"Las fuerzas del mal" - читать интересную книгу автора (Walters Minette)Diecinueve El rostro de Prue también mostraba señales de acoso cuando se encaminó a la puerta principal para ver quién llamaba. Echó un vistazo a través de las cortinas y descubrió el brillo de un coche de color claro en el camino de acceso y creyó de inmediato que la policía había ido por ella. Hubiera fingido no estar en casa, pero una voz le gritó: – Vamos, señora Weldon. Sabemos que está ahí. Puso la cadena y abrió la puerta unos cinco centímetros. Vio dos figuras oscuras de pie ante el umbral. – ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren? -preguntó con voz aterrorizada. – Somos James Lockyer-Fox y Mark Ankerton -dijo este último, metiendo el pie en el espacio que acababa de abrirse-. Encienda la luz del portal y podrá vernos. Prue apretó el interruptor y recuperó algo de coraje al reconocerlos. – Si se trata de una citación, no pienso cogerla. No voy a aceptar nada de ustedes -dijo con furia. Mark, molesto, resopló. – Claro que lo va a hacer. Aceptará la verdad. Ahora déjenos pasar. Queremos hablar con usted. – No. Ella apoyó el hombro en la puerta e intentó cerrarla. – No voy a quitar el pie hasta que usted diga que sí, señora Weldon. ¿Dónde está su marido? Tardaremos menos si también podemos hablar con él. -Levantó la voz-. ¡Señor Weldon! ¿Podría venir a la puerta, por favor? ¡James Lockyer-Fox quisiera hablar con usted! – No está aquí -siseó Prue, dejando caer su enorme peso sobre la fina piel de los mocasines de Mark-. Estoy en mi casa y ustedes me están intimidando. Le voy a dar una oportunidad para que retire el pie, si no lo hace cerraré la puerta con tanta fuerza que le haré daño. Dejó de ejercer presión por un instante y vio cómo desaparecía el zapato. – ¡Ahora largúense! -gritó, lanzándose contra la puerta y pasando el cerrojo-. Si no se marchan, llamaré a la policía. – Buena idea -dijo la voz de Mark al otro lado-. Nosotros mismos la telefonearemos si se niega a hablar con James y conmigo. ¿Cómo cree que se va a sentir su marido cuando lo sepa? Estaba muy disgustado cuando hablé con él esta mañana. Por lo que pude entender, no sabía nada de sus llamadas amenazantes… cuando se enteró se quedó horrorizado. El miedo y el agotamiento hacían que la mujer respirara con dificultad. – La policía estará de mi parte -jadeó, inclinándose hacia delante para controlar su pecho que subía y bajaba-. ¡No tienen derecho a aterrorizar así a la gente! – Sí, bien, es una lástima que no se acordara de eso cuando comenzó su campaña contra James. ¿O quizá se cree por encima de la ley? -Su voz adquirió un tono de conversación-. Dígame… ¿habría sido tan vengativa si Ailsa no hubiera salido huyendo cada vez que la veía? ¿Ésa es la cuestión? Quería alardear de sus relaciones en la mansión… y Ailsa dejó bien claro que no podía soportar su lengua viperina. -Soltó una carcajada-. No, estoy empezando la casa por el tejado. Usted siempre ha sido viperina… no puede evitarlo… habría hecho esas llamadas de todos modos, con Ailsa viva o muerta, aunque sea para cobrarse que a sus espaldas la llamara Belladona… Se interrumpió al oír el chillido de horror de Prue, seguido de inmediato por el tintineo de la cadena y el chasquido del cerrojo. – Creo que le he provocado un ataque al corazón -dijo James mientras abría la puerta-. Mire a esa infeliz criatura. Si no tiene cuidado va a romper la silla. Mark entró y miró con dureza a Prue, que jadeaba en busca de aire sentada sobre una delicada silla de mimbre. – ¿Qué ha hecho? -preguntó mientras cerraba la puerta con el tacón y le tendía el portafolios a James. – Le toqué el hombro. Nunca he visto a nadie saltar tan alto. Mark se encorvó para poner una mano bajo el codo de la mujer. – Vamos, señora Weldon -dijo, conminándola a ponerse de pie y pasándole el otro brazo en torno a su espalda-. Es mejor que se siente en algo más sólido. ¿Dónde está el salón? – Creo que es éste -dijo James, entrando en una habitación a la izquierda-. ¿Quiere sentarla en el sofá mientras veo si puedo encontrar el brandy? – Mejor un poco de agua. -La ayudó a sentarse en el asiento acolchado mientras James iba a la cocina en busca de un vaso-. No debería dejar abierta la puerta trasera -le dijo, sin la menor simpatía, ocultando su alivio al ver que el color retornaba al rostro de la mujer-. En esta región se considera una invitación a entrar. Ella intentó decir algo pero tenía la boca demasiado seca. En lugar de eso, intentó dar un manotazo al abogado. «Está muy lejos de la muerte», pensó él mientras daba un paso hacia atrás para ponerse fuera de su alcance. – Sólo tiene derecho a emplear la fuerza razonable, señora Weldon. Ya me ha roto el pie porque está demasiado gorda. Si me lastima en alguna otra parte podría decidirme a presentar una acusación. Ella lo miró con rabia antes de tomar el vaso que James le tendía y beber el agua con ansiedad. – Dick se enojará mucho por esto -protestó tan pronto se le desató la lengua-. Él… él… Se le habían perdido todas las palabras. – Él ¿qué? – ¡Lo va a demandar! – ¿Será verdad eso? Vamos a averiguarlo -dijo Mark-. ¿Tiene móvil? ¿Podemos llamarlo? – No se lo voy a dar. – El número de su hijo debe de estar en la guía -dijo James, dejándose caer en un butacón-. Creo que se llama Jack. Y si mal no recuerdo, la otra parte del negocio está en Compton Newton y la casa está allí mismo. Él sabrá cuál es el número del móvil de Dick. Prue agarró el teléfono junto al sofá y lo escondió entre sus brazos. – No va a llamar desde aquí. – Bueno… sí lo haré… pero pagaré la llamada -dijo Mark, sacando el móvil del bolsillo y marcando el número de información-. Sí, por favor. Compton Newton. El apellido es Weldon… la inicial es J… gracias. Puso fin a la llamada y volvió a marcar. Prue le lanzó otro manotazo con la intención de quitarle el móvil de la mano. Mark se alejó aún más con una mueca de burla en el rostro. – Sí… hola. ¿Es la señora Weldon? Lo siento… Belinda. La entiendo perfectamente. La señora Weldon es su suegra -enarcó una ceja y miró a Prue-, y usted no desea que la confundan con ella. Yo tampoco lo desearía. Sí, mi nombre es Mark Ankerton. Soy abogado, represento al coronel Lockyer-Fox. Necesito ponerme en contacto con su suegro por un asunto urgente. ¿Sabe dónde está… o si tiene móvil? -Miró a Prue con expresión divertida-. Está con ustedes. Excelente. ¿Puedo hablar con él? Sí, dígale que guarda relación con el tema que tratamos esta mañana. El coronel y yo estamos en su casa… hemos venido a hablar con la señora Weldon… pero ella nos asegura que su esposo nos demandará si no nos vamos. Quisiera confirmar ese particular, ya que podría afectar a nuestra decisión de avisar o no a la policía. Golpeó la alfombra con la punta del pie mientras esperaba. Unos segundos más tarde apartó el oído del teléfono mientras la voz de Dick rugía por la línea. Hizo uno o dos intentos de cortar aquel discurso airado, pero sólo pudo intervenir cuando a Dick se le agotó el vapor. – Gracias, señor Weldon. Creo que he entendido correctamente lo esencial… no, preferiría que eso se lo dijera personalmente a su esposa. ¿Quiere hablar con ella ahora? Está bien… adiós. -Pulsó la tecla de fin de llamada y dejó caer el móvil en el bolsillo-. ¡Oh, querida, querida! Al parecer ha logrado cabrear a todo el mundo, señora Weldon. Me temo que no tiene a nadie que la apoye. – Eso no es asunto suyo. – Al parecer, el marido de la señora Bartlett también está enojado… ninguno de ellos sabía lo que ustedes dos estaban haciendo. Si lo hubieran sabido le habrían puesto fin. Prue no respondió. – James pensaba lo mismo, y ésa es la razón por la que hasta hoy no había emprendido acción alguna… no quería avergonzar a Dick o a Julian. Esperaba que si no reaccionaba ustedes perderían el interés o sus maridos comenzarían a preguntarse qué estaban haciendo. Pero creo que esto ha llegado demasiado lejos. Las amenazas contenidas en esas llamadas son demasiado peligrosas para seguir soslayándolas. – Nunca he hecho ninguna amenaza -protestó ella-. Nunca he dicho nada. Con quien deben hablar es con Eleanor. Ella fue la que comenzó todo. – ¿Así que fue idea de la señora Bartlett? Prue se miró las manos. A fin de cuentas, ¿por qué debía seguir siendo leal con su amiga? Había telefoneado a la casa Shenstead dos veces durante la última hora y en ambas ocasiones Julian le había dicho que Eleanor «no podía ponerse». Esa frase por sí sola significaba que estaba allí y se negaba a hablar con ella; el tono divertido de la voz de Julian así lo confirmaba. Prue la había disculpado diciéndose que Eleanor no querría hablar delante de Julian, pero ahora sospechaba que su amiga estaba muy ocupada echándole a ella la culpa para seguir siendo santo de la devoción de su marido. El resentimiento de Prue contra el resto del mundo crecía. Ella era la menos culpable, pero era a la que más acusaban. – Lo que puedo asegurar es que no fue idea mía -musitó-. No soy de las que hacen llamadas amenazantes… y por eso nunca dije nada. – Entonces, ¿por qué las hacía? – Eleanor lo llamaba justicia natural -dijo, evitando mirar a los hombres-. Al parecer a nadie le interesaba cómo había muerto Ailsa, salvo a nosotras. – Ya lo veo -dijo Mark con sarcasmo-. A pesar de la investigación policial, del estudio post mórtem y de la resolución del juez de instrucción, ustedes decidieron que no interesaba a nadie. Es una conclusión un poco extraña, señora Weldon. ¿Puede decirnos exactamente cómo llegaron a ella? – Oí discutir a James y Ailsa. ¡No es posible borrar una cosa así de la mente! Mark la contempló un instante. – ¿Es eso? -preguntó con incredulidad-. ¿Ustedes se nombraron a sí mismas jueces, jurados y verdugos sobre la base de una única discusión entre dos personas que usted no pudo ver y ni siquiera oír correctamente? ¿No contaban con ninguna otra prueba? Ella movió los hombros con incomodidad. ¿Acaso podía repetir delante de James lo que Eleanor sabía? – Sé lo que oí -dijo, regresando al único argumento con el que realmente contaba. Una terca certeza. – Lo dudo muchísimo. -Mark puso el portafolios sobre sus rodillas y sacó una grabadora-. Quiero que oiga estos mensajes, señora Weldon. -Encontró un enchufe junto al butacón donde se sentaba James, conectó el equipo y se lo dio a James para que lo manejara-. Al final, me gustaría que me dijera qué es lo que cree haber oído. No había nada en las acusaciones de maltrato sexual infantil que asustara a Prue -ella las conocía ya-, pero la incansable repetición sí la había horrorizado. Se sentía sucia escuchando constantemente los detalles de la violación infantil, como si ella formara parte del relato. Se decía a sí misma que las llamadas no habían llegado en bloque como las escuchaba pero sabía cuál sería la reacción. A James no le habían dado ninguna oportunidad. A intervalos regulares, las chillonas peroratas de Eleanor y los monólogos distorsionados de Darth Vader eran sustituidos por períodos de silencio en los que se oía una respiración sigilosa -su respiración- en la cinta. Podía oír las pausas mientras se apartaba del teléfono por miedo a que Dick se hubiera despertado y bajara las escaleras para descubrir a qué se dedicaba ella. Podía oír su temblorosa excitación cuando el miedo a que la descubrieran y el sentimiento de poder colisionaban en su pecho para producir pequeños sonidos sibilantes al respirar. Intentó convencerse a sí misma de que las intimidaciones autoritarias de Eleanor eran peores, pero no tuvo éxito. La palabra, fuera cual fuera, tenía el mérito de la honestidad; el jadeo, ese jadeo pesado, era la elección del cobarde y parecía lascivo. Prue debió decir algo. ¿Por qué no lo había hecho? Porque no había creído lo que Eleanor le había dicho… Recordó los susurros chismosos de Vera Dawson relativos al regreso intempestivo de Ailsa de un destino de dos años en África cuando Elizabeth contrajo paperas en la escuela. Por supuesto, eso no engañó a nadie. Se sabía que la chica era rebelde y hacía novillos con demasiada frecuencia, sobre todo de noche, para que un vientre inflamado no fuera un embarazo indeseado. El rumor afirmaba que James no supo nada del bebé hasta que regresó al cumplir su tiempo de destino, varios meses después de la adopción, y que su furia había sido tremenda porque Ailsa había permitido a Elizabeth ocultar otro error debajo de la alfombra. Eleanor dijo que eso no probaba nada salvo que James era capaz de tener estallidos de ira. Un destino en el extranjero incluía días festivos como cualquier otro trabajo, y si Elizabeth había dicho que estaba en Inglaterra por la época en que el niño fue concebido, eso a ella le bastaba. Elizabeth era la mujer más lastimada que había visto en su vida, así se lo había expresado a Prue, con energía, y ese tipo de trastorno de personalidad no ocurría por accidente. Quienquiera que forzara la adopción había empujado a una chica ya de por sí vulnerable a una espiral de depresión, y si alguien tenía alguna duda al respecto debería hablar con Elizabeth. Como había hecho Eleanor. La monstruosa procesión de mensajes siguió su curso, con uno de Prue por cada dos de Elizabeth y cinco de Darth Vader, y de pronto Prue se dio cuenta de que la habían embaucado. Todo el mundo llamaba, le había dicho Eleanor. La gente estaba enfurecida porque James había cometido un asesinato y había salido impune. Las «chicas» hacían por lo menos una llamada al día, preferentemente de noche, para despertarlo. Ésa era la única manera de que Ailsa recibiera justicia. Prue levantó la cabeza cuando James pulsó la tecla de stop y el silencio se adueñó de la habitación. Pasó un buen rato antes de que mirara al coronel a la cara y su rostro se cubrió de avergonzado rubor. Cuánto había envejecido el anciano, pensó. Lo recordaba como un hombre apuesto, erguido, de mejillas quemadas por el viento y ojos claros. Ahora estaba encorvado y demacrado, y la ropa le iba grande. – ¿Entonces? -preguntó Mark. Ella se mordió un labio. – Había sólo tres voces. La de Eleanor, la mía y la del hombre. ¿Hay más cintas? – Varias -dijo el abogado, mirando su portafolios que estaba abierto sobre el suelo-, pero siempre son de usted, de la señora Bartlett y de nuestro amigo, que está demasiado asustado para utilizar su voz real. Hace poco usted comenzó a fallar, pero estuvo llamando regularmente, como un reloj, todas las noches durante las primeras cuatro semanas. ¿Quiere que se lo pruebe? Elija la cinta que desee y se la pondremos. Ella negó con la cabeza pero no dijo nada. – No parece muy interesada en el contenido de los mensajes -dijo Mark al cabo de un momento-. ¿No la horroriza ese catálogo de violación infantil e incesto? He escuchado esas cintas durante horas y me siento horrorizado. Me horroriza que el dolor de una niña pueda ser explotado de manera tan cruel. Me horroriza haber tenido que oír los detalles. ¿Era ésa la intención? ¿Humillar al que lo oía? Nerviosa, se pasó la lengua por los labios. – Yo… eh… Eleanor quería que James supiera que nosotras lo sabíamos. – ¿Que sabían qué? Y, por favor, no vuelva a utilizar su nombre de pila para referirse al coronel Lockyer-Fox, señora Weldon. Si alguna vez tuvo derecho a usarlo, lo perdió en el momento que levantó el teléfono por primera vez para intimidarlo. El rostro de la mujer ardía de vergüenza. Hizo un ademán desesperado hacia la grabadora. – Que sabíamos… eso. No creíamos que debíamos permitir que saliera impune de eso. – Entonces, ¿por qué no informó a la policía? Hoy en día se juzgan casos de abusos sexuales a menores ocurridos hace treinta años. El coronel se enfrentaría a una larga condena en prisión si todas esas acusaciones fueran ciertas. Además, si hubieran podido demostrar una historia de abusos contra su hija eso ampararía su idea de que golpeaba a Ailsa. -Hizo una pausa-. Quizá yo sea un estúpido, pero no entiendo la lógica de esas llamadas. Fueron hechas con tanto secreto que ni siquiera su marido sabía que las estaba llevando a cabo. ¿Qué objetivo debían alcanzar? ¿Se trataba de chantaje? ¿Estaban esperando a que les ofrecieran dinero a cambio de silencio? Prue fue presa del pánico. – No es culpa mía -balbuceó-. Pregúntenle a Eleanor. Le dije que no era verdad… pero ella siguió insistiendo en que debíamos hacer una campaña por la justicia. Dijo que todas las chicas del club de golf estaban telefoneando… Pensé que habría docenas de llamadas… de otra manera no lo hubiera hecho. – ¿Por qué sólo mujeres? -preguntó Mark-. ¿Por qué no había hombres involucrados? – Porque ellos habían tomado partido por Ja… por el coronel. -Miró en dirección al anciano con aire culpable-. Nunca me sentí cómoda -se justificó-. Por eso nunca dije nada… Se sumió en el silencio. James se estiró en la silla. – Al principio, antes de que yo instalara el contestador, hubo un par de llamadas -le dijo a la mujer-. Eran como la suya, largos silencios, pero no reconocí los números. Supongo que serían amigas de ustedes que creyeron que con una sola llamada cumplían con su deber. Debió preguntarles. Las personas rara vez hacen lo que se les pide, a no ser que obtengan placer de ello. La vergüenza se tornó en humillación. Había sido un delicioso secreto entre la claque que ella y Eleanor habían reunido alrededor suyo. Gestos con la cabeza y guiños. Historias sobre ocasiones en las que Dick se había levantado a orinar en plena madrugada y la había pescado encorvada sobre el teléfono en la oscuridad. Qué idiota debió de parecer, mostrando su obediencia perruna a Eleanor mientras el resto de sus amigas mantenían sus manos limpias en secreto. Después de todo, ¿quién se iba a enterar? Si el plan de Eleanor para «hacerlo salir de su guarida» hubiera funcionado, ellas se habrían quedado con todo el mérito. Si no, Eleanor y Prue no hubieran tenido la menor idea de la doblez de sus amigas. El recuerdo de las palabras de Jack le retumbaba en el cerebro: «… la horrible vergüenza de esas llamadas tuyas a ese pobre anciano… la única persona que te cree es esa idiota de Bartlett…». ¿Así era como sus amigas percibían todo aquello? ¿Estaban tan disgustadas y se mostraban tan desconfiadas con ella como su propia familia? Prue conocía la respuesta, por supuesto, y los últimos restos de autoestima resbalaron por sus gruesas mejillas en forma de lágrimas. – No era por placer -logró articular-. Nunca quise hacerlo de veras… siempre tuve miedo. James levantó una mano con preocupación, como si intentara absolverla, pero Mark se le adelantó. – Usted disfrutó de cada minuto de todo esto -la acusó con dureza- y, si logro salirme con la mía, el coronel la llevará a los tribunales con la ayuda de la policía o sin ella. Usted ha calumniado su buen nombre… ha difamado la memoria de su esposa… ha debilitado su salud con llamadas amenazantes… ha ayudado e inducido a que maten a sus animales y roben en su casa… ha puesto en peligro su vida y la vida de su nieta. -Respiró profundamente, muy molesto-. ¿Quién le dio la idea, señora Weldon? Ella se rodeó el cuerpo con los brazos, frenética, mientras las palabras del abogado, portadoras de maldiciones, se arremolinaban en su mente: «Chantaje… calumnia… amenaza… matar… robar…». – No sé nada de robos -gimoteó. – Pero ¿se enteró de que habían matado a Henry? – No de que lo habían matado -protestó-, sólo sabía que estaba muerto. Eleanor me lo dijo. – ¿Cómo dijo que había muerto? La mujer parecía asustada. – No me acuerdo… No… de veras… No puedo recordarlo. Sé que le satisfizo mucho la noticia. Dijo que si escupes al cielo, en la cara te caerá. -Se llevó las manos a la boca-. Oh, eso suena tan cruel. Lo siento. Era un perro muy cariñoso. ¿De veras lo mataron? – Le aplastaron la pata y el hocico antes de arrojarlo agonizante a la terraza del coronel para que muriera, y creemos que ese mismo hombre mutiló un zorro en presencia de Ailsa la noche en que ella murió. Creemos que usted lo oyó hacerlo. Lo que usted describió como un golpe fue el sonido de la cabeza de un zorro al ser aplastada y por eso Ailsa acusó al hombre de ser un demente. Ése es el hombre a quien usted ha estado prestando ayuda, señora Weldon. Dígame, ¿quién es? Los ojos de la mujer se abrieron desmesuradamente. – No lo sé -susurró, rememorando mentalmente el sonido del golpe y recordando con súbita claridad el orden en que habían ocurrido los hechos-. Oh, Dios, estaba equivocada. Él dijo «zorra» después. Mark volvió la cabeza e intercambió con James una mirada de interrogación. El anciano esbozó una sonrisa poco común. – Ella llevaba botas -dijo-. Espero que lo haya pateado. No podía soportar crueldades de ningún tipo. Mark le devolvió la sonrisa antes de volver a centrar su atención en Prue. – Necesito un nombre, señora Weldon. ¿Quién le dijo que hiciera todo esto? – Nadie… Sólo Eleanor. – Su amiga ha estado interpretando un guión. No es posible que ella sepa tantos detalles sobre la familia. ¿Quién se los ha dado? Prue se dio unas palmadas en la boca en un intento desesperado de hallar las respuestas que le pedía el abogado. – Elizabeth -gimió-. Eleanor fue a verla a Londres. Al salir del camino de acceso de la granja, Mark giró a la izquierda y se dirigió a la carretera de Dorchester a Wareham. – ¿Adónde va? -preguntó James. – A Bovington. Tiene que decirle la verdad a Nancy, James. -Se frotó la nuca con la mano, allí donde el dolor de cabeza matutino había regresado con más fuerza-. ¿Está de acuerdo? – Supongo que sí -dijo el coronel con un suspiro-, pero ella no corre peligro inmediato, Mark. Las únicas direcciones en el archivo son la de sus padres en Hereford y la de la jefatura de su regimiento. No hay ninguna referencia a Bovington. – ¡Mierda! -soltó Mark con violencia mientras pisaba el freno, hacía girar el volante a la izquierda y detenía el vehículo al borde de la hierba. Sacó el móvil del bolsillo y marcó el 192-. Smith… la inicial es J… Lower Croft, granja Coomb, Herefordshire. -Encendió la luz del techo-. Ruegue a Dios que hayan estado fuera todo el día -dijo mientras marcaba-. ¿La señora Smith? Hola, soy Mark Ankerton. ¿Me recuerda? El abogado del coronel Lockyer-Fox… Sí, claro… Yo también la vi… Estoy pasando la Navidad con él. Una verdadera ilusión. El mejor regalo que él haya podido recibir… No, no, tengo su número de móvil. Llamo en nombre de ella… de hecho… hay un hombre que la ha estado molestando… Sí, uno de sus sargentos… Si llamara, ella preferiría que ustedes no le dijeran que está en Bovington… Ya veo… una mujer… no, eso está bien… a usted también, señora Smith. |
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