"El embrujo de Shanghai" - читать интересную книгу автора (Marsé Juan)4El dibujo que había de ser tendenciosamente conmovedor y que había de salvar milagrosamente a la niña tuberculosa y al barrio entero de una muerte lenta y segura, lo empecé muy ilusionado un lunes por la tarde, y ese día nada me salió bien. Ni un solo trazo, machacado una y mil veces, estaba en su sitio. Miraba mucho a la enferma entornando los ojos para medir y apresar la desfallecida armonía de su cuerpo frágil y aviesamente postrado entre cojines y vapores de eucalipto -burlándose de mi artificiosa puesta en escena, ella se contorsionaba y exageraba la postura estilo dama de las camelias muriéndose derrengada con medio cuerpo y una pierna colgando fuera de la cama-, pero lo que salía del lápiz era de pena. Por no malgastar papel de barba, torturaba esbozos en un cuaderno escolar. Renuncié momentáneamente a la figura para dedicarme a la vidriera de la galería, a la estufa y a la fatídica chimenea, que en realidad no veía desde donde yo estaba, y el resultado fue el mismo. Había un problema de perspectiva que no era capaz de resolver. – Ya te dije que si me sacabas así de pánfila y carcomida, con el pecho hundido y ojos de besugo, te saldría una birria de dibujo -dijo Susana cogiendo la baraja de la mesilla-. ¿Por qué no empiezas el otro? – Primero éste. El capitán me lo pidió antes que tú. – Déjalo ya, anda. -Desplegó la baraja ante su cara como si fuera un abanico y dejó asomar los ojos risueños-. ¿Jugamos al siete y medio? Solté el lápiz como si quemara y suspiré aliviado. – Vale. El segundo día tampoco avancé mucho. A media tarde se puso a llover y vimos a los Chacón en la calle recoger apresuradamente su tenderete y meterse corriendo en el jardín para refugiarse bajo el sauce. Susana los llamó y entraron por la pequeña puerta de un extremo de la galería, Finito traía los bolsillos rebosantes de eucaliptos y con sus manos roñosas los echó a la olla, después sacó un trozo de peine y lo pasó varias veces por su pelo amazacotado y grasiento, negrísimo. Susana lo mandó junto con su hermano al cuarto de baño a lavarse las manos y cuando volvieron propuso unas partidas de parchís y nos sentamos los tres en la cama. Yo daba la espalda a la mesilla de noche y al retrato del Kim y sentía en la nuca sus ojos penetrantes. Mareaba mi dado con el cubilete buscando la suerte y movía astutamente mis fichas amarillas, pero no pude evitar que los hermanos Chacón me las mataran una tras otra varias veces, y tampoco pude quitarme de la cabeza en toda la tarde al legendario pistolero ni el sombrío fulgor de su mirada clavada en mi nuca. |
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