a su alrededor.

En todo caso, lo que seguramente existe es la natural anticipación involuntaria de los familiares de los pacientes en largas agonías.


Integración.

Es necesario integrar el pensamiento con el sentimiento y con la acción. Aceptar conscientemente un sentimiento no produce necesariamente la capacidad de expresarlo…Una cosa es ponerse triste, y otra muy distinta es poder llorar.

Saber que uno está enojado no es lo mismo que expresar mi enojo.

En el duelo, el cuerpo se acoraza (endurece), se defiende tratando de amortiguar el impacto que produce el dolor. Poder expresar los sentimientos que produce una pérdida, ya sea la rabia o el miedo, nos ayuda a enfrentar el dolor para poder luego cicatrizar la herida del alma.

Si permanecemos "fuertes", sólo estamos tapando el dolor, Sea como fuere seguramente pasaremos por la vivencia de la muerte de alguno de nuestros seres queridos incluyendo también la de nuestros padres.

El dolor puede y va a enseñarnos irremediablemente a darle un nuevo sentido a la vida, va a cambiar valores y prioridades.

Quizás ahora te parezca imposible, pero con el tiempo vas a ir superando la muerte de la persona amada. Y llegará un día en que vas a poder decir que la vida continúa y que te sentís feliz por estar vivo.


Duelo por viudez

Cuando la realidad conocida se rompe, lo seguro y ordenado se vuelve caótico.

El mundo parece hostil y nada puede aliviar la incertidumbre y la inseguridad.

Y cuando la responsabilidad de mantener el provisorio orden ara compartida con otro que ya no está, aparecen la desesperación y el vacío.

Sólo por la interacción se mantiene el sentido del individuo en el mundo y su identidad, quizás por eso los que pierden su pareja dicen haber perdido una parte esencial de ellos mismos y se sienten extraños y ausentes.

La pérdida del compañero impone desorden, menoscaba el sentido de la vida y amenaza la identidad.

La consecuencia más extrema e irreversible es lo que se ha dado en llamar el "síndrome del corazón roto", donde la muerte del cónyuge precipita la propia.

Hace muchos años, mientras yo era practicante en la guardia médica del Instituto de Cirugía de Haedo, recibimos una llamada para atender una emergencia en una casa cercana al hospital.

Dos médicos, una enfermera, el camillero, el chofer y yo nos subimos con el equipo de resucitación necesario a la ambulancia y en menos de cinco minutos llegamos a una humilde casa del barrio.

Entramos al cuarto de la enferma, una mujer de unos 70 años en paro cardíaco. Lamentablemente no hubo mucho para hacer y pese a todas las maniobras confirmamos que el hecho era irreversible.

Con dolor le contamos a la hermana de la paciente, que estaba en el cuarto, que no había nada más que hacer y que íbamos a llevar el cuerpo al hospital para los certificados y trámites.

La señora salió del cuarto y le dijo a un señor que según nos enteramos después era el marido de la mujer fallecida:

– María murió

El hombre palideció

Se dejó caer en una silla de mimbre y dijo

– Me quiero morir…

Esas fueron sus últimas palabras

Nada pudimos hacer los seis profesionales presentes, ni el equipo que traíamos, ni la posibilidad de trasladarlo de inmediato.

El hombre dijo "me quiero morir" y se derrumbó.

Dadas las condiciones de la muerte, se hizo una autopsia de su cuerpo que arrojó un resultado que todos preveíamos:

Estallido cardíaco!

La muerte de su compañera le había ROTO EL CORAZÓN…literalmente

En los países sajones la muerte del cónyuge es la primera de las situaciones listadas por intensidad en una estadística de "situaciones dolorosas", que ha sido tomada como referencia desde hace muchísimo tiempo y confirmada año tras año.

Para estas estadísticas (que seguramente no darían iguales resultados en nuestros países latinos) la desaparición del marido o de la esposa, sería la máxima causa de dolor entre la población de entre 25 y 70 años. La estadística es esta:


LISTA DE CAMBIOS DOLOR

Muerte del cónyuge 100

Condena en la cárcel 91

Muerte de un familiar cercano (hijo) 83

Divorcio 80

Despido del trabajo 76

Muerte de familiar (hermano-padres) 65

Enfermedad personal o accidente grave 60

Casamiento 50.

Muerte de un amigo 48

Jubilación 45

Enfermedad o accidente de un familiar 44

Dificultades sexuales 39

Crecimiento de la familia (nacim.adopc.) 39

Gran cambio financiero 38

Muerte de una mascota 37

Cambio de trabajo 36

Discusiones repetidas con la pareja 35

Hipoteca bancaria de más de $ 15.000 31

Gran cambio en el trabajo 29

Hijos que dejan la casa (matrimonio/ejérc.) 29

Problemas legales 29

Esposa que comienza a trabajar 26

Mudanza, remodelación de la casa 25

Problemas graves con el jefe 23

Cambios en la vida social 18


Cuando le pregunté a uno de mi maestros de los Estados Unidos la razón de esta discordancia, argumentando que, para nosotros, la lista sería encabezada sin lugar a dudas por la situación de la muerte de un hijo, me contestó con un argumento que no alcanzó a convencerme, pero me obligó a pensar en una arista que hasta entonces yo no había tenido en cuenta: Cuando un hijo se muere y la pareja se mantiene unida, hay dos a los que le está pasando lo mismo, hay alguien que puede comprender lo que nos pasa. En cambio cuando la pareja es la que muere, a nadie, repito, a nadie, le está pasando lo mismo, estamos verdaderamente solos en nuestro dolor.


Dicen los viudos y las viudas. "El dolor de la pérdida de la pareja desgarra y uno se pregunta cómo seguir viviendo". "El silencio hiere los oídos, el hogar se convierte sólo en una casa". "El llanto y la rabia se vuelven tu diaria compañía". "No podes definir si sentís pena por el que se fue o por vos mismo". "¿Cómo seguir respirando, caminando, haciendo lo cotidiano sin ella?". "¿Mi capacidad de amar podría seguir existiendo?". "Uno se siente como una baraja de naipes arrojada al aire". No se puede generalizar, pero cuando muere la pareja, la identidad, que está muchas veces armada en relación al vínculo, se ve amenazada.

El hombre y la mujer que se quedan solos en el nido se definen como quebrados (así lo expresan muchas veces) El gran desafío es rearmarse para hacer frente a este momento tan difícil. Se han definido diez tipos de soledad que podrían llegar a sentir los viudos en etapa de duelo.


11. Extrañar a la persona en concreto.

12. Extrañar el hecho de sentirse queridos.

13. Extrañar la posibilidad de querer a alguien

14. Extrañar una relación profunda…15. Extrañar tener a alguien en casa

16. Extrañar compartir las tareas.

17. Extrañar la forma de vida de la gente casada.

18. Extrañar la satisfacción de ir acompañados

19. Extrañar la vida sexual

20. Extrañar las amistades en común.


Dado que la expectativa de vida de las mujeres en Argentina es de 75 años mientras que la de los hombres es de 71 (según la Dirección de Estadísticas de las Naciones Unidas), la viudez es un fenómeno que tiene mayor incidencia entre las mujeres.

Muchas mujeres fueron educadas para idealizar el amor, y siempre dependieron del hombre para subsistir social, económica y por consiguiente psíquicamente. Si bien la dependencia económica está disminuyendo, la psíquica continúa, por lo que no pueden evitarse sentirse desamparadas cuando pierden al compañero. Un hombre que pierde a su mujer puede sentirse desconsolado, pero difícilmente desamparado porque las mujeres estructuran su subjetividad en torno a los vínculos, mientras que los hombres la construyen en torno de su trabajo. Si hombres y mujeres hicieran suya la frase de Ortega y Gasset: "Yo soy yo y mi circunstancia". Ellos dirían de sí mismos: "Yo soy yo y todo lo que sé hacer". Las mujeres dirían en cambio: "Yo soy yo y todos aquellos a quienes amo". La persona que murió no se pierde, porque es interiorizada emocionalmente. Lo que queda vacante es el lugar de los roles que ocupaba. Una de las cosas que suelen sorprender a los viudos recuperados es que pueden volver a amar, a pesar del dolor, ya que el dolor y el amor pueden coexistir. "Cuando murió mi esposa viví su muerte como un terremoto. Fui perdiendo de a poco a todos mis amigos. No sabía cómo se pagaba la luz, dónde se compraba la fruta ni cómo se conseguía la leche. Mis hijos me trataban como si fuera un inútil.

Un día los junté a todos y les dije: "Un momento, me quedé viudo, no descerebrado". Ese día todo empezó a retomar su rumbo. Eso de "yo no podía soportar que vos te fueras" es la misma historia de "yo nunca voy a poder dejar de fumar" y "nunca voy a poder hacer una dieta para adelgazar". Mientras yo me crea que nunca podría, seguro que no voy a poder. Si yo me creo que no voy a poder soportar tu ausencia, si me creo que no puedo seguir sin vos, si me convenzo de que mi vida ha terminado, es posible que todo esto suceda. Hay una tribu, y esto es real, en el norte de África. Es costumbre que cuando alguien comete un hecho muy grave, por ejemplo matar a otro miembro de la tribu, se hace una junta, una reunión de todos los jefes de la tribu. Si lo encuentran culpable lo condenan a muerte. Lo maravilloso es que la condena significa hacerle una marca con tinta en el hombro. Es una marca rara, que en la tribu es el símbolo de la muerte. A partir de ese día el condenado es alojado en una carpa a unos diez metros de los otros, nada más. Nadie lo toca, nadie le hace nada, si quiere comer, come, si quiere beber, bebe, nadie le dirige la palabra, nadie habla con él, está muerto. Dos meses después de la condena, el reo muere, muere sin que nadie le haya tocado un pelo. Y no muere porque le pase algo especial, ni porque la marca sea venenosa, muere sólo porque cree que se tiene que morir. En esa cultura el condenado está convencido que se va a morir, y por supuesto se muere, literalmente, se muere. Según los especialistas, un duelo termina cuando uno puede volver a insertarse en la vida con nuevos proyectos, cuando decide que ya no está "muerto", y del dolor intenso puede pasar a uno menos intenso y de allí al amor por otros (la familia, una nueva pareja, los amigos). Cuando la pareja muere, todos sus roles quedan vacantes y hay que aprender a reacomodarse. NO es sólo haber perdido un contador, un jardinero, un compañero sexual, un padre, etc. No es sólo haberse quedado sin cocinera, ama de llaves, planchadora, consejera, partenaire sexual y enfermera…aunque también es eso. Después de la muerte de tu pareja es muy difícil permitirse una nueva relación. No es indispensable hacerlo pero es importante saber que es posible.


Divorcio.


Recordar es el mejor modo de olvidar.


SIGMUND FREUD.


Quizás suene raro encontrar este título aquí, mezclado entre muertes y duelos funerarios. Y sin embargo, como vimos en nuestra cuestionada estadísticas de dolores, el divorcio está vivencialmente bastante cerca de lo catastrófico de la situación de muerte de la pareja…Y pongo siempre el mismo ejemplo: una cosa es estar juntos y conectados, en una relación de pareja donde él o ella pueden irse, acercarse o quedarse y yo puedo también hacer lo propio, y otra cosa es estar enganchados.

Engancharse no es estar juntos, porque no sirve para conectarse con el otro, sino para tironear, para retener, para atrapar al otro y que no se pueda ir. Para escaparse va a tener que lastimarse y lastimarme, porque estamos atrapados.

Esto no es estar juntos, ni tiene que ver con amor. Esto es un disfraz de la manipulación y del intento de controlar tu vida.

Y a pesar de la gravedad de este planteo, nos seducen estas situaciones de control, nos encanta tener estos vínculos "seguros" vivimos de alguna manera viendo cómo hacemos para tener al otro atrapado, para que el otro no se escape, para que no se vaya y dimensionamos las relaciones de pareja como relaciones en las que

"Los dos somos uno"

"Somos una sola carne"

"Yo para el otro y el otro para mí".

De alguna manera nos encanta este símbolo infame de nuestra condena al sufrimiento garantizado, que es

"No puedo vivir sin vos"

¡Qué pesado que suena!

Un poco más tibio pero igualmente condicionante es


“Me haces tan feliz"


Y yo digo siempre: no acepten, porque si aceptan tener ese poder van a tener que aceptar

“Me cagás la vida".

Pero lo cierto es que no tenés ese poder, nunca lo tuviste, aunque yo quisiera concedértelo. Me puede lastimar algo que hagas, algo que digas, eso sí, ¿pero hacerme sufrir?, la verdad que no.

¿Qué puede hacer el otro?

“Puede hacer todo lo que a mí no me gusta"

Muy bien, bárbaro. Pero si hace todo lo que a mí me disgusta ¿para qué me quedo?

"Me quedo porque lo quiero"

Bueno, si vos te quedas porque lo querés ¿es el otro el que te está haciendo sufrir?.De ninguna manera.

Entonces digo que soy yo que me hago sufrir. Claro que sí. Y posiblemente no sea sólo yo, pero seguro que tiene que ver más conmigo que con vos.

Y lo que tiene que ver más conmigo que con vos es aquello que al principio llamamos el "sistema de creencias" de cada uno.

Si me creo que para ser feliz vos tenés que hacer tal cosa y tal otra.

Que para ser feliz vos tenés que conducirte de tal manera.

Que para que yo sea feliz vos no tendrías que decir tal cosa o tal otra.

Que para que yo no sufra vos deberías querer exactamente lo que yo quiero, en el exacto momento en que yo lo quiero.

Y que no tendrías que querer ninguna otra cosa, porque si vos querés alguna otra cosa en un momento que no es el momento en que yo lo quiero, entonces yo sufro por tu culpa.

Y si no tenés el poder de hacerme sufrir mientras estés conmigo, menos aún tendrás ese poder si nos separamos.

Pero no me voy, me quedo.

¿Para qué me quedo?

Para cambiarte.

Para conseguir que seas diferente

Para lograr que quieras exactamente eso que yo quiero.

Y sobre todo porque no soporto la idea de perderte.

Eso. Para no perderte, te voy a cambiar.

Lo cual significa en la práctica primero martirizarte y después de todas maneras perderte. Dos dramas al precio de uno.

Y yo sostengo que este es un camino que nosotros tomamos para intentar evitar la pérdida, para esquivar la elaboración de un duelo.

¿Quién quiere estar al lado de alguien que ya no te ama?

Yo no, vos tampoco y seguramente ninguno de los que leen esto en este momento.

Entonces dejo de pretender agarrarte, dejo de querer engancharte.

Y abro las manos y permito que te vayas.

Y soporto el dolor sabiendo que una vez que elabore el duelo, una vez que trabaje con ese dolor, voy a quedar libre para poder amar a otra persona…"Sí, pero quién me va a querer a mí ahora…"

Ah, entonces no te retengo por lo mucho que te amo, te retengo por mi propia inseguridad. Me quiero quedar en el confort de la tranquilidad de lo que tengo.

No quiero conocer lo que sigue.

No está mal, pero no tiene nada que ver con el amor.

Cuando veo infinitas parejas que sufren por estas cosas, me dicen que hacen todo esto porque no soportarían el dolor de la pérdida, que viven cagándose la vida porque no soportarían vivir durante seis meses el dolor que les ocasionaría no estar más con esa persona.

Casi todos preferimos tratar de ver cómo hacemos para manipular la conducta del otro para que haga lo que nosotros queremos, antes que pasar por el camino de las lágrimas y dar lugar, después de llorar, a que aparezca una persona que sea más afín con mis gustos y principios.

Parece que obtuviéramos más placer en establecer nuestro poder, que en buscar otro que quiera lo que yo quiero.

En un divorcio el duelo significa aprender que la pérdida de este vínculo puede conducir a un encuentro mayor después.

Con mi mejor amigo, mi hermano, mi hijo, mi pareja, lo mejor que me podría pasar es que cada uno de nosotros haga lo que en realidad tiene ganas de hacer y encontrarnos después, posiblemente para compartir aquello que más te gustó y aquello que más me gustó a mí.

Pero para esto hay que soltar.

Hay que dejar de temerle a la pérdida.

En la mesa del café, en la peluquería, en los vestuarios de los clubes, uno escucha una y otra vez comentarios como estos:

"Ah, no! ¿Y si ella sale a tomar algo con un amigo y resulta que el amigo le gusta más que yo? Mejor que no salga con ningún amigo, mejor que no vea a ningún hombre, mejor que use anteojeras por la calle, mejor que nunca salga a la calle."

"¡Ah, no! ¡Y si él sale con sus amigos y se encuentra con otra chica, y si después los dos…? Vaya a saber…mejor lo controlo, mejor lo celo, mejor me le cuelgo encima para que no haya ninguna posibilidad de que me abandone"…Este es un martirio persecutorio y siniestro producto de mi propia dificultad para enfrentarme con la pérdida.

Y digo que lo hago porque te quiero mucho (!!!???)

¡¡¡¡Mentiras!!!!

Esto lo hago porque no he aprendido de verdad a soltar, porque no me di cuenta de que el único camino al crecimiento es elaborar los duelos de las cosas que no tengo; de que el único camino en realidad necesario para mi propio crecimiento es que yo viva mi historia como el pasaporte para lo que sigue.


Si de noche lloras porque el sol no está, las lágrimas te impedirán ver las estrellas.

R. Tagore.


Seguir llorando aquello que no tengo me impide disfrutar esto que tengo ahora.

Aprender a enfrentarse con el tema de la pérdida es aceptar vivir el duelo, saber que aquello que era es aquello que era y que ya no es más o por lo menos que ya no es lo mismo que era.

De hecho nunca es lo mismo.

Decía Heráclito: imposible bañarse dos veces en el mismo río.

Ni el río trae la misma agua ni yo soy el mismo.

Hay una pérdida necesaria.

Cuando me doy cuenta de que algo ha muerto, de que algo está terminado, ese es un buen momento para soltar.

Cuando ya no sirve, cuando ya no cumple, cuando ya no es, es el tiempo de soltar.

Lo que seguro no voy a hacer, si te amo de verdad, es querer retenerte.

Lo que seguro no voy a hacer es tratar de engancharte, si es verdad que te amo.

¿Te amo a vos, o amo la comodidad de que estés al lado mío?

¿Estoy relacionado con vos, individuo, persona?, o estoy relacionado con mi idea de que ya te encontré y no quiero salir a buscar más a nadie.

La verdad es que la pregunta que hago a todos es la que me hago a mí.

Si mañana yo llego a mi casa y mi esposa, después de 26 años de casados, me dice que no me quiere más…¿qué pasa?.Primero dolor, angustia, tristeza y luego más dolor.

Y después las dudas.

Me pregunto:

¿quiero yo seguir viviendo con alguien que no me quiere?

Yo. No ella. Yo ¿quiero seguir?

La quiero enormemente

¿Alcanza? ¿Puedo yo quererla por los dos?

La verdad…que no.

Y la verdad es que esta es la historia: como sé que no puedo determinar que me quieras ni quererte por ambos, entonces…te dejo ir.

No te atrapo, no te agarro, no te aferro, no te aprisiono.

Y no te dejo ir porque no me importe, te dejo ir porque me importa

Pero, Jorge, hay situaciones, momentos, donde una pareja pelea y lucha por el vínculo y después de un tiempo de roces se vuelven a encontrar".

Sí, hay miles de parejas que antes de encontrarse debieron separarse y otras que se separaron y nunca se volvieron a encontrar y hay miles más que no se separaron nunca y vivieron cagándose la vida para siempre, y hay toda la serie de variaciones que se te ocurran.

Pero seguramente el final de la historia de una pareja no pasa por cuánto consiga alguno de los dos mantener prisionero al otro.

Cuando una pareja en problemas viene a consultar a un terapeuta, basta que uno de los dos sienta que se terminó, que no quiere más, que no tiene emoción, que se acabó el deseo, basta que uno sostenga que agotó todos los recursos pero no le pasa nada, basta eso para saber que no hay mucho para rescatar.

Si hay deseo, si se quieren, si se aman, si les importa cada uno del otro, si creen que hay algo que se pueda hacer, aunque no sepan qué, los problemas se pueden resolver (mejor dicho, se pueden intentar)

Pero si para alguno de los dos verdadera y definitivamente se terminó, se terminó para ambos, y no hay nada más que hacer…Por lo menos en esta vuelta de la calesita. Quizás en la próxima te saques la sortija montada en el mismo pony, pero en esta vuelta no hay más premios para repartir.

Y entonces habrá que decirle al que ama:

tengo malas noticias para vos. Lo siento, se terminó.

¿Y ahora?

No lo sé. Seguramente te duela.

Pero te puedo garantizar que no te vas a morir.

Si no te aferras no te vas a morir.

Si no pretendes retener no te vas a morir.

Salvo, como dije, que vos creas que te vas a morir.

Cuentan que había una caravana en el desierto.

Al caer la noche la caravana se detiene.

El muchachito encargado de los camellos se acerca al guía de la caravana y le dice:

– Tenemos un problema, tenemos 20 camellos y 19 cuerdas, así que ¿cómo hacemos?

Él les dice:

– Bueno, los camellos son bastantes bobos, en realidad no son muy lúcidos, así que anda al lado del camello que falta y hace como que lo atas. Él se va a creer que lo estás atando y se va a quedar quieto.

Un poco desconfiado el chico va y hace como que lo ata y el camello en efecto se queda ahí, paradito, como si estuviera atado.

A la mañana siguiente, cuando se levantan, el cuidador cuenta los camellos, y están los veinte.

Los mercaderes cargan todo y la caravana retoma el camino.

Todos los camellos avanzan en fila hacia la ciudad, todos menos uno que queda ahí.

– Jefe, hay un camello que no sigue a la caravana.

– ¿Es el que no ataste ayer porque no tenías soga?

– Sí, ¿Cómo lo sabe?

– No importa. Andá y hace como que lo desatas, porque si no va a seguir creyendo que está atado y si lo sigue creyendo, no empezará a caminar.


Pérdida de un hijo

La muerte de una persona querida es el suceso más estresante en la cual puedo pensar y entre todas las muertes imaginables la pérdida de un hijo es, a mi entender, la peor. Alrededor de un 20% de los padres que lo vivieron aseguran, diez años después, que nunca llegarán a superarlo del todo. Es que en la muerte de un hijo, al dolor, a la congoja y a la sensación de aniquilamiento afectivo hay que agregarle la vivencia de mutilación. La mayoría de los padres viven este acontecimiento como la pérdida de una parte central de sí mismos y como la destrucción de las perspectivas y esperanzas de futuro. La muerte de un hijo es considerada en todas las culturas un hecho antinatural, una inversión del ciclo biológico normal, y por eso racional y emocionalmente inadmisible. Es clásico mencionar que ni siquiera existe una palabra, equivalente a huérfano o viudo, que nombre a los que penan un hijo muerto. El duelo no sólo va asociado a mecanismos psicológicos, sino que también se producen reacciones biológicas y neurovegetativas. Por ejemplo, se incrementa la producción de catecolaminas, se producen alteraciones en la segregación de la hormona cortisol, que repercuten en los ritmos biológicos; se debilita el sistema inmunológico. Las somatizaciones más comunes son alteraciones del sueño y del apetito, vómitos, mareos, taquicardias y temblor. En el primer año del duelo aumenta el número de consultas al médico. Se incrementa también el consumo de alcohol, tabaco y otras drogas. Entre las mujeres se incrementa el cáncer de mamas y entre los hombres infecciones y accidentes. El estrés que causa esta pérdida es tan intenso que en algunas estadísticas aparece como causante inmediato de un elevado índice de mortalidad en los primeros años del duelo. A veces las diferencias entre estilos de los hombres y de las mujeres hacen a algunos momentos intrínsecamente difíciles porque: mientras ÉL ve la situación global Ella percibe cada detalle de la realidad. mientras Él piensa qué hacer Ella actúa intuitivamente mientras Él es lógico

Ella se vuelve cada vez más sensible. mientras Él se pelea con el adentro. Ella se enfrenta con el afuera. mientras Él solamente suspira Ella se anima a llorar. Y entonces frente a la muerte de un hijo muchas veces sucede que: Ella necesita hablar sobre la muerte y vuele sobre los detalles. Él se siente incómodo con el tema y preferiría no hablar más sobre el asunto. Ella no consigue empezar a adaptarse a los 18 o 24 meses. Él empieza a acomodar su vida a los seis u ocho meses. Ella siente deseos frecuentes de visitar la tumba. Él prefiere no volver a pisar el cementerio. Ella lee libros, escucha conferencias o asiste a grupos. Él se refugia en el trabajo, su hobby o las tareas de la casa. Ella no tiene prácticamente ningún deseo sexual. Él quiere hacer el amor para buscar un mejor encuentro. Ella sabe que su vida ha cambiado para siempre. Él quisiera que ella vuelva a ser la de antes. Mantener la pareja unida es, pues, todo un desafío. Es importante mantenerse lo más unidos posible, sin asfixiar ni colgarse de la compañía del otro. Es imprescindible aprender a poner en palabras lo que está pasando para ayudarse mutuamente, porque es casi imposible pasar por este dolor y sobrellevar esta situación sin tu pareja.

Algunos problemas más frecuentes entre los padres que han perdido a un hijo son: Sentirse abandonado y o tenido en cuenta. Sentir que la relación de pareja ha pasado a un segundo plano. Estar inhibido para opinar, actuar o proponer por temor a molestar a su pareja. Temor de ser mal interpretado en sus actitudes. Sentir que su cariño por quien ha muerto no es valorado en su justa medida. Sentirse afuera del proceso de duelo de su pareja. Sentir que las etapas felices, alegres y apasionadas de la relación son irrecuperables. Sentirse obligado

a permanecer en la pareja sólo por solidaridad frente al dolor.

Temor a la disolución del vínculo. Culpa frente al supuesto fracaso en la protección de sus hijos. Dificultades para aceptar que la pareja viva la pérdida a su manera. Necesidad de parecer fuerte. Ideas de que el otro es de alguna manera responsable de la muerte. Sentimientos de impaciencia e irritabilidad hacia el otro. Falta de sincronicidad en los momentos de mayor dolor o las recaídas. Falta de coincidencia en las necesidades sexuales.

Después de enunciar todas estas diferencias y dificultades es fácil entender por qué una de cada cuatro parejas termina separándose. Es necesario decidir desde el comienzo mantener un diálogo que permita sincerar los sentimientos, las fantasías y los miedos de cada uno, para evitar sentirse distanciados o recíprocamente incomprendidos, lo que sumaría al comprensible dolor el riesgo de quedar en soledad en momentos en que la relación de pareja representa el mayor y el mejor apoyo frente a la trágica pérdida. Es imprescindible alejarse todo lo que se pueda de la gente desubicada que quiere "ayudar" en este momento tan difícil. Porque la mayoría de los conocidos o familiares cercanos no tiene ni idea de qué hacer con este tema y dice pavadas porque cree pavadas. Es sorprendente escuchar a los que sostienen por ejemplo que "cuanto más pequeño mejor". Algunos tratan de prorratear el dolor. Por ej., si un niño de diez años muere, nuestro dolor será "x",…si un bebé de un año muere, el dolor deberá ser de "x" dividido 10.

Ridículo. ¿Sería más fácil enterrar a nuestro hijo cuando lo hicimos o un año después? Es una pregunta imposible de responder. No hay mejor tiempo, ni menos dolor. Perder a un hijo es una tragedia terrible pase cuando pase. La mayor parte de los padres asegura que el dolor nunca se va por completo y es muy molesto soportar a los que nos informan que ya deberíamos estar mejor. Algunos se ocupan de acercarnos alguna pastilla o insisten en forzarnos a beber alcohol porque "nos va a hacer bien", lo cual significa una manera de alejarnos del dolor. Pero hay que comparar el dolor con un préstamo.

Debemos devolver el préstamo algún día. Entre más tardemos en hacerlo, más altos serán los intereses y las multas. Nadie tiene mala intencionalidad, pero los que te quieren, que no soportan verte sufrir, son capaces de sugerir para solucionar la amenaza a SU integridad que representa tu dolor: "Que otro hijo es la solución a tu dolor" "Que necesitas olvidar a tu hijo y seguir con tu vida" "Que tenés que sacar las fotos de tu hijo de tu casa" "Que hay que pensar en otras cosas". Lo cierto es que nada saben de lo que nos pasa. Quizás por eso la elaboración de la muerte de un hijo es el evento más solitario y más aislante en la vida de una persona ¿Cómo puede entender alguien que no ha pasado por lo mismo, la profundidad de este dolor? Muchos padres dicen que los amigos se convierten en extraños y muchos extraños se convierten en amigos. Lo mejor para hacer es aceptar la profundidad del dolor como la reacción normal de la experiencia más difícil que una persona puede vivir. Los grupos de apoyo o de autoayuda son un paraíso seguro para que los padres que han perdido un hijo compartan lo más profundo de su pena con otros que han pasado por los mismos sentimientos. Muchos grupos de apoyo están llenos de personas fuertes y comprensivas dedicadas a ayudar a padres que recién sufren la pérdida de su hijo para que encuentren esperanza y paz en sus vidas. En estos grupos los padres aprenden a: A saber que no están enloqueciendo. A sentirse solidarios en un todo con lo sucedido- A aceptar que les pasa lo mismo que a muchos otros A compartir el duelo con autenticidad basado en el amor por su pareja y en el sincero cariño que sentían por quien hoy no está. A permitirse su propio duelo, sin imitar ni comparar el propio dolor con las expectativas del otro. A asumir con responsabilidad la función de contener, apoyar y entender al otro, y aceptar con amor los cambios transitorios y comprensibles que pueden darse en su pareja. A darse cuenta de que si no permiten que el trágico suceso destruya la pareja, terminará por afianzarla.


Pérdida de un embarazo.

"Me hice yo misma la prueba de embarazo y cuando se formó el aro en el medio, yo tomé la primera foto de mi bebé. Aborté dos meses después. No pude creer cuánto se podía extrañar a alguien desconocido. No me parece que lo entienda todavía verdaderamente." La pérdida de un bebé sin nacer es la pérdida de sueños y fantasías hechas.

Muchas veces esta pérdida y este sufrimiento duran más que la pérdida de alguien al que has conocido. Dejar salir esta pena es la clave de cómo manejar este trauma emocional después de una pérdida de embarazo. Nunca hay un tiempo límite para completar las etapas del duelo pero en el caso de un aborto espontáneo temprano, la diferencia la aporta no sólo el tiempo de elaboración más variable, sino una constante: el proceso es muy solitario. El médico obstetra a veces no es el mejor consejero. Un obstetra poco humanitario puede sentir, cuando se pierde un embarazo, que no hay nada para hacer con esta paciente hasta su nueva preñez y retirarse para aliviar su propio dolor e impotencia Desgraciadamente la comunidad médica tiene poco conocimiento sobre algunos abortos espontáneos; una mujer puede que nunca tenga las respuestas a sus preguntas producidas por su experiencia. En vez de eso, ella queda con la incertidumbre de no saber por qué sucedió, ni entender cómo, y seguir preguntándose "¿Y…la próxima vez?". Y recuerdo ahora una frase que encontré hace años en los labios de una mujer que había perdido a su hijo de 42 años en un accidente de trenes. "Sólo hay una cosa que me puedo imaginar más terrible que la muerte de mi hijo No haberlo siquiera

conocido." Para terminar esa sesión le regalé a cambio, este viejo cuento que amo: Cuentan que había una vez un señor que padecía lo peor que le puede pasar a un ser humano: su hijo había muerto. Desde la muerte y durante años no podía dormir.

Lloraba y lloraba hasta que amanecía. Un día, cuenta el cuento, aparece un ángel en su sueño. Le dice: – Basta ya. – Es que no puedo soportar la idea de no verlo nunca más. El ángel le dice: -¿Lo quieres ver? Entonces lo agarra de la mano y los sube al cielo. – Ahora lo vas a ver, quedate acá. Por una acera enorme empieza a pasar un montón de chicos, vestidos como angelitos, con alitas blancas y una vela encendida entre las manos, como uno se imagina el cielo con los angelitos. El hombre dice: -¿Quiénes son? Y el ángel responde: – Estos son todos los chicos que han muerto en estos años y todos los días hacen este paseo con nosotros, porque son puros… – ¿Mi hijo está entre ellos? -Sí, ahora lo vas a ver. Y pasan cientos y cientos de niños. – Ahí viene -avisa el ángel. Y el hombre lo ve. radiante como lo recordaba. Pero hay algo que lo conmueve: entre todos es el único chico que tiene la vela apagada y él siente una enorme pena y una terrible congoja por su hijo. En ese momento el chico lo ve, viene corriendo y se abraza con él. Él lo abraza con fuerza y le dice: – Hijo, ¿por qué tu vela no tiene luz?, ¿no encienden tu vela como a los demás? – Sí, claro papá, cada

mañana encienden mi vela igual que la de todos, pero ¿sabés lo que pasa?, cada noche tus lágrimas apagan la mía.