"Los Coleccionistas" - читать интересную книгу автора (Baldacci David)Capítulo 18 Al cabo de una semana estaban preparados. Annabelle vestía una falda negra y tacones, y lucía joyas discretas. Ahora era una rubia de pelo encrespado. No se parecía en nada a la fotografía actualizada del casino. El cambio de aspecto de Leo resultaba incluso más radical. Se había puesto un peluquín de cabello fino y canoso y un pico de pelo en la frente. Llevaba una pequeña perilla, gafas finas y un traje de tres piezas. – Lo único que me fastidia de todo esto es delatar a otros estafadores. – Como si ellos no fueran a delatarnos a nosotros si eso les permitiera largarse con varios millones. Además, los que hemos elegido no son demasiado buenos. Tarde o temprano, los pillarán. Y ya no es como en los viejos tiempos. Ya no hay cadáveres enterrados en el desierto ni arrojados al Atlántico. Apostar cuando ya se sabe el resultado se considera conspiración para cometer un robo mediante engaño, algo así como una falta de tercer grado. Pagarán la multa o pasarán un tiempo en chirona; luego irán a por los casinos flotantes del Medio Oeste o a incordiar a los indios de Nueva Inglaterra hasta que pase el tiempo suficiente, cambien de aspecto y vuelvan aquí para empezar de nuevo. – Sí, pero no deja de ser un mal trago. Annabelle se encogió de hombros. – Si te hace sentir mejor, anotaré sus nombres y les mandaré veinte mil dólares a cada uno por las molestias. Leo se animó, pero entonces dijo: – Vale, pero no lo descuentes de mi parte. Habían dejado a Freddy y a Tony y se habían registrado en uno de los mejores hoteles del paseo marítimo. A partir de ese momento, no volverían a tener más contacto directo con los demás hombres. Antes de dejarlos, Annabelle les había advertido, sobre todo a Tony, que tuvieran en cuenta que en esa ciudad había espías por todas partes. – No hagáis alarde de dinero, no hagáis bromas, no digáis nada que pueda hacer pensar a alguien que va a producirse una estafa; porque irán corriendo a avisar a quien haga falta para recoger una propina. Un desliz, y podría ser el fin para todos nosotros. Había mirado directamente a Tony antes de añadir: – Esto va en serio, Tony. No la cagues. – He escarmentado, lo juro -declaró. Leo y Annabelle fueron en taxi al Pompeii e inmediatamente tomaron posiciones. Annabelle observaba a un grupo al que ya había visto haciendo apuestas informadas en las mesas de ruleta de varios locales del paseo marítimo. Las apuestas informadas tenían distintas variaciones, que tomaban su nombre de un timo propio de las carreras de caballos en el que el apostante sabía los resultados de la carrera de antemano. En el caso de la ruleta, se deslizaban fichas caras de forma subrepticia en los números ganadores después de que la bola hubiera caído y luego se recogían. Algunos equipos empleaban una técnica distinta. El apostante escondía las fichas caras bajo las baratas antes de que la bola cayera. Entonces, el apostante «arrastraba» o sacaba las fichas caras de la mesa si el número perdía o se limitaba a gritar de alegría si el número había ganado, todo ello delante de las narices del crupier. Esta última técnica tenía la clara ventaja de que el poderoso ojo que todo lo ve no entraba en la ecuación, porque sólo se recurría a él si se trataba de una apuesta ganadora. La cinta mostraba que el apostante no había manipulado las fichas, dado que sólo las retiraba si perdía la apuesta. Para realizar este tipo de timos en las mesas de ruleta se necesitaba muchísima práctica, oportunidad, labor de equipo, paciencia, talento natural y, lo más importante, agallas. Annabelle y Leo habían sido expertos en este timo. Sin embargo, la tecnología de vigilancia que los casinos utilizaban actualmente reducía de forma drástica las posibilidades de quienes no fueran realmente expertos. Y, por naturaleza, un estafador sólo podía actuar unas cuantas veces en un casino antes de ser descubierto; así pues, era mejor que las apuestas y las probabilidades fueran suficientemente elevadas para justificar el riesgo. Leo no quitaba el ojo a la mesa de blackjack y a un señor que llevaba un buen rato jugando y ganando. No demasiado como para levantar sospechas, pero Leo se figuró que había acumulado mucho más que el sueldo mínimo por estar apoltronado y bebiendo gratis. Llamó a Annabelle por el móvil. – ¿Estás preparada para pasar a la acción? -le preguntó. – Parece que mis apostantes están a punto de dar el golpe, así que vamos allá. Annabelle se acercó a un hombre corpulento que enseguida había identificado como jefe de zona y le susurró algo al oído, inclinando la cabeza hacia la mesa de la ruleta donde había chanchullo. – En la mesa número seis hay una retirada de ficha directa, tercera sección. Las dos mujeres sentadas a la derecha son el cebo. El mecánico está en la silla del fondo de la mesa. El reclamante es el tipo delgado y con gafas que está detrás del hombro izquierdo del crupier. Llama al ojo del cielo y ordena que la cámara panorámica haga zoom en la acción y permanezca fija hasta que se haya ejecutado el arrastre. Las mesas de ruleta eran tan grandes que lo normal era que estuvieran controladas por dos cámaras de techo, una dirigida a la rueda y otra a la mesa. El problema era que el técnico de supervisión sólo podía mirar una cámara a la vez. Durante unos segundos, el jefe de zona miró fijamente a Annabelle, pero la experta descripción de ésta no podía pasarse por alto. Habló rápidamente por el micro y dio la orden. Mientras tanto, Leo se acercó con sigilo al jefe de su zona y le susurró: – En la mesa número cinco del blackjack hay un mal crupier que hace la baraja cero. El jugador del asiento número tres lleva un analizador del contador de cartas sujeto al muslo derecho. Si te acercas lo suficiente, verás la marca en la pernera del pantalón. También lleva un intracraneal en el oído derecho, a través del que recibe la llamada del ordenador. El ojo que todo lo ve no captará el corte de la baraja, porque los movimientos del crupier impiden la visión; pero lo podrás grabar fácilmente con una cámara de mano. Al igual que con la advertencia de Annabelle, el jefe de zona no tardó más de unos segundos en llamar arriba para que un cámara bajara enseguida a hacer fotos. Al cabo de cinco minutos, se llevaron a los sorprendidos timadores y llamaron a la policía. Diez minutos después, Annabelle y Leo estaban en una parte del casino a la que jamás invitarían a una abuela con el cheque de la pensión por gastar. Jerry Bagger se levantó de detrás del enorme escritorio del lujoso despacho con las manos en los bolsillos. Llevaba unas pulseras ostentosas en las muñecas y cadenas alrededor del cuello musculoso y bronceado. – Disculpadme por no haberos agradecido que me hayáis ahorrado unos cuantos de los grandes -dijo, con una especie de ladrido que delataba su origen de Brooklyn-. Lo cierto es que no estoy acostumbrado a que la gente me haga favores. Me pone los pelos de punta. Y no me gusta que se me pongan los pelos de punta. Lo único que me gusta erecto en mi cuerpo es lo que hay en la bragueta. Los otros seis hombres de la estancia, todos ataviados con trajes caros, de espaldas anchas y no precisamente por las hombreras, observaban a Leo y Annabelle de manos cruzadas. – No lo hemos hecho como un favor. -Annabelle dio un paso al frente-. Lo hemos hecho para poder verlo. Bagger abrió las manos. – Pues aquí estáis. Ya me habéis visto. ¿Y ahora, qué? – Una propuesta. Bagger entornó los ojos. – Oh, ya estamos. -Se sentó en un sofá de cuero, cogió una nuez de un cuenco situado en la mesa de al lado y la abrió, sirviéndose únicamente de la mano derecha-. ¿Ahora viene la parte en la que me decís que vais a hacerme ganar un montón de dinero, aunque ya tenga un montón de dinero? -Se comió los trocitos de nuez. – Sí. Y, de paso, podrá servir a su país. Bagger soltó un gruñido: – ¿Mi país? ¿El mismo país que no para de intentar bloquear mi negocio por hacer algo totalmente legal? – Podemos ayudarlo al respecto -dijo Annabelle. – Oh, ¿ahora resulta que sois del FBI? -Miró a sus hombres-. Eh, chicos, tenemos a los del FBI en el casino. Llamad al fumigador. Los matones rieron todos a la vez. Annabelle se sentó en el sofá junto a Bagger y le tendió una tarjeta. Él la miró. – Pamela Young, International Management, Inc. -leyó-. Me quedo igual. -Se la arrojó-. Mis hombres dicen que sois expertos en timos de casinos. ¿Ahora lo enseñan en la escuela de federales? Tampoco es que me crea que sois del FBI. Leo habló en tono áspero: – ¿Cuánto maneja en un día? ¿Treinta, cuarenta millones? Tiene que mantener cierto nivel de reservas para cumplir los reglamentos de los establecimientos de juego estatales, pero eso deja mucho dinero en el aire. Así pues, ¿qué hace con el excedente? Venga, díganoslo. El propietario del casino lo miró asombrado. – Me empapelo la puta casa, gilipollas. -Miró a sus matones-. Apartad de mi vista a este mamón. Los hombres dieron un paso adelante y dos de ellos incluso levantaron a Leo del suelo antes de que Annabelle hablara: – ¿Qué diría si ese dinero le proporcionara un rendimiento del diez por ciento? – Diría que es una mierda. -Bagger se puso en pie y se acercó al escritorio. – Me refiero a un diez por ciento cada dos días. -Entonces él se paró, se dio la vuelta y la miró-. ¿Qué le parece eso? -inquirió ella. – Demasiado bonito para ser cierto, eso es lo que me parece. -Cogió una ficha gris acerado, por valor de cinco mil dólares, y se la lanzó-. Diviértete un rato. No hace falta que me des las gracias. Considéralo un regalo caído del cielo. Y vete con cuidado para que la puerta no te golpee ese bonito culo al salir. -Hizo un gesto a sus hombres para que soltaran a Leo. – Piénseselo, señor Bagger -dijo ella-. Mañana volveremos a preguntárselo otra vez. He recibido órdenes de preguntar dos veces. Si no le interesa, el tío Sam irá a cualquier otro casino de la competencia del paseo marítimo. – Pues buena suerte. – Si ha funcionado en Las Vegas, aquí también funcionará -dijo Annabelle, convencida. – Sí, ya. Ojalá tomara las mismas drogas que tú. – Los ingresos por el juego tocaron techo hace cinco años, señor Bagger. ¿Cómo es que la gente de Las Vegas sigue levantando edificios multimillonarios? Es como si fabricaran dinero. -Hizo una pausa-. Y es lo que hacen, al tiempo que ayudan a este país. Bagger se sentó tras el escritorio y la observó fijamente, con un atisbo de interés por primera vez en toda la conversación. Entonces, aquello era todo lo que ella necesitaba. – ¿Y no se ha planteado nunca por qué el FBI no ha investigado ningún casino de Las Vegas en los últimos cinco años? -prosiguió Annabelle-. No hablo de juicios contra la mafia, eso es agua pasada. Usted y yo sabemos lo que se cuece ahí. Pero, como bien ha dicho, el Ministerio de Justicia no deja de buscarle las cosquillas. -Guardó silencio unos instantes antes de añadir-: Y sé que un hombre tan listo como Jerry Bagger no cree que sólo sea cuestión de suerte. -Dejó la tarjeta encima de la mesa-. Puede llamar a cualquier hora. -Echó un vistazo a los hombretones que seguían pendientes de Leo-. Ya encontraremos la salida solitos, chicos, gracias. Ella y Leo se marcharon. – Seguidlos -ordenó Bagger cuando la puerta se cerró tras ellos. |
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