"Posdata: Te Amo" - читать интересную книгу автора (Ahern Cecilia)

CAPÍTULO 8

Holly se situó delante del espejo de cuerpo entero y contempló su reflejo. Obedeciendo las órdenes de Gerry, se había comprado un conjunto nuevo. Para qué, no lo sabía, pero varias veces al día tenía que hacer un gran esfuerzo para no abrir el sobre correspondiente al mes de mayo. Sólo faltaban dos días para que pudiera hacerlo, y la expectativa no le dejaba pensar en nada más.


Se había decidido por un conjunto negro, acorde con su estado de ánimo actual. Los pantalones negros le hacían más esbeltas las piernas, y estaban cortados a la perfección para que terminaran justo sobre sus botas negras. Un corsé negro que le realzaba el busto completaba el conjunto a las mil maravillas. Leo había hecho un extraordinario trabajo con su pelo, recogiéndoselo en lo alto y dejando que unos cuantos mechones cayeran sueltos sobre los hombros. Holly se retocó el pelo y sonrió al recordar la última visita a su peluquero. Había llegado al salón de belleza con el rostro enrojecido y sin aliento.


– Lo siento mucho, Leo, me he quedado colgada al teléfono sin darme cuenta de la hora que era.

– No te preocupes, encanto, tengo al personal entrenado para que cada vez que llames pidiendo una cita la anote media hora más tarde. ¡Colin! -vocíferó, chasqueando los dedos en el aire.


Colin dejó lo que estaba haciendo y se alejó.


– Dios -prosiguió Leo-, ¿acaso tomas tranquilizantes para caballos o algo por el estilo? Mira qué largo tienes ya el pelo, y apenas hace unas semanas que te lo corté.

Pisó vigorosamente la palanca del sillón, elevando a Holly.


– ¿Haces algo especial esta noche? -preguntó Leo, sin dejar de bregar,on el artefacto.

– El gran tres cero -contestó Holly, mordiéndose el labio.

– Y eso qué es? -inquirió Leo-. ¿El número del autobús que va hasta cu barrio?

– ¡No! -protestó Holly-. ¡Son los años que cumplo!

– ,Crees que no lo sé, cariño? ¡Colin! -bramó otra vez, chasqueando los dedos.


Al oír la señal, Colin salió de la trastienda con un pastel en la mano, seguido por una fila de peluqueros que entonaron junto a Leo el Cumpleaños Feliz. Holly se quedó atónita.

– ¡Leo! -fue cuanto pudo decir. Trató de contener las lágrimas que le llenaban los ojos, pero fracasó de manera lamentable. A esas alturas todo el personal se había sumado al coro, y se sintió abrumada ante aquella muestra de afecto. Cuando terminaron de cantar, todos aplaudieron y volvieron a sus quehaceres.


Holle estaba sin habla.


– ¡Dios Todopoderoso, Holly, un día estás aquí riéndote tanto que por poco te caes del sillón y al siguiente te echas a llorar!


– Oh, pero es que esto ha sido increíble, Leo. Muchas gracias -dijo Holly, enjugándose los ojos antes de darle un fuerte abrazo y un beso.

– Verás, tenía que vengarme de ti después de la vergüenza.que me hiciste pasar -dijo Leo, incómodo ante el sentimentalismo de su amiga y clienta. Holly rió al recordar la fiesta sorpresa del quincuagésimo cumpleaños de Leo. El tema había sido «plumas y encaje». Holly llevó un precioso vestido ceñido de encaje y Gerry siempre dispuesto a pasarlo bien, se puso una boa de plumas a juego con la corbata y la camisa rosas. Leo sostuvo que le habían hecho pasar un bochorno horrible, aunque todos sabían que en el fondo disfrutó de lo lindo con tantas atenciones. Al día siguiente Leo llamó a los invitados que habían asistido a la fiesta y dejó un mensaje amenazador en sus contestadores automáticos. Durante semanas, a Holly le dio pavor concertar una cita con Leo por si éste decidía tratar de asesinarla. Corrió el rumor de que el peluquero tuvo muy poca clientela durante aquella semana.


– Bueno, de todos modos no me negarás que el chico que hizo el striptease te gustó -bromeó Holly.

– ¿Que si me gustó? Salí con él durante un mes después de aquello. El muy cabrón…


Cada cliente recibió un pedazo de pastel y todos se volvieron para darle las gracias a Holly.


– No sé por qué te dan las gracias a ti -murmuró Leo entre dientes-. Soy yo quien ha comprado esta puñetera tarta.

– No te preocupes, Leo, me aseguraré de dejar una propina que cubra los gastos -dijo Holly.

– ¿Te has vuelto loca? Tu propina no cubriría ni el precio del billete de autobús hasta mi casa-replicó Leo.

– Leo, vives en la puerta de al lado. -¡Precisamente!


Holly hizo un mohín y fingió enfurruñarse. Leo se echó a reír.


– Treinta años y sigues comportándote como una cría. ¿Adónde vas a ir esta noche? -inquirió Leo.

– Oh, no pienso hacer ninguna locura. Sólo quiero pasar una velada tranquila con mis amigas.

– Eso fue lo que yo dije cuando cumplí los cincuenta. ¿Quiénes seréis?

– Sharon, Ciara, Abbey y Denise; hace siglos que no la veo -contestó Holly.

– Ciara está aquí? -preguntó Leo.

– Sí, y lleva el pelo teñido de rosa.

– ¡Dios nos asista! Se mantendrá alejada de mí si sabe lo que le conviene. Muy bien, doña Holly, estás fabulosa, serás la reina de la fiesta. ¡Pásalo bien!


Holly salió de su ensoñación y volvió la vista hacia su reflejo en el espejo del dormitorio. No se sentía como una treíntañera. Aunque a decir verdad, ¿cómo se suponía que debía sentirse una a los treinta? Cuando era más joven, los treinta le parecían muy remotos, pensaba que una mujer de esa edad sería sabia y sensata, que estaría bien establecida en la vida con un marido, hijos y una profesión. Ella no tenía ninguna de esas cosas. Seguía sintiéndose tan despistada como cuando tenía veinte años, sólo que con unas cuantas canas más y patas de gallo alrededor de los ojos. Se sentó en el borde de la cama y siguió contemplándose. No acababa de ver nada especial en el hecho de cumplir treinta años que mereciera ser celebrado.


Sonó el timbre de la puerta y acertó a oír el parloteo y las risas de las chicas en la calle. Intentó animarse, respiró hondo y pegó una sonrisa a su rostro.


– ¡Felicidades! -gritaron todas al unísono.


Al ver sus rostros alegres, de inmediato le contagiaron su entusiasmo. Las hizo pasar al salón y saludó con la mano a la cámara que sostenía Declan.


– ¡No, Holly, tienes que hacer como si él no estuviera! -le advirtió Declan entre dientes, asiendo a Holly del brazo para llevarla hasta el sofá, donde todas la rodearon y le presentaron sus regalos.

– ¡Abre el mío primero! -exclamó Ciara, apartando a Sharon de un empujón tan fuerte que ésta perdió el equilibrio y se cayó del sofá. Horrorizada e inmóvil, Sharon no supo cómo reaccionar, hasta que por fin se echó a reír.

– Muy bien, un poco de calma, chicas -dijo la voz de la razón (Abbey), procurando aplacar la histeria de Sharon-. Creo que primero habría que abrir las burbujas y luego los regalos.

– Vale, pero sólo si abre el mío primero -insistió Ciara con un mohín.

– Ciara, prometo abrir el tuyo primero -le aseguró Holly como si se estuviera dirigiendo a una niña.


Abbey echó a correr hacia la cocina y regresó con una bandeja llena de copas de champán.


– ¿Quién quiere un poco de champán, queridas?


Las copas eran un regalo de boda y una de ellas llevaba grabados los nombres de Gerry y Holly, pero Abbey tuvo la delicadeza de no incluirla en la bandeja. -Venga, Holly, haz los honores -propuso Abbey, tendiéndole la botella. Todas corrieron a buscar refugio agachándose detrás del sofá mientras Holly comenzaba a sacar el corcho.

– ¡Eh, que no lo hago tan mal! -protestó Holly.

– Claro, a estas alturas ya es una profesional consumada -dijo Sharon con sarcasmo, asomándose desde detrás del sofá con un cojín en la cabeza. Cuando saltó el tapón, las chicas gritaron entusiasmadas y salieron a gatas de sus escondites.

– Esto es música celestial -dijo Denise de manera histriónica llevándose una mano al corazón.

– ¡Venga, ahora abre mi regalo! -volvió a exclamar Ciara.

– ¡Ciara! -gritaron las demás.

– Después del brindis -agregó Sharon. Todas alzaron su copa.

– Bien, por la mejor amiga del mundo entero, que ha pasado un año difícil pero que en todo momento ha demostrado ser la persona más valiente y fuerte que he conocido jamás. Es una inspiración para todas nosotras. ¡Que sea feliz los próximos treinta años de su vida! ¡Por Holly!

– ¡Por Holly! -corearon todas, los ojos llenos de lágrimas mientras tomaban un sorbo de champán, a excepción de Ciara, por supuesto, que se bebió la copa de un trago en su afán por dar su regalo a Holly la primera.

– Primero tienes que ponerte esta diadema porque esta noche eres nuestra princesa y, segundo, ¡aquí tienes mi regalo!


Las chicas ayudaron a Holly a ponerse la centelleante diadema que, por fortuna, combinaba de perlas con su reluciente corsé negro. En ese momento, rodeada por sus amigas, efectivamente se sintió como una princesa.


Holly retiró con cuidado el celofán del paquete primorosamente envuelto.


– ¡Oh, rompe el papel de una vez! -la instó Abbey para sorpresa de las demás.


Holly miró la caja que había dentro, un tanto confusa. -¿Qué es? -preguntó.

– ¡Léelo! -exclamó Ciara con nerviosismo. Holly comenzó a leer lo que ponía en la caja.

– Veamos, funciona con pilas y es… ¡Oh, Dios mío! ¡Ciara! ¡Eres una sinvergüenza!


Holly y sus amigas se echaron a reír como histéricas.


– Bueno, desde luego voy a necesitarlo -bromeó Holly, levantando la caja para mostrarla a la cámara.


Declan pareció a punto de vomitar.


– ¿Te gusta? -preguntó Ciara, ansiando su aprobación-. Quería dártelo en la cena de bienvenida, pero luego pensé que no era el mejor momento… -¡Pues menos mal que lo guardaste hasta hoy! -dijo Holly, abrazando a su hermana.

– Muy bien, ahora el mío -decidió Abbey, poniendo su paquete en el regazo de Holly-. Es de parte mía y de Jack, ¡así que no esperes nada parecido al de Ciara!

– La verdad es que me preocuparía si Jack me regalara algo como eso -dijo Holly, abriendo el regalo de Abbey-. ¡Oh, Abbey, es precioso! -exclamó, alzando el magnífico álbum de fotos con las tapas plateadas.

– Para tus nuevos recuerdos -susurró Abbey.

– Oh, es perfecto -dijo Holly, rodeando a Abbey con el brazo y estrechándola.

– Bueno, el mío no es tan sentimental, pero como mujeres que somos estoy convencida de que sabrás apreciarlo -dijo Denise, tendiéndole un sobre. -¡Fantástico! Siempre he querido ir allí --exclamó Holly al abrirlo-. «¡Un fin de semana de mimos en la clínica balneario Haveds!»

– Por Dios, parece que te hayan propuesto una cita a ciegas -bromeó Sharon.

– Avísanos cuando tengas intención de ir. Es válido durante un año, así que todas podríamos hacer una reserva para las mismas fechas. ¡Será como ir de vacaciones! -propuso Denise.

– ¡Qué buena idea, Denise, gracias!

– Por último, pero no por eso menos importante, aquí tienes el mío -dijo Sharon.


Holly le guiñó el ojo. Sharon jugueteó con las manos mientras escrutaba el rostro de Holly para ver su reacción. Era un gran marco de plata con una fotografía de Sharon, Denise y Holly en el baile de Navidad de hacía dos años. -¡Llevo puesto mi vestido caro de color blanco! -bromeó Holly. -Antes de que se echara a perder -puntualizó Sharon.


– ¡Dios, ni siquiera recuerdo que nos hiciéramos fotos! -confesó Holly.

– Pues yo ni siquiera recuerdo haber estado allí -murmuró Denise. Holly siguió contemplando la fotografía con expresión triste mientras se acercaba a la chimenea.


Aquél había sido el último baile al que habían ido ella y Gerry, pues éste ya estaba demasiado enfermo para asistir al del año pasado.


– Bueno, esto va a ocupar el lugar de honor-anunció Holly, poniendo el retrato sobre la repisa de la chimenea junto a la foto de su boda. -¡Venga, chicas, ya es hora de beber como Dios manda! -vociferó Ciara, y todas se apresuraron de nuevo a esconderse para protegerse del siguiente tapón.


Dos botellas de champán y varias botellas de vino tinto más tarde, las chicas salieron a trompicones de la casa y se metieron en un taxi. Entre risas y gritos, alguien se las arregló para explicar al conductor adónde iban. Holly insistió en sentarse en el asiento delantero y mantener una charla íntima con John, el taxista, quien probablemente deseaba matarla para cuando llegaron a su destino.


– ¡Adiós, John! -gritaron todas a su nuevo mejor amigo antes de apearse en una acera del centro de Dublín, desde donde le observaron partir a toda velocidad. Habían decidido (mientras bebían la tercera botella de tinto) probar suerte en el club más elegante de Dublín, el Boudoir. Era un lugar reservado sólo para ricos y famosos, y todo el mundo sabía que, si no eras rico y famoso, necesitabas un carnet de socio para ser admitido. Denise se encaminó hacia la puerta, exhibiendo con total descaro su tarjeta de socia del videoclub ante los rostros de los gorilas que custodiaban la entrada. Y aunque cueste creerlo, no la dejaron pasar.Los únicos rostros famosos que vieron adelantarlas para entrar en el club mientras intentaban convencer a los porteros de que les franquearan el paso, fueron los de unos presentadores de informativos de la televisión nacional a quienes Denise sonrió y dio las «buenas noches» muy seria. Fue para desternillarse de risa. Por desgracia, después de eso Holly no recordaba nada más.


Holly despertó con una horrible jaqueca. Tenía la boca más seca que una sandalia de Gandhi y problemas de vista. Se apoyó en un codo e intentó abrir los ojos, que de un modo u otro se le habían pegado. Echó un vistazo a la habitación con los ojos entornados. Había luz, mucha luz, y la habitación parecía dar vueltas. Algo muy extraño estaba ocurriendo. Se vio en el espejo y se asustó. ¿Había sufrido un accidente la noche anterior? Exhausta, volvió a desplomarse en la cama. De repente, la alarma de la casa comenzó a ulular. Holly levantó un poco la cabeza de la almohada y abrió un ojo. «Oh, podéis llevaros lo que queráis -pensó-, siempre y cuando me traigáis un vaso de agua antes de largaros.» Al cabo de un rato, se dio cuenta de que no se trataba de la alarma sino del teléfono, que estaba sonando junto a la cama.


– ¿Diga? -contestó con voz ronca.

– Menos mal que no soy la única -dijo una voz gravemente enferma al otro extremo de la línea.

– ¿Quién eres? -gruñó Holly otra vez.

– Me llamo Sharon, creo -fue la respuesta-, pero no me preguntes quién es esa Sharon porque no tengo ni idea. El hombre que está a mi lado en la cama parece creer que le conozco.


Holly oyó a John reír con ganas.


– Sharon, ¿qué sucedió anoche? Explícamelo, por favor.

– Alcohol es lo que sucedió anoche -dijo Sharon, amodorrada-. Litros y litros de alcohol.

– ¿Algún otro dato? -inquirió Holly.

– No.

– ¿Sabes qué hora es?

– Las dos -informó Sharon.

– ¿Por qué me llamas a estas horas de la madrugada? -Son las dos de la tarde, Holly.

– Vaya. ¿Cómo es posible?

– Tiene que ver con la gravedad o algo por el estilo. Ese día no fui a clase -bromeó Sharon.

– Oh, Dios, creo que me estoy muriendo. -Yo también.

– Voy a dormir un rato más, a ver si cuando despierte el suelo ha dejado de moverse-dijo Holly.

– Buena idea. Ah, Holly, bienvenida al club de los treinta.

– Este comienzo no significa que vaya a seguir así -repuso Holly-. A partir de ahora seré una mujer sensata y madura de treinta años.

– Sí, es justo lo que dije yo. Buenas noches. -Buenas noches.

Instantes después Holly estaba dormida. Se despertó varias veces a lo largo del día para contestar al teléfono, entablando conversaciones que parecían formar parte de un sueño. También realizó varias excursiones a la cocina para hidratarse.


Finalmente, a las nueve de la noche Holly sucumbió a los quejidos de su estómago, reclamando alimento. Como de costumbre, no había nada en la nevera, así que decidió obsequiarse con una cena china servida a domicilio. Se acurrucó en el sofá en pijama para ver lo mejor de la televisión del sábado por la noche mientras se hartaba de comer. Después del trauma de pasar sin Gerry su cumpleaños el día anterior, se sorprendió al constatar que estaba contenta consigo misma. Era la primera vez desde su muerte que se sentía a gusto sin más compañía. Quizá cabía la posibilidad de que al final supiera apañarse sin él.


Más tarde, esa misma noche Jack la llamó al móvil. -Hola, hermanita, ¿qué estás haciendo?

– Veo la tele y engullo comida china -dijo Holly.

– Vaya, parece que estás en forma. No como mi pobre novia, a quien tengo aquí, a mi lado, sufriendo las consecuencias de vuestros excesos de anoche. Jamás volveré a salir contigo, Holly -oyó gimotear a Abbey al fondo. -Tú y tus amigas le habéis pervertido la mente -bromeó Jack.

– A mí no me culpes. Hasta donde recuerdo, se lo montaba la mar de bien ella solita.

– Dice que no se acuerda de nada.

– Yo tampoco. Igual es algo que ocurre en cuanto cumples los treinta, nunca me había pasado algo así -dijo Holly.

– O quizás es un plan maléfico que habéis urdido entre todas para no tener que contarnos qué diablos hicisteis -replicó Jack.

– Ojalá lo fuese… Ah, por cierto, gracias por el regalo, es una preciosidad. -Me alegro de que te guste. Me llevó siglos encontrar el que buscaba.

– Mentiroso.


Jack rió y luego dijo:


– En fin, te llamaba para saber si irás al concierto de Declan mañana por la noche.

– ¿Dónde es?

– En el pub Hogan's.

– Ni hablar. Nunca más voy a poner un pie en un pub, y menos aún para oír a una banda de rock duro con guitarras estridentes y baterías ruidosas -dijo Holly.

– Vaya, es la vieja excusa de «nunca volveré a beber», ¿verdad? Bien, pues no bebas. Pero por favor, Holly, ven. Declan está muy entusiasmado y no va a ir nadie más.

– Ja! Así que soy tu último recurso, ¿eh? Es muy agradable saber que me tienes en tan alta estima.

– No, no lo eres. A Decían le encantará verte allí y tú y yo apenas tuvimos ocasión de charlar en la cena. Hace siglos que no salimos -suplicó Jack. -Dudo mucho que podamos mantener una charla íntima con los Orgasmic Fish atronando con sus canciones -dijo Holly sarcásticamente.

– Bueno, en realidad ahora se llaman Black Strawberries, lo cual suena bastante más dulce, diría yo. Jack se echó a reír.

Holly apoyó la cabeza en las manos y susurró: -Oh, por favor, no me obligues a ir, Jack.

– Irás.

– De acuerdo, pero no me quedaré hasta el final -puntualizó Holly. -Eso ya lo discutiremos cuando estemos allí. Declan se pondrá loco de alegría cuando se lo diga. La familia no suele ir a estos sitios.

– Muy bien. ¿Hacia las ocho?

– Perfecto.

Holly colgó y siguió tumbada en el sofá unas horas. Estaba tan harta que no podía moverse. Después de todo, quizá la comida china no había sido una idea tan buena.