"Morir por morir" - читать интересную книгу автора (Marínina Alexandra)Capítulo 1 1Olga Krásnikova estaba colérica y arrojó el auricular sobre la horquilla. – ¿Otra vez? -preguntó su marido frunciendo el entrecejo. Olga asintió con la cabeza en silencio. Desde hacía dos semanas un hombre les hacía la vida imposible. Les llamaba por teléfono y les amenazaba con contar a su hijo Dima que era adoptado, si los Krásnikov no le pagaban diez mil dólares. – Bueno, Olia, tenemos que hablar con Dima. No podemos seguir ocultándole la verdad por más tiempo. – ¡Pero qué dices! -exclamó Olga agitando las manos-. ¿Contarle la verdad? ¡No, nunca, ni hablar! – Oye, ¿es que no lo entiendes? -dijo Pável Krásnikov, ahora ya seriamente enfadado-. No debemos ceder al chantaje. Si no, tendremos que cargar con ese muerto toda la vida. ¿De dónde vamos a sacar tanto dinero? ¿Y si luego no nos deja en paz y hay que seguir pagándole? Empezarán a desaparecer cosas del piso, tendremos que ahorrar en la comida, en las primeras necesidades. ¿Y cómo quieres que le expliquemos a nuestro hijo todo eso? Tarde o temprano, será preciso decirle la verdad. Olga se dejó caer sobre la silla pesadamente y se echó a llorar. – Pero… no sé, yo… Es que tiene esa edad… Tú mismo lo sabes, es una época difícil para él, le está cambiando el carácter. Aquella historia con los tejanos… ¿Cómo le sentará que se lo contemos precisamente ahora? Pasha, me da miedo. Quizá no haga falta decirle nada. – Sí que hace falta -respondió Pável tajante-. Y voy a hacerlo ahora mismo. Salió de la cocina con resolución y dejó sola a la mujer, que continuaba llorando. Dima, su hijo de quince años, estaba en su cuarto haciendo los deberes. Alto, desgarbado, con el cuello largo y delgado, de niño, y zapatos del 44, parecía un avestruz. Desde siempre había sido un chico tranquilo y hogareño pero hete aquí la sorpresa, aquella historia tonta y que escapaba a cualquier explicación: los tejanos que había intentado robar en una tienda. Le pillaron al instante, las dependientas le agarraron del brazo y avisaron a la policía enseguida; en la comisaría levantaron el atestado y metieron al chaval en el calabozo. Olga y Pável actuaron de inmediato, pidieron prestado y contrataron a un abogado, quien sin pérdida de tiempo se encargó de buscar un modo de evitarle al niño, si no ser procesado por una causa penal, al menos el calabozo. Los padres se devanaron los sesos intentando comprender qué mosca le habría picado a su hijo, normalmente tranquilo, hogareño y obediente. El propio Dima se mostró incapaz de proporcionarles una explicación mínimamente coherente. Desde entonces habían pasado ya cuatro meses, y Dima Krásnikov se había vuelto más tranquilo todavía, más obediente, e incluso empezó a sacar mejores notas en el colegio. Se diría que ni él mismo comprendía cómo se le había ocurrido aquella locura… Pável entró en el cuarto del hijo con paso decidido y se sentó en el diván. – Tenemos que hablar de un asunto serio, Dmitri. El chico levantó la vista de la libreta y miró al padre con temor. – No creo que lo sepas, hijo, pero tu mamá y yo tenemos un problema -dijo Krásnikov. – ¿Es… por aquellos téjanos? -preguntó Dima con timidez. – No, hijo mío. Un hombre lleva dos semanas llamándonos para exigirnos dinero. Mucho dinero, diez mil dólares. – ¿Por qué? -susurró Dima atónito-. ¿Acaso habéis cometido un crimen? – Debería darte vergüenza, Dmitri -respondió Pável con gravedad-. No se te ocurra ni pensarlo. Se trata de otra cosa. ¿Recuerdas que tu abuelo Mijaíl, el padre de mamá, tenía un hermano, Borís Fiódorovich, que era mucho mayor que el abuelo y murió cuando tú no habías nacido aún? – Sí, me lo habéis contado alguna vez. También he visto sus fotos en el álbum. – ¿Sabes, además, que el tío Borís, o mejor dicho, el abuelo Borís, tenía una hija, Vera? – Sí, mamá me ha hablado de ella, me ha contado que también murió hace mucho tiempo. – Bien, pues lo que ocurrió es que murió dando a luz a un niño. Le pusieron Dima. – ¿Igual que a mí? -dijo el muchacho sorprendido. – No Dima arrugó la frente y clavó la vista en el libro de física que tenía abierto. – No lo entiendo -articuló al final con un hilo de voz, sin mirar al padre. – Tu madre murió, hijo mío -le explicó Pável con suavidad-. Te adoptamos. Ha llegado el momento de contártelo. Dima volvió a sumirse en un prolongado silencio esforzándose por asimilar lo que acababa de oír y eludiendo la mirada de Pável. El silencio empezaba a llenarse de angustia, pero a Krasnikov padre no se le ocurría nada para romperlo sin causarle al niño un dolor aún más grande. – ¿Y mi padre? -preguntó Dima-. ¿Quién es? – Pero ¿qué importancia tiene eso, hijo? -repuso Pável con cariño-. Tu madre no estaba casada, y es muy posible que tu padre ni siquiera sepa que existes. Nosotros, los Krasnikov, somos tus padres. Estás con nosotros desde el momento en que naciste, llevas nuestro apellido, hemos vivido juntos quince años y pico. Reconoce que no es poco. Ya eres suficientemente mayor para que se pueda hablar contigo sin disimular nada y sin mentirte. – ¿Así que no somos nada? ¿No somos familia? -preguntó Dima con tozudez. – No digas tonterías -le cortó Pável-. Primero, Vera era prima hermana de mamá, así que somos parientes consanguíneos. Segundo, ¿qué significa «ser familia» y «no ser familia»? La familia es la gente a la que uno quiere y aprecia, la que le resulta cercana, eso no lo pongas en duda. De modo que sí somos familia en el sentido más estricto de la palabra. Y no te atrevas ni a pensar otra cosa. – De acuerdo, papá -respondió el chico con voz apenas audible. Pável se puso en pie. Era un buenazo pero de trato algo seco, y estaba desconcertado al no saber qué tenía que hacer ahora. – Creo que necesitas estar solo y reflexionar sobre lo que te he dicho -declaró titubeando-. Voy a ver cómo está mamá, se ha puesto muy nerviosa. En la cocina, Olga secaba los platos que acababa de fregar. Tenía los párpados hinchados y estaba temblando. – ¿Qué ha pasado? -gritó corriendo hacia el marido-. ¿Se lo has dicho? – Sí. – ¿Y él qué…? – No sé qué decirte. Está pensando. – Pero ¿no llora? -preguntó Olga alarmada. – No creo. – Ay, Señor -gimió la mujer-, ¿qué hemos hecho para que nos mandes estas pruebas? ¿Qué pecados hemos cometido? Ojalá que no se encierre en su caparazón, que no se aleje de nosotros, que no nos eche la culpa. – ¡Pero qué cosas dices! -exclamó Pável con indignación-. ¿Por qué iba a echarnos la culpa? ¿La culpa de qué? – ¿Cómo quieres que lo sepa? -respondió Olga con desesperación-. ¿Acaso hay forma humana de comprender qué sucede en su cabeza? Empezó a poner la mesa para la cena, sacó de la nevera la sartén llena de carne asada, cortó el pan. – Hay que llamar a Dima, la cena está lista -dijo con timidez al cabo de un rato-. Pero me da miedo. – ¿Miedo de qué? – No lo sé. Estoy asustada. Me da apuro verle. ¿Y si le llamas tú? Pável se encogió de hombros y gritó: – ¡Hijo! ¡Lávate las manos y ven a cenar! La voz se le entrecortó y sonó ronca, algo así como falsa. No tenía ni idea de que también él se había emocionado, y sonrió a su mujer con aire compungido. Resonaron unos pasos apresurados. Dima entró en el cuarto de baño, se oyó el rumor del agua cayendo en el lavabo. – Tranquila -susurró Pável por lo bajo a su mujer-. Todo irá bien, estoy seguro. Lo hemos hecho todo bien. Si nos lo hubiéramos callado, más adelante habría sido peor, créeme. Cuando el muchacho se presentó en la cocina, sus labios temblorosos delataban una emoción comparable a la de sus padres. Se sentó a la mesa sin decir palabra y empezó a comer. Olga y Pável no probaron bocado. Al final, Olga no pudo contenerse: – Dime, hijito, cariño, ¿estás muy disgustado? Dima levantó los ojos del plato y dirigió la vacilante mirada a la madre. – No lo sé. No, creo que no. En el cine he visto que los hijos suelen ponerse histéricos cuando se les dice algo así, bueno, y en general… A lo mejor tendría que echarme a llorar, ¿no? – Pero qué dices, hijo mío, no tienes motivo para llorar. Nada ha cambiado, ¿verdad? Pase lo que pase, sigues siendo nuestro hijo, y nosotros, tus padres. Lo que muestran en el cine son bobadas, lo hacen adrede, para crear tensión. Pável sonrió contento. Estaba seguro de que todo iba a salir bien, de que su Dima no le fallaría. Como tampoco le fallaría Olia. – Pues, a partir de ahora, que nos llame quien quiera -dijo con coraje-. Ahora no tenemos nada que temer, ¿verdad? Pero su alegría fue prematura porque cuando, dos días más tarde el chantajista les llamó de nuevo, simplemente no dio crédito a lo que Olga le explicó. – Venga ya, ¿me está tomando el pelo? -le dijo echándose a reír con descaro-. Va lista si piensa que me lo voy a tragar. Que se ponga su hijo y me diga que está enterado, sólo entonces me lo creeré. – Pero es que ahora no está -murmuró Olga, desconcertada ante el inesperado giro que tomaba la conversación. Además, era cierto, en ese momento Dima no estaba en casa. – Claro, claro, qué otra cosa me va a decir -refunfuñó el chantajista-. Escúcheme bien, mamaíta querida. Preparen el dinero, el plazo de las negociaciones ha terminado. Pasado mañana volveré a llamar a la misma hora. Que para entonces todo esté organizado de la mejor manera. ¿Lo pilla? Pável, que había estado observando en silencio a su mujer mientras hablaba con el chantajista, explotó de pronto: – ¡Ya basta! ¡Esto se ha terminado! A los sinvergüenzas hay que darles su merecido. Ahora mismo voy a la policía y presento la denuncia. ¡Hasta aquí hemos llegado! – Pasha, cálmate, haz el favor -dijo su mujer tratando de hacerle entrar en razón-. Que llame todo lo que le dé la gana, no le tenemos miedo. Nos llamará un par de veces más y se cansará. – ¿Que se cansará? ¿Y si se le ocurre llevar a la práctica sus amenazas? Si no cree que se lo hemos contado todo a Dima, cualquier día puede abordarle por la calle para abrirle los ojos e informarle sobre los detalles de su nacimiento. ¿Estás segura de que Dima se lo va a tomar con calma? ¿Que no le romperá la cara? ¿O que el susto no le producirá un En dos zancadas se encontró en el recibidor, poniéndose el abrigo. Olga corrió tras él pero se detuvo al comprender que su marido tenía razón. Tenía toda la razón del mundo. |
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