"Los Amores De Goodwin" - читать интересную книгу автора (Stout Rex)

Capítulo II

Aquel día había sido un miércoles de finales del más cálido mes de marzo de la historia de Nueva York. El jueves fue aún más caluroso y ni siquiera me puse sobretodo cuando salí de nuestra casa, situada en la calle 35 Oeste, y fui al garaje en busca del coche. Iba bien pertrechado y provisto para enfrentarme con todas las contingencias. En la cartera llevaba provisión de tarjetas que rezaban:


ARCHIE GOODWIN

Colaborador de Nero Wolfe

Calle 35 Oeste, n.º 922 Teléfono: Proctor 5-500


Y en el bolsillo de la chaqueta, junto con los encargos acostumbrados, traía informaciones especiales, que acallaba de elaborar en mi máquina de escribir. Iban escritas en una hoja de memorándum donde se hacía constar que procedían de Archie Goodwin para Nero Wolfe. Decían así: «El inspector Cramer está de acuerdo en la inspección de la habitación del Waldorf. Más tarde informaré por teléfono».

Como quiera que había salido temprano de casa y la oficina de la Brigada de Homicidios, en la calle 20, distaba solamente una milla, era poco más de las nueve y media cuando fui recibido en un despacho de ella y me acomodé delante de una vieja mesa. El hombre que estaba sentado en una silla giratoria, al otro lado de la mesa, mirando con rostro ceñudo unos papeles, era de cara redonda y colorada, ojos hundidos y grisáceos y orejitas delicadas y pegadas al cráneo. Al sentarme en la silla, transfirió la mirada ceñuda a mi persona y gruñó:

– Estoy muy ocupado. -Y mirándome la corbata, observó-: ¿Se ha figurado usted que estamos en Pascua?

– No sé que haya ninguna ley -dije altivamente- que prohíba que un hombre se compre una camisa y una corbata. Sea lo que sea, voy disfrazado de policía. Comprendo que esté usted ocupado y no quiero hacerle perder tiempo. Quiero pedirle un favor, un gran favor. No para mí: Ya me doy cuenta de que si yo estuviese bloqueado por las llamas en un edificio, usted acudiría con un bidón de gasolina. Es para Nero Wolfe, que quiere que me autorice usted a inspeccionar la habitación del hotel Waldorf donde Cheney Boone fue asesinado el martes por la noche. Quizá habrá también que sacar fotografías.

El inspector Cramer apartó la vista de mi corbata y la fijó en mí.

– Dios mío -dijo luego con amargura-. ¡Cómo si este caso no estuviese ya bastante embrollado! Lo único que faltaba para convertirlo en una mascarada era Nero Wolfe, y hete aquí como aparece. -Se frotó la mandíbula y mirándome ásperamente, preguntó-: ¿Quién les paga a ustedes?

– No tengo noticia de ello -dije moviendo negativamente la cabeza-. Por lo que sé, se trata exclusivamente de la curiosidad científica del señor Wolfe. Se interesa por el crimen…

– Ya me ha oído lo que le he preguntado: ¿Quién les paga?

– No, no -dije con acento apenado-. Ábrame usted en canal, llévese mi corazón al laboratorio para que lo examinen y en él encontrará usted escrito…

– ¡Basta ya! -gruñó él, volviendo a sumergirse en los papeles.

– Ciertamente, inspector -dije poniéndome en pie-, reconozco que está usted ocupado, pero el señor Wolfe agradecería mucho que me diese usted permiso para examinar…

– ¡Rábanos! -contestó él sin levantar los oíos-. No necesita usted permiso alguno para hacerlo y sabe usted ya demasiado bien que no lo necesita. Es la primera vez que Wolfe se preocupa de solicitar a la autoridad algo que desee hacer. Si tuviera tiempo, trataría de imaginar lo que anda persiguiendo, pero ahora estoy demasiado ocupado. Basta.

– ¡Uf, qué malpensado! -suspiré al dirigirme a la puerta-. Sospechas, siempre sospechas… ¡Qué mala vida se debe dar usted!