"Posdata: Te Amo" - читать интересную книгу автора (Ahern Cecilia)CAPÍTULO 25Menos mal que era un día precioso, pensó Holly mientras cerraba el coche y se dirigía al jardín trasero de casa de sus padres. El tiempo había cambiado drásticamente aquella semana y había llovido sin cesar. Ciara estaba histérica por lo que iba a pasar con su barbacoa y había estado de un humor insoportable toda la semana. Afortunadamente para el bienestar de todos, el tiempo había recuperado su anterior esplendor. Holly estaba bastante morena, ya que llevaba un mes tomando mucho el sol (una de las ventajas de no tener trabajo) y le apetecía lucir su bronceado. Por eso se había puesto una falda tejana muy corta que había comprado en las rebajas de verano y una camiseta blanca muy simple pero ceñida, que resaltaba aún más el moreno. Estaba orgullosa del regalo que le había comprado a Ciara, pues sabía que le encantaría. Era un aro para el ombligo con forma de mariposa que tenía un cristal rosa en cada ala. Lo había elegido para que combinara con la mariposa que su hermana se había tatuado hacía poco, y con el rosa de su pelo, por descontado. Siguió el sonido de las risas y se alegró al ver el jardín lleno de familiares y amigos. Denise ya había llegado con Tom y Daniel y los tres se habían tumbado en el césped. Sharon había llegado sola y estaba sentada junto a la madre de Holly enfrascada en una conversación, sin duda comentando los progresos de ésta en la vida. Bueno, había salido de casa, ¿no? Aquello era un milagro en sí mismo. Holly puso ceño al advertir que, una vez mas, Jack no estaba presente. Desde que la había ayudado a vaciar y limpiar el armario ropero de Gerry, se había mostrado inusualmente distante. Incluso de niños, Jack siempre había comprendido mejor que nadie las necesidades y los sentimientos de Holly sin que ésta tuviera que manifestarlos, pero cuando le dijo que necesitaba un poco de espacio después de la muerte de Gerry no se refería a que deseara verse completamente ignorada y aislada. Era impropio del carácter de Jack que llevara tanto tiempo sin ponerse en contacto con ella. Los nervios le provocaron un retortijón de tripas y rezó para que su hermano preferido estuviera bien. Ciara se hallaba en mitad del jardín gritando a diestro y siniestro, encantada de ser el centro de atención. Lucía un biquini rosa a juego con el pelo y unos pantalones cortos vaqueros. Holly se acercó a ella con su regalo, que le fue arrebatado de inmediato y abierto sin miramientos. No debería haberse molestado en envolverlo tan cuidadosamente. – ¡Oh, Holly, me encanta! -exclamó Ciara, y abrazó a su hermana. – Pensé que te gustaría-dijo Holly, feliz de haber acertado en la elección, ya que de lo contrario su querida hermana sin duda se lo habría hecho saber. – Voy a ponérmelo ahora mismo -dijo Ciara, arrancándose el aro que llevaba en el ombligo y clavando la mariposa en su piel. – ¡Oh…! -Holly se estremeció-. No me hacía ninguna falta ver esto, muchas gracias. Flotaba un delicioso aroma a carne asada en el aire y a Holly se le hizo la boca agua. No se sorprendió al ver a los hombres apiñados alrededor de la barbacoa, su padre ocupando el sitio de honor. Los cazadores tenían que proporcionar alimento a sus mujeres. Holly divisó a Richard y se dirigió resueltamente hacia él. Haciendo caso omiso de la charla sobre temas triviales arremetió directamente. – Richard, ¿has arreglado tú mi jardín? Richard levantó la vista de la barbacoa con expresión de desconcierto. – Perdona, ¿que si he hecho qué? Los demás hombres dejaron de hablar para escuchar, expectantes. – ¿Has arreglado mi jardín? -repitió Holly, los brazos en jarras. No sabía por qué se comportaba como si estuviera enojada con él. Quizás era la fuerza de la costumbre, pues si Richard lo había arreglado, le había hecho un inmenso favor. Sólo que resultaba molesto ver otra parte del jardín limpia y despejada cada vez que llegaba a casa y no saber quién estaba haciéndolo. – ¿Cuándo? -Richard echó un vistazo a los demás, agobiado como si lo hubiesen acusado de asesinato. – Yo qué sé -le espetó Holly-. Durante estas últimas semanas. – No, Holly-replicó Richard-. Algunos de nosotros trabajamos, ¿sabes? Holly lo fulminó con la mirada y su padre decidió intervenir. – ¿Qué ocurre cariño? ¿Alguien está trabajando en tu jardín? – Sí, pero no sé quién -murmuró Holly, frotándose la frente y tratando de pensar con calma-. ¿Eres tú, papá? Frank negó rotundamente con la cabeza esperando que su hija no hubiese perdido el juicio. – ¿Has sido tú, Decían? – Tú qué crees, Holly? – ¿Has sido tú? -preguntó a un desconocido que estaba al lado de su padre. – Yo… no. Acabo de llegar a Dublín… para pasar… el fin de semana -farfulló con acento inglés. Ciara se echó a reír. – Deja que te ayude, Holly. Alguno de los presentes está trabajando en el jardín de Holly? -gritó a los demás. Todos interrumpieron lo que estaban haciendo y negaron con la cabeza perplejos-. ¿No ha sido mucho más fácil? -Ciara rió socarronamente. Holly miró a su hermana con expresión de asombro y se reunió con Denise, Tom y Daniel en el otro extremo del jardín. – Hola, Daniel. Holly se agachó para saludar a Daniel con un beso en la mejilla. – Hola, Holly, cuánto tiempo sin verte. Le tendió una lata de las que tenía a su lado. – ¿Todavía no has encontrado a ese duende? -preguntó Denise, sonriendo. – No -dijo Holly estirando las piernas delante de ella y apoyándose en los codos-. ¡Y resulta tan extraño! Explicó lo ocurrido a Tom y Daniel. – ¿No es posible que lo organizara tu marido? -soltó Tom, y Daniel lanzó una mirada a su amigo. – No -repuso Holly apartando la vista, enojada de que un desconocido conociera sus asuntos privados-. No forma parte de eso. Puso mala cara a Denise por habérselo contado a Tom. Denise hizo un ademán de impotencia con las manos y se encogió de hombros. Holly se volvió hacia Daniel, ignorando a los otros dos. – Gracias por venir, Daniel. – No hay de qué, me alegro de estar aquí. Era raro verlo vestido sin ropa de invierno. Llevaba una camiseta azul marino y un pantalón corto de explorador, también azul marino, que le llegaba por debajo de las rodillas con un par de zapatillas de deporte del mismo color. Holly le sorprendió que estuviera tan en forma. – Estás muy moreno -comentó Holly, improvisando una excusa tras haber sido sorprendida admirando sus bíceps. – Y tú también -dijo Daniel, mirándole intencionadamente las piernas. Holly rió y dobló la piernas. – Es gracias al paro. ¿Cuál es tu excusa? – Estuve en Miami el mes pasado. -¡Uau, qué suerte! ¿Lo pasaste bien? – Disfruté mucho -respondió Daniel sin dejar de sonreír-. ¿Has estado allí alguna vez? Holly negó con la cabeza. – Al menos las chicas nos vamos a España la semana que viene. Me muero de ganas. -Se frotó las manos con entusiasmo. Daniel volvió a sonreír entornando un poco los ojos. – Sí, ya me he enterado. Menuda sorpresa os habréis llevado. – Y que lo digas. -Holly meneó la cabeza, como si no acabara de creérselo. Siguieron charlando un rato sobre las vacaciones de Daniel y sus vidas en general. Holly renunció a comer su hamburguesa delante de él, ya que aún no había descubierto la manera de hacerlo sin derramar ketchup y mayonesa por la boca cada vez que la abría para hablar. – Confío en que no fueras a Miami con una mujer, o la pobre Ciara no lo superará -bromeó, y de inmediato lamentó haber sido tan entrometida. – Qué va-contestó Daniel con seriedad-. Rompimos hace unos meses. – Vaya, lo siento -dijo Holly sinceramente-. ¿Llevabais juntos mucho tiempo? – Siete años. – Eso es mucho tiempo. – Sí. Daniel desvió la mirada y Holly comprendió que no se sentía cómodo hablando del asunto, por lo que se apresuró a cambiar de tema. – Por cierto, Daniel -prosiguió Holly casi en un susurro haciendo que él inclinara la cabeza-, quería darte las gracias por cuidar de mí como lo hiciste después de la emisión del documental. Casi todos los hombres salen despavoridos cuando ven llorar a una chica. Tú no lo hiciste, y te lo agradezco. -Holly le sonrió. – No hay nada que agradecer, Holly. No me gusta verte disgustada. Daniel le devolvió la sonrisa. – Eres un buen amigo -dijo Holly pensando en voz alta. – ¿Por qué no salimos todos de copas o a cenar antes de que os marchéis? -sugirió Daniel. – Hombre, quizás así consiga saber tanto acerca de ti como tú sabes de mí. -bromeó-. Creo que a estas alturas estás al corriente de la historia de mi vida. – Sí, eso estaría bien -convino Daniel, y acordaron la fecha. – Oye, por cierto, ¿ya le has dado a Ciara tu regalo de cumpleaños? -preguntó Holly, nerviosa. – No. Ha estado muy… ocupada. Holly se volvió y vio a su hermana flirtear con uno de los amigos de Declan, para mayor disgusto de éste. No pudo evitar reírse de su hermana. Sobre todo por querer tener hijos con Daniel… – Voy a llamarla, ¿te parece? – Por mí, adelante -dijo Daniel. – ¡Ciara! -gritó Holly-. ¡Tengo otro regalo para ti! – ¡Uau! -exclamó Ciara, y de inmediato abandonó al decepcionado muchacho-. ¿Qué es? -Se arrodilló en la hierba junto a ellos. Holly señaló a Daniel con el mentón. -Es su regalo. – Me preguntaba si te gustaría trabajar detrás de la barra en el Club Diva. Ciara se tapó la boca con las manos. – ¡Oh, Daniel, eso sería genial! -¿Alguna vez has trabajado en un bar? – Claro, montones de veces -aseguró quitándole importancia con un ademán. Daniel arqueó las cejas, buscaba una información un poco más concreta. – He trabajado en bares en casi todos los países que he visitado. ¡De verdad! -dijo excitada. Daniel sonrió e inquirió: – ¿Entonces crees que serás capaz de hacerlo bien? – ¡Faltaría más! -vociferó Ciara, y lo rodeó con los brazos. «Cualquier excusa le sirve», pensó Holly al ver cómo su hermana casi estrangulaba a Daniel, cuyo rostro enrojeció e hizo muecas de «sálvame» a Holly. – Venga, venga, ya está bien, Ciara -dijo Holly apartándola de Da¡el- No querrás matar a tu nuevo jefe, ¿verdad? – Lo siento -dijo Ciara retirándose-. ¡Esto es tan guay! ¡Tengo traba, Holly! – Sí, ya lo he oído -dijo Holly. De repente el jardín quedó sumido en un silencio casi absoluto y Holly echó un vistazo para ver qué estaba ocurriendo. Todo el mundo miraba hacia el invernadero y los padres de Holly aparecieron en la puerta sosteniendo un gran pastel de cumpleaños y cantando Cumpleaños feliz. Los invitados se pusieron a cantar con ellos y Ciara se levantó de un salto, disfrutando con su protagonismo. Cuando sus padres salieron al jardín, Holly se fijó en que alguien los seguía con un enorme ramo de flores. Caminaron hasta Ciara y dejaron el pastel encima de la mesa delante de ella. Entonces el desconocido apartó lentamente el ramo que le tapaba la cara. – ¡Mathew! -exclamó Ciara. Holly estrechó la mano de Ciara al ver que ésta palidecía. – Perdona que haya sido tan estúpido, Ciara. -El acento australiano de Mathew resonó por todo el jardín. Algunos de los amigos de Declan sonrieron, obviamente incómodos ante aquella exhibición de sentimientos. Mathew parecía una escena de un serial australiano, pero lo cierto es que el dramatismo solía dar resultado con Ciara-. ¡Te quiero! ¡Por favor, acéptame otra vez! -suplicó Mathew, y todos los presentes se volvieron hacia Ciara para ver qué contestaba. Su labio inferior comenzó a temblar. De pronto corrió hasta Mathew y saltó encima de él, agarrándolo con las piernas por la cintura y con los brazos por el cuello. Abrumada por la emoción, los ojos de Holly se llenaron de lágrimas al ver a su hermana reconciliada con el hombre que amaba. Declan cogió su cámara y se puso a filmar. Daniel rodeó con el brazo los hombros de Holly y la estrechó alentadoramente. – Lo siento, Daniel -susurró Holly, enjugándose las lágrimas-, pero me parece que acaban de plantarte. – Descuida -dijo Daniel-. De todos modos nunca es bueno mezclar el placer con el trabajo -añadió como si se sintiera aliviado. Holly siguió observando mientras Mathew hacía girar a Ciara sosteniéndola en brazos. – ¡Ya vale, largaos a una habitación! -exclamó Declan indignado, y todo el mundo se echó a reír. Holly sonrió al conjunto de jazz al pasar y buscó a Denise por el bar. Se habían citado en el bar favorito de las chicas, Juicy, conocido por su extensa carta de cócteles y su música relajada. Holly no tenía intención de emborracharse aquella noche, ya que quería estar en condiciones de disfrutar de las vacaciones tanto como pudiera a partir del día siguiente. Se había propuesto estar llena de vida y energía durante la semana de relax que le había brindado Gerry. Vio a Denise acurrucada junto a Tom en un confortable sofá de piel negra situado en la zona acristalada que daba al río Liffey. Dublín estaba iluminada y todos sus colores se reflejaban en el agua. Daniel estaba sentado delante de Denise y Tom, sorbiendo ávidamente un daiquiri de fresa mientras vigilaba el local. Para variar, Tom y Denise hacían el vacío a todo el mundo. – Siento llegar tarde -se disculpó Holly, acercándose a sus amigos-. Quería terminar de preparar la maleta antes de salir. – No estás perdonada -le susurró Daniel al oído, dándole la bienvenida con un abrazo y un beso. Denise miró a Holly y sonrió, Tom la saludó con la mano y ambos volvieron a quedar embelesados. – No entiendo por qué se molestan en invitar a otras personas a salir. Se pasan todo el rato sentados ahí, mirándose a los ojos e ignorando a los demás. ¡Ni siquiera hablan entre sí! Y si intentas entablar conversación, te hacen sentir como si los hubieses interrumpido. Ahí donde los ves, parece que se comunican telepáticamente -dijo Daniel, sentándose de nuevo. Bebió otro sorbo de su copa e hizo una mueca de asco-. Y además necesito una cerveza. – O sea que estás pasando una velada fantástica -se mofó Holly. – Perdona -se disculpó Daniel-. Es que hace tanto tiempo que no hablo con otro ser humano que he olvidado mis modales. Holly rió tontamente. Luego dijo: – Bueno, he venido a rescatarte. -Cogió la carta y estudió la lista de ombinados. Eligió el que contenía menos alcohol y se arrellanó en el asiento. Podría quedarme dormida en este sillón -comentó, retrepándose más. Daniel arqueó las cejas. – Entonces sí que realmente me lo tomaría como algo personal. – No te preocupes que no lo haré -le aseguró Holly-. Veamos, señor onnelly, tú lo sabes absolutamente todo acerca de mí. Esta noche tengo la misión de averiguar cuanto pueda sobre ti, así que prepárate para mi interrogatorio. Daniel sonrió. – Muy bien, estoy listo. Holly meditó la primera pregunta. -¿De dónde eres? – Nací y me crié en Dublín. -Tomó un sorbo de su cóctel rojo y volvió a hacer una mueca-. Y si alguna de las personas con las que crecí me vieran bebiendo este jarabe y escuchando jazz tendría serios problemas. Holly volvió a reír. – Cuando acabé el instituto, me alisté en el ejército -prosiguió. Holly levantó la vista, impresionada. – ¿Por qué lo hiciste? Daniel no tuvo que pensar la respuesta. – Porque no tenía idea de lo que quería hacer con mi vida y la paga era buena. – Y después hablan de salvar vidas inocentes -ironizó Holly. – Sólo estuve unos años en el ejército. – ¿Por qué lo dejaste? Holly bebió un trago de su cóctel de lima favorito. – Porque me di cuenta de que tenía ganas de tomar cócteles y escuchar jazz, y eso no iban a permitirlo en los barracones del ejército -explicó Daniel. Holly soltó una risita. – Di la verdad, Daniel. Daniel sonrió. – Perdona, simplemente no iba conmigo. Mis padres se habían mudado a Galway para llevar un pub y la idea me atrajo. Así que me mudé a Galway para trabajar allí. Con el tiempo, mis padres se jubilaron yyo me hice cargo del pub. Hace unos años decidí que quería ser dueño de mi propio local, trabajé duro, ahorré dinero, me embarqué en la mayor hipoteca de todos los tiempos, me mudé de nuevo a Dublín y compré el Hogan's. Y aquí estoy, hablando contigo. Holly sonrió. – Vaya, tu biografía es maravillosa, Daniel. – Nada del otro mundo, pero una vida al fin y al cabo. Daniel le devolvió la sonrisa. – ¿Y dónde encaja tu ex en todo esto? -preguntó Holly. – Justo entre mis tiempos de encargado del pub de Galway y mi mudanza a Dublín. – Oh, entiendo. -Holly asintió con aire pensativo. Apuró su copa y cogió la carta otra vez-. Creo que quiero «Sexo en la playa». – ¿Cuándo? ¿Durante las vacaciones? -bromeó Daniel. Holly le golpeó el brazo juguetonamente. Ni en un millón de años. |
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