"El embrujo de Shanghai" - читать интересную книгу автора (Marsé Juan)2Al día siguiente por la mañana me encaminé a la calle de las Camelias con mi carpeta de dibujos bajo el brazo. De sólo pensar en la niña tuberculosa me sentía abatido y febril y como si me faltara aire, ya vagamente contagiado. Más allá y por encima de la torre de Susana, el humo de la chimenea que tanto odiaba Blay no subía recto al cielo, sino que se derramaba como una baba negra alrededor de su boca y quedaba suspendido un buen rato en una ebullición repulsiva para luego ir desflecándose y caer sobre los tejados y los jardines próximos. Encontré a los Chacón exponiendo su sobada mercancía sobre la acera, junto a la verja del jardín de Susana, y me entretuve un rato hojeando novelas de Edgar Wallace de la Colección Misterio. Había tres niños revolviendo el montón de maltrechos tebeos. El Mercadillo estaba a menos de cincuenta metros y algunas mujeres que venían a la compra con sus pequeños dejaban a éstos en el tenderete entretenidos en curiosear. A través del jardín vi a Susana detrás de los cristales de la galería, recostada en la cama con una toquilla azul sobre los hombros. Tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, pero no dormía ni parecía sufrir porque movía acompasadamente el brazo derecho, como si siguiera el ritmo de una música, sin duda de la radio. Anuncié a Finito y a Juan que iba a hacerle un retrato a Susana por encargo del capitán, y primero no querían creerme y luego se sintieron recelosos y casi dolidos. Comprendí hasta qué punto los dos hermanos se consideraban guardianes exclusivos de la niña enferma y responsables de todo lo que pudiera pasar en torno al jardín y la torre. – Está bien. Pero mucho cuidado, chaval -me previno Finito-. Si ves que se cansa, o que de golpe se queda triste, así como en babia, pensando en Dios sabe qué, debes irte enseguida -y sacó del bolsillo media docena de horquillas para el pelo-. Dale esto de mi parte. Y este almanaque de Rip Kirby que parece nuevo de trinca. – ¿La has visto de cerca, has estado con ella? -le pregunté. – A veces. Cuando está sola. Cada tarde, incluidos domingos y festivos, me explicó Finito, la madre de Susana salía de casa a las tres y media para acudir al trabajo y no regresaba hasta las ocho por lo menos; siempre les pedía por favor que si venía alguien cogieran el recado. La señora Anita quería que su hija se levantara de la cama lo menos posible. La primera vez que Susana les abrió la puerta de la galería que daba al jardín fue porque ella misma los llamó; se había apagado la estufa, había que traer carbón del cobertizo y ellos lo hicieron. A veces iban porque les pedía algo para leer o eucaliptos para la olla que hervía sobre la estufa, porque la mareaban las flores de un jarrón o simplemente porque se aburría de estar sola. – Así que pórtate bien con Susanita o lo pagarás caro -concluyó Finito abriendo la verja y franqueándome el paso-. Ya puedes entrar, capullo. Mientras me adentraba por el pequeño y descuidado jardín, donde las matas de adelfas languidecían a la sombra del sauce y las húmedas rinconadas de lirios se pudrían faltas de sol, me pregunté cómo estos dos charnegos muertos de hambre habían podido adquirir aquella extraña autoridad al hablar de la tísica. Y una vez más me dije que, aunque apenas habían transcurrido cuatro meses desde los días infectados de gas en que solíamos juntarnos en el bar Comulada y en los billares del Juventud, era como si hubiesen pasado años. |
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