"El Don Del Águila" - читать интересную книгу автора (Castaneda Carlos)VII. ENSOÑANDO JUNTOS Un día, para aliviar momentáneamente nuestra zozobra, sugerí que deberíamos dedicar todo nuestro tiempo y energía a Comuniqué a la Gorda mi hallazgo. Ella estuvo de acuerdo en el acto. Al instante se animó, y el paño de su lobreguez se desvaneció en cuestión de segundos. – ¿Qué tipo de – ¿Cuántos tipos hay? -dije. – Podemos – Pero no sabemos cuál es el procedimiento para – Pues tampoco sabíamos cómo "Debemos, eso sí, Le dije que no tenía idea de cómo esperarla si yo empezaba a – La razón por la cual Josefina le llama así es porque uno de los dos tiene que prender al otro del brazo -explicó. Me enseñó entonces cómo hacerlo. Con su mano izquierda sujetó fuertemente mi antebrazo derecho a la altura del codo. Nuestros antebrazos quedaron entrelazados cuando yo cerré mi mano derecha sobre su codo. – ¿Cómo se puede hacer eso en Yo, en lo personal, consideraba que – No sé cómo, pero te voy a agarrar -dijo la Gorda-. Yo creo que mi cuerpo sabe cómo. Pero mientras más sigamos hablando de esto, más difícil parece ser. Comenzamos a Años antes, cuando ya había adquirido cierto grado de experiencia en Al segundo estado de Al tercer estado lo denominé En el cuarto estado uno es llevado a actuar, forzado a llevar a cabo acciones, a dar pasos, a aprovechar el máximo del tiempo. Yo llamé a este estado Esperarme, como proponía la Gorda, tenía que ver con el segundo y el tercer estado de nuestro Su juego de palabras me pareció delicioso. Sentí una felicidad sobrenatural por hallarme allí con él y con los otros. Don Juan prosiguió explicando que mi egoísmo podía ser utilizado de muy buen modo, y que ponerle riendas no era imposible. Había una atmósfera general de camaradería entre toda la gente congregada allí. Todos reían de lo que don Juan me decía, pero sin burlarse. Don Juan añadió que la manera más segura de subyugar el egoísmo era por medio de las actividades cotidianas de nuestras vidas. Mantenía que yo era eficiente en todo lo que hacía porque no tenía a nadie que me hiciera la vida imposible y que no era nada del otro mundo andar derecho si uno anda solo. Si se me diera la tarea de cuidar a la Gorda, sin embargo, mi eficiencia estallaría en cachitos, y para sobrevivir tendría que extender la preocupación egoísta por mí mismo hasta incluir a la Gorda. Sólo ayudándola, don Juan decía con el tono más enfático, yo encontraría las claves para el desempeño de mi verdadera tarea. La Gorda puso sus obesos brazos alrededor de mi cuello. Don Juan tuvo que dejar de hablar. Reía de tal manera que no podía proseguir. Todos ellos rugían de risa. Me sentí avergonzado e irritado con la Gorda. Traté de desprenderme de ella, pero sus brazos se hallaban fuertemente enlazados en torno a mi cuello. Con un gesto de manos, don Juan me detuvo. Dijo que el mínimo embarazo que entonces experimentaba no era nada en comparación a lo que me esperaba. El sonido de las risas era ensordecedor. Me sentí muy feliz, aunque me preocupaba tener que ayudar a la Gorda, ya que ignoraba lo que esto implicaría. En un momento de mi Me di cuenta que podía tener dos diferentes percepciones al mismo tiempo. Igualmente podía entrar en la escena del Una Gorda obesa preguntó a don Juan, con una voz que podía oírse por encima de la risa de todos, si yo iba a ser su esposo. Hubo un momento de silencio. Don Juan parecía calcular lo que iría a decir. Palmeó la cabeza de la Gorda y dijo que de seguro yo estaría encantado de ser su esposo. La gente reía estrepitosamente. Yo reí con ellos. Mi cuerpo se convulsionó con un disfrute genuino, y sin embargo no creí estar riéndome de la Gorda. No la consideraba una aberrada o una estúpida. Era una niña. Don Juan se volvió hacia mí y dijo que yo tenía que honrar a la Gorda a pesar de cualquier cosa que ella me hiciera, y que debía entrenar mi cuerpo, a través de mi interacción con ella, a sentirse a gusto ante las situaciones más exigentes. Don Juan se dirigió a todo el grupo y dijo que era mucho más fácil comportarse bien bajo condiciones de máxima tensión que ser impecable en circunstancias normales, tales como la interrelación con alguien como la Gorda. Don Juan añadió que bajo ninguna circunstancia yo debía enojarme con la Gorda, porque en realidad ella era mi benefactora: sólo a través de ella podría ser yo capaz de controlar mi egoísmo. Me hallaba tan completamente inmerso en la escena del Al unísono, de nuevo concentramos nuestra atención en la escena que habíamos estado presenciando. En ese momento supe, sin duda alguna, que habíamos observado la misma escena. Ahora don Juan decía algo a la Gorda, pero yo no podía oírlo. Mi atención era llevada de un lado a otro entre el tercer estado de Entonces una drástica sacudida en mi cuerpo me condujo a otro nivel más de atención: sentí algo como el chasquido de un trozo seco de madera al romperse, y me encontré en el primer estado de Me hallaba más que ansioso por hablar con ella. La Gorda sentía lo mismo. Cuando nos calmamos, le pedí que me describiera todo lo que le había ocurrido en nuestro – Te estuve esperando un largo rato -dijo-. Una parte de mi creía que te había perdido, pero otra parte pensaba que estabas nervioso y que tenías problemas, así es que esperé. – ¿Dónde me esperaste, Gorda? -pregunté. – No sé -respondió-. Sé que ya había salido de la luz rojiza, pero no podía ver nada. Pensándolo bien, no tenía vista, sólo sentía. A lo mejor todavía estaba en la luz rojiza, aunque no era roja. El lugar donde me encontraba tenía un tinte color durazno. Entonces abrí los ojos y allí estabas. Parecía que ya estabas a punto de irte, así es que te agarré del brazo. Entonces miré y vi al nagual Juan Matus, a ti, a mí, y a la otra gente en la casa de Vicente. Tú eras más joven y yo estaba gorda. La mención de la casa de Vicente me trajo una repentina comprensión. Le dije a la Gorda que una vez, manejando por Zacatecas, en el norte de México, tuve un extraño impulso y fui a visitar a Vicente, uno de los amigos de don Juan. No comprendí entonces que al hacerlo, involuntariamente había cruzado a un dominio excluido. Vicente, como la mujer nagual, pertenecía a otra área, a otro mundo. Entendí en ese momento la razón por la que la Gorda quedara tan atónita cuando le referí esa visita. Conocíamos muy bien a Vicente, quien era tan allegado a nosotros como don Genaro, o quizás más aún. Y sin embargo, los habíamos olvidado, tal como había olvidado a la mujer nagual. En ese momento la Gorda y yo hicimos una inmensa disgresión. Juntos recordamos que Vicente, Genaro y Silvio Manuel eran amigos de don Juan, sus cohortes. Todos ellos se hallaban unidos por una especie de juramento. La Gorda y yo no podíamos recordar qué era lo que los había unido. Vicente no era indio. Había sido farmacéutico cuando joven. Era el erudito del grupo, el verdadero curandero que mantenía a todos en perfecto estado de salud. Le apasionaba la botánica. Yo no tenía duda alguna de que él sabía de plantas más que cualquier ser humano viviente. La Gorda y yo recordamos que fue Vicente el que daba instrucción a todos, incluyendo a don Juan, acerca, de las plantas medicinales. Tomó un interés especial en Néstor, y todos nosotros pensábamos que Néstor llegaría a ser como él. – Recordar a Vicente me hace pensar en mí -dijo la Gorda-. Me hace pensar en lo insoportable que he sido. Lo peor que le puede pasar a una mujer es tener hijos, tener agujeros en su cuerpo, y a pesar de eso seguir actuando como una adolescente. Ese era mi problema. Yo quería ser un encanto y estaba vacía. Y ellos me dejaban hacer el ridículo y hasta me ayudaban a hacerlo. – ¿Quiénes son ellos, Gorda? -le pregunté. – El nagual y Vicente y toda esa gente que estaba en casa de Vicente cuando me porté como una burra contigo. La Gorda y yo comprendimos lo mismo al unísono. A la Gorda le era permitido ser insoportable sólo conmigo. Nadie más aguantaba sus necedades, aunque ella las intentaba con todos. – Vicente sí me aguantaba -dijo la Gorda-. Me llevaba la cuerda. Figúrate que hasta tío le decía. Cuando quise decir tío a Silvio Manuel, casi me despelleja los sobacos con sus manos que parecían garras. Los dos tratamos de concentrar nuestra atención en Silvio Manuel, pero no pudimos recordar cómo era. Sentíamos su presencia en nuestros recuerdos, pero él no era una persona, era sólo un sentimiento. Hablamos de nuestra escena de La Gorda dijo que no le había gustado en lo más mínimo la escena de Al día siguiente empezamos otra sesión de En vista de nuestra derrota decidí que, por el momento, deberíamos posponer Una noche, lo más casualmente que pudimos, empezamos a discutir lo que debíamos de Lo primero era el acto mismo, el cual comienza como un estado único de conciencia al que se llega concentrando el residuo consciente que se conserva, aun cuando uno está dormido, en los elementos o los rasgos de los sueños comunes y corrientes. El residuo consciente, al que don Juan llamaba la segunda atención, es adiestrado a través de ejercicios de Después, cuando logré controlar mi atención y ya fui capaz de trabajar por horas en cualquier tarea -algo que antes nunca pude hacer-, don Juan me dijo que la mejor manera de entrar en – El – ¿Cuánto tiempo te toma llegar a ver esa luz rojiza? -le pregunté. – Unos cuantos segundos. En el momento en que mi atención está en mi vientre, ya estoy en el "El nagual Juan Matus me ponía en la barriga piedras del río, frías y mojadas; para hacerme sentir esa área. O me ponía un peso encima; yo tenía un trozo de plomo que él me consiguió. El nagual me hacía cerrar los ojos y concentrar la atención en el sitio donde yo sentía el peso. Por lo regular me quedaba dormida. Pero eso no lo molestaba. Realmente no importa lo que uno hace en tanto la atención esté en el vientre. Por último aprendí a concentrarme en ese sitio sin tener nada puesto encima. Un día empecé solita a "A partir de ese momento ya nunca más me volvió a poner un peso encima. Me dejó hacer mi La Gorda aseguró que don Juan le había explicado que cualquier cosa puede servir como La posición que uno elige para hacer el – No sé por qué el nagual no me explicó desde el mero principio -dijo la Gorda- que para una mujer la mejor posición para empezar es sentarse con las piernas cruzadas y después dejar que el cuerpo caiga como pueda. El nagual me dijo esto un año después de que yo había empezado. Hoy en día, yo tomo asiento en esa posición durante un momento, siento mi vientre, y al instante ya estoy Al principio, y al igual que la Gorda, yo lo había hecho acostado de espaldas, hasta que un día don Juan me dijo que para obtener mejores resultados debía de sentarme en una esterilla suave y delgada, con las plantas de mis pies puestas juntas y con los muslos tocando la esterilla. Me señaló que, como yo tenía las coyunturas de las caderas algo elásticas, debía de ejercitarlas al máximo, con el fin de llegar a tener los muslos completamente aplanados contra el suelo. Don Juan añadió que si yo llegaba a entrar en el Otro tema de enorme significado era la hora de El explicaba la razón por la cual prefería estas horas como una aplicación práctica del conocimiento de los brujos. Dijo que desde el momento en que uno tiene que hacer su ensoñar dentro de su medio social, uno debe de buscar las mejores condiciones posibles de aislamiento, libres de interferencias. Las interferencias a las que se refería tenían que ver con la "atención" de la gente, y no con su presencia física. Para don Juan era algo fuera de propósito el retirarse del mundo y ocultarse, pues incluso si uno se hallase solo en un lugar aislado y desierto, la interferencia de nuestros prójimos prevalece. La fijeza de su primera atención no puede ser desconectada. Sólo localmente a las horas en las que la mayoría de la gente está dormida uno puede desviar parte de esa fijeza por un breve lapso. En esas horas está adormecida la primera atención de quienes nos rodean. Esto condujo a don Juan al tema de la segunda atención. El nos explicó que la atención que uno requiere en los inicios del ensoñar tiene que forzarse a permanecer en un determinado detalle de un sueño. Sólo mediante la inmovilización de la atención puede uno convertir en ensueño un sueño ordinario. Explicó también que al ensoñar uno debe de emplear los mismos compulsivos mecanismos de atención de la vida cotidiana. Nuestra primera atención ha sido entrenada para enfocar los elementos del mundo, compulsivamente y con gran fuerza, a fin de transformar el dominio caótico y amorfo de la percepción en el mundo ordenado de la conciencia. Don Juan también nos dijo que la segunda atención desempeñaba el papel de un señuelo; la llamó un convocador de oportunidades. Mientras más se la ejercita, mayor es la posibilidad de obtener lo que se desea. Aseveró que también esta es la función de la atención en general, la cual damos de tal forma por sentada en nuestra vida diaria, que jamás la advertimos; si nos pasa un suceso fortuito, hablamos de él en términos de un accidente o de una coincidencia, y no en términos de que nuestra atención hizo que sucediera. Nuestra discusión de la segunda atención preparó el terreno para otra cuestión crucial, el cuerpo de ensueño. Para poder guiar a la Gorda hacia éste, don Juan le dio la tarea dé inmovilizar su segunda atención lo más firmemente posible en los elementos de la sensación de volar en ensueños. – ¿Cómo aprendiste a volar en ensueños? -le pregunté-. ¿Te enseñó alguien? – El nagual Juan Matus fue el que me enseñó en esta tierra -respondió-. Y en el – Eso me lo tienes que explicar -le pedí. – Tú estabas aprendiendo a entrar en tu "Entonces empecé a tratar de volar cuando "Cuando ya había aprendido a volar perfectamente, el nagual me dijo que tenía que repetir, despierta, todos los movimientos de vuelo que yo aprendí en La Gorda se refería a la vez en que me aterró con el incomprensible acto real de elevarse y planear en el aire como un volador. El hecho fue tan extravagante para mí que no pude ni siquiera empezar a entenderlo de una manera lógica. Cómo de costumbre, cuando yo era confrontado por eventos de esa naturaleza, lo puse en la amorfa categoría de "percepciones bajo condiciones de tensión extrema". Yo argumentaba que en casos de tensión severa la percepción podía ser enormemente distorsionada por los sentidos. Mi explicación no explicaba nada pero parecía apaciguar a mi razón. Le dije a la Gorda que por fuerza debía haber más, en lo que ella llamaba el cambio a su Ella lo pensó un rato antes de contestar. – Yo creo que el nagual te debe haber dicho a ti también -afirmó- que lo único que en verdad cuenta al hacer ese cambio es anclar la segunda atención. El nagual decía que es la atención la que hace al mundo. Tenía sus razones para decirlo. Era el amo de la atención. Supongo que lo dejó a mi cuenta el que yo averiguara que todo lo que necesitaba para cambiar a mi "En la cuestión de volar, pues, mi segunda atención estaba muy afilada. Cuando el nagual me dio la tarea de cambiarme a mi – ¿Puedes entrar en tu – No. No es así de fácil -replicó-. He aprendido a repetir los movimientos y las sensaciones de volar cuando estoy despierta, y sin embargo, no puedo volar cada vez que quiero. Mi Le dije a la Gorda que en mi caso don Juan me dio tres tareas para entrenar mi segunda atención. La primera era encontrar mis manos en mis El problema más serio que a este respecto tiene el Don Juan explicó que durante el periodo de aprendizaje uno batalla por inmovilizar la segunda atención. Subsecuentemente, uno tiene que batallar aún más para romper esa misma inmovilización. En La tarea menos generalizada que don Juan me dio, consistía en salir de mi cuerpo. Yo lo había logrado en parte, y por cierto lo consideré siempre como mi único verdadero logro en Para elucidar el control de la segunda atención, don Juan presentó la idea de la – El nagual me dijo que para un ser humano la tristeza es tan poderosa como el terror -dijo la Gorda-. La tristeza hace que un guerrero derrame lágrimas de sangre. Ambos pueden producir el momento de silencio. O el silencio viene por sí mismo, porque el guerrero lo persigue a lo largo de su vida. – ¿Tú has llegado a sentir ese momento de silencio? -le pregunté. – Claro que sí lo he hecho, pero no puedo recordar cómo es -dijo-. Tú y yo lo hemos sentido antes y ninguno de los dos podemos recordar nada de eso. El nagual dijo que es un momento de negrura, un momento aún más silente que el momento de parar y cerrar el diálogo interno. Esa negrura, ese silencio, permite que surja el Le dije que yo ya casi había descartado la posibilidad de llegar a experimentar la – La experimentarás -dijo la Gorda-. El problema es que tú y yo no estamos lo suficiente afilados para saber qué es lo que nos está ocurriendo. No sentimos nuestra – ¿Cuál otro yo, Gorda? -pregunté. – Tú sabes de qué estoy hablando -respondió enérgicamente-. Cuando Un largo silencio tuvo lugar. Yo me dije que ella tenía razón al decir que aún no estábamos completos. Entendí que con eso ella quería decir que éramos meros aprendices de un arte inagotable. Pero entonces cruzó por mi mente la idea de que a lo mejor ella se refería a otra cosa. No se trataba de un pensamiento racional. En un principio sentí algo como una sensación punzante en mi plexo solar y después tuve la idea de que quizá ella se refería a otra cosa. Luego sentí la respuesta. Me llegó como un solo bloque, una especie de masa. Supe que todo un conjunto se hallaba allí, primero en la punta del esternón y después en mi mente. Mi problema era que no podía desenredar lo que sabía, con rapidez suficiente para verbalizarlo. La Gorda no interrumpió mis procesos de pensamiento con comentarios o gestos. Estaba perfectamente callada, esperando. Parecía hallarse conectada internamente conmigo a tal punto que no teníamos que decir nada. Sostuvimos este sentimiento de comunión del uno con el otro durante un momento y después éste nos avasalló a los dos. La Gorda y yo nos calmamos poco a poco. Finalmente, empecé a hablar. No era que yo necesitase reiterar lo que sentimos y supimos en común, lo que necesitaba era reestablecer nuestras bases de discusión. Le dije que yo sabía de qué manera estábamos incompletos, pero que no podía poner en palabras mi conocimiento. – Hay tantas y tantas cosas que sabemos -dijo-. Y sin embargo, no podemos usar todo eso porque en realidad ignoramos cómo extraerlo de nosotros mismos. Tú ya empezaste a sentir esa presión. Yo la he tenido por años. Sé y al mismo tiempo no sé. La mayor parte del tiempo se me caen las babas y todo lo que digo es pura estupidez. Yo entendí a qué se refería y lo entendí en un nivel físico. Yo sabía algo absolutamente práctico y evidente de la voluntad y de lo que la Gorda había llamado el otro yo, y, sin embargo, no podía emitir la menor palabra de lo que sabía, no porque fuera reservado o vergonzoso, sino porque ignoraba por dónde comenzar, cómo organizar mi conocimiento. – La Se dio un golpe en la frente con la palma de su mano, como si algo hubiera llegado repentinamente a su mente. – ¡Dios santo! ¡Estamos recordando al otro yo! -exclamó, con su voz casi bordeando la histeria. Después se tranquilizó y habló en un tono más suave-: Evidentemente ya hemos estado allí y la única manera de recordarlo es como lo estamos haciendo, disparando nuestros cuerpos de – ¿Qué quieres decir con eso de disparar nuestros – Tú mismo presenciaste cuando Genaro disparaba su – Yo nunca supe que él se hallaba en su – Nunca lo supiste porque no observabas nada -dijo-. Genaro trató de hacértelo saber intentando cosas que el – ¿Por qué el – Porque el – ¿Qué quieres decir con eso, Gorda? – La gran hazaña de Genaro consistía en que en sus La Gorda calló durante unos instantes como si sopesara lo que acababa de decir. Yo quise esperar antes de formularle más preguntas. – Genaro había dominado sólo el – ¿Qué te hace decir eso, Gorda? -pregunté. Ella comenzó a explicarme lo que quería decir, pero no pudo hablar coherentemente. De pronto, sonrió. Sus ojos se iluminaron. – ¡Ya sé! -exclamó-. El nagual me dijo que Silvio Manuel era el amo del Experimenté una aguda incomodidad física al oír a la Gor da decir eso. Casi acabé vomitando y tuve que hacer esfuerzos extraordinarios para ocultárselo. Tuve espasmos de vómito. Le di la espalda. Ella dejó de hablar durante un instante y después procedió como si hubiera decidido ignorar mi estado. Me gritó. Dijo que ése era el momento de aclarar nuestros agravios. Me echó en cara mi resentimiento por lo que ocurrió en la ciudad de México. Añadió que mi rencor no se debía a que ella se hubiese puesto del lado de los otros aprendices en contra mía, sino porque ella los había ayudado a desenmascararme. Le expliqué que todos esos sentimientos se habían desvanecido en mí. Ella continuó inexorable. Sostuvo que a no ser que yo enfrentara esos sentimientos, éstos de alguna manera volverían a mí. Insistió en que mi afiliación con Silvio Manuel era el meollo del asunto. Yo no podía creer los cambios anímicos por los que pasé al oír sus argumentos. Me convertí en dos personas: una rabiaba, espumeando de la boca; la otra estaba calmada, observando. Tuve un último espasmo doloroso en mi estómago y vomité. No fue la sensación de náusea la que causó el espasmo. Más bien se trataba de una ira incontenible. Cuando finalmente me calmé me sentí muy avergonzado de mi comportamiento y preocupado de que un incidente de esa naturaleza pudiera volver a ocurrirme en otra ocasión. – Tan pronto como aceptes tu verdadera naturaleza, estarás libre del furor -dijo la Gorda en un tono impasible. Quise discutir con ella, pero vi la futilidad que eso implicaba. Además, el ataque de ira había consumido mi energía. Me reí porque de hecho ignoraba qué haría yo en caso de que la Gorda estuviera en lo cierto. Se me ocurrió entonces que desde el momento en que yo había olvidado a la mujer nagual, todo era posible. Sentía una extraña sensación de calor o irritación en la garganta, como si hubiese ingerido comida picante. Tuve una sacudida de alarma corporal justo como si hubiera visto a alguien agazapado a mis espaldas, y en ese momento supe a ciencia cierta algo que un instante antes no sabía. La Gorda tenía razón. Silvio Manuel había estado encargado de mí. La Gorda rió estentóreamente cuando se lo dije. Añadió que ella también recordaba algo más de Silvio Manuel. – No me acuerdo de él como persona, como recuerdo a la mujer nagual -continuó-, pero sí me acuerdo de lo que el nagual me dijo de él. – ¿Qué te dijo? -pregunté. – Dijo que mientras Silvio Manuel estuvo en esta tierra era como Eligio. Desapareció una vez sin dejar huellas y se fue al otro mundo. Se fue por años, y un día regresó. El nagual decía que Silvio Manuel no recordaba dónde había estado o qué había hecho, pero su cuerpo había cambiado. Había regresado al mundo, pero volvió en su otro yo. – ¿Qué más te dijo, Gorda? pregunté. – No me puedo acordar de mas -respondió-. Es como si estuviera viendo a través de la niebla. Yo estaba seguro de que si nos esforzábamos duramente, averiguaríamos allí mismo quién era Silvio Manuel. Se lo dije. – El nagual aseguraba que el – ¿Y eso qué quiere decir? -pregunté. – No sé -respondió-. Sólo estoy hablando lo que se me viene a la mente. El nagual también dijo que el Estaba seguro de haber oído antes eso mismo. Pensé que don Juan debió haberme dicho la misma cosa y que yo la había olvidado. – ¿Cuándo te habló de eso don Juan? -pregunté. – No recuerdo cuándo -respondió-. Pero me dijo que la gente, y todas las demás criaturas vivientes, por cierto, es esclava del "Me dijo que cuando nos convertimos en guerreros, sin embargo, el En mí había inmensas presiones de memorias ocultas que pugnaban por salir. Experimenté una tremenda frustración durante unos momentos y después algo en mí cedió. Me tranquilicé. Ya no me interesaba averiguar nada de Silvio Manuel. La Gorda interpretó mi cambio como un signo de que no nos hallábamos listos para confrontar nuestros recuerdos de Silvio Manuel. – El nagual nos mostró a todos nosotros lo que él podía hacer con su "Me dijo que si yo quería volar, tenía que convocar el Le dije que su explicación requería aclaraciones. Ella pareció luchar por arreglar las palabras en su mente. – Yo aprendí el |
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