"Las fuerzas del mal" - читать интересную книгу автора (Walters Minette)Veinte Bella se preguntó cuánto tiempo llevaba el chico de pie a su lado. Hacía un frío glacial y ella estaba envuelta en su abrigo y su bufanda mientras escuchaba Había levantado la vista con un suspiro para encontrar a Wolfie junto a su codo, temblando en sus vaqueros y su jersey fino. – ¡Oh, qué coño! -dijo rotundamente, quitándose los cascos-, vas morir congelado, niño tonto. Aquí. Métete dentro de mi abrigo. Eres un puñetero loco, Wolfie. ¿Por qué siempre andas rondando por todas partes, eh? Eso no es normal. ¿Por qué nunca llamas la atención? Él dejó que ella lo envolviera en los faldones de su abrigo militar, pegándolo a su cuerpo, grande y mullido. Era la sensación más maravillosa que había sentido nunca. Calor. Seguridad. Blandura. Con Bella se sentía a salvo de una manera que nunca había experimentado con su madre. Le besó el cuello y las mejillas, y dejó sus brazos descansando sobre sus pechos. Ella le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó el rostro a la luz de la luna. – ¿Seguro que sólo tienes diez años? -le preguntó, burlona. – Creo que sí -respondió el niño, soñoliento. – ¿Por qué no estás durmiendo? – No puedo entrar en el autocar. Fox lo cerró con llave. – ¡Por Dios! -gruñó ella con enfado-. ¿Adónde ha ido? – No sé. -Señaló hacia la granja Shenstead-. Tomó ese camino a través del bosque. Creo que fue a que lo recogieran. – ¿Quién? – No sé. Él llama y alguien lo recoge. Cuando mamá estaba con nosotros yo lo seguía a veces. Pero ya no me molesto en hacerlo. Bella lo acomodó en su regazo dentro del voluminoso abrigo y reposó la barbilla sobre la cabeza del niño. – ¿Sabes una cosa, cariño? No me gusta nada lo que está pasando aquí. Me iría mañana mismo con mis hijas… Pero me preocupas. Si yo supiera qué tiene en mente tu padre… -Se sumió en un silencio breve y meditativo-. ¿Y si te llevo mañana con los maderos y tú les cuentas algo sobre tu madre? Puede que estés una temporada en una casa de acogida, pero así te apartarás de Fox y finalmente volverás con tu madre y con el Cachorro. ¿Qué crees? Wolfie negó violentamente con la cabeza. – No. Tengo miedo a los maderos. – ¿Por qué? – Buscan moretones, y si los encuentran, te llevan con ellos. – ¿Y en tu cuerpo, van a encontrarlos? -preguntó la mujer. – Creo que sí. Entonces me mandarán al infierno. Su cuerpecillo flacucho se estremeció y Bella se preguntó con furia por qué le habían metido esa porquería en la cabeza. – ¿Por qué irías al infierno si tienes moretones, cariño? ¡Eso no es culpa tuya, es culpa de Fox! – Va contra las reglas -le respondió el niño-. Los médicos se cabrean cuando encuentran moretones en los niños. Cuando eso ocurre, uno no quiere estar cerca. ¡Dios todopoderoso! Sólo una mente retorcida podría fabricar aquella lógica asquerosa. Bella le abrazó fuerte y le obligó a pegarse más a ella. – Confía en mí, cariño, no tienes nada de qué preocuparte. Tienes que hacer algo verdaderamente malo para que los médicos y los maderos se cabreen, y tú no has hecho nada malo. – Pero tú sí -dijo Wolfie, que la había oído llamar por teléfono desde su escondite bajo las mantas-. No debiste decir a Fox dónde está Nancy. Lo único que ella hizo fue desatar la cuerda para hacerse amiga tuya. -Levantó la vista hacia la cara de luna de Bella-. ¿Crees que él la va a cortar con su navaja? -preguntó con tristeza. – Nada de eso, cariño -le dijo con tranquilidad, posando de nuevo la barbilla en la cabeza de Wolfie-. Le dije que estaba en operaciones nocturnas en la llanura de Salisbury. Hace tres días aquello estaba atestado de soldados, se entrenan para ir a Afganistán creo, así que va a ser como buscar una aguja en un pajar… suponiendo que la aguja esté allí, claro. Mensaje de Mark Emergencia. Llámeme con urgencia Mark hizo un último intento de comunicar; a continuación puso el móvil en la mano de James e hizo girar el volante para entrar de nuevo en la carretera con el Lexus. – ¿Sabe cómo funcionan esos chismes? James miró el diminuto aparato que tenía en la mano. Los botones brillaron en la oscuridad durante uno o dos segundos y después se apagaron. – Me temo que no -confesó-. El único teléfono móvil que he utilizado en mi vida era del tamaño de una caja de zapatos. – No pasa nada. Cuando suene me lo da. Mark pisó a fondo el acelerador y condujo a gran velocidad por el estrecho carril, rozando el arcén con los neumáticos. James se apoyó en el salpicadero. – ¿Le importaría que le dé algunos datos de la vida en el ejército? -dijo. – Adelante. – Además del problema del terrorismo del IRA, que es una alerta aún vigente, ahora existe la amenaza del terrorismo de Al Qaeda. Los dos factores significan que los campamentos militares son áreas cerradas para cualquiera que no tenga los documentos y la autoridad adecuados… y eso incluye al personal militar. -Se estremeció cuando las luces mostraron un seto peligrosamente cerca-. Lo mejor que podemos esperar usted y yo como civiles es que logremos persuadir al sargento de guardia para que llame y pida a Nancy que vaya a la entrada. Aunque con toda seguridad se negará a hacerlo, así que sugiero que mañana la busquemos por los canales adecuados. Bajo ninguna circunstancia nos permitirán recorrer el campamento en busca de Nancy. Nuestro amigo, el del teléfono, tendrá que sufrir las mismas restricciones. Los neumáticos rechinaron en una curva. – ¿Me está diciendo que no tiene sentido ir hasta allá? – Lo que sin duda estoy cuestionando es la pertinencia de morir en el intento -dijo el anciano con sequedad-. Incluso en el caso de que decidamos continuar, quince minutos más no cambiarán nada respecto a la seguridad de Nancy. – Lo siento. -Mark redujo la velocidad hasta un límite aceptable-. Creo que ella necesita saber lo que pasa. – Nosotros mismos no lo sabemos. – Entonces hay que prevenirla. – Ya lo ha hecho con su mensaje. -El tono del anciano era como de disculpa-. No vamos a descubrir nada si huimos, Mark. Eso de lanzarse de cabeza huele a pánico bajo el fuego enemigo. Mantener la posición nos dirá al menos contra qué y contra quién estamos combatiendo. – Lleva varias semanas haciendo eso -señaló Mark con impaciencia-, y no ha llegado a ninguna parte. Además, no veo por qué de repente está tan relajado ante el hecho de que él sepa el nombre y la dirección de su nieta. Es usted quien lo describe como un loco. – Y ésa es la razón por la que quiero mantenerlo a la vista -dijo James con calma-. Si algo sabemos en este momento es que lo tenemos a las puertas. Creo firmemente que está con los nómadas. Es obvio que ha estado observándonos… quizá nos haya seguido a la casa de los Weldon… y si lo hizo, entonces habrá visto la dirección que tomamos cuando salimos de la casa. Por el momento, la mansión es vulnerable y puede ser que su última llamada tuviera esa intención. Las luces de cruce iluminaron un sitio donde el seto se interrumpía, unos noventa metros más adelante, en el lugar donde un portón daba entrada a un campo. Se aproximó con la intención de dar marcha atrás y regresar por donde había venido cuando James le puso suavemente la mano en el hombro. – Nunca saldrá de usted un soldado, hijo -dijo, en tono divertido-, al menos hasta que aprenda a pensar antes de actuar. Tenemos que acordar alguna táctica antes de lanzarnos en otra dirección. No tengo intención de meterme en una trampa, como tampoco la tenía el pequeño que hemos conocido esta tarde. Cansado, Mark apagó el motor y las luces. – Sería más feliz si fuéramos a la policía -dijo-. Usted habla como si estuviera inmerso en una guerra privada que no afecta a nadie más, pero son demasiadas las personas inocentes involucradas en ella. Esa mujer, Bella, y el niño. Usted mismo dijo que lo más probable era que los estuvieran utilizando, ¿qué le hace pensar entonces que no están también en peligro? – Leo no está interesado en ellos -dijo James-. Sólo son su excusa para poder estar aquí. – Entonces ¿Leo es ese personaje al que llaman Fox? – No, a no ser que tenga un hijo del que nunca me haya hablado… o que el niño no sea suyo. -Le tendió el móvil a Mark-. La policía no mostrará interés hasta que alguien resulte herido -dijo con cinismo-. Hoy en día hay que estar muerto o agonizante para concitar la atención, y aun así, no es más que de cara a la galería. Hable con Elizabeth. Ella no atiende el teléfono, las llamadas van directamente a su contestador, pero estoy seguro de que las oye. No tiene sentido que hable con ella… desde la muerte de Ailsa no me ha respondido… pero quizás quiera hablar con usted. – ¿Qué debo decirle? – Cualquier cosa que pueda persuadirla a darnos información -dijo James con crudeza-. Encuentre dónde está Leo. Usted es el orador. Invéntese algo. Debe de haber algo que estimule a mi única hija a comportarse con decencia por primera vez en su vida. Pregúntele por ese encuentro con la señora Bartlett. Pregúntele por qué miente. Mark volvió a encender la luz de la cabina y buscó su portafolios en el asiento trasero. – ¿Ése es el tono que usa con Elizabeth? -preguntó sin énfasis, al tiempo que desplazaba su asiento hacia atrás y abría el portafolios sobre el regazo. Sacó el ordenador portátil y seguidamente levantó la tapa para ver la pantalla. – Nunca hablo con ella. No me responde. – Pero usted le deja mensajes. James asintió con irritación. – Umm… -Mark esperó a que aparecieran los iconos y después abrió el archivo de Elizabeth-. Exactamente -dijo, echando un vistazo a los detalles, la mayor parte de los cuales tenía que ver con su asignación mensual-. Sugiero que la sobornemos con otras quinientas libras mensuales y le digamos que es el regalo de Navidad que usted le hace. El anciano se sintió ultrajado. – De eso nada -farfulló indignado-. No voy a pagar nada. No tengo intención de aumentarle la asignación. Hace pocos meses recibió cincuenta mil del legado de su madre. Mark sonrió levemente. – Pero ése no fue su regalo, James, fue el regalo de Ailsa. – ¿Y qué? – Es usted quien quiere un favor. Mire, sé que este asunto lo saca de sus casillas y sé que lo hemos debatido hasta el agotamiento, pero el hecho es que después del fracaso matrimonial de Elizabeth usted estableció un fondo en su favor. – Sólo porque pensamos que había sido maltratada. Si hubiéramos conocido los detalles del divorcio no lo habríamos establecido. Ella se comportó casi como una puta… ofreciéndose por los clubes y vendiéndose a cualquiera que la invitara a una copa. – Sí, bien, desafortunadamente el resultado fue el mismo. -Mark levantó una mano para calmar los ánimos-. Lo sé… lo sé… pero si usted busca información debe darme algo en qué apoyarme… Y, francamente, no creo que machacarle la cabeza dé ningún resultado. Ya lo ha intentado antes. La promesa de quinientas libras hará que se avenga a razones. – ¿Y si no se aviene? – Se avendrá -dijo Mark con brusquedad-. De todas maneras… como mi plan consiste en mostrarse agradable con ella, o sale ahora mismo del coche, o me jura por su honor que mantendrá la boca cerrada. James bajó la ventanilla y sintió la mordida del frío nocturno en las mejillas. – Mantendré la boca cerrada. No hubo respuesta. Como había predicho James, la llamada fue directamente al contestador. Mark estuvo hablando hasta que se le terminó el tiempo, mencionó el dinero y su pesar por el hecho de que al no haber podido hablar con Elizabeth en persona el pago tendría que retrasarse. Volvió a llamar en un par de ocasiones, subrayó la urgencia del asunto y le pidió que atendiera el teléfono si estaba escuchando; pero si ése era el caso ella no picó. El abogado dejó el número de su móvil y le pidió que lo llamara esa misma tarde en caso de que estuviera interesada. – ¿Cuándo fue la última vez que habló con ella? -preguntó. – No lo recuerdo. La última vez que la vi fue en el funeral, pero llegó y se marchó sin decir una sola palabra. – Lo recuerdo -dijo Mark y siguió revisando la pantalla del ordenador-. Su banco acusa recibo de los cheques. ¿Nos informarían si no ha variado el monto de la cuenta? – ¿Qué sugiere? El abogado se encogió de hombros. – En realidad, nada… Me pregunto por qué un silencio tan largo. -Señaló una entrada, fechada a finales de noviembre-. De acuerdo con esto, le escribí hace un mes con el recordatorio anual para revisar el seguro de la casa y su contenido, y no me ha contestado. – ¿Habitualmente lo hace? Mark asintió. – Sí, lo hace, sobre todo cuando se trata de un gasto que usted ha aceptado asumir. La cuota no se paga hasta finales del mes próximo, pero a estas alturas yo esperaba tener noticias de ella. Siempre la amenazo con visitarla si no me proporciona una evaluación actualizada. La casa y su contenido siguen siendo nominalmente de su propiedad, James, y por ese método evito que ella lo venda. -Buscó su diario en el disco duro-. Tengo un recordatorio para ponerme en contacto con ella a finales de la semana próxima. James meditó un momento. – ¿Acaso no dijo la señora Weldon que la señora Bartlett la había visto? – Umm…, y me pregunto cómo se puso en contacto con ella. No puedo imaginar a Elizabeth devolviendo una llamada de Fitolaca. Mark buscaba su libreta de direcciones en el correo electrónico. – Entonces, ¿no sería mejor que habláramos con la señora Bartlett? Mark revisó los números de contacto de Becky en la pantalla y se preguntó si los había dejado allí a propósito. Había eliminado cualquier tipo de contacto con ella, había borrado deliberadamente el número del móvil que en una época le resultaba tan familiar como el suyo propio, pero quizás una parte de él se resistía a borrarla de su vida por completo. – Déjeme intentarlo primero con otra persona -dijo, recuperando el móvil-. Es un palo de ciego, probablemente tampoco me responda, pero vale la pena intentarlo. – ¿De quién se trata? – Es una antigua amiguita de Leo -dijo-. Creo que hablará conmigo. En una época estuvimos muy unidos. – ¿Cómo la conoció? Mark marcó el número de Becky. – Deberíamos habernos casado en junio -dijo con voz inexpresiva-. El siete de marzo le proporcionó a Leo una coartada para la noche de la muerte de Ailsa, y cuando llegué a casa ella se había marchado. Tenían un romance desde hacía tres meses. -Le ofreció a James una sonrisa de disculpa mientras se llevaba el teléfono al oído-. Ésa es la razón por la que siempre he aceptado que Leo no estuvo aquella noche en Shenstead. Debí habérselo contado… siento no haberlo hecho. El orgullo es algo terrible. Si pudiera hacer retroceder el tiempo y actuar de manera diferente, lo haría. El anciano suspiró. – Todos nosotros lo haríamos, hijo… todos nosotros. Becky no podía dejar de hablar. Cada frase terminaba con la palabra «cariño». ¿Era él de verdad? ¿Cómo estaba? ¿Había pensado en ella? Sabía que al final llamaría. ¿Dónde estaba? ¿Podía regresar a casa? Lo amaba tanto. Todo había sido un horrible error. Cariño… cariño… cariño… «Es una forma cariñosa de hablar que tiene muy poco significado… Si alguien me dijera eso, me metería los dedos en la garganta…» Mark vio el sombrío reflejo de su rostro en el parabrisas y apagó bruscamente la luz de la cabina para hacerlo desaparecer. Se preguntó por qué había dejado que la marcha de Becky lo perturbara. A juzgar por la escasa emoción que logró despertar en él, Mark hubiera podido estar hablando con un extraño. – Estoy sentado en un coche en medio de Dorset con el coronel Lockyer-Fox -la interrumpió, tras elegir responder a la pregunta de dónde estaba-. Te llamo desde mi móvil y la batería puede agotarse en cualquier momento. Tenemos que ponernos urgentemente en contacto con Elizabeth pero ella no responde a mis llamadas. Quería preguntarte si tú sabes dónde está. Hubo un breve silencio. – ¿El coronel está escuchando? – Sí. – ¿Sabe él lo…? – Acabo de contárselo. – ¡Oh, Dios! Lo siento, cariño. Nunca tuve intención de avergonzarte. Créeme, si yo pudiera… Mark la interrumpió una vez más. – Hablamos de Elizabeth, Rebecca. ¿La has visto recientemente? Él nunca la llamaba Rebecca y eso dio lugar a otro silencio. – Estás enojado. Si James no hubiera estado escuchando, habría respondido que estaba aburrido. Pensó que ojalá se tratara de una mujer inteligente que sabía cuándo marcharse sin hacer preguntas. – Podremos hablar cuando regrese a casa -dijo, a modo de aliciente-. Ahora háblame de Elizabeth. ¿Cuándo la viste por última vez? La voz de ella volvió a adquirir cierta calidez. – En julio. Fue al chalé de Leo una semana antes de que yo me marchara. Ambos salieron… y desde entonces no he vuelto a verla. – ¿Qué quería? – No lo sé. Repetía que necesitaba ver a Leo en privado. Estaba como una cuba, así que no me molesté en preguntarle por qué. Ya sabes cómo es ella. – ¿Leo te contó algo después de aquello? – No. Sólo me dijo que a ella se le fue la cabeza y que él la había acompañado a su casa. -Hizo una pausa-. No era la primera vez. La policía telefoneó para decir que tenían una mujer en la sala de espera… que parecía algo ida… decían que no podía recordar dónde vivía y sólo pudo darles el número de Leo. -Otra pausa-. Me imagino que lo ocurrido en julio fue algo parecido. Ella solía frecuentar el chalé. Había demasiadas vacilaciones, y él se preguntó cuánta verdad habría en las palabras de Becky. – ¿Cuál era el problema? El tono de voz de la chica parecía albergar cierto rencor. – La bebida. Dudo que le quede una sola neurona sana. Le dije a Leo que necesitaba tratamiento, pero a él eso no le importaba. Su patético y mísero ego se sentía halagado cuando tenía su juguete por los alrededores. – ¿Qué quieres decir con eso? – ¿Tú qué crees? No tenían el tipo de relación que tú tienes con tus hermanas, ¿sabes? ¿Nunca te has preguntado por qué Elizabeth está descerebrada y Leo nunca se ha casado? Ahora le llegó el turno a Mark de guardar silencio. – ¿Todavía estás ahí? – Sí. – Bueno, por Dios, vigila lo que dices en presencia del coronel. Nadie va a conseguir dinero si su padre… -Becky se interrumpió abruptamente-. Mira, olvida lo que acabo de decir. Es un hijo de puta morboso, Mark. Tiene no sé qué sobre su padre… algo relacionado con que el coronel fue torturado durante la guerra. No me preguntes qué es, porque no lo entiendo… pero Leo lo odia por ello. Sé que parece cosa de locos. ¡Oh, Dios mío!, está claro que Leo está loco, y en lo único que piensa es en cómo hacer arrodillarse al anciano. Para él es como una cruzada. Mark repasó su muy limitado vocabulario psicológico, adquirido en los interrogatorios a otros abogados sobre los informes psiquiátricos de sus defendidos. Transferencia… compensación… desplazamiento… despersonalización… Decidió ir paso a paso. – Bien, comencemos con esa relación de la que has hablado: ¿es un hecho o sólo algo que intuyes? – ¡Oh, por Dios! -dijo Becky, molesta-. Te dije que estuvieras atento a lo que dices. Eres tan irreflexivo, Mark. Cuando tienes razón, el resto del mundo te importa una mierda. Eso era más propio de la Becky que él conocía. – Tú eres quien hablas… cariño -dijo con frialdad-. Lo que yo pueda decir es algo puramente incidental. ¿Hecho o suposición? – Suposición -admitió ella-. Se pasaba la vida sentada sobre su regazo. En realidad, nunca vi nada pero estoy segura de que ocurrió. Yo estaba todo el día en el trabajo, no lo olvides, ganando el puñetero di… -Volvió a interrumpirse-. Hubieran podido hacer cualquier cosa. Elizabeth quería hacerlo sin la menor duda. Se arrastraba ante Leo como si él fuera Dios. Mark miró a James y vio que el coronel tenía los ojos cerrados. Pero sabía que le estaba escuchando. – Leo es un hombre atractivo -murmuró-. Siempre tiene a mucha gente dando vueltas a su alrededor. También tú pensaste durante un tiempo que él era Dios… ¿o se te ha olvidado? – Por favor, no me hagas eso -rogó la chica-. ¿Qué va a pensar el coronel? – Más o menos lo que piensa ahora, me imagino. ¿Qué importancia tiene eso? No creo que vayas a conocerlo nunca. Ella no dijo nada. – Tú eras la única que tenía ilusiones -prosiguió, preguntándose si ella todavía tenía esperanzas con respecto a Leo-. Para todos los demás, su encanto ha ido desapareciendo. – Sí, y yo lo descubrí de la peor manera -dijo ella con brusquedad-. Llevo mucho tiempo intentando decírtelo, pero tú no me escuchas. Es un actor. Utiliza a la gente y después se deshace de ella. Mark decidió que sería contraproducente decirle que él ya se lo había advertido. – ¿Cómo te utilizó a ti? Ella no contestó. – ¿La coartada era mentira? Hubo una larga vacilación, como si ella estuviera sopesando sus opciones. – No -dijo finalmente. – ¿Estás segura? Se oyó el sonido de un sollozo ahogado. – Es tan hijo de puta, Mark… Me cogió todo el dinero y después me obligó a pedir un préstamo a mis padres y hermanas. Ellos están tan enojados conmigo… y yo no sé qué hacer. Me pidieron que se lo devolviera, pero le tengo tanto miedo… Yo tenía la esperanza de que tú… como eres el abogado de su padre y todo lo demás… Pensé que él podría… -Se sumió en el silencio. Mark respiró hondo para ocultar su irritación. – ¿Qué? – Ya sabes… – ¿Reembolsártelo? El alivio de Becky era tan evidente que pudo percibirlo a través del teléfono. – ¿Lo haría? – No lo creo… pero hablaría del asunto con él si me das algunas respuestas sinceras. ¿Registraste alguna vez mi cartera? ¿Dijiste a Leo que el coronel estaba buscando a su nieta? – Sólo una vez -dijo-. Vi el borrador de un testamento donde se mencionaba a una nieta. Eso fue todo lo que le dije. No había nombres ni nada por el estilo. No quería hacer ningún daño, de veras que no… lo único que le interesaba era cuánto iban a recibir Lizzie y él. Un coche se aproximaba por el estrecho carril, cegándolos con sus faros. Viajaba a demasiada velocidad y cuando pasó junto al Lexus la corriente de aire que arrastraba a su paso se estrelló contra los costados del coche de Mark. Había pasado demasiado cerca para sentirse seguro y eso le puso los nervios de punta. – ¡Por Dios! -exclamó, encendiendo las luces. – No te enojes conmigo -imploraba Becky al otro extremo de la línea-. Sé que no debí hacerlo… pero tenía tanto miedo. Cuando no logra salirse con la suya es realmente horrible. – ¿Qué es lo que hace? Pero ella no iba a decirlo, no podía. No iba a compartir con Mark los terrores que Leo guardaba para ella, fueran reales o imaginarios. En lugar de eso, se volvió evasiva en un intento por descubrir si sus «terrores» persuadirían a Mark de recobrar el dinero de sus padres. Puso fin a la llamada, diciendo que la batería parpadeaba. Un año atrás, habría confiado en ella sin la menor duda… … ahora no creía una sola palabra de lo que le había dicho… |
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