"El Cuarto Reino" - читать интересную книгу автора (Miralles Francesc)7Desde mi asiento de primera clase observé con extraña melancolía la pista llena de grietas y socavones, como si tuviera un significado profundo que sólo yo podía descifrar. Tal vez otra persona se hubiera preguntado por qué un aeropuerto tan sofisticado tenía el firme en tan mal estado. Yo en cambio veía en el asfalto el mapa de mi vida, lleno de desgarros y caídas. Una azafata japonesa interrumpió mi lamento interior con una carta para que eligiera el almuerzo, justo cuando el Airbus 340 empezaba a rodar por la maltrecha pista. Elegí el menú oriental para ir preparando el estómago ante los cambios que se avecinaban. En otra época había deseado intensamente conocer Tokio, pero las circunstancias en las que se planteaba el viaje restaban cualquier atisbo de placer a esa aventura. A lo arcano de la misión se sumaba una megaurbe de más de 20 millones de almas donde dudaba que fuera capaz de encontrar mi camino. La idea de pasearme por avenidas atiborradas de gente con los letreros en japonés, a la espera de un desconocido, no me resultaba nada tentadora. Mientras llegaba el almuerzo, hojeé la revista de la compañía aérea. Aquel número estaba dedicado a destinos mediterráneos. Tras varios reportajes sobre islas griegas y pueblos de la riviera italiana y francesa, le llegó el turno a Barcelona. El artículo se abría con una vista aérea de la ciudad, donde emergía como un misil un rascacielos redondo de punta roma. Al pasar página sentí un pinchazo en el estómago. Ante mis ojos tenía el macizo de Montserrat, una formación de picos de formas imposibles -muchas de ellas fálicas- que se perfilaban entre la bruma como gigantes. Sin duda, la intención del editor había sido establecer semejanzas entre el rascacielos futurista de Barcelona y esas torres naturales de conglomerado. Sin embargo, me asombraba que un lugar que hasta el momento no había significado nada para mí apareciera dos veces la misma mañana. Busqué en el bolsillo de mi abrigo la página del periódico que había arrancado disimuladamente en el café. Tras desplegar la hoja amarillenta, volví a enfrentarme a la mirada ausente de Fleming Nolte, que había encontrado la muerte en aquel paisaje de pesadilla. Miré alternativamente el rostro del periodista y la imagen de Montserrat. De repente, me pareció que había una extraña afinidad entre ambos. Aquel macizo hacía pensar en un mundo subacuático y misterioso, como el de Fleming, un bosque pétreo de símbolos por descifrar. También entendí que aquella doble aparición tendría consecuencias para mí, aunque no pareciera guardar ninguna relación con mi vuelo hacia Oriente. Justo cuando las ruedas del avión se separaron del suelo comprendí algo más: estaba cometiendo un grave error, aunque no pudiera explicar el motivo. La rueda de un destino impenetrable había empezado a girar y amenazaba con arrollarme. |
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