"La senorita de Tacna" - читать интересную книгу автора (, Llosa Mario Vargas)LA SEÑORITA DE TACNA PIEZA EN DOS ACTOS LAS MENTIRAS VERDADERAS Washington, marzo de 1980. PERSONAJES MAMAÉ ABUELA CARMEN ABUELO PEDRO AGUSTÍN CÉSAR AMELIA BELISARIO JOAQUÍN SEÑORA CARLOTA Anciana centenaria Su prima. Algo más joven y mejor conservada Su esposo Hijo mayor, en la cincuentena Hijo segundo, algo más joven que su hermano La hija menor, en sus cuarenta Hijo de Amelia Oficial chileno, joven y apuesto Bella y elegante, en sus treinta DECORADO Y VESTUARIO DOS DECORADOS comparten el escenario: La mayor parte de la acción transcurre en la casa de los Abuelos. Salita–comedor de un modesto departamento de clase media. Dos puertas, una a la calle y otra al interior de la casa. El mobiliario muestra la estrechez económica, lindante con la miseria, de la familia. Los muebles imprescindibles son el viejo sillón donde la Mamaé ha pasado buena parte de sus últimos años, la sillita de madera que le sirve de bastón, un viejo aparato de radio, la mesa donde tiene lugar la cena familiar del segundo acto. Hay una ventana a la calle, por la que se oye pasar el tranvía. Este escenario no debería ser realista. Es un decorado recordado por Belisario, un producto de la memoria, donde las cosas y las personas se afantasman, es decir independizan de sus modelos objetivos. De otro lado, en el transcurso de la acción, este decorado se convierte en otros: una sala en la casa de Tacna donde vivían la Abuela y la Mamaé de jóvenes; el comedor de la casa de Arequipa cuando el Abuelo era agricultor en Camaná, en la década de los veinte; la casa de Bolivia donde la Mamaé le contaba cuentos a Belisario en los años cuarenta y el albergue de Camaná donde el abuelo escribe a su mujer la carta que la Mamaé lee a escondidas. El mismo escenario se convierte también en lugares puramente mentales, como es el confesionario del Padre Venancio. Conviene, pues, que este decorado tenga una cierta indeterminación que facilite (o al menos, que no estorbe) esas mudanzas. El cuarto de trabajo de Belisario es una mesa rústica, llena de papeles, libretas y lápices, y, tal vez, una maquinilla de escribir portátil. Es importante que, por simple que sea, este decorado delate a un hombre cuya vida es escribir, alguien que pasa allí buena parte de su tiempo y donde, además de escribir, dormir, comer, escarba sus recuerdos, se confiesa a sí mismo y dialoga con sus fantasmas. Belisario puede andar entre los cuarenta o cincuenta años, o ser incluso mayor. Tiene, en todo caso, larga experiencia en el oficio de escribir y lo que ocurre, en el curso de esta historia, debe haberle ocurrido seguramente cuando escribía las anteriores. A juzgar por sus ropas y aspecto, es un hombre sin recursos, descuidado, de vida desordenada. Las fronteras entre ambos decorados surgen o desaparecen a voluntad, según las necesidades de la representación. El vestuario, tal vez, debería ser realista, porque el atuendo de los personajes puede graficar las diferencias temporales entre las escenas. El oficial chileno debe llevar un uniforme de principios de siglo, con botones dorados, correaje y espadín, y la Señora Carlota un vestido de época. Los Abuelos y la Mamaé deben vestir no sólo con modestia sino ropas que los sitúen en los años cincuenta. En tanto que Belisario, en su traje, peinado, etc., debería lucir como una persona de nuestros días. Esta obra se estrenó en Buenos Aires el 26 de mayo de 1981 en el Teatro Blanca Podestá, con el siguiente reparto: Escenografía: Jorge Sarudiansky Vestuario: María Julia Bertotto Dirección General: Emilio Alfaro PRIMER ACTO MAMAÉ Los ríos, se salen los ríos… El agua, la espuma, los globitos, la lluvia lo está empapando todo, se vienen las olas, se está chorreando el mundo, la inundación, se pasa el agua, se sale, se escapa. Las cataratas, las burbujas, el diluvio, los globitos, el río… ¡Ayyy! AMELIA ¡Caramba, Mamaé, ya te hiciste pipí otra vez en la sala! ¿Por qué no pides, para llevarte al baño? Cuántas veces se te ha dicho. ¿Crees que no me da asco? ¡Ya me tienes harta con esas porquerías! BELISARIO ¿Qué vienes a hacer tú en una historia de amor, Mamaé? ¿Qué puede hacer una viejecita que se orinaba y se hacía la caca en los calzones, y a la que había que acostar, vestir, desvestir, limpiar, porque las manos y los pies ya no le obedecían, en una historia de amor, Belisario? JOAQUÍN Elvira. Elvira. Elvira… MAMAÉ ¡Joaquín! Pero, se ha vuelto loco. ¡A estas horas! Lo van a oír mis tíos. JOAQUÍN Sé que estás ahí, que me estás oyendo. Asómate un segundo, Elvira. Tengo que decirte algo importante. ¿Sabes qué, no es cierto? Que eres linda, que te quiero, que te deseo. Que cuento las horas que faltan para el domingo. MAMAÉ ¡Cómo se te ocurre venir a estas horas, Joaquín! ¿No te ha visto nadie? Vas a arruinar mi reputación. Las paredes de Tacna tienen oídos. JOAQUÍN Ya estaba acostado, amor mío. Pero de pronto sentí como la orden de un general, aquí en el pecho: si te apuras la encontrarás despierta, vuela a su casa. Es cierto, Elvira. Necesitaba verte. Tocarte. MAMAÉ ¿Acaso no hemos estado juntos toda la tarde? Qué lindo paseo dimos por las huertas con mi prima, ¿no? Cuando te oí, justamente estaba acordándome de los granados, de los peros, de los membrillos, de los duraznos. ¿Y el río no estaba lindo, también? Me gustaría volver a zambullirme en el Caplina, alguna vez, como lo hacía de chiquita. JOAQUÍN En el verano, si estamos todavía en Tacna, te llevaré al Caplina sin que nadie nos vea. De noche. Al remanso donde merendamos esta tarde. Nos quitaremos la ropa… MAMAÉ ¡Cállate, Joaquín, no empieces! JOAQUÍN …y nos bañaremos desnudos. Jugaremos en el agua. Te perseguiré y cuando te atrape… MAMAÉ ¡Por favor, Joaquín! No seas vulgar. JOAQUÍN Pero si vamos a casarnos el domingo. MAMAÉ Tampoco dejaré que me faltes cuando sea tu mujer. JOAQUÍN Eres lo que más respeto en el mundo, Elvira. Mira, te respeto más que a mi uniforme. ¿Sabes lo que significa el uniforme para un militar, no? Aunque quisiera, no podría faltarte. Te hago enojar a propósito. Porque me gusta que seas así. MAMAÉ ¿Cómo soy? JOAQUÍN Una niñita de mírame y no me toques. Todo te parece malo, todo te da miedo, todo te hace ruborizar. MAMAÉ ¿No debe ser así una señorita decente? JOAQUÍN Claro que sí. No puedes imaginar con qué ansia espero el domingo, Elvira. Tenerte para mí solo, sin chaperonas, saber que dependes de mí para la más pequeña cosa. Cómo voy a divertirme contigo, cuando estemos solos: te sentaré en mis rodillas, haré que me rasguñes en la oscuridad como una gatita. Ah y esa apuesta te la voy a ganar. Contaré tus cabellos y verás que tienes más de cinco mil. MAMAÉ ¿Los contarás la noche de bodas? JOAQUÍN No, la noche de bodas no. ¿Quieres saber qué haré contigo la noche de bodas? MAMAÉ ¡No! ¡No quiero! JOAQUÍN ¿Tú también lo piensas? ¿Ya no te importa que sea chileno? ¿Ya te hiciste a la idea de ser una chilena? MAMAÉ Eso sí que no. Seguiré peruana hasta que me muera. Y odiando a los abusivos que nos ganaron la guerra. JOAQUÍN Va a ser muy gracioso. Quiero decir, cuando seas mi mujer, y estemos en Santiago, en Antofagasta, en la guarnición a la que me destinen. ¿Te vas a pelear todo el día con mis compañeros por la guerra del Pacífico? Si dices esas cosas contra los chilenos, me harás procesar por alta traición. MAMAÉ No perjudicaré nunca tu carrera, Joaquín. Lo que pienso de los chilenos me lo guardaré para mí. Y les sonreiré y les haré ojitos a tus compañeros de armas. JOAQUÍN Alto ahí, nada de sonrisas ni de ojitos. ¿No sabes que soy celoso como un turco? Y contigo voy a serlo todavía más. MAMAÉ Tienes que irte ahora. Si mis tíos te descubren, se enojarían. JOAQUÍN Tus tíos, tus tíos. Han sido la pesadilla de nuestro noviazgo. MAMAÉ No digas eso, ni en broma. ¡Qué habría sido de mí sin el tío Menelao y la tía Amelia! Me hubieran metido a la casa de los murciélagos de la calle Tarapacá. Al Hospicio, sí. JOAQUÍN Sé lo buenos que han sido contigo. Además, me alegro que te hayan criado en una jaula de oro. ¡Pero en todo un año de noviazgo casi no te he visto a solas! Sí, ya sé, estás inquieta. Ya me voy. MAMAÉ Hasta mañana, Joaquín. ¿En la Misa de la Catedral, a las ocho, como todos los días? JOAQUÍN Sí, como todos los días. Ah, me olvidaba. Aquí tienes el libro que me prestaste. Traté de leer los versos de Federico Barreto, pero me quedé dormido. Léelos tú por mí, acurrucada en tu camita. MAMAÉ Un día te los recitaré al oído y te gustarán. Estoy feliz de casarme contigo, Joaquín. MAMAÉ ¿Qué haría Joaquín si supiera lo del abanico? Lo retaría a duelo, lo mataría. Tienes que romper ese abanico, Elvira, no está bien que lo guardes. BELISARIO Esa también es una historia de amor. Sí, Belisario, sí. ¿Cómo fuiste tan tonto, tan ingenuo? ¿Acaso se puede situar una historia de amor en una época en que las niñas hacen el amor antes que la primera comunión y los muchachos prefieren la marihuana a las muchachas? En cambio, esa época y ese lugar son ideales para una historia romántica: Tacna, después de la guerra del Pacífico, con la ciudad todavía ocupada por el Ejército chileno MAMAÉ ¡El día que Tacna se reincorporó al Perú, chiquitín! BELISARIO Una historia romántica, de ésas que ya no suceden, de ésas en las que ya no cree nadie, de ésas que tanto te gustaban, compañero. ¿Para qué quieres escribir una historia de amor? ¿Para tener esa miserable compensación, que no compensa nada? ¿Para eso, pasar una vez más por las horcas caudinas, Belisario? ¡Sí, por eso! ¡Maldita aguafiestas, largo de aquí! ¡Abajo la conciencia crítica! ¡Me cago en tu conciencia crítica, Belisario! Sólo sirve para estreñirte, castrarte, frustrarte. ¡Fuera de aquí, conciencia crítica! ¡Fuera, hija de puta, reina de los escritores estreñidos! MAMAÉ BELISARIO Tu bisabuelo Menelao debió ser encantador, Belisario. Sí, un hijo de puta encantador. Te sirve, te sirve. MAMAÉ ¡Carmen! ¡Carmen! ¡Ahí llega! ¡Ven, acércate a la ventana! ¡El ferrocarril de Arica! ABUELA La verdad es que te envidio, Mamaé. Has encontrado el remedio perfecto para no ver la ruina que nos rodea. A mí también me gustaría volver a mi juventud, aunque fuera en sueños. MAMAÉ ¡Ayyy! Me arrancaría los ojos. Ya no sirven ni para adivinar las cosas. ¿Lo ves ? ¿ Es el ferrocarril de Arica? ¿O el autocarril de Locumba? ABUELA Ninguno de los dos. Es el tranvía a Chorrillos. Y no estamos en Tacna sino en Lima. Y ya no tienes quince años sino noventa, o por ahí. Te has vuelto una viejecita chocha, Elvira. MAMAÉ ¿Te acuerdas del baile de disfraces? ABUELA ¿Cuál de ellos? Fui a muchos bailes de disfraces de joven. MAMAÉ En el Orfeón. Ese al que se metió el mandingo. ABUELA Ah, ése. Claro que me acuerdo. En ese baile conocí a Pedro; había ido de Arequipa a pasar los Carnavales a Tacna, con unos amigos. Quién me iba a decir que me casaría con él. Sí, claro. ¿Fue ése el baile en el que Federico Barreto te escribió un verso en el abanico? No, ése fue otro, un 28 de julio, en la Sociedad de Damas Patriotas. El negro, de veras… ¿Estaba bailando contigo cuando lo descubrieron, no es verdad? MAMAÉ ¿Es usted chileno, mascarita? ¿Peruano? ¿De Tacna, mascarita? ¿Militar, tal vez? ¡Ya sé, adiviné! ¡Es usted médico! ¿Abogado, a lo mejor? Dígame cualquier cosa, hágame una adivinanza y verá que lo identifico, mascarita. ABUELA ¿Y por el olor no te diste cuenta? Pero el bandido se habría echado perfume, claro. MAMAÉ ¡Un negro! ¡Un negro! ¡La mascarita era un negro! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ABUELA No des esos gritos, Elvira. Me parece estar oyendo tu alarido, esa noche. La orquesta dejó de tocar, la gente de bailar, los que estaban en los palcos se levantaron. ¡Qué laberinto se armó en el Orfeón! Tuvieron que llevarte a la casa, con ataque de nervios. Por el bendito negro se nos acabó la fiesta. MAMAÉ ¡Carmen! ¡Carmencita! Mira, ahí, junto a la fuente de bronce de la Plaza. ¿Qué le están haciendo? ¿Le están pegando? ABUELA Es cierto. Los caballeros lo sacaron a la calle y le dieron de bastonazos. Junto a la fuente de bronce, sí. ¡Qué memoria, Elvira! MAMAÉ ¡Ya no le peguen más! ¡Está lleno de sangre! ¡No me hizo nada, ni siquiera me habló! ¡Tía Amelia, a ti te harán caso! ¡Tío Menelao, que ya no le peguen! ABUELA No, sólo le dieron una paliza por su atrevimiento. Después, lo mandaron a la cárcel de los chilenos. ¿Qué audacia, no? Disfrazarse y meterse al baile del Orfeón. Nos quedamos tan impresionadas. Teníamos pesadillas, creíamos que cualquier noche se nos entraría por la ventana. Semanas, meses, sólo hablamos del negro de La Mar. BELISARIO ¡El negro de La Mar! ¡Toma cuerpo, se mueve, camina! MAMAÉ No es de La Mar. Es uno de los esclavos de la hacienda de Moquegua. ABUELA Qué tontería, hija. En esa época ya no había esclavos en el Perú. MAMAÉ Desde luego que había. Mi papá tenía tres. BELISARIO ¡Los mandingos! MAMAÉ Me pasaban de una orilla a otra del Caplina en sillita de reina. BELISARIO Dormían en el establo, amarrados de los tobillos para que no se escaparan. MAMAÉ No le vi la cara, pero algo había en sus movimientos, en sus ojos, que lo reconocí. Estoy convencida, era uno de ésos. Un mandingo cimarrón… AMELIA ABUELA ABUELO Me los robaron. ABUELA Dios mío, cómo ha sido. ABUELO Al bajar del tranvía. Un bribón de esos que andan sueltos por las calles de Lima. Me tiró al suelo. Me arrancó también el… ABUELA ¿El reloj? ¡Ay, Pedro, te robaron tu reloj AMELIA ¿Ves que tenemos razón, papá? No salgas solo, no tomes ómnibus, no subas al tranvía. ¿Por qué no haces caso? Estoy ronca de tanto decirte que no salgas a la calle. ABUELA Además, no eres una persona sana. ¿Y si vuelves a tener el blanco en la cabeza? No sé cómo no escarmientas, después de semejante susto. ¿Ya no te acuerdas? Diste vueltas, horas de horas, sin encontrar la casa. ABUELO No voy a pasarme la vida encerrado aquí, esperando que me entierren, hijita. No voy a dejar que este país acabe conmigo así nomás… ABUELA ¿Te hiciste daño? ¿Dónde te golpeaste? ABUELO Porque en ninguna parte se desperdicia como en el Perú a la gente que quiere trabajar. Aquí es delito ser viejo. En los países cultos es al revés. En Alemania, en Inglaterra. A los hombres de edad se les llama, se aprovecha su experiencia. Aquí, a la basura. No me conformo porque sé que rendiría mejor que un joven en cualquier trabajo. BELISARIO AMELIA Con desesperarte así no vas a resolver nada, sólo malograrte los nervios. ABUELA Tienes la cabeza débil, marido, entiéndelo. El médico te ha advertido que si no tomas las cosas con calma, te repetirá el ataque. ABUELO Mi cabeza anda muy bien ahora. Les juro que sí, no he vuelto a tener el menor mareo. ABUELA Lo oí yo, Amelia se lo perdió por estar planchando la ropa del futuro abogado. Figúrate que Sor Fátima colgó los hábitos para casarse con el compositor… AMELIA Ah, mira, tienes una herida en la muñeca. ABUELA Atacar a un viejo, qué cobarde. ABUELO Me cogió desprevenido, por la espalda. De frente, hubiera sido distinto. Seré viejo, pero tengo dignidad y puedo defenderme. MAMAÉ ¿Qué dices, Pedro? ¿Retar a Federico Barreto por haberme escrito ese verso? No lo hagas, no seas fosforito. Fue una galantería sin mala intención. No te expongas, dicen que es un gran espadachín. ABUELO ¿Ah, sí? Bueno, entonces no lo retaré. Además, era un verso muy inspirado. El poeta Barreto tenía buen gusto, hay que reconocerlo. ABUELA Esta Elvira, resucita cada cosa… Ven, te pondré mercurio cromo, no se vaya a infectar. AMELIA Que te sirva de lección, papá. Te advierto que no te dejo salir solo nunca más, como han ordenado mis hermanos. Por lo menos, no de noche. Da tus paseos de día, por aquí, alrededor de la manzana. O cuando pueda acompañarte yo, o mi hijo. ABUELO Está bien, Amelia. ABUELA Ese reloj te lo regalaron los Vocales de la Corte, en Piura, cuando eras Prefecto. Qué pena, un recuerdo tan bonito. Bueno, tu nieto Belisario te regalará otro, cuando gane su primer pleito… BELISARIO Mi primer pleito… Tú también soñabas, abuelita. muerto tu padre cuando tenías quince años. Por eso te destinaron a la abogacía, Belisario: para retomar la tradición jurídica de la familia. MAMAÉ Buenas tardes, señora Carlota, qué sorpresa. Mis tíos no están, ni Carmencita tampoco. Siéntese, por favor. ¿Le puedo ofrecer una taza de té? SEÑORA CARLOTA «Como salida de una acuarela del maestro Modesto Molina.» Eso oí decir de ti en La Alameda, durante la retreta. Es cierto, eres así. MAMAÉ Es usted muy amable, señora Carlota. SEÑORA CARLOTA El pelo retinto, la piel de porcelana. Las manos bien cuidadas, los pies pequeños. Una muñequita, sí. MAMAÉ Por Dios, señora, me hace usted ruborizar. ¿No quiere sentarse? Mis tíos ya no tardarán. Fueron a dar el pésame a… SEÑORA CARLOTA Joven, bonita, y, además, una buena herencia en perspectiva ¿no? ¿Es verdad que la hacienda de Moquegua que tenía tu padre está en curatela y que será tuya cuando cumplas la mayoría de edad? MAMAÉ ¿Por qué me dice esas cosas? ¿Y en ese tono? Habla usted como si me tuviera enojo por algo. SEÑORA CARLOTA Enojo no es la palabra, niñita de mírame y no me toques. Lo que te tengo es odio. Te odio con todas mis fuerzas, con toda mi voluntad. Todo este año te he deseado las peores desgracias de la tierra. Que te arrollara el ferrocarril, que la viruela te comiera la cara, que la tuberculosis te agujereara los pulmones. ¡Que te cargara la trampa! MAMAÉ ¿Pero, qué le he hecho yo, señora Carlota? Si apenas la conozco. ¿Por qué me dice cosas tan horribles ? Y yo que creí que había venido a traerme el regalo de bodas. SEÑORA CARLOTA He venido a decirte que Joaquín no te quiere. Que me quiere a mí. Aunque seas más joven. ¡Aunque seas virgencita y soltera! A él no le gustan las miniaturas de filigrana que quiebra el viento. A él le gusto yo. Porque yo sé algo que tú y las señoritas como tú no aprenderán nunca. Yo sé amar. Sé lo que es la pasión. Sé dar y recibir placer. Sí, eso que para ti es una mala palabra: placer. MAMAÉ Ha perdido usted el juicio, señora Carlota. Se olvida que… SEÑORA CARLOTA ¿Que soy casada y con tres hijos? No me olvido. ¡Me importa un bledo! Mi marido, mis hijos, la sociedad de Tacna, el qué dirán, la religión: ¡un bledo! Eso es el amor ¿ves? Estoy dispuesta a todo, pero no a perder al hombre que quiero. MAMAÉ Si es como usted dice, si Joaquín la quiere a usted, ¿por qué ha pedido mi mano? SEÑORA CARLOTA Por el apellido que tienes, por la hacienda que vas a heredar, porque un oficial tiene que asegurar su futuro. Pero, sobre todo, porque no puede casarse con la mujer que quiere. Se casa contigo por conveniencia. Se resigna a casarse contigo. Óyelo bien: se re–sig–na. Me lo ha dicho así, cien veces. Hoy mismo, hace dos horas. Sí, vengo de estar con Joaquín. Todavía me resuenan en los oídos sus palabras: «Eres la única que sabe hacerme gozar, soldadera». Porque me llama así, cuando me entrego a él: «Soldadera», «Mi soldadera». MAMAÉ Señora Carlota, cállese ya. Por favor, le suplico que… SEÑORA CARLOTA Te estoy escandalizando, lo sé. Tampoco me importa. He venido para que sepas que no voy a renunciar a Joaquín, aunque se case contigo. Ni él a mí. Vamos a seguir viéndonos a tus espaldas. He venido a decirte cuál será tu vida de casada. Preguntarte cada mañana, cada tarde, si tu marido, en vez de haber ido al cuartel, está haciendo el amor conmigo. MAMAÉ Voy a llamar a los criados para que la acompañen a la puerta, señora Carlota. SEÑORA CARLOTA Y si trasladan a Joaquín, abandonaré a mi marido y a mis hijos y lo seguiré. Y tus dudas, tu suplicio, continuarán. He venido a que sepas hasta dónde puede llegar una mujer enamorada. ¿Ves? MAMAÉ Sí, señora, veo. Tal vez sea cierto lo que dice. Yo no sería capaz de actuar así. Para mí el amor no puede ser una enfermedad. No la entiendo. Es usted bella, elegante, su marido una persona tan distinguida, a quien todo Tacna respeta. Y sus hijos, unos chiquilines tan ricos. ¿Qué más se puede desear en la vida? SEÑORA CARLOTA Pues bien, quizá así lo entiendas. Estoy dispuesta a sacrificar todo eso que te parece envidiable, por una palabra de Joaquín. A irme al infierno, si es el precio para seguir con él. MAMAÉ Dios la está oyendo, señora Carlota. SEÑORA CARLOTA Entonces, sabe que es verdad. Cuando Joaquín me tiene en sus brazos, y me estruja, y me somete a sus caprichos, nada más existe en el mundo: ni marido, ni hijos, ni reputación, ni Dios. Sólo él. Eso, no me lo vas a quitar. MAMAÉ ¿Hace cuánto tiempo que es usted la… la… el amor de Joaquín? SEÑORA CARLOTA ¿La amante de Joaquín? Dos años. Te voy a contar algo más. Nos vemos todas las semanas en una cabaña de La Mar, al ponerse el sol. A esa hora los negros regresan de las haciendas, cantando. Los oímos. Hemos aprendido sus canciones de tanto oírlas. ¿Qué otra cosa quieres saber? MAMAÉ Nada más, señora. Le ruego que se vaya ahora. SEÑORA CARLOTA Tú no podrías vivir con Joaquín. Eres demasiado pura para un hombre tan ardiente. Lo dice él mismo. Tienes que buscarte un joven lánguido. Tú no podrías ser soldadera de nadie. Te falta sangre, malicia, imaginación. MAMAÉ ¡Tiene que irse! ¡Mis tíos llegarán en cualquier momento, señora! SEÑORA CARLOTA Que me vean. Que estalle de una vez el escándalo. MAMAÉ No estallará por mi culpa. No he oído nada, no sé nada, no quiero saber nada. SEÑORA CARLOTA Y, sin embargo, has oído y lo sabes todo. Y ahora, el gusanito comenzará a roerte el corazón. "¿Será verdad que se casa conmigo por conveniencia?» "¿Será verdad que la quiere a ella?» "¿Será verdad que la llama soldadera cuando la tiene en sus brazos?» MAMAÉ ¿Será verdad que le dice que soy una niñita de mírame y no me toques? ¿Una remilgada que nunca sabrá hacerlo feliz como sabe ella? ¿Será verdad que estuvo con ella ayer, que está con ella ahora, que estará con ella mañana? BELISARIO O sea que la mujer mala le hizo dar unos celos terribles a la señorita que estaba de novia. MAMAÉ Peor todavía. La inquietó, la turbó, le llenó la cabecita inocente de víboras y pajarracos. BELISARIO ¿Cuáles son los pajarracos, Mamaé? ¿Los gallinazos? MAMAÉ Y la pobre señorita pensaba, con los ojos llenos de lágrimas: «O sea que no me quiere a mí sino a mi apellido y a la posición de mi familia en Tacna. O sea que ese joven que yo quiero tanto es un sinvergüenza, un aprovechador». BELISARIO Pero eso no es cierto, Mamaé. ¡Quién se va a casar por un apellido, por una posición social! Que se quería casar con la señorita porque ella iba a heredar una hacienda, me lo creo, pero lo otro… MAMAÉ Lo de la hacienda era falso. El oficial chileno sabía que esa hacienda la habían rematado para pagar las deudas del papá de la señorita. BELISARIO Ya estás enredando el cuento, Mamaé. MAMAÉ Así que el oficial chileno le había mentido a la mujer mala. Que la señorita iba a heredar una hacienda. Para que lo de casarse por interés, no por amor, resultara más convincente. O sea que no sólo engañaba a la señorita sino también a la señora Carlota. BELISARIO ¿La mujer mala se llamaba Carlota? MAMAÉ Sí. Tenía un apodo feísimo. Le decían: «La soldadera». BELISARIO ¿Qué quiere decir soldadera, Mamaé? MAMAÉ Aj, es una mala palabra. BELISARIO Ya te fuiste otra vez por tu lado y me dejaste en la luna, Mamaé. BELISARIO La mujer mala… Nunca faltaba en los cuentos. Y muy bien hecho, en las historias románticas debe haber mujeres malas. No tengas miedo, Belisario, aprende de la Mamaé. Por lo demás ¿el papel no aguanta todo? Que la historia se llene de mujeres malas, son siempre más interesantes. ¿Había dos, no, Mamaé? A veces se llamaba Carlota y era una señora traviesa, en Tacna, a principios de siglo. A veces, era una india de Camaná, que, en los años veinte, por una razón muy enigmática, había sido azotada por un caballero. ABUELA ¡Elvira! ¡Elvira! ¡Pero qué has hecho! ¿Te has vuelto loca? ¡Pero cómo es posible! ¡Tu vestido de novia! ¡Tan lindo, todo bordado de encaje, con su velo que parecía espuma! MAMAÉ Me costó media caja de fósforos y quemarme las yemas de los dedos. Por fin se me ocurrió echarle un poco de parafina. Así ardió. ABUELA Pero si la boda es mañana. Si la gente está viniendo para el matrimonio desde Moquegua, desde Iquique, desde Arica. ¿Te has peleado con Joaquín? ¿La víspera de tu boda, Elvirita? O sea que la casa ha sido arreglada con todos esos ramos de cartuchos y de rosas, para nada. O sea que hace un mes que preparamos dulces y pastas por gusto. Hasta acaban de traer la torta. MAMAÉ ¿De tres pisos? ¿Como en la novelita de Gustavo Flaubert? ¿Con columnas de mazapán y amorcillos de almendra? Ah, aunque no haya boda nos la comeremos. Estoy segura que el italiano Máspoli se ha esmerado, él siempre me hace tanto cariño… ABUELA ¿No vas a contarme qué pasa? Nunca hemos tenido secretos. ¿Por qué has quemado tu vestido de novia? MAMAÉ Porque ya no quiero casarme. ABUELA ¿Pero por qué? Hasta anoche estabas tan enamorada. ¿Qué te ha hecho Joaquín? MAMAÉ Nada. He descubierto que no me gusta el matrimonio. Prefiero vivir soltera. ABUELA ¿No te gusta el matrimonio? A mí no puedes engañarme, Elvirita. Es la ambición de todas las muchachas y también la tuya. Hemos crecido soñando con el día que formaríamos nuestros propios hogares, adivinando las caras que tendrían nuestros maridos, escogiendo nombres para nuestros hijos. ¿Ya te has olvidado? MAMAÉ Sí, ñatita. Ya me he olvidado de todo eso. ABUELA No te has olvidado, no es verdad. BELISARIO Las casas de las dos iban a ser tan ordenadas y tan limpias como la del cónsul inglés. Las sirvientas de las dos iban a estar siempre impecables, con sus mandiles y tocas con mucho almidón, y la abuelita y la Mamaé las iban a mandar al catecismo y las iban a hacer rezar el rosario con la familia. Y ambas se iban a conservar siempre bellas, para que sus maridos siguieran enamorados de las dos y no las engañaran. E iban a educar bien machitos a sus hijos y bien mujercitas a sus hijas. La abuela tendría cuatro, la Mamaé seis, ocho… MAMAÉ Ni siquiera sabe que no me voy a casar con él. Hoy iba donde el sastre Isaías, a recoger su uniforme de gala para la boda. Se va a llevar una sorpresa cuando los criados le digan que no puede poner los pies en esta casa nunca más. ABUELA (Avergonzándose) ¿Es por miedo, Elvirita? Quiero decir, ¿por miedo a… a la noche de bodas? MAMAÉ Ya te lo he dicho. He cambiado de idea. No voy a casarme. Ni con Joaquín ni con nadie. ABUELA ¿Has sentido el llamado de Dios? ¿Vas a entrar al convento? MAMAÉ No, no tengo vocación de monja. No voy a casarme ni entrar al convento. Voy a seguir como hasta ahora. Soltera y sin compromiso. ABUELA Me estás ocultando algo grave, Elvira. ¡Quedarte soltera! Pero si es lo más terrible que le puede pasar a una muchacha. ¿No dices tú misma que la tía Hilaria da escalofríos por su soledad? Sin marido, sin hogar, sin hijos, medio loca. ¿Quieres ser como ella, llegar a vieja como un alma en pena? MAMAÉ Más vale sola que mal acompañada, Carmencita. Lo único que lamento es el disgusto que les daré a mis tíos. ¿Ya vieron el vestido ardiendo la tía Amelia y el tío Menelao? ABUELA Nunca te vas a quedar sola, como la tía Hilaria. Porque cuando yo me case, si algún caballero quiere hacerse de mí, te vendrás a vivir con nosotros. MAMAÉ Tú también eres buena, ñatita. BELISARIO No será una historia de amor, pero romántica sí lo es. Eso, al menos, está claro. Hasta donde tu recuerdas y hasta donde mi madre recordaba, ambas fueron uña y carne. ¿No hubo entre ellas, en esos largos años de convivencia, roces, envidias? ¿No hubo celos en esos años en que lo compartieron todo? para que los abuelos salieran al teatro, al cine y a las fiestas, cuando todavía podían darse esos lujos. MAMAÉ ¡Viva Herodes! ¡Viva Herodes! ¡Ayyy! ABUELA Calla, Elvira, no des esos gritos de loca. Qué tontería es esa de chillar ¡Viva Herodes! cada vez que vienen mis hijos. MAMAÉ De todos los personajes de la Historia, es el que me gusta más. Los mandó matar a toditos. Yo también acabaría con ellos, no dejaría ni uno de muestra. CÉSAR Y tú querías que bajara a los chicos del auto, para que saludaran a los papás. MAMAÉ ¡Porque los odio! ¿Y saben ustedes por qué? Por esos miles y miles de pañales manchados. AGUSTÍN Te has pasado la vida cuidando hijos ajenos y ahora resulta que detestas a las criaturas. MAMAÉ Por esos millones de baberos vomitados, por sus pucheros, por sus babas, por esos mocos que no saben limpiarse, por esas rodillas sucias y con costras. Porque no dejan comer a la gente grande, con sus malacrianzas y sus travesuras en la mesa. AMELIA Y pensar que cuando Belisario tuvo la viruela fue ella la que me echó del cuarto para dormir al lado de mi hijo. MAMAÉ Porque gritan, son caprichosos, todo lo rompen, lo ensucian, lo malogran. BELISARIO Te pasabas el día echándome esa pomada negra que yo odiaba, Mamaé. Granito por granito. Cogiéndome las manos y distrayéndome con cuentos para que no me rascara. ¡Pero ni por ésas me libré de ser feo, Mamaé! MAMAÉ Son unos egoístas que no quieren a nadie. Unos sultanes a los que hay que dar gusto en todas sus necedades y majaderías. Por eso, como Herodes, a toditos. ¡Así, así! CÉSAR ¿Y cuando en Arequipa yo invitaba a la casa a mis compañeros de colegio, Mamaé? ¡Nos preparabas té a los treinta de la clase! Así que, aunque lo jures y rejures, no te creo que odies a los niños. AMELIA Quiero hablar contigo, Agustín. AGUSTÍN Sí, hermana. AMELIA Es que, quería decirte que… ya no puedo más. CÉSAR ¿Qué pasa, Amelia? AMELIA Estoy rendida. Tienen que tomar una sirvienta. AGUSTÍN Si fuera posible, la hubiéramos tomado hace tiempo. El acuerdo fue que nosotros ayudábamos a Belisario a terminar su carrera y que tú te ocuparías de la casa. AMELIA Ya lo sé. Pero no puedo más, Agustín. Es mucho trabajo para una sola persona. Y, además, me estoy volviendo loca en este mundo absurdo. Los papás y la Mamaé están ya muy viejitos. El papá no se acuerda de las cosas. Pide el almuerzo cuando acaba de terminar de almorzar. Y si no le doy gusto, la mamá llora. CÉSAR Habla más bajo, hermana, la Mamaé te va a oír. AMELIA Aunque me oiga, no entiende. Su cabeza está en otra parte. CÉSAR La verdad es que, quizás, se necesitaría una sirvienta… AGUSTÍN Magnífico, hermano. Tomemos una. Eso sí, supongo que la pagarás tú. CÉSAR ¿A qué vienen esas ironías, Agustín? Sabes que estoy en mala situación. AGUSTÍN Entonces no hables de tomar una sirvienta. ¿Sospechas acaso lo que cuesta esta casa? ¿Se te ha ocurrido coger un lápiz y sumar? Alquiler, mercado, agua, luz, baja policía, médicos, remedios, los tres mil a Amelia, etcétera. ¿Cuánto hace? Catorce o quince mil soles al mes. ¿Y cuánto das tú, quejándote como un Jeremías ? ¡Dos mil soles! CÉSAR ¡Esos dos mil soles son para mí un gran esfuerzo !Lo que gano no me alcanza, vivo endeudado y a ti te consta. ¡Son cuatro hijos, Agustín! Este año he tenido que poner a los dos menores en un colegio fiscal, con los cholos y los negros… MAMAÉ Con los cholos… O sea que era ahí, todas las tardes, a la hora en que los peones volvían de las haciendas. En el barrio de los cholos y de los negros. En la ranchería de La Mar. AMELIA Esos tres mil soles que me das no son para mí, Agustín. Sino para los estudios de Belisario. Yo no me compro ni un pañuelo. Para no causarte más gastos hasta he dejado de fumar. BELISARIO ¿Yo, un empleo? ¡Imposible, mamá! ¿Y los códigos? ¿Los reglamentos? ¿Las constituciones? ¿Los tratados? ¿El derecho escrito y el derecho consuetudinario? ¿No quieres que sea un gran abogado, para que un día los ayude a los abuelos, a ti, a los tíos? ¡Entonces tienes que darme más plata, para libros! Qué cínico podías ser, Belisario. AGUSTÍN Pero Belisario podría trabajar medio tiempo, Amelia. Cientos de universitarios lo hacen. Tú sabes que siempre los he ayudado a tu hijo y a ti, desde la estúpida muerte de tu marido. Pero ahora las cosas se han puesto muy difíciles y Belisario es ya un hombre. Deja que le busque un puesto… CÉSAR No, Agustín, Amelia tiene razón. Que termine la Universidad. O le pasará lo que a mí. Por ponerme a trabajar dejé los estudios y mira el resultado. Él fue siempre el primero de la clase. Es seguro que llegará lejos. Pero necesita un título, porque hoy… MAMAÉ He pasado por esa ranchería muchas veces. Con el tío Menelao y la tía Amelia, yendo hacia el mar. Los negros, los cholos y los indios venían a pedirnos limosna. Metían sus manos en el coche y el tío Menelao decía ¡qué uñas inmundas! A mí me daban miedo. De lejos, La Mar parece bonita, con sus cabañas de paja y sus calles de arena. Pero de cerca es pobre, sucia, apesta y está llena de perros bravos. O sea que se veían ahí. JOAQUÍN Sí, ahí. En La Mar. Cada tarde. Nos veíamos y veíamos ponerse el sol. AGUSTÍN Cada cual tiene sus razones, por supuesto. También tengo las mías. Podría decir: estoy harto de vivir en una pensión, de andar en ómnibus, de no haberme podido casar, porque desde que trabajo la mitad de mi sueldo es para ayudar a los papás, a Amelia, al sobrino. Estoy harto de no poder ir a un buen restaurante, de no tomar vacaciones, de hacer remendar mis ternos. Y como estoy harto ya no doy para esta casa más de dos mil soles al mes. Igual que tú. ¿Qué pasaría entonces con los papás, con la Mamaé, con el futuro genio del foro? AMELIA ¡No te burles, Agustín! Mi hijo será un gran abogado, sí, y tendrá montones de clientes y ganará fortunas. ¡Y no lo pondré a trabajar, hasta que termine su carrera! Él no será un fracasado y un mediocre. AGUSTÍN ¿Como yo, quieres decir? MAMAÉ O sea que, cada tarde, después de las guardias, mientras yo te esperaba rezando rosario tras rosario para que pasaran más pronto los minutos, ibas donde ella, a La Mar, y le decías cosas ardientes. JOAQUÍN Soldadera, amor mío, tienes manos fuertes y a la vez suaves. Pónmelas aquí, en las sienes. He estado montando a caballo toda la mañana y me hierve la sangre. Apriétame un poco, refréscame. Así. Ah, es como si hundiera la cara en un ramo de flores. BELISARIO Tú sí que no te hacías ilusiones conmigo, tío Agustín. CÉSAR Cállense, no comiencen otra vez. Basta de hacernos mala sangre; todos los días peleamos por lo mismo. Más bien, por qué no consideran lo que les propuse. AMELIA Lo he hecho, César. Y estoy dispuesta a aceptarlo. Me oponía, pero ahora ya no. CÉSAR Claro, Amelia. Es lo más sensato. JOAQUÍN Pero, más todavía que tus manos me gusta de ti otra cosa, Carlota. MAMAÉ ¿Qué cosa? ¿Qué es lo que más te gustaba de esa mujer? AGUSTÍN O sea, metemos a la Mamaé al Asilo y todo resuelto. Claro, es muy fácil. Porque ustedes piensan en el Asilo privado de San Isidro donde estuvo la tía Augusta. Desde luego que allí no sufriría. Es tan limpio, con enfermeras que cuidan a los viejitos día y noche y los sacan a pasear a los jardines. Hasta les dan cine una vez por semana ¿no es cierto? JOAQUÍN Tu cuello. Deja que lo bese, que sienta su olor. Así, así. Ahora quiero besarte en las orejas, meter mi lengua en esos niditos tibios, mordisquear esas puntitas rosadas. Por eso te quiero, soldadera. Sabes darme placer. No eres como Elvira, una muñequita sin sangre, una boba que cree que el amor consiste en leer los versos de un bobo que se llama Federico Barreto. AGUSTÍN La Mamaé no iría al de San Isidro. Iría al Asilo de la Beneficiencia,1 que es gratuito. Y ése, ustedes no lo conocen. Yo, en cambio, me he tomado el trabajo de ir a verlo. Tienen a los viejos en la promiscuidad y la mugre. Casi desnudos. Se los comen los piojos, duermen en el suelo, sobre costales. Y está en el barrio de Santo Cristo, junto al cementerio, de modo que los viejos se pasan el día viendo entierros. ¿Ahí quieren poner a la Mamaé? MAMAÉ Todavía no estábamos casados, Joaquín. ¡No podía dejar que me faltaras el respeto! Eso me hubiera rebajado ante tus ojos. Lo hacía por ti, sobre todo. Para que tuvieras una esposa de la que no te avergonzaras. CÉSAR ¿Y te parece que aquí vive bien la Mamaé? ¿No hueles, Agustín? ¿No dices tú mismo que cada vez que tienes que tomar una taza de leche en esta casa se te revuelve el estómago? Yo no propongo el Asilo por malvado, sino para aliviarte los gastos. Yo la quiero tanto como tú. MAMAÉ ¿Y qué tenían de malo los versos ? En esa época era así. Una estaba enamorada y leía versos. Así era entre las señoritas y los caballeros, Joaquín. No es verdad que Federico Barreto fuera un bobo. Era un gran poeta. Todas las muchachas de Tacna se morían de envidia cuando me escribió ese verso en el abanico. AMELIA ¿Crees que no tengo sentimientos? Yo la baño, la acuesto, la visto, yo le doy de comer, no te olvides. Pero… tienes razón. No podemos mandar ahí a la Mamaé. Por otra parte, es cierto que la mamá no lo aceptaría nunca. JOAQUÍN Hubiéramos hecho una gran pareja, soldadera. ¡Qué lástima que seas casada! En cambio, ese angelito frígido… ¿Será capaz de complacerme cuando sienta, como ahora, una lava que me abrasa aquí adentro? MAMAÉ Nota del escaneador: aparece así en la edición en papel y no la forma correcta «beneficencia» CÉSAR Está bien. Entonces, no he dicho nada. Olvidémonos del Asilo. Yo trato de ayudar, de dar ideas. Y ustedes terminan por hacerme sentir un malvado. JOAQUÍN La desnudaré con estas manos. Le quitaré el velo de novia, el vestido, las enaguas, el sostén. Las medias. La descalzaré. Despacio, viéndola ruborizarse, perder el habla, no saber qué hacer, dónde mirar. Me excita la idea de una muchachita aturdida de miedo y de vergüenza. AGUSTÍN Pon los pies en la tierra, César. No vas a resolverme el problema con propuestas descabelladas. Si en vez de esos proyectos irrealizables, dieras cincuenta libras más para los gastos de esta casa, me aliviarías de verdad. JOAQUÍN Y cada vez que vaya apareciendo un poquito de piel, erizada por el susto, me inclinaré a olerla, a gustarla, a afiebrarla a besos. ¿Te da celos, soldadera? ¿Me imaginas pasando los labios, los ojos, las manos, por ese cuerpecito tierno? ¿Te la imaginas a ella, temblando, con los ojos cerrados? ¿Te da celos? Quiero que te de celos, Carlota. MAMAÉ No te oigo. Me tapo los oídos y me libro de ti. Cierro los ojos y tampoco te veo. Por más que trates no puedes ofenderme, rebajarme a tu vulgaridad. Ay, cabecita loca… AMELIA Ahí está el papá, cállense ahora. BELISARIO La tierra no va a dejar de dar vueltas porque seas incapaz de terminar una historia. Anda, echa un sueñecito, Belisario. ABUELO Se han asustado en vano, hijitos. Estoy muy bien, el… el pirata ése no me hizo nada. Al menos, esto ha servido para tenerlos aquí de visita. Hace tantas semanas que no venían. CÉSAR Pero si ayer estuvimos aquí toda la tarde, papá… JOAQUÍN Y luego, cuando haya dejado de defenderse, y tenga el cuerpo húmedo de tantos besos, haré que ella, a su vez, me desnude. Como lo haces tú. La enseñaré a obedecer. La educaré como a mi caballo; mansa conmigo y arisca con los otros. Y mientras me va desnudando, estaré pensando en ti. En las cosas que sabes hacerme tú. Eso me irá caldeando más la sangre. Demoraré mucho en amarla, y, cuando lo haga, mentalmente estaré amándote a ti, Carlota. MAMAÉ No, no, anda vete, sal de aquí, no te permito, ni en sueños, ni siendo tu esposa. ¡Tía Amelia! ¡Tío Menelao! ¡Carmencita! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ABUELA ¿Qué te pasa, Mamaé? ¿Por qué das todo el tiempo esos gritos de loca? MAMAÉ Soñé que mi novio trataba de tocarme los pechos, ñatita. ¡Estos chilenos tan atrevidos! ¡Hasta en el sueño hacen indecencias! ¡Estos chilenos! FIN DEL PRIMER ACTO SEGUNDO ACTO BELISARIO Cuando el robo al Abuelo ¿todavía podía andar? ¿Podías, Mamaé? Sí, era así, en tu sillita de madera, como un niño que juega al caballito. De tu cuarto al baño, del baño al sillón, del sillón al comedor, del comedor a tu cuarto: la geografía de tu mundo. AMELIA ¡La comida! AMELIA ¿Quieres romperte una pierna? ¿Adónde vas sin tu silla, Mamaé? MAMAÉ A la Iglesia quiero ir. A rezar. A Misa, a confesarme. Estoy harta de oír Misa por radio. No es lo mismo. Aunque el cura diga que sí. No lo es. Una se distrae, no toma la Misa en serio. ABUELA Tendría que llevarte cargada mi marido, Mamaé. Con tu sillita, te demorarías horas en llegar a la Iglesia de Fátima. AMELIA ¿Qué te pasa, papá? Hoy no has abierto la boca. ABUELA Te hablo y mueves la cabeza, como un cabezudo de Feria. Me haces sentirme una tonta. ¿Te sientes mal? ABUELO No, ñatita, no me pasa nada. Estoy bien. Es que, estaba terminando este… aparato, antes de que se enfríe. AMELIA La sopa, papá. ABUELA Qué manía ésa de llamarle a todo el aparato… Si te olvidas, pregunta. ¿No estás viendo que es una sopa ? MAMAÉ Una porquería es lo que es. ABUELO No, está rica. Le falta un poco de sal, quizá. BELISARIO Todo le parecía rico, a todo le llamaba el aparato, a todo le faltaba sal. Un hombre que no se quejó nunca de nada, salvo de no encontrar trabajo, a la vejez. La Abuela, en medio siglo de casados, no le oyó levantar la voz. Así que esa paliza a la india de Camaná parecía tan inconcebible, Mamaé. La sal fue una manía de los últimos años. Le echaba sal al café con leche, al postre. Todo le parecía: ABUELO ¡Estupendo! ¡Estupendo! ABUELA Yo sé lo que te pasa, Pedro. Antes salías a dar tus caminatas, a ver si el mundo seguía existiendo. Y tus hijos te prohibieron el único entretenimiento que te quedaba. AMELIA Lo dices como si lo hubiéramos hecho para torturarlo, mamá. ABUELO ¿Acaso estoy quejándome de algo? ABUELA Preferiría que te quejaras. ABUELO Bueno, para tenerte contenta voy a pasarme el día renegando. No sé de qué, ñatita. ABUELA No te estoy riñendo, marido. ¿Crees que no me da pena tenerte enclaustrado? Mira, después del almuerzo nos iremos a dar una vuelta a la manzana. Ojalá no me lo hagan pagar caro mis várices, nomás. AMELIA No has tomado la sopa, Mamaé. MAMAÉ ¿Sopa? Receta para perros con mal de rabia, dirás. AMELIA Si supieras que, con lo que dan mis hermanos para el gasto, es un milagro que les presente a diario un almuerzo y una comida. ABUELA Ir a la Iglesia… De veras, Mamaé, qué consuelo era. Un día a la de Fátima, otro a la de los Carmelitas. ¿Te acuerdas que una vez fuimos andando hasta la Parroquia de Miraflores? Teníamos que pararnos en cada esquina porque se nos salía el corazón. MAMAÉ Cuesta acostumbrarse a que los mandingos canten y bailen en plena Misa, como en una fiesta. ¡Qué herejes! AMELIA ¿Los mandingos? ¿En la Parroquia de Miraflores? MAMAÉ En la Parroquia de La Mar. AMELIA Miraflores, Mamaé. ABUELA Está hablando de Tacna, hijita. Antes de que tú nacieras. La Mar. Una barriada de negros y cholos, en las afueras. Yo pinté unas acuarelas de La Mar, cuando era alumna del maestro Modesto Molina… AMELIA ¿Y la Mamaé iba a oír Misa a una barriada de negros y cholos? ABUELA Fuimos varios domingos. Había una capillita de tablones y esteras. Después que la Mamaé dejó plantado a su novio, se le metió que iba a oír Misa en La Mar o que no oía Misa. Y era terca como una mula. MAMAÉ El Padre Venancio dice que no es pecado que canten y bailen en la Misa. Que Dios los perdona porque no saben lo que hacen. Es un curita de esos modernistas… ABUELA Era un gran entretenimiento ¿no, Mamaé? Las misas, las novenas, los viacrucis de Semana Santa, las procesiones. Siempre había algo que hacer, gracias a la religión. Una estaba más al día con la vida. No es lo mismo rezar entre cuatro paredes, tienes mucha razón. Era distinto cumplir con Dios rodeada de la demás gente. Estas várices… AMELIA Cierto, papá. Nunca faltabas a Misa, jamás comías carne los viernes y comulgabas varias veces al año. ¿Por qué cambiaste? ABUELO No sé de qué hablas, hijita. ABUELA Claro que has cambiado. Dejaste de ir a la Iglesia. Y al final sólo ibas por acompañarnos a la Mamaé y a mí, ni te arrodillabas en la Elevación. Y aquí, cuando oímos Misa por la radio, ni siquiera te persignas. ¿Ya no crees en Dios? ABUELO Mira, no lo sé. Es curioso… No pienso en eso, no me importa. ABUELA ¿No te importa si Dios existe? ¿No te importa que haya o no otra vida? ABUELO Será que con los años he perdido la curiosidad. ABUELA Qué tonterías dices, Pedro. Qué consuelo sería el nuestro si no existiera Dios y si no hubiera otra vida. ABUELO Bueno, entonces Dios existe y hay otra vida. No vamos a discutir por tan poca cosa. MAMAÉ Pero es el mejor confesor que conozco. BELISARIO Es seguro que la Señorita nunca tuvo la más mínima duda sobre la existencia de Dios, ni sobre la verdadera religión: la católica, apostólica y romana. Es seguro que cumplía con la Iglesia de esa manera inevitable y simple con que los astros se mueven por el Universo: ir a misa, comulgar, rezar, confesarse. MAMAÉ Perdonadme, Padre Venancio, porque he pecado. BELISARIO ¿Cuándo fue la última vez que te confesaste, hija? MAMAÉ Hace quince días, Padre. BELISARIO ¿Has ofendido a Dios en estas dos semanas? MAMAÉ Me acuso de haberme dejado dominar por la cólera, Padre. BELISARIO ¿Cuántas veces? MAMAÉ Dos veces. La primera, el martes pasado. Amelia estaba limpiando el baño. Se demoraba y yo tenía deseos de hacer una necesidad. Me dio vergüenza pedirle que saliera. Ahí estaban Carmen y Pedro y se hubieran dado cuenta que iba al excusado. Así que disimulaba: «Apúrate un poco con el baño, Amelia». Y ella tomándose todo su tiempo. Me sentía ya mal, con retortijones y sudaba frío. Así que, mentalmente, la insulté: "¡Estúpida!» "¡Floja!» "¡Maldita!» "¡Amargada!» BELISARIO ¿Y la segunda vez, hija? MAMAÉ Esa pata de Judas me derramó mi frasco de Agua de Colonia. Me lo habían regalado. La familia no está en buena situación, Padre, así que era un gran regalo. Yo dependo de lo que me dan los sobrinos, en Navidad y en mi cumpleaños. Estaba feliz con esa Colonia. Olía rico. La pata de Judas abrió el frasco y lo vació en el lavador. Porque no quise contarle un cuento, Padre Venancio. BELISARIO ¿La pata de Judas era yo, Mamaé? MAMAÉ Sí, Padre. BELISARIO ¿Me jalaste las orejas? ¿Me diste unos azotes? MAMAÉ Yo no le pego nunca. ¿Acaso es mi nieto? Sólo soy una tía, la quinta rueda del coche… Al ver el frasco vacío me dio tanta cólera que me encerré en el baño, y ahí, frente al espejo, dije palabrotas, Padre. BELISARIO ¿Qué palabrotas, hija? MAMAÉ Me da vergüenza, Padre Venancio. BELISARIO Aunque te dé. No seas orgullosa. MAMAÉ Trataré, Padre. BELISARIO ¿Qué otros pecados, hija? MAMAÉ Me acuso de haber mentido tres veces, Padre. BELISARIO ¿Mentiras graves? MAMAÉ Más o menos, Padre. ABUELA MAMAÉ Que se ha acabado el azúcar. ABUELA ¿Y por qué vas a ir tú a comprar el azúcar? Deja que vaya Amelia. MAMAÉ Iré yo, nomás. Quiero hacer un poco de ejercicio. BELISARIO ¿Y para qué esas mentiras, hija? MAMAÉ Para comprarme un chocolate. Estaba antojada hacía días. Se me hacía agua la boca al oír en la radio la propaganda del Sublime. BELISARIO ¿Y no era más fácil que le pidieras al Abuelo cinco soles? MAMAÉ Está en muy mala situación, Padre. Vive de sus hijos y ellos pasan apuros. El pobre hace durar semanas sus hojitas de afeitar, sacándoles filo no sé cuánto rato cada mañana. Siglos que nadie se compra ropa en la casa. Heredamos lo que ya no se ponen los sobrinos. ¿Cómo le voy a pedir plata para chocolates? Así que fui a la bodega, compré un Sublime y me lo comí en la calle. Al regresar, puse en el repostero el paquete de azúcar que tenía escondido. Ésa fue la tercera mentira, Padre. BELISARIO Eres una persona demasiado orgullosa, hija. MAMAÉ Eso no es malo. No es pecado ser orgullosa. BELISARIO Yo creo que sí es, Mamaé. El Hermano Leoncio dijo el otro día en la clase de catecismo que el orgullo fue el primer pecado, el de Luzbel. MAMAÉ Bueno, quizá lo sea. Pero a la señorita de Tacna el orgullo le permitía vivir ¿ves? Soportar las decepciones, la soledad, la privación de tantas cosas. Sin orgullo, habría sufrido mucho. Además, era lo único que tenía. BELISARIO No entiendo por qué le alabas tanto el orgullo. Si ella quería a su novio, y él le pidió perdón por haberla engañado con la mujer mala, ¿no era mejor que lo perdonara y se casara con él? ¿De qué le sirvió tanto orgullo? Se quedó solterona ¿no es cierto? MAMAÉ Eres muy chico y no puedes entender. El orgullo es lo más importante que tiene una persona. La defiende contra todo. El hombre o la mujer que pierde eso, se convierte en un trapo que cualquiera pisotea. BELISARIO Pero eso ya no es un cuento sino un sermón,. Mamaé. En los cuentos deben pasar cosas. Siempre me dejas en ayunas sobre los detalles. Por ejemplo, ¿tenía malos tocamientos la señorita de Tacna? MAMAÉ No, claro que no. BELISARIO He dicho malos pensamientos, Mamaé. ¿No tenía a veces malos pensamientos la señorita de Tacna? MAMAÉ Tú eres el que tiene la cabeza llena de malos pensamientos, chiquitín. BELISARIO ABUELA ¿Por qué no has hecho tus maletas, Elvirita? Belisario quiere partir al alba, para llegar al muelle de Arica antes del sol fuerte. No nos vaya a dar una insolación, sobre todo a ti que tienes la piel tan blanca. MAMAÉ No voy a ir a Arequipa con ustedes, Carmencita. ABUELA ¿Y dónde te vas a quedar? ¿Con quién te vas a quedar en Tacna? MAMAÉ No voy a ser una carga para ti en la vida. ABUELA No digas tonterías, Elvira. Sabes que mi marido está feliz de que vengas con nosotros. ¿Acaso no somos como hermanas? Serás la hermana de Pedro, también. Vamos a hacer tus maletas. MAMAÉ Desde tu boda, me he pasado todas las noches esperando este momento. Desvelada, pensando, hasta que oía la corneta del cuartel de los chilenos. No puedo vivir con ustedes. Pedro se ha casado contigo y no contigo más tu prima Elvira. ABUELA Te vienes a vivir con nosotros y se acabó. Es un tema agotado. MAMAÉ A la larga sería un estorbo. Una fuente de problemas. Por mi culpa habría disputas entre ustedes. Algún día Pedro te echaría en cara que le hubieras impuesto cargar con una intrusa toda la vida. ABUELA Por lo pronto, no será toda la vida, porque mañana te olvidarás de lo ocurrido con Joaquín, te enamorarás y te casarás. Por favor, Elvira, hay que levantarse de madrugada. Tenemos un viaje tan largo. BELISARIO Largo, pesadísimo, complicadísimo. En tren de Tacna a Arica. Tomar el barco en Arica y pasar dos días navegando, hasta Moliendo. El desembarco allí era cosa de circo ¿no, abuela? Las bajaban a las señoras del barco a la lancha en canastas, como a las vacas ¿no, Mamaé? Y, después, la cabalgata de tres días hasta Arequipa, por sierras donde había el peligro de ser asaltadas por los bandoleros. ABUELA ¿Te dan miedo los bandoleros, Elvira? A mí me dan, pero al mismo tiempo me encantan. En esas cosas debías pensar y no en tonterías. MAMAÉ No son tonterías, ñatita. ABUELA Sabes muy bien que no te puedes quedar en Tacna. Aquí no tenemos ya nada. Ni siquiera esta casa, que vendrán a ocupar mañana los nuevos dueños. MAMAÉ Me quedaré donde la María Murga. ABUELA ¿La que fue tu niñera? ¡Qué cosas dices! MAMAÉ Es una mujer de buen corazón. Me ha ofrecido un cuarto en su casa, en La Mar. Lo compartiré con su hijito menor, mi ahijado. Ayudaré con los gastos. ¿Acaso no sé bordar? Haré manteles, velos, mantillas de encaje. Y también dulces. Los llevaré a la Pastelería Máspoli; el italiano los venderá y me dará una comisión. ABUELA Como en una novelita de Xavier de Montepin… Ya te veo viviendo en un arrabal de Tacna, en medio de los cholos y de los negros. Tú, que a todo le haces ascos; tú, la niñita respingada, como te decía mi papá. MAMAÉ Seré respingada, pero nunca me he sentido rica. Aprenderé a vivir como los pobres, ya que yo también soy pobre. La casita de la María Murga es limpia. ABUELA ¿No se te ha aflojado un tornillo? Quedarte a vivir en La Mar. ¿Qué te ha dado por La Mar? Primero, oír Misa ahí; luego, ver las puestas del sol en esa barriada. Y ahora que vas a vivir ahí, con la María Murga. ¿Te ha hecho brujería algún mandingo de La Mar? Bueno, se está haciendo tardísimo, y ya me cansé de discutir. Haré yo tus maletas y, si es necesario, Pedro te subirá mañana al ferrocarril de Arica a la fuerza. MAMAÉ ¿Cuál es la diferencia en que siga aquí o me vaya donde la María Murga? ¿No es éste un cuchitril tan miserable como una choza de La Mar? como dice el tío Menelao, y nosotros ABUELO Buenas tardes, Elvira. La estaba buscando. Quisiera hablar unas palabras con usted. MAMAÉ Es difícil entenderte, Dios mío. Parece que prefirieras a los locos y a los pícaros en vez de los hombres buenos. ¿Por qué, si Pedro fue siempre tan justo, tan honrado, le diste tan mala vida? BELISARIO ¿No era pecado que la señorita le reprochara cosas a Dios, Mamaé? Él sabe lo que hace y si hizo sufrir tanto al caballero por algo sería. Tal vez, para premiarlo mejor en el cielo. ABUELO Usted es como hermana de Carmen y yo la considero también mi hermana. No será nunca una forastera en mi casa. Le advierto que no partiremos de Tacna sin usted. MAMAÉ Tal vez, chiquitín. Pero la señorita no podía entenderlo. Y se quemaba el cerebro, pensando: ¿Fue por la india de la carta, Dios santo, que hiciste padecer tanto al caballero? ¿Por ese pecadito hiciste que la helada quemara el algodón de Camaná el año en que se iba a hacer rico? BELISARIO ¿El caballero había cometido un pecado? Eso nunca me lo contaste, Mamaé. ABUELO Le estoy agradecido porque sé que ha ayudado mucho a Carmen, como amiga y consejera. Vivirá siempre con nosotros. ¿Sabe que he dejado el empleo que tenía en la Casa Gibson? Entré allá a los quince años, al morir mi padre. Yo hubiera querido ser abogado, como él, pero no fue posible. Ahora voy a administrar la hacienda de los señores Saíd, en Camaná. Vamos a sembrar algodón. En unos cuantos años tal vez pueda independizarme, comprar una tierrita. Carmen tendrá que pasar largas temporadas en Arequipa. Usted la acompañará. ¿Ya ve que no será una carga sino una ayuda en la casa? MAMAÉ Fue un solo pecado, en una vida noble y limpia. Uno solo, es decir nada. Y no por culpa del caballero, sino de una perversa que lo indujo a actuar mal. La señorita no podía entender esa injusticia. BELISARIO Pero, Mamaé, ya sé que a la señorita le daba pena que él estuviera siempre de malas. Qué me importa ahora la señorita. Cuéntame el pecado del caballero. ABUELO La casa que he alquilado en Arequipa le gustará. Está en un barrio nuevo, El Vallecito, junto al río Chilina. Se oye pasar el agua, cantando entre las piedras. Y el cuarto suyo tiene vista sobre los tres volcanes. MAMAÉ ¿Por la india hiciste que, al salir de la Prefectura, ya no consiguiera trabajo nunca más? BELISARIO Me voy a enojar contigo, Mamaé. Voy a vomitar todo el almuerzo, la comida y el desayuno de mañana. ¡Que se muera la señorita de Tacna! ¡Cuéntame del caballero! ¿Robó algo? ¿La mató a esa india? ABUELO Es grande, de cinco dormitorios, con una huerta donde plantaremos árboles. Ya están amueblados el cuarto nuestro y el de usted. Los otros, para la familia que vendrá —si Dios quiere—, los iremos amueblando con ayuda de la Providencia y del algodón de Camaná. Estoy optimista con el nuevo trabajo, Elvira. Las pruebas que hemos hecho son óptimas: el algodón se aclimata. Con empeño y un poco de suerte, saldré adelante. MAMAÉ No mató ni robó a nadie. Se dejó engatuzar por un diablo con faldas. No fue algo tan grave como para que Dios lo tuviera mendigando un puesto que nadie le daba. Para que lo hiciera vivir de la caridad cuando todavía era lúcido y fuerte. BELISARIO Te voy a decir una cosa, Mamaé. La señorita de Tacna estaba enamorada de ese señor. Está clarísimo, aunque ella no lo supiera y aunque no se dijera en tus cuentos. Pero en mi historia sí se va a decir. ABUELO Se lo ruego, Elvira. Venga a vivir con nosotros. Para siempre. O, mejor dicho, por el tiempo que quiera. Yo sé que no será para siempre. Es usted joven, atractiva, los mozos de Arequipa se volverán locos por usted y alguno de ellos, un día, le gustará y se casarán. MAMAÉ En eso está equivocado, Pedro. No me casaré nunca. Pero lo que ha dicho me ha conmovido. Se lo agradezco de todo corazón. ABUELA Listo, Elvirita, ya están tus maletas. Sólo falta el bolsón de viaje. Tienes que hacerlo tú misma, con lo que quieras llevar a la mano. El baúl irá con el resto del equipaje. Ah, y por favor, a partir de ahora se tutean. Qué es eso de seguir usteándose. ¿Dónde se ha visto, entre hermanos? BELISARIO ¿Es ésta una historia de amor? ¿No ibas a escribir una historia de amor? AGUSTÍN ¿Cómo te sientes, papá? ABUELO Bien, hijo, muy bien. ABUELA No es verdad, Agustín. No sé qué le pasa a tu padre, pero anda cada día más abatido. Da vueltas por la casa como un fantasma. AGUSTÍN Te voy a dar una noticia que te va a levantar el ánimo. Me llamaron de la Policía. Figúrate que han pescado al ladrón. ABUELO ¿Ah, sí? Qué bien, qué bien. AMELIA El que te asaltó al bajar del tranvía, papá. AGUSTÍN Y lo mejor es que encontraron tu reloj, entre las cosas robadas que tenía el tipo en una covacha, por Surquillo. ABUELO Vaya, es una buena noticia CÉSAR Lo descubrieron por la fecha, grabada en la parte de atrás: Piura, octubre de 1946. BELISARIO Piura, octubre de 1946… Ahí están los Vocales de la Corte Superior, regalándole el reloj; ahí está el Abuelo agradeciendo el regalo, a los postres del banquete en el Club Grau. Y ahí está el pequeño Belisario, orondo como un pavo real, por ser el nieto del Prefecto. ABUELO Esta vez sí. Vamos a cosechar los frutos de diez años de paciencia. El algodón ha prendido maravillosamente. Los rozos están cargados como nunca nos atrevimos a soñar. Los señores Saíd estuvieron en Camaná la semana pasada. Trajeron a un técnico de Lima, lleno de títulos. Se quedó asombrado al ver los rozos. No podía creerlo, ñatita. ABUELA La verdad es que te lo mereces, Pedro. Después de tanto sacrificio, enterrado en esas soledades. ABUELO El técnico dijo que, si no nos falla el agua —y no hay razón para que falle pues el río está más lleno que nunca— este año tendremos una cosecha mejor que las mejores haciendas de Ica. AGUSTÍN ¿Y entonces me comprarás ese mandil y esos aparatos de médico, papá? Porque he cambiado de idea. Ya no quiero ser un gran abogado, como mi abuelo. Seré un gran médico. CÉSAR ¿Y a mí me comprarás el traje de explorador, papá? AMELIA ¿Y a mí la muñeca de chocolate que hay en la vitrina de la Ibérica, papacito? ABUELO Para la cosecha, ya la habrán vendido, sonsa. Pero te mandaré hacer una muñeca especial, la más grande de Arequipa. MAMAÉ ¿No se te ocurre? ¡Sombreros! ¡Muchos sombreros! Grandes, de colores, con cintas, con gasas, con pájaros, con flores. AMELIA ¿Por qué te gustan tanto los sombreros, mamá ABUELA Es la moda en Argentina, hijita. ¿Para qué crees que estoy suscrita a MAMAÉ A ver si así conquistas a un abogado. AGUSTÍN ¿Y a la Mamaé qué le vas a regalar si la cosecha es buena, papá? ABUELO ¿Qué es eso de la Mamaé? ¿A Elvira le dicen Mamaé? ¿Y por qué? AMELIA Yo te digo, papacito. Mamá–Elvira, Mamá–é, la E es por Elvira ¿ves? Yo lo inventé. CÉSAR Mentira, a mí se me ocurrió. AGUSTÍN Yo fui, tramposos. ¿No es cierto que fui yo, Mamaé? ABUELA Díganle Mamá o Elvira, pero Mamaé es feísimo. AMELIA Pero Mamá ya eres tú, ¿cómo vamos a tener dos Mamás? AGUSTÍN Ella es una Mamá sin serlo. MAMAÉ Un cacho quemado. CÉSAR Anda, Mamaé, en serio, ¿qué te gustaría? MAMAÉ Damascos de Locumba y una copita del mosto que destilan los mandingos. AGUSTÍN ¿Damascos de Locumba? ¿El mosto de los mandingos? ¿De qué hablas, Mamaé? CÉSAR Algo que habrá oído en los radioteatros de Pedro Camacho. ABUELA Cosas de su infancia, como siempre. Había unas huertas en Locumba, cuando éramos chicas, de donde llevaban a Tacna canastas de damascos. Grandes, dulces, jugosos. Y un vino moscatel, que mi padre nos daba a probar con una cucharita. Los mandingos eran los negros de las haciendas. La Mamaé dice que cuando ella nació todavía había esclavos. Pero ya no había ¿no es cierto? CÉSAR Siempre con tus fantasías, Mamaé. Como cuando nos contabas cuentos. Ahora los vives en tu cabeza ¿no, viejita? AMELIA Vaya, es verdad. A lo mejor tú tienes la culpa de lo que le pasa a mi hijo. Tanto hacerle aprender poesías de memoria, Mamaé. BELISARIO No, no es verdad, mamá. Era el abuelo, más bien, el de las poesías. La Mamaé me hizo aprender una sola. ¿Te acuerdas que la recitábamos juntos, un verso cada uno, Mamaé? Ese soneto que le había escrito a la señorita un poeta melenudo, en un abanico de nácar… AGUSTÍN Claro, sobrino, no te preocupes. Si me lo pides, no diré una palabra. ¿Qué te pasa? BELISARIO No quiero ser abogado, tío. Odio los códigos, los reglamentos, las leyes, todo lo que hay que aprender en la Facultad. Los memorizo para los exámenes y al instante se hacen humo. Te juro. Tampoco podría ser diplomático, tío. Lo siento, ya sé que para mi mamá, para ti, para los abuelos será una desilusión. Pero qué voy a hacer, tío, no he nacido para eso. Sino para otra cosa. No se lo he dicho a nadie todavía. AGUSTÍN ¿Y para qué crees que has nacido, Belisario? BELISARIO Para ser poeta, tío. AGUSTÍN No me río de ti, sobrino, no te enojes. Sino de mí. Creí que me ibas a decir que eras maricón. O que te querías meter de cura. Poeta es menos grave, después de todo. AMELIA En otras circunstancias, no me importaría que fuera lo que quisiera. Pero se va a morir de hambre, Agustín, como nosotros. Peor que nosotros. ¡Poeta! profesión eso? ¡Tenía tantas esperanzas en él! Su padre se volvería a pegar un tiro, si supiera que su único hijo le salió poeta. MAMAÉ ¿Te refieres al poeta Federico Barreto? Que no te oiga el tío Menelao. Desde que me escribió ese verso, no quiere ni que se lo nombre en esta casa. ABUELA ¿Por qué te asombra que quiera ser poeta? Ha salido a su bisabuelo. El papá de Pedro escribía versos. Y Belisario fue muy fantasioso, desde que era así. ¿No se acuerdan en Bolivia, cuando la cabrita? BELISARIO ¡Es el demonio, Abuelita! ¡Te lo juro que es! Está en las estampas, en el Catecismo y el Hermano Leoncio ha dicho que se encarna en un macho cabrío negro! AMELIA Pero ésta es sólo una cabrita y no un macho cabrío, hijito. ABUELA Y es un regalo de tu abuelito, por las Fiestas Patrias. ¿Se te ocurre que tu abuelo nos iba a mandar de regalo al diablo? BELISARIO ¡Es Belcebú, abuelita! ¡Créeme que es! ¡Por Dios que es! Le he hecho la prueba del agua bendita. Se la eché encima y se espantó, palabra. AGUSTÍN A lo mejor esa agua no estaba bien bendita, sobrino. MAMAÉ No se burlen de él, pobrecito. Yo te hago caso, chiquitín, ven para acá. BELISARIO Si supieras que todavía, en ciertas pesadillas, vuelvo a ver a la cabrita de Bolivia, Mamaé. Qué grande parecía. Qué miedo le tenías, Belisario. Un macho cabrío, el diablo encarnado. ¿Eso es lo que tú llamas una historia de amor? AMELIA ¿Qué pasa que estás tan callado, papá? ¿Te sientes mal? ¡Papá, papá! ABUELO Un mareo, hijita. En el aparato, otra vez en el aparato… CÉSAR ¡Hay que llamar un médico! ¡Pronto! AGUSTÍN Espera. Llevémoslo antes al dormitorio. MAMAÉ ¿Fue por lo de la india? ¿Por ese pecadillo de juventud? BELISARIO A estas alturas, tengo que saberlo, Mamaé. ¿Cuál fue el pecadillo ése? MAMAÉ Algo terrible que le pasó a la señorita, chiquitín. Sólo una vez en toda su vida. Por la carta ésa. Por la mujer mala ésa. BELISARIO ¿Qué carta, Mamaé? Cuéntamelo desde el comienzo. MAMAÉ Una carta que le escribió el caballero a su esposa. La esposa, la amiga íntima de la señorita de Tacna. Vivían juntas porque se querían mucho. Eran como hermanas y, por eso, cuando su amiga se casó, se llevó a la señorita a vivir con ella. BELISARIO ¿A Arequipa? MAMAÉ Era una buena época. Parecía que iba a haber una gran cosecha de algodón y que el caballero ganaría mucho dinero y tendría una hacienda propia. Porque el caballero, entonces, administraba unas tierras ajenas. BELISARIO La hacienda de Camaná, la de los señores Saíd. Ya sé todo eso. Lo de la carta, Mamaé, lo de la india. MAMAÉ Camaná era el fin del mundo. Un pueblito sin caminos, sin siquiera una iglesia. Y el caballero no permitía que su esposa fuera a enterrarse en ese desierto. La dejaba en Arequipa, con la señorita, para que hiciera vida social. Y él tenía que pasar meses lejos de los suyos. Era muy bueno y siempre había tratado a los peones y sirvientes de la hacienda con guante blanco. Hasta que un día… ABUELO Esposa adorada, amor mío: Te escribo con el alma hecha un estropajo por los remordimientos. En nuestra noche de bodas nos juramos fidelidad y amor eternos. También, franqueza total. En estos cinco años he cumplido escrupulosamente ese juramento, como sé que lo has cumplido tú, mujer santa entre las santas. BELISARIO ¿Fue una carta que el caballero le escribió a la señorita? MAMAÉ No, a su esposa. Llegó la carta a Arequipa, y, al leerla, la esposa del caballero se puso blanca como la nieve. La señorita tuvo que darle valeriana, mojarle la frente. Luego, la esposa del caballero se encerró en su cuarto y la señorita la sentía llorar con unos suspiros que partían el alma. Su curiosidad fue muy grande. Así que, esa tarde, rebuscó el cuarto. ¿Sabes dónde estaba la carta? Escondida dentro de un sombrero. Porque a la esposa del caballero le encantaban los sombreros. Y, en mala hora para ella, la señorita la leyó. ABUELO Prefiero causarte dolor antes que mentirte, amor mío. No viviría en paz sabiéndote engañada. Ayer, por primera vez en estos cinco años, te he sido infiel. Perdóname, te lo pido de rodillas. Fue más fuerte que yo. Un arrebato de deseo, como un vendabal2 que arrancara de cuajo los árboles, se llevó de encuentro mis principios, mis promesas. He decidido contártelo, aunque me maldigas. La culpa es de tu ausencia. Soñar contigo en las noches de Camaná ha sido, es, un suplicio. Mi sangre hierve cuando pienso en ti. Me asaltan impulsos de abandonarlo todo y galopar hasta Arequipa, llegar hasta ti, tomar en mis brazos tu cuerpo adorable, llevarte a la alcoba y… MAMAÉ Todo empezó a darle vueltas a la señorita. El cuarto de baño, donde leía la carta, se convirtió en un trompo que giraba, giraba, y la casa, Arequipa, el mundo, se volvieron una rueda, un precipicio donde la señorita caía, caía. Su corazón, su cabeza iban a estallar. Y la vergüenza le quemaba la cara. BELISARIO ¿Sentía vergüenza por haber leído que el caballero le había pegado a una sirvienta? MAMAÉ Sí, mucha. No concebía que el caballero pudiera ponerle el dedo encima a una mujer. Ni siquiera a una india perversa. BELISARIO ¿Nunca había leído una novelita en que un hombre le pegaba a una mujer? MAMAÉ Era una señorita decente y no leía ciertas cosas, chiquitín. Pero, además, era peor que leerlas en un libro. Porque ella conocía al autor de la carta. La leía y releía y no podía creer que el caballero hubiera hecho algo así. ABUELO El nombre de ella no importa. Es una infeliz, una de las indias que limpian el albergue, un animalito, una cosa. No me cegaron sus encantos, Carmen. Sino los tuyos, el recuerdo de tu cuerpo que es la razón de mi nostalgia. Fue pensando en ti, ávido de ti, que cedí a la locura y amé a la india. En el suelo, como un animal. Sí, debes saberlo todo… 2 Nota del escaneador: aparece así en la edición en papel y no la forma correcta «vendaval». BELISARIO MAMAÉ De repente, la señorita empezó a sentir otra cosa. Peor que el vértigo. Le temblaba el cuerpo y tuvo que sentarse en la bañera. La carta era tan, tan explícita que le parecía estar sintiendo esos golpes que el caballero le daba a la mujer mala. ABUELO Y, en mis brazos, ese ser chusco lloriqueó de placer. Pero no era a ella a la que estaba amando. Sino a ti, adorada. Porque tenía los ojos cerrados y te veía y no era su olor sino el tuyo, la fragancia de rosas de tu piel lo que sentía y me embriagaba… BELISARIO ¿Pero en qué forma la hizo pecar esa carta con el pensamiento a la señorita, Mamaé? MAMAÉ Se le ocurrió que en vez de pegarle a la Señora Carlota, el caballero le estaba pegando a ella. ABUELO Cuando todo hubo terminado y abrí los ojos, mi castigo fue encontrar, en vez de las ojeras azules que te deja el amor, esa cara extraña, tosca… Perdóname, perdóname. He sido débil, pero ha sido por ti, pensando en ti, deseándote a ti, que te he faltado. BELISARIO ¿Y dónde estaba el pecado en que a la señorita se le ocurriera que el caballero le daba una paliza a ella? Eso no era pecado, sino tontería. ¿Y, además, de qué Señora Carlota hablas? ¿Ésa no era la mujer mala de Tacna? MAMAÉ Claro que era pecado. ¿No es pecado hacer daño al prójimo? Y si a la señorita se le antojó que el caballero la maltratara, quería que el caballero ofendiera a Dios. ¿No te das cuenta? ABUELO Cuando vaya a Arequipa, me echaré a tus pies hasta que me perdones. Te exigiré una penitencia más dura que mi falta. Sé generosa, sé comprensiva, amor mío. Te besa, te quiere, te adora más que nunca, tu amante esposo, Pedro. MAMAÉ Ese mal pensamiento fue su castigo, por leer cartas ajenas. Así que aprende la lección. No pongas nunca los ojos donde no se debe. BELISARIO Hay cosas que no se entienden. ¿Por qué le pegó el caballero a la india? Dijiste que ella era perversa y él buenísimo, pero en el cuento es a ella a la que le pegan. ¿Qué había hecho? MAMAÉ Seguramente algo terrible para que el pobre caballero perdiera así los estribos. Debía de ser una de esas mujeres que hablan de pasión, de placer, de esas inmundicias. BELISARIO ¿Se fue a confesar la señorita de Tacna sus malos pensamientos? MAMAÉ Lo terrible, Padre Venancio, es que leyendo esa carta sentí algo que no puedo explicar. Una exaltación, una curiosidad, un escozor en todo el cuerpo. Y, de pronto, envidia por la víctima de lo que contaba la carta. Tuve malos pensamientos, Padre. BELISARIO El demonio está al acecho y no pierde oportunidad de tentar a Eva, como al principio de la historia. MAMAÉ No me había pasado nunca, Padre. Había tenido ideas torcidas, deseos de venganza, envidias, cóleras. ¡Pero pensamientos como ése, no! Y, sobre todo asociados con una persona que respeto tanto. El caballero de la casa donde vivo, el esposo de la prima que me ha dado un hogar. ¡Ayyy! ¡Ayyy! BELISARIO MAMAÉ Amelia, nos adelantamos a la época. Durante un mes, calladitas, nos zambullimos cada mañana en agua helada. Salíamos con piel de gallina y los labios amoratados. La tía Amelia se recuperó y creíamos que era por nuestra promesa. Pero un par de años después volvió a enfermarse y tuvo una agonía atroz, de muchos meses. Llegó a perder la razón de tanto sufrimiento. A veces es difícil entender a Dios, chiquitín. Tu abuelito Pedro, por ejemplo, ¿es justo que, a pesar de ser siempre tan honrado y tan bueno, todo le saliera mal? BELISARIO ¿Y tú, Mamaé? ¿Por qué no tuviste una vida donde todo te saliera bien? ¿Por qué pecadito de juventud te castigaron a ti? ¿Fue por leer esa carta? ¿Leyó esa carta la señorita de Tacna? ¿Existió alguna vez esa carta? BELISARIO Tan hermosa eres, Elvira, tan hermosa… MAMAÉ Que dudo siempre que ante mí apareces… BELISARIO Si eres un ángel o eres una diosa. MAMAÉ Modesta, dulce, púdica y virtuosa… BELISARIO La dicha has de alcanzar, pues la mereces. MAMAÉ Dichoso, sí, dichoso una y mil veces… BELISARIO Aquel que al fin pueda llamarte esposa. MAMAÉ Yo, humilde bardo del hogar tacneño… BELISARIO Que entre pesares mi existencia acabo… MAMAÉ Para tal honra júzgome pequeño. BELISARIO No abrigues, pues, temor porque te alabo: MAMAÉ Ya que no puedo, Elvira, ser tu dueño… BELISARIO Déjame por lo menos ser tu esclavo. AMELIA ¿Ha muerto, no? AGUSTÍN Vamos, cálmense. Ahora hay que pensar en la mamá. Esto es terrible sobre todo para ella. CÉSAR Habrá que tenerla con calmantes, hasta que se haga a la idea. AMELIA Me da tanta pena, hermano. CÉSAR Es como la desintegración de la familia… BELISARIO ( ¿La Mamaé se ha muerto? AGUSTÍN Se fue apagando como una vela, a poquitos. Se le murieron los oídos, las piernas, las manos, los huesos. Hoy le tocó al corazón. BELISARIO Mamá ¿es verdad que se ha muerto la Mamaé? AMELIA Sí, hijito. La pobre se ha ido al cielo. CÉSAR Pero tú no vas a llorar, Belisario, ¿no es cierto? BELISARIO Claro que no. ¿Por qué iba a llorar? ¿Acaso no sé que todos tenemos que morirnos, tío César? ¿Acaso los hombres lloran, tío Agustín? CÉSAR A comerse esas lágrimas, sobrino y a portarse como quien sabes. BELISARIO ¿Como el gran abogado que voy a ser, tío? AMELIA Así, muy bien, como el gran abogado que vas a ser. AGUSTÍN Anda a acompañar a la mamá, Amelia. Nosotros tenemos que ocuparnos del entierro. CÉSAR Está bien, Agustín. Haré un esfuerzo, a pesar de que yo estoy más fregado que tú. Pero te ayudaré. AGUSTÍN A mí no, a la Mamaé, que era tan Mamaé tuya como mía. Tienes que ayudarme también con los trámites, ese engorro de municipalidad, cementerio… BELISARIO No es una historia de amor, no es una historia romántica. ¿Qué es, entonces? una deuda. Como la historia verdadera no la sabía, he tenido que añadir a las cosas que recordaba, otras que iba inventando y robando de aquí y de allá. Como hacías tú con los cuentos de la Señorita de Tacna, ¿no, Mamaé? TELÓN. ÍNDICE LAS MENTIRAS VERDADERAS 4 PERSONAJES 6 DECORADO Y VESTUARIO 7 PRIMER ACTO 9 SEGUNDO ACTO 36 Impreso en el mes de octubre En Talleres Gráficos DUPLEX, S.A. Ciudad de Asunción, 26 08030 Barcelona EDICIÓN DIGITAL REALIZADA Y CORREGIDA POR GINGIOL 5 de octubre de 2004 A partir del texto de la octava edición: octubre de 1989 en Biblioteca Breve – Seix Barral |
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