"En busca de Buda" - читать интересную книгу автора (Thibaux Jean-Michel)1La anciana Macha estaba hecha un ovillo en la esquina en la que guardaba sus fetiches y sus talismanes. Intentaba protegerse y se tapaba los ojos con las manos para no ver a los muertos arremolinarse, pero las imágenes de los espectros atravesaban las paredes, las palmas de sus manos y sus párpados cerrados. Las almas atormentadas no querían irse a pesar del agua bendita que les había echado. Permanecían en el exterior, cerca de los cuerpos putrefactos, planeaban sobre los osarios y las hogueras a las que los hombres enloquecidos lanzaban los cadáveres. Macha no necesitaba salir de su amplia casa de madera para contemplar el aterrador espectáculo. Su abuela le había transmitido al nacer el don de la ubicuidad y muchos otros. Dones de Dios o del diablo… Durante setenta años, había desempeñado su papel de vidente, maga y sanadora, ayudando a unos a alcanzar el poder y a otros a conquistar los corazones; leía las estrellas, los espejos y las entrañas animales, e invocaba a los espíritus. En aquel momento, ya no controlaba sus dones. Todos habían llamado a su puerta para que les curara el cólera y la peste. No se podía luchar contra una plaga enviada por Dios. Se destapó los ojos y contempló las grandes planchas de madera que barraban la entrada; después se dio cuenta de que era 30 de junio, la noche más maléfica del año. – Puesto que han pecado, ¡que mueran! «La epidemia es saludable y necesaria; hay demasiada gente en la Tierra, demasiados impíos, borrachos y malvados. Los bondadosos se salvarán», pensaba ella. Se puso a orar por su salud. Algunos padrenuestros recordarían a Dios que ella estaba en el bando de los buenos, aunque hubiera pecado al usar alguna vez la magia negra. Arrodillada, Macha se dirigía a Dios con fervor, cuando resonaron unos golpes. Se sobresaltó. – ¡Macha! ¡Ábrenos! – ¡Seguid vuestro camino! -respondió ella. – ¡Ábrenos, vieja hechicera! – ¡No! Los golpes se repitieron y se volvieron violentos. De repente, la puerta estalló en pedazos. Un oficial cosaco, seguido de cinco hombres con sables, se lanzó hacia ella. «Los cosacos de la muerte… Los enviados del diablo Blavatski», se dijo la mujer sin apartar de los intrusos su mirada llena de miedo. En ese instante, observó que el oficial sujetaba contra su pecho un paquete envuelto en un chal. – ¡Hay que salvarla! -dijo al tiempo que le entregaba el paquete. Sorprendida, descubrió a un recién nacido envuelto en su mantilla. – ¿Quién es? -balbució ella. – Una princesa. No debe morir. – ¿Sufre alguna enfermedad? – No, ¡haz lo que tengas que hacer para que nunca sufra ninguna! Transmítele tus poderes. – ¡Sólo Dios puede hacerlo! – Mi paciencia tiene un límite. Le hizo una señal a uno de sus hombres, que puso la hoja de su sable sobre el cuello de Macha. – La noche no es propicia para los encantamientos -dijo la anciana-, pero como me obligáis, voy a entregar mis secretos y mis dones a este bebé. Después se inclinó sobre el recién nacido y llamó a los Siete Espíritus de la Revuelta. Tres horas más tarde, la casa de Macha ardió y se vio a seis demonios abandonar el pueblo a caballo. |
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