"En busca de Buda" - читать интересную книгу автора (Thibaux Jean-Michel)

7

Los guardias forestales identificaron su cuerpo dos semanas más tarde. Encontraron a Basile en las redes de un pescador. Colocaron su cadáver en un ataúd que llevaron a la capilla de Saint-Jean. Los Von Hahn habían hecho las cosas a lo grande. No sabían cómo calmar a su pequeña princesa, que se culpaba del drama; se consideraba maldita y se deshacía en lágrimas en cuanto veía a algún siervo joven. Su llegada había sido precedida por los preparativos de una misa solemne. Habían pagado doscientos rublos al capellán y le habían ordenado al protopope que honrara a Basile con toda la pompa ortodoxa.

Galina condujo a Helena a la capilla una hora después de la salida de los Von Hahn.

Con el corazón en un puño, abatida por el dolor, la Sedmitchka se acercó al ataúd. Le habían enseñado a contener sus emociones en público, le habían inculcado que no debía mostrarse débil ante el pueblo, ser siempre digna. Helena lloraba a lágrima viva, pero el coronel Von Hahn retuvo a su esposa, que quería consolarla. Un murmullo recorrió las filas de fieles mientras se elevaban las voces de los oficiantes en la nave cargada de incienso. Varios de ellos compartieron la pena con aquella niña tan extraña por sus poderes como fascinante por su personalidad.

Helena era de los suyos.

La víspera, cuando la llevaron como otras veces al establo, se había prestado voluntariamente a sus ritos. Galina le había echado encima agua bendita mientras recitaba en voz baja plegarias de otra época. Uno tras otro, habían pedido que fueran castigados los demonios que vivían en ella. Helena se había inclinado ante los minúsculos iconos de madera pintados que le habían presentado. Había besado los crucifijos y las vírgenes, los ángeles y los apóstoles con la aureola de la gloria del Señor, y les había pedido que le perdonaran sus faltas y que le dieran a su amigo Basile el más bello de los sitios del Paraíso. Parecía un ángel.

Los sacerdotes le presentaban ahora otros iconos. Las plegarias que recitaban se elevaban hacia el crucifijo y la calmaban. Ella se secó el rostro. Volvió a ser una de los Von Hahn, con sus pies menudos en la Tierra.

Su padre se hinchó de orgullo.

– Ha llegado el momento de poner a nuestra princesa una institutriz como las que tienen todas las jovencitas de buena familia. Encontraré a alguien que le quite de la cabeza todas esas historias de hadas y de brujas -le dijo a Hélène.

Madame Von Hahn sonrió con tristeza. Sus ilusiones eran vanas. Nadie conseguiría apartar a Helena, su hija querida, del mundo invisible.