"El embrujo de Shanghai" - читать интересную книгу автора (Marsé Juan)6Yo no era más que uno de ellos y no de los más valientes, no de los que se jugaban la piel con la pistola, yo sólo manejaba la plumilla y las tintas y raspaba y suplantaba cifras y nombres con la ayuda del filo de hojas de afeitar y de un chocante y variado instrumental; yo sólo falsificaba sus documentos y me inventaba firmas, les proveía de nombres e identidades nuevas: yo les hacía peligrosos, pero yo no lo era. Yo soñaba sus peligros. El Kim llega de incógnito a Barcelona una lluviosa noche de finales de abril y se refugia en casa de los padres del Antes de establecer los contactos previstos, el Kim decide esa misma noche, muy tarde ya, cerca de la madrugada, venir a veros a ti y a tu madre. Llovía mucho y caminó deprisa por calles solitarias y cruzando los descampados de Horta y del Guinardó, hasta que pudo coger un taxi. Dice que te vio dormida y no quiso despertarte, ni siquiera encendió la luz; me habló del buen olor a eucalipto de esta galería, de sus labios trastornados sobre tu frente abrasada. Te dejó sobre la cama un bolso de plexiglás verde, tu color preferido. Dejó también algún dinero para tu madre. No estuvo ni cinco minutos, pero esos pocos minutos a tu lado le compensaron de muchos sinsabores. El día siguiente es domingo y amanece despejado y luminoso, con viento y un cielo tan azul que perturba su memoria anestesiada por propia mano, el recuerdo quizá de esta misma luz en este jardín y en días más felices, mientras cruza la ciudad en tranvía y desfilan tras el cristal de la ventanilla los plátanos reverdecidos y las fachadas soleadas, las palmas amarillas en los balcones y la gente que pasea tranquilamente llevando niños de la mano. Y siente en el corazón la punzada que ya otras veces ha sentido: forastero en tu propia ciudad, extranjero en tu propio país, así es cómo te sientes cuando has sido cegado por el odio y la pólvora como lo fue él durante tanto tiempo, cuando lejos de vosotras imaginaba este infierno de represión y miseria, esta interminable desventura que maldijo tantas veces y que hoy de pronto, inesperadamente, pretende desmentir una jornada tan apacible y primaveral, tan propicia a la festiva desmemoria que parecen disfrutar estos endomingados paseantes… Nosotros no viajamos con el Kim en ese tranvía que cruza la ciudad de norte a sur, pero podemos adivinar lo que presiente una vez más y se esfuerza en rechazar: no sólo la temeraria inutilidad de la Browning recién engrasada que lleva en la sobaquera, muy cerca del corazón, sino también la futilidad de los viejos ideales que alberga todavía este corazón. Cada nuevo paso de la frontera, cada nuevo encuentro con esa luz es una recaída en el desaliento. Pero este sentimiento de exclusión conlleva ciertas ventajas: el instinto que te avisa del peligro se agudiza y te mantiene alerta. El Kim guarda los documentos en una vieja cartera de mano y las órdenes en la cabeza: suspender momentáneamente todas las acciones a mano armada, destinadas a recaudar fondos, incluido el atraco de mañana. Tal es la consigna de la Central, y el receptor será Josep Nualart. El contacto está previsto en la terraza de un café próximo a la estación de Sants, a las once de la mañana. El Kim baja del tranvía, se para a curiosear en un quiosco, a unos treinta metros del café, y observa a Nualart que espera sentado frente a un vermut, solo, en una mesa del extremo de la terraza. Todo parece normal. La terraza está muy concurrida, atendida por una diligente muchacha rubia con gorrito blanco y falda plisada. Nualart está entretenido en la lectura del periódico, cuyas hojas revuelve el viento, y aún no ha visto al Kim. Es un hombre de treinta y cinco años, robusto, con pelo de cepillo y gafas de montura metálica. Ya os he hablado del instinto del Kim para captar el peligro, pero lo que le salvará esta vez es un pensamiento dedicado a ti, Susana. Gingiol Se oye el frenazo de un coche y Nualart levanta bruscamente la cabeza del periódico, pero no advierte nada anormal. Dos niños corretean entre las mesas de la terraza, el viento arrecia y se hace muy molesto. Nualart parece presentir la proximidad del Kim y empieza a girar la cabeza en dirección al quiosco, pero en este preciso instante, un golpe de viento levanta la falda de la muchacha que pasa con una bandeja de bebidas y el incidente reclama su risueña atención y la de otros clientes. Al intentar bajarse la falda, la joven camarera, muy azorada, casi vuelca la bandeja y todo su contenido sobre la cabeza de Nualart. Se oyen algunas risas. Y son las piernas de la muchacha, este inesperado regalo para la vista -así lo habría calificado el propio Nualart, riéndose-lo que le impide advertir la llegada de su jefe y hacerle tal vez una seña, lo cual, combinado con el hecho de que tú padre se entretiene en el quiosco unos segundos más mirando las ilustraciones de una novelita juvenil cuyo título, Se dispone a comprar el libro, pero ya no hay tiempo para nada. Una mantilla negra que el viento arrebata de la cabeza de una mujer cruza la terraza revoloteando como un cuervo hasta quedar prendida en la rama baja de un árbol. Es la señal, el mal presagio que Nualart no capta. En el quiosco, el Kim pregunta el precio de la novelita, y, al volverse, ya lo ve de pie y como si fuera a caerse, debatiéndose contra el viento y contra su propia sorpresa: flanqueado estrechamente por dos hombres con gabardina, Nualart intenta inclinarse para coger algo del suelo, una boina, pero ellos le sujetan y uno examina su documentación mientras el otro le pone las esposas. No ofrece resistencia y se lo llevan hacia un coche negro en medio de la curiosidad pública, a empellones, pero aún tiene tiempo y humor de echar por encima del hombro una última mirada a las piernas de la camarera, quién sabe si esperando que el viento se decidiera a jugar otra vez con su airosa falda plisada, Nualart era así, siempre tan animoso, un hombre enamorado de la vida y las mujeres… El Kim permanece junto al quiosco hasta que el coche desaparece y luego se va. Es de suponer que la policía ignoraba que Nualart tenía una cita con él, de lo contrario habrían esperado su llegada para trincarlo a él también. Sin embargo, todo parecía indicar que la bofia había actuado después de recibir un soplo, porque en aquel mismo instante los otros hombres del Kim, Betancort y Camps, así como nuestro enlace para el reparto de propaganda, un mecánico de Gracia, eran también apresados en un piso del Poblenou. El Kim se entera a las pocas horas, después de correr muchos riesgos, y decide que lo mejor es largarse cuanto antes. No le parece prudente volver al chalet de Horta y cita a Carmen por teléfono en la estación de Francia, ella acude con su hijo y una pequeña maleta y esta misma tarde los tres emprenden la primera etapa del viaje que les llevará a cruzar la frontera durante la noche. La misión ha fracasado, pero el Kim cumplirá la promesa hecha al |
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