"Toda la belleza del mundo" - читать интересную книгу автора (Seifert Jaroslav)7. Mirando por la ventana del café SlávieYa ni me acuerdo de qué razón nos hacía a veces abandonar el afable y acogedor Café Nacional y cambiar su atmósfera llena de humo por el humo igual y el mal olor del antiguo Slávie de los actores, situado en la esquina, frente al Teatro Nacional. Nos sentábamos al lado de la ventana que daba al muelle y sorbíamos el ajenjo. Era una pequeña coquetería con París; nada más. Un día vino a vernos allí la señora Wolkrová, y en homenaje a su Jifí nos invitó a aquel veneno verde. No quisimos estropearle su triste alegría. Pero la verdad es que Wolker no venía con nosotros a Slávie ni bebía ajenjo. Junto al río, bajo los árboles, a lo largo de la barandilla de hierro, había un paseo. Era muy frecuentado al anochecer, pero sobre todo el domingo antes del mediodía. En cierta época paseaban por allí los actores del Teatro Nacional. Nosotros ya sólo vimos allí al anciano señor Króssing con su recto y terriblemente alto sombrero de copa. Nadie, en todo Praga, llevaba un sombrero tan extraño. Aunque durante el invierno el paseo se despejaba notablemente, los hermanos Capek paseaban por allí incluso cuando nevaba. Los dos llevaban el mismo sombrero duro, la misma bufanda de colores llamativos, guantes amarillos y un bastón de caña. Llamaban la atención, pero seguramente era su propósito. Paseaban sin decir una palabra. Algunas veces les acompañaba un hombrecito inquieto, con gafitas de alambre y viva gesticulación. Se detenía a cada momento y parecía atacar a los dos hermanos. Éste era el estilo de su apasionada conversación. Se trataba del pintor Václav Spála. Los hermanos también tenían que detener sus pasos mudos. A veces se unía a ellos el pintor Jan Zrzavy, y otras veces el serio y regordete arquitecto Hofman, con las manos en la espalda. Aparte del alto y elegante Rudolf Kremlicka, teníamos allí a todo el grupo de los Obstinados. A veces veíamos incluso a Marvánek, pero para nosotros él estaba en la periferia del mundo de los pintores. Sólo Teige conocía personalmente a los Obstinados. Desde hacía unos años escribía reseñas sobre artes plásticas en Por su arte y por el mundo que reflejaba en sus pinturas, nos parecía más próximo Jan Zrzavy. De los dos hermanos Capek, preferíamos a Josef. Estábamos convencidos de que si Karel era más grande como prosista, Josef era más importante como artista y poeta. Y, naturalmente, como pintor. Más tarde nos hicimos buenos amigos de todos, aunque en principio hacíamos valer en alta voz el derecho a una actitud crítica de la nueva generación entrante con respecto a la generación más antigua. Pero los acontecimientos políticos y el peligro del fascismo nos acercaron y, en los años anteriores a la segunda guerra, entre las peticiones y los llamamientos, nuestros nombres estaban amistosamente unidos. Luego vinieron los malos tiempos. A Karel Capek se le derrumbó su mundo. Karel era más frágil y sutil que Josef. Le sugerían en vano que viajase a Inglaterra. Seguramente tenían razón cuando le aseguraban que ayudaría más a la causa checoslovaca en Londres que en Praga. Rechazó la emigración y tal vez abandonó la lucha por su vida. Murió poco antes de la ocupación. Luego, la Gestapo se llevó a su hermano. Un año después de la liberación, en el mes de mayo, entre las flores que pintaba con tanta alegría, se fue Václav Spála. Me hice muy amigo de Kremlicka y, cuando se rompió su matrimonio, pasamos juntos muchas horas paseando por el monte de Letná. Murió joven, a los treinta y dos años. Después de la guerra me encontré con Jan Zrzavy en la exposición postuma de Spála. Caminamos de un cuadro a otro y Zrzavy no ocultó su emoción. – Mira, amigo -se dirigió a mí de repente-, la verdad es que Spála es el mejor de nosotros. ¡Y tan checo! También yo soy ahora un hombre de edad y no me gusta el invierno. Ni me agrada la nieve. Cuando cae muy espesa, cuando la ventana se oscurece con las familiares tinieblas blancas, prefiero imaginarme en medio de la nieve los claros colores de los ramos de flores de Spála. ¡Qué hermosura! Y en seguida me siento mejor. Y espero con más ilusiónala primavera. Spála no era ni un artista indescifrable ni una persona complicada. Era tan comprensible como lo son sus cuadros. Con su amena simplicidad, que no era fingida, más de una vez causó sorpresas. Durante los años del Protectorado [de Bohemia y Moravia, durante la Segunda Guerra Mundial.], le hice una visita y encontré al artista en su estudio, entre cinco lienzos recién pintados, todavía frescos. Eran cinco ramos de flores casi iguales. Y el modelo estaba todavía en un florero, sobre una caja, medio marchito. Sin ningún oculto pensamiento, el pintor me explicó: – El ramo me costó treinta coronas en el Uhelny trh. Así que le tenía que sacar provecho. Al escritor Josef Kopta le gustaba muy en especial un poema de Dyk y solía recitar una estrofa sobre la genciana: Estoy convencido de que los dos últimos versos nos los podemos decir ante los ramos de flores felices y optimistas de Spála. |
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