"El profesor" - читать интересную книгу автора (Katzenbach John)Capítulo 20 Michael estaba contento. Las respuestas para Michael sabía que sus respuestas eran importantes y dedicó un tiempo a elaborar cada una. Estaba siempre alerta ante las necesidades de los abonados enganchados a whatcomes No le molestaba en lo más mínimo que su creación estuviera basada en un crimen. Pensaba que todos los grandes avances en el arte tenían que aprovechan sus oportunidades. Linda estaba dormida, envuelta en sábanas enredadas sobre la cama, produciendo pequeños y tranquilos sonidos al respirar. Sus piernas largas estaban descubiertas y su piel brillaba. Estaba medio boca abajo, con una almohada apretada contra el vientre, y la curva de su pecho se delineaba por debajo de la sábana que se había echado alrededor de la espalda y los hombros. El imaginó que sus sueños eran felices, llenos de visiones simples y mágicas. A veces, cuando ella dormía, él se quedaba mirándola y era como si pudiera verla envejecer, ver que su piel perfecta se desvanecía y se arrugaba, ver que la tersura de su cuerpo se aflojaba. Se imaginaba a ambos haciéndose viejos juntos, y luego pensaba que eso era imposible. Ellos serían jóvenes para siempre. Ocasionalmente echaba un vistazo hacia los monitores de las cámaras para controlar a la Número 4. En ese momento, ella también parecía dormida. Por lo menos apenas se había movido durante la última hora. Sospechaba que los sueños de ella eran mucho menos tranquilos. La Número 1 y la Número 2 con frecuencia habían gritado en sueños. La Número 3 había gemido mientras forcejeaba con las ataduras. Había sido precursora por la manera en que había luchado contra las ligaduras cuando estaba despierta. Había acortado Pulsó algunas teclas del ordenador y acercó la imagen de una cámara hasta un primer plano. Los labios de la Número 4 estaban ligeramente separados y su mandíbula parecía esculpida en cemento. Hay gritos provocados por lo que uno sueña. Hay gritos provocados por lo que le pasa a uno cuando está despierto. No estaba seguro de cuál era peor. Suspiró, se pasó las manos por su pelo largo y se ajustó las gafas. Se preguntó si tendría tiempo de darse una ducha rápida. Cuando miró, vio que la Número 4 temblaba, y su mano se dirigió involuntariamente hacia la cadena alrededor del cuello. Esperó, porque pensaba que la Número 4 probablemente se despertaría en los siguientes minutos. Los sueños eran tan vivos, tan espantosos, que con frecuencia hacían que los sujetos se despertaran. Por lo menos eso era lo que él creía. Uno de los problemas de asegurar su desorientación -que Michael sabía que era un elemento clave en todo el espectáculo- era que podía despertarse a horas extrañas, al no estar ya atada a la vigilia diurna y al sueño nocturno. Esto tenía una ventaja, como En los primeros dos proyectos de Michael había estudiado a los pornógrafos modernos y había aprendido que la gente puede mirar el mismo vídeo de actores apareándose una y otra vez como si cada gemido y cada movimiento estuvieran ocurriendo por primera vez. Pero Michael tenía el buen sentido de comprender que sin importar lo explícita que fuera la pornografía, al final se hacía aburrida. Era, en última instancia, predecible. Llegó a un punto en que pudo medir efectivamente la duración de los vídeos que se veían por Internet, tantos minutos por cada elemento de cada acto sexual, uno después del otro, todos en formación militar hasta la conclusión final con la boca abierta. Michael estaba decidido a romper con esos moldes. La belleza en Estaba enormemente orgulloso de esto. Y orgulloso de Linda. Había sido ella quien había insistido en encontrar «a alguien joven y nuevo» para Michael admitía que en esto -como en tantas otras cosas- Linda había tenido razón. La Número 4 iba a ser el espectáculo más interesante que habían creado. Detrás de él, Linda se movió. En su sueño, estaba sonriente. El le devolvió la sonrisa y ansió poder tocarle la pierna, pero cuando acercó la mano, se detuvo. Ella necesitaba descansar, pensó, y no debía molestarla. Volvió al ordenador. Había un mensaje de correo electrónico de alguien cuyo nombre en la web era Magicman88 que decía: «La Número 4 debe hacer ejercicio, así podemos ver mejor su figura». «Sí», escribió Michael como respuesta, «a su debido tiempo». Le gustaba dar a los abonados la impresión de que estaban ayudando a controlar la situación, y escribió una nota en el guión para hacer que la Número 4 hiciera algunas flexiones de brazos y de piernas y tal vez corriera un poco por la habitación. Se sentó en su silla y se preguntó: Siguió preguntándose: – No -susurró Michael en voz alta-. Creerá que todo es parte de otra cosa. No podrá ver la escena completa. Linda dio una vuelta en la cama. A él le gustaba ver que ella reaccionaba incluso a sus susurros. De vuelta en el monitor de vídeo, vio que la Número 4 levantaba la mano hasta su cara y sus dedos tocaban la máscara que escondía sus ojos. Pero sus movimientos parecían involuntarios y estaba seguro de que todavía estaba dormida. Él creía que eso era parte de su genio, que podía imaginar las ramificaciones psicológicas de cada movimiento que tenía lugar en la pantalla de vídeo. Consideraba no sólo la manera en que esto afectaría a la Número 4, sino también cómo lo verían quienes estaban mirando. Quería que ellos se identificaran con la Número 4 y que a la vez quisieran manipularla. El control lo era todo. Otra vez echó un vistazo al monitor primero, y luego dejó que sus ojos permanecieran sobre Linda. Cuando diseñaron las primeras ideas que habían conducido a Pensaba que sabía tanto sobre la privación de libertad como cualquier experto. Este seguro conocimiento de sí mismo siempre lo hacía sonreír. La diferencia entre él y los profesionales era que ellos buscaban información, o querían infligir dolor, o simplemente necesitaban medir el paso del tiempo. Linda y él estaban haciendo arte. Eran únicos. Ella se movió otra vez y él se levantó tranquilamente para dirigirse al baño. Se dijo a sí mismo que una ducha lo renovaría. Necesitaba estar alerta para el próximo momento dramático con la Número 4. Había un espejo pequeño encima del lavabo y se tomó un segundo para mirarse en él. Flexionó sus músculos fibrosos y pensó que parecía delgado como un asceta, como un monje, o tal vez tan en forma como un corredor. Se apartó los mechones de pelo que le caían sobre la cara y pasó los dedos por su barba descuidada. Tenía dedos largos que alguna vez pensó que serían adecuados para bailar por el teclado de un piano. Ahora la música que hacían se tocaba sobre las teclas del ordenador. Se echó un poco de agua en la cara. Le pareció que estaba un poco pálido. Pensó que él y Linda tenían que salir un poco más, no mantenerse tanto tiempo encerrados. O tal vez después de que terminara Tendrían dinero más que suficiente para cualquier extravagancia de lujo que desearan. – ¡Es hora de comenzar la función! -susurró con confianza. Como antes, Jennifer no estaba segura de si todavía estaba soñando o si ya se había despertado. Detrás de la cortina negra que cubría sus ojos podía percibir que las cosas estaban empezando a deslizarse, como si nada estuviera unido y fijo en todo el mundo, la gravedad había disminuido, y todo estaba suelto y desconectado. No sabía si era de día o de noche, si era por la mañana o por la tarde. No recordaba cuántos días llevaba cautiva. El tiempo, la posición, quién era ella, todo se desmoronaba minuto a minuto. Dormir no significaba descanso. La comida que le llevaba la mujer de manera azarosa no aplacaba su hambre. Beber no reducía su sed. Permanecía sepultada detrás de la venda, encadenada a una pared. Sus dedos se cerraron por millonésima vez sobre el Apretó con fuerza su mano alrededor de la cintura del animalito de peluche y sintió que sus músculos se ponían tensos, como un jugador de béisbol que se prepara a lanzar una pelota al bateador. Se llevó el oso hasta el pecho y lo acarició, pasando sus dedos por la espalda del juguete. – Lo siento -susurró en voz alta-. No quería decir eso. No sé por qué me dejaron encontrarte, pero lo hicieron, así que ahora estamos juntos en esto. Como siempre. Jennifer giró la cabeza hacia un lado, como si esperara escuchar la puerta o el grito del bebé llorando otra vez, pero no hubo nada. Lo único que pudo escuchar fue el latido de su corazón, e imaginó que estaba compartiendo eso con el juguete. El hecho de escuchar su propia voz hizo que se sintiera un poco mejor, aun cuando ésta se desvaneció rápidamente. Eso sirvió para recordarle que todavía podía hablar, lo cual quería decir que seguía siendo quien era; aunque fuera poco, era importante. Casi empezó a reírse. Habían sido muchas las noches en las que ella había estado echada en su cama, en su casa, con las luces de su habitación apagadas, envuelta por la noche, hecha un ovillo con el Jennifer respiró hondo y acarició al oso. – Tenemos que poder ver -susurró Jennifer en la oreja gastada del oso-. Tenemos que ver dónde estamos. Si no podemos ver, bien podríamos estar muertos. Vaciló. Probablemente estas palabras la pusieron nerviosa porque eran verdad. – Tú mira con atención este sitio -continuó en voz muy baja-. Memoriza todo y podrás decírmelo después. -Sabía que esto era una tontería, pero eso no le impidió girar la cabeza del oso de un lado a otro para que las pequeñas cuentas de vidrio que eran sus ojos pudieran examinar el lugar donde la mantenían cautiva. Era algo estúpido e infantil, pero le hizo sentirse mucho mejor y un poco más fuerte, de modo que cuando escuchó el ruido de la puerta que se abría, no se puso tensa tan rápidamente, ni su respiración se hizo áspera. En cambio se volvió hacia el ruido, esperando que fuera algo tan rutinario como una comida o una bebida, pero nerviosa porque también podía anunciar algo peor. Supo en ese preciso momento que fuera lo que fuese lo que le esperaba, no iba a ser rápido ni repentino. Esta idea hizo que su mano temblara de miedo. Pero era lo suficientemente astuta como para darse cuenta de que cada segundo que pasara y cada nuevo elemento que fuera introducido en el mundo oscuro que habitaba podría servir tanto para ayudarla como para dañarla. |
||
|