"Entre Dos Aguas" - читать интересную книгу автора (Ribas Rosa)

Rosa Ribas
Entre Dos Aguas

Serie Comisaria Cornelia Weber-Tejedor 1, 2007

PECES EN EL RÍO

El Meno cruzaba furioso por Francfort. La corriente, siempre tan mansa al pasar por delante de la ciudad, saltaba embravecida arrastrando ramas y troncos, arbolitos enteros desgajados por las crecidas de un deshielo fulminante después del crudo invierno. Nada parecía poder oponerse al correr encolerizado del río. Sólo un gallego. A su lado se deslizaban veloces matorrales, palos y piedras; a veces lo golpeaban, pero él se negaba a abandonar el pilar central del puente. Boca abajo, los brazos extendidos como los de un nadador saltando a la piscina, se oponía denodadamente a ser también arrastrado. Mostrando la misma tozudez que en vida le había dado el sobrenombre de «el maño de Lugo», el gallego muerto resistía, empecinado, los embates del agua. Ayudaba el que su pie izquierdo se hubiera enganchado en una de las argollas fijadas en la base del pilar para sujetar embarcaciones. Porque en realidad el cuerpo había empezado a flotar más arriba, aunque ahora, cabezonamente, se empeñara en quedarse atracado en el Alte Brücke, con una hermosa vista a la derecha a la torre del Commerzbank; una vista de la que no habría podido disfrutar aunque lo hubiera querido porque era de noche y además le faltaban ya los ojos. A pesar de la contaminación, en el Meno hay peces.

Así pasó el gallego varias horas, vapuleado por la corriente hasta que lo descubrió por la mañana uno de los policías que controlaban la zona para evitar que los curiosos arriesgaran su vida acercándose demasiado al agua. Este policía era el Polizeiobermeister Leopold Müller, que justamente volvía a la zona después de haberse permitido una pausa en un bar cercano para entrar en calor y guarecerse durante unos minutos de la fuerte lluvia que había empezado a caer a primera hora de la madrugada. Como en las rondas anteriores, inspeccionó las barreras que impedían el paso a los peatones y después subió al puente para observar el correr del agua. Entonces lo vio y lo creyó un ahogado accidental. Leopold Müller maldijo en ese momento su suerte y temió que esa muerte se hubiera debido a una falta de atención durante su servicio. Después llamó de inmediato a la central y notificó el hallazgo.

Cuando sólo una hora más tarde otros agentes de la policía inspeccionaron el cuerpo recién sacado del agua descubrieron que el muerto tenía una profunda herida de arma blanca en el pecho. En ese momento a Leopold Müller se le escapó un suspiro de alivio, casi de alegría; durante un par de segundos, puede que menos, perdió el control de los músculos faciales, que se expandieron en una amplia sonrisa, una lamentable reacción, cuyo recuerdo lo atormentaría después durante horas.

Y a pesar de saber que su pequeña, mínima, escapada al café no había tenido una consecuencia tan nefasta, Leopold Müller sentía a ese muerto como algo suyo, algo que le atañía.

Leopold Müller había sufrido toda su vida del dilema que suponía la grandeza de su nombre, de ecos imperiales y habsburguianos y la vulgaridad del apellido más común en todo el ámbito germánico. Ahora, a sus treinta años, parecía que Müller estaba a punto de imponerse a Leopold. Tras varios años en la policía y a pesar de haber sido uno de los mejores de su promoción, ascendía lentamente, sólo era Polizeiobermeister, y los jefes se atrevían sin problemas a mandarlo a patrullar por las calles de Francfort cuando se necesitaban refuerzos mientras que otros colegas quedaban siempre exentos.

Observó la escena desde el puente. La lluvia seguía cayendo sin pausa. Vio cómo un hombre de unos sesenta años envuelto en una gabardina empapada hablaba con un par de agentes, se acercaba al cadáver, se agachaba a su lado y lo inspeccionaba con detenimiento junto con uno de los policías, que le mostraba la herida en el pecho. Cuando se levantaban, le pareció que buscaban algo o a alguien. El hombre de la gabardina preguntó a una pareja de agentes que estaban controlando el acceso al puente. Uno de ellos señaló en su dirección. Lo buscaban a él. Le hicieron un gesto para que se acercara. Mientras bajaba, su personalidad escindida entre Leopold y Müller tomó una decisión. No podía asumir ese muerto flotante sin más.