"Posdata: Te Amo" - читать интересную книгу автора (Ahern Cecilia)CAPÍTULO 27Cuatro horas después el avión se deslizó por encima del mar y aterrizó en el aeropuerto de Lanzarote, haciendo que todo el pasaje gritara vítores y aplaudiera. Dentro del avión no había nadie tan aliviado como Denise. – Tengo un dolor de cabeza espantoso -se lamentó mientras se dirigían a recoger el equipaje-. Esa maldita cría no ha dejado de hablar ni un instante en todo el trayecto. Se masajeó las sienes y cerró los ojos para relajarse. Al ver que Cindy y sus secuaces se dirigían hacia ellas, Sharon y Holly se escabulleron entre el gentío, dejando sola a Denise con los ojos cerrados. Buscaron un lugar entre la multitud que les permitiera ver bien los equipajes. El grueso de los pasajeros pensó que sería una gran idea esperar pegados a la cinta transpórtadora inclinados hacia delante, de modo que sus vecinos no pudieran ver las maletas que se aproximaban. Tuvieron que esperar casi media hora antes de que la cinta comenzara a moverse, y otra media hora más tarde aún esperaban sus maletas mientras la mayoría de los pasajeros ya había salido hacia sus respectivos autobuses. – Sois unas brujas -les espetó Denise, acercándose a ellas tirando de su maleta-. ¿Aún estáis esperando? – No, simplemente me encanta estar aquí de pie viendo pasar las mismas bolsas abandonadas una y otra vez. Si quieres ir hacia el autobús, me quedaré un rato más a disfrutar del espectáculo -dijo Sharon con sarcasmo. – Espero que hayan perdido tu maleta -replicó Denise-. O aún mejor, espero que se te abra y que todas tus bragas y sostenes queden desparramados por la cinta a la vista de los curiosos. Holly miró a Denise con aire divertido. -¿Ya te encuentras mejor? – No hasta que fume un cigarrillo -contestó Denise, que aun así se las arregló para sonreír. – ¡Vaya, ahí llega mi maleta! -dijo Sharon, contenta. La cogió de la cinta transportadora de un tirón, golpeando a Holly en la espinilla. – ¡Au! – Perdona, pero tenía que salvar mi ropa. – Como me hayan perdido la maleta los demando -dijo Holly, enojada. A aquellas alturas los demás pasajeros ya se habían marchado y eran las únicas que seguían esperando-. ¿Por qué me toca siempre ser la última en la recogida de equipajes? -preguntó a sus amigas. – Es la ley de Murphy -explicó Sharon-. Ah, ahí está. Cogió la maleta y volvió a golpear la maltrecha espinilla de Holly. -¡Ay, ay, ay! -gritó Holly-. Al menos podrías cogerla hacia el otro lado. -Perdona -dijo Sharon, contrita-, sólo sé hacerlo hacia un lado. Las tres fueron en busca de la responsable de su grupo. – ¡Suelta, Gary! ¡Déjame en paz! -oyeron gritar a una voz al doblar una esquina. Siguieron el sonido y localizaron a una mujer vestida con un uniforme rojo de responsable de grupo de turistas, que estaba siendo acosada por un muchacho que llevaba el mismo uniforme. Al aproximarse, la mujer se puso erguida. – ¿Kennedy, McCarthy y Hennessey? -preguntó con marcado acento londinense. Las chicas asintieron con la cabeza. – Hola, me llamo Victoria y seré la responsable de su estancia en Lanzarote durante la próxima semana. -Esbozó una sonrisa forzada-. Síganme, las acompañaré a su autobús. Le guiñó el ojo con descaro a Gary y condujo a las chicas al exterior. Eran las dos de la madrugada y, sin embargo, una cálida brisa les dio la bienvenida en cuanto salieron al aire libre. Holly sonrió a sus amigas, que también habían notado el cambio de clima. Ahora sí que estaban de vacaciones. Al subir al autobús todo el mundo gritó con entusiasmo y Holly los maldijo en silencio, esperando que aquello no fuese el principio de unas espantosas vacaciones del tipo «seamos amigos». – ¡Eo, eo! -coreó Cindy, dirigiéndose a ellas. Estaba de pie haciéndoles señas desde el fondo del autobús-. ¡Os he guardado sitio aquí detrás! Denise suspiró, pegada a la espalda de Holly, y las tres caminaron con dificultad hasta la última fila de asientos del autobús. Holly tuvo la suerte de sentarse junto a la ventanilla, donde podría ignorar a los demás. Esperó que Cindy comprendiera que deseaba que la dejaran en paz, ya que le había dado una pista bien clara al no hacerle caso desde el principio, cuando se aproximó a ellas en el bar. Tres cuartos de hora después llegaron a Costa Palma Palace y Holly se reanimó. Una larga avenida con altas palmeras alineadas en el centro se internaba en el recinto. Frente a la entrada principal había una gran fuente iluminada con focos azules y, para su enojo, los pasajeros del autobús volvieron a vitorearlas cuando ellas se apearon las últimas. Las chicas ocuparon un apartamento de dimensiones razonables compuesto por un dormitorio con dos camas, una cocina pequeña, una zona de estar con un sofá cama, un cuarto de baño, por supuesto, y una terraza. Holly salió a la terraza y miró hacia el mar. Aunque estaba demasiado oscuro para ver nada, oyó el susurro del agua lamiendo suavemente la arena. Cerró los ojos y escuchó. – Un cigarrillo, un cigarrillo, tengo que fumarme un cigarrillo. -Denise se reunió con ella y abrió un paquete de cigarrillos, encendió uno y dio una honda calada-. ¡Ah, esto está mucho mejor! Ya no tengo ganas de matar a nadie. Holly sonrió; le apetecía mucho pasar tanto tiempo seguido con sus amigas. – Hol, ¿te importa que duerma en el sofá cama? Así podré fumar… – ¡Sólo si dejas la puerta abierta, Denise! -soltó Sharon desde el interior-. No quiero levantarme cada mañana apestando a tabaco. – Gracias -dijo Denise, encantada. A las nueve de la mañana Holly se despertó al oír los movimientos de Sharon. Ésta le susurró que bajaba a la piscina para reservar unas tumbonas. Un cuarto de hora después, Sharon regresó al apartamento. – Los alemanes han ocupado todas las tumbonas erijo contrariada-. Estaré en la playa si me buscáis. Holly murmuró una respuesta con voz soñolienta y volvió a dormirse. A las diez Denise saltó de la cama y ambas decidieron reunirse en la playa con Sharon. La arena estaba muy caliente y tenían que moverse sin cesar para no quemarse la planta de los pies. Pese a lo orgullosa que había estado Holly de su bronceado en Irlanda, saltaba a la vista que acababan de llegar a la isla, pues eran las personas más blancas que había en la playa. Localizaron a Sharon sentada debajo de una sombrilla, leyendo un libro. – Esto es precioso, ¿verdad? -dijo Denise, sonriendo mientras contemplaba el panorama. Sharon levantó la vista de su libro y sonrió. -Es el paraíso. Holly miró alrededor para ver si Gerry estaba allí. No, no había rastro de él. La playa estaba llena de parejas: parejas poniéndose mutuamente crema solar, parejas paseando cogidas de la mano por la orilla, parejas jugando a palas y, justo delante de su tumbona, una pareja tomaba el sol acurrucada. Holly no tuvo tiempo de deprimirse, ya que Denise se había quitado el vestido de tirantes y daba brincos por la arena caliente, luciendo un brevísimo tanga de piel de leopardo. – ¿Alguna de vosotras me pondría bronceador solar? Sharon dejó el libro a un lado y la miró por encima de la montura de sus gafas de leer. – Yo misma, pero el trasero y las tetas te los embadurnas tú solita. – Maldita sea -bromeó Denise-. No te preocupes, ya encontraré a alguien para eso. -Se sentó en la punta de la tumbona de Sharon y ésta comenzó a aplicarle la crema-. ¿Sabes qué, Sharon? – ¿Qué? – Te quedará una marca espantosa si no te quitas ese pareo. Sharon se miró el cuerpo y se bajó un poco más la faldita. – ¿Qué marca? Nunca me pongo morena. Tengo una piel irlandesa de primera calidad, Denise. ¿No te has enterado de que el color azul es lo último en bronceado? Holly y Denise rieron. Por más que Sharon había intentado broncearse año tras año, siempre terminaba quemándose y pelándose. Finalmente había renunciado a ponerse morena, aceptando la inevitable palidez de su piel. – Además, últimamente estoy hecha una foca y no me gustaría espantar al personal. Holly miró a su amiga con fastidio por lo que acababa de decir. Había ganado un poco de peso, pero en absoluto estaba gorda. – ¿Pues entonces por qué no vas a la piscina y espantas a todos esos alemanes? -bromeó Denise. – Ay, sí. Mañana tenemos que levantarnos más temprano para coger sitio en la piscina. La playa resulta aburrida al cabo de un rato -sugirió Holly. -No te preocupes. Venceremos a los alemanes -aseguró Sharon, imitando el acento alemán. Pasaron el resto del día descansando en la playa, zambulléndose de vez en cuando en el mar para refrescarse. Almorzaron en el bar de la playa y, tal como habían planeado, se dedicaron a holgazanear. Poco a poco Holly notó cómo el estrés y la tensión iban abandonando sus músculos y durante unas horas se sintió libre. Aquella noche se las ingeniaron para evitar a la Brigada Barbie y disfrutaron de la cena en uno de los numerosos restaurantes que jalonaban una concurrida calle cercana al complejo residencial. – No puedo creer que sean las diez y que estemos regresando al apartamento -dijo Denise, mirando con avidez la gran variedad de bares que las rodeaba. Los locales y las terrazas estaban atestados de gente y la música vibraba en todos los establecimientos, mezclándose hasta formar un inusual sonido ecléctico. Holly casi sentía el suelo latir bajo sus pies. Paseaban en silencio, absortas en las visiones, los sonidos y los olores que les llegaban de todas partes. Las luces de neón parpadeaban y zumbaban reclamando la atención de posibles clientes. En la calle los dueños de los bares competían entre sí para convencer a los transeúntes ofreciendo folletos, copas gratis y descuentos. Cuerpos jóvenes y bronceados se agrupaban en las mesas exteriores, paseando con seguridad por la calle e impregnando el aire de olor a crema solar de coco. Al ver el promedio de edad de la concurrencia, Holly se sintió vieja. – Bueno, podemos ir a un bar a tomar una copa, si quieres -dijo Holiy con escaso entusiasmo, observando a unos jovencitos que bailaban en la calle. Denise se detuvo y recorrió los bares con la mirada para elegir uno. – Hola, preciosa. -Un hombre muy atractivo se paró ante Denise y sonrió para mostrar sus impecables dientes blancos. Hablaba con acento inglés-. ¿Te vienes a tomar algo conmigo? -propuso indicando un bar. Denise contempló al hombre un momento, sumida en sus pensamientos. Sharon y Holly sonrieron con complicidad al constatar que, después de todo, Denise no se acostaría temprano. De hecho, conociéndola, quizá no se acostaría en toda la noche. Finalmente Denise salió de su trance. – No, gracias, ¡tengo novio y le quiero! -anunció orgullosa-. ¡Vámonos, chicas! -dijo a Holly y Sharon, dirigiéndose hacia el hotel. Las dos permanecieron inmóviles en medio de la calle, atónitas. Tuvieron que correr para alcanzarla. – ¿Qué hacíais ahí boquiabiertas? -inquirió Denise con picardía. – ¿Quién eres tú y qué has hecho con mi amiga devoradora de hombres? -preguntó Sharon a su vez, muy impresionada. – Vale. -Denise levantó las manos y sonrió-. Puede que quedarse soltera no sea tan bueno como lo pintan. – Desde luego que no», se dijo Holly. Bajó la mirada y fue dando patadas a una piedra por el camino mientras volvían al apartamento. – Te felicito, Denise -dijo Sharon, cogiendo a su amiga por la cintura. Se produjo un silencio un tanto incómodo y Holly oyó la música que iba alejándose lentamente, dejando sólo el ritmo sordo del bajo en la distancia. -Esa calle me ha hecho sentir vieja -dijo Sharon de pronto. – ¡A mí también! -convino Denise con expresión de asombro-. ¿Desde cuándo sale de copas la gente tan joven? Sharon se echó a reír. – Denise, no es que la gente sea más joven, somos nosotras las que nos hacemos mayores. Denise meditó un instante y luego dijo: – Bueno, tampoco es que seamos viejas, por el amor de Dios. Aún no nos ha llegado el momento de colgar las zapatillas de baile y coger el bastón. Podríamos pasar toda la noche de parranda si nos apeteciera, es sólo que… estamos cansadas. Hemos tenido un día muy largo… Oh, Dios, parezco una anciana. Denise se quedó sola divagando, puesto que Sharon estaba pendiente de Holly que, cabizbaja, seguía dando patadas a la misma piedra por el camino. – Holly, ¿estás bien? Hace rato que no abres la boca. Sharon estaba preocupada. – Sí, sólo estaba pensando -susurró Holly sin levantar la cabeza. – ¿Pensando en qué? -preguntó Sharon en voz baja. Holly levantó la cabeza de golpe y respondió: -En Gerry. Estaba pensando en Gerry. – Bajemos a la playa -propuso Denise, y se quitaron los zapatos para hundir los pies en la arena fría. El cielo estaba despejado y se veía negro azabache. Un millón de estrellas titilaba en el firmamento como si alguien hubiese arrojado purpurina sobre un inmenso telón negro. La luna llena descansaba apoyada en el horizonte, reflejando su luz en el agua y mostrando la frontera entre el cielo y el mar. Las tres se sentaron en la orilla. El agua chapaleaba a sus pies, serenándolas, relajándolas. El aire tibio mezclado con una brisa fresca pasó rozando a Holly poniéndole el vello de punta. Cerró los ojos y respiró hondo para llenar los pulmones de aire fresco. – Por eso te hizo venir aquí, ¿sabes? erijo Sharon, observando cómo se relajaba su amiga. Holly mantuvo los ojos cerrados y sonrió. – Hablas muy poco de él, Holly -añadió Denise con voz serena mientras con el dedo hacía dibujos en la arena. Holly abrió los ojos lentamente. Su voz sonó baja pero afectuosa y aterciopelada. – Ya lo sé. Denise levantó la vista de los círculos dibujados en la arena. -¿Por qué? La mirada de Holly se perdió en la negrura del mar. – No sé cómo hacerlo. -Vaciló un momento-. Nunca sé si decir «Gerry era» o «Gerry es». No sé si estar triste o contenta cuando hablo de él con otras personas. Creo que si estoy contenta, ciertas personas me juzgan y esperan que me eche a llorar. Y si me pongo triste al hablar de él la gente se incomoda. -Siguió contemplando el mar oscuro que brillaba a lo lejos bajo la Luna y, cuando volvió a hablar, lo hizo en voz aún más baja-. En una conversación no puedo reírme de él como hacía antes porque resulta feo. No puedo hablar sobre las cosas que me contó en confianza porque no quiero revelar sus secretos, ya que por algo eran sus secretos. La verdad es que no sé cómo referirme a su recuerdo cuando charlamos. Y eso no significa que no me acuerde de él aquí -dijo dándose unos golpecitos en la sien. Las tres amigas estaban sentadas en la arena con las piernas cruzadas. John y yo hablamos de Gerry continuamente. -Sharon miró a Holly con los ojos brillantes-. Comentamos las ocasiones en que nos hizo reír, que fueron muchas. -Las tres rieron al recordarlo-. Incluso hablamos de las veces en que nos peleamos. Cosas que nos gustaban de él y cosas que realmente nos fastidiaban -prosiguió Sharon-. Porque para nosotros Gerry era así. No todo era bueno. Lo recordamos todo de él, y no hay absolutamente nada de malo en ello. Tras unos segundos de silencio, Denise dijo con voz temblorosa: -Ojalá mi Tom hubiese conocido a Gerry. Holly la miró sorprendida. – Gerry también era mi amigo -dijo Denise con los ojos llenos de lágrimas-. Y Tom ni siquiera lo conoció. Así que a menudo le cuento cosas sobre Gerry para que sepa que, no hace mucho, uno de los hombres más buenos de este planeta era mi amigo, y que pienso que todo el mundo debería haberle conocido. -El labio le tembló y se lo mordió con fuerza-. Me cuesta creer que alguien a quien quiero tanto y que lo sabe todo sobre mí no conozca a un amigo a quien quise durante más de diez años. Una lágrima rodó por la mejilla de Holly, que se acercó a Denise y la abrazó. -Pues entonces, Denise, tendremos que seguir contándole cosas de Gerry a Tom, ¿verdad? A la mañana siguiente no se molestaron en acudir a la reunión con la responsable de las vacaciones, puesto que no tenían intención de apuntarse a ninguna excursión ni de participar en ninguna estúpida competición deportiva. En su lugar, se levantaron temprano y participaron en el baile de la tumbona, corriendo alrededor de la piscina para arrojar las toallas con la intención de asegurarse un sitio para la jornada. Por desgracia, no consiguieron madrugar lo suficiente. («¿Es que nunca duermen estos malditos alemanes?», soltó Sharon.) Finalmente, después de que Sharon apartara a hurtadillas unas cuantas toallas de tumbonas que nadie vigilaba, consiguieron tres tumbonas contiguas. Justo cuando Holly se estaba quedando dormida oyó unos gritos ensordecedores y vio que la multitud corría junto a ella. Por alguna inexplicable razón, a Gary, uno de los empleados del operador turístico, se le había ocurrido que sería muy divertido vestirse de drag Todo el mundo aplaudió. Poco después, mientras Holly nadaba tranquilamente, una mujer anunció a través de un micrófono inalámbrico que llevaba colgado de la cabeza que dentro de cinco minutos iba a dar comienzo la sesión de aeróbic acuático. Victoria y Gary, con la inestimable cooperación de la Brigada Barbie, fueron de tumbona en tumbona obligando a todo el mundo a levantarse para participar. -¡A ver cuándo dejáis de incordiar! -oyó Holly que Sharon gritaba a un miembro de la Brigada Barbie que pretendía tirarla a la piscina. Holly no tardó en verse obligada a salir del agua ante la llegada de un rebaño de hipopótamos que se disponía a zambullirse para su sesión de aeróbic acuático. Las tres amigas permanecieron sentadas durante una interminable sesión de media hora de aeróbic acuático, mientras la instructora dirigía los movimientos a voz en grito por megafonía. Cuando por fin terminó, anunciaron que estaba a punto de comenzar el torneo de waterpolo. Así pues las chicas se pusieron de pie de inmediato y se dirigieron a la playa en busca de paz y tranquilidad. – ¿Has vuelto a tener noticias de los padres de Gerry Holly? -preguntó Sharon. Ambas estaban tumbadas en sendas colchonetas hinchables, flotando a la deriva cerca de la orilla. – Sí, me mandan una postal cada tantas semanas para decirme dónde están y cómo les va. – ¿Todavía están en ese crucero? – Sí. – ¿Los echas de menos? – Si quieres que te diga la verdad, me parece que ya no me consideran parte de su vida. Su hijo se ha ido y no tienen nietos, así que no creo que sientan que seguimos siendo familia. – No digas tonterías, Holly. Estabas casada con su hijo y eso te convierte en su nuera. Es un vínculo muy fuerte. – Qué quieres que te diga -musitó Holly-. Me parece que con eso no les basta. – Son un poco reticentes, ¿verdad? – Sí, mucho. No soportaban que Gerry y yo viviéramos «en pecado», como solían decir. Se morían de ganas de que nos casáramos. ¡Y luego todavía fue peor! Nunca comprendieron que no quisiera cambiarme el apellido. – Es verdad. Ya me acuerdo -dijo Sharon-. Su madre me estuvo dando la lata con eso el día de la boda. Decía que la mujer tenía el deber de cambiarse el apellido como señal de respeto al marido. ¿Te imaginas? ¡Qué cara! Holly se echó a reír. – En fin, estás mucho mejor sin ellos -aseguró Sharon. – Hola, chicas -saludó Denise, acercándose en su colchoneta. – ¡Oye! ¿Dónde te habías metido? -preguntó Holly. – Ah, estaba charlando con un tipo de Miami. Muy majo, por cierto. -¿Miami? Ahí es donde fue Daniel de vacaciones -dijo Holly, sumergiendo los dedos en el agua azul claro. – Hummm… -terció Sharon-. Daniel sí que es majo, ¿verdad? – Sí, es muy agradable -convino Holly-. Da gusto hablar con él. -Tom me contó que lo pasó muy mal no hace mucho -dijo Denise, volviéndose para ponerse panza arriba. Sharon aguzó el oído al detectar un posible cotilleo. -¿Y eso? – Creo que iba a casarse con su novia y resultó que la muy zorra se acostaba con otro. Por eso se mudó a Dublín y compró el pub, para alejarse de ella. – Ya lo sabía, es espantoso, ¿no? -dijo Holly, apenada. – ¿Por qué, dónde vivía antes? -preguntó Sharon. – En Galway. Era encargado de un pub de allí -explicó Holly. – Vaya -dijo Sharon, sorprendida-. No tiene acento de Galway. – Bueno, se crió en Dublín y se alistó en el ejército, luego lo dejó y se mudó a Galway, donde su familia tenía un pub; después conoció a Laura, estuvieron juntos siete años y se prometieron en matrimonio, pero ella le ponía los cuernos, así que rompieron y él regresó a Dublín y compró el Hogan's… – Holly se quedó sin aliento. – Ya veo que apenas sabes nada sobre su vida -se burló Denise. -Mira, si tú y Tom nos hubieseis prestado un poquito más de atención la otra noche en el pub ahora tal vez no sabría tantas cosas sobre él -replicó Holly con buen humor. Denise exhaló un hondo suspiro. Jesús, cuánto echo de menos a Tom -susurró apenada. – ¿Ya se lo has dicho a ese tipo de Miami? -Sharon sonrió. – No, sólo estábamos, charlando -aseguró Denise a la defensiva-. A decir verdad, no me interesa radie más. Es muy extraño, es como si ni siquiera pudiera ver a los demás hombres. Me refiero a que ni siquiera me fijo en ellos. Y dado que estamos rodeadas por cientos de tíos medio desnudos, creo que eso es decir mucho. – He oído que a eso lo llaman amor, Denise -contestó Sharon, esbozando una sonrisa. – Bueno, sea lo que sea, nunca había sentido nada parecido. – Es una sensación estupenda -agregó Holly. Guardaron silencio un rato, sumidas en sus pensamientos, dejándose acunar por el suave balanceo de las olas. – ¡Joder! -exclamó Denise de repente, asustando a las otras dos-. ¡Mirad qué lejos estamos! Holly se incorporó de inmediato y miró alrededor. Estaban tan alejadas de la orilla que la gente de la playa parecían hormiguitas. – ¡Mierda! -exclamó Sharon asustada, y Holly comprendió que tenían un problema. – ¡Todas a nadar, deprisa! -gritó Denise, y las tres se tumbaron boca abajo y comenzaron a remar con todas sus fuerzas. Al cabo de unos minutos, se dieron por vencidas. Estaban agotadas. Para su horror, constataron que estaban aún más lejos que antes. De nada servía remar, la corriente era demasiado intensa y las olas demasiado altas. |
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