"El embrujo de Shanghai" - читать интересную книгу автора (Marsé Juan)

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– ¡Hola, hola! Llovido del cielo me caes, hijo. Deja que me apoye en tu brazo, se me ha salido el zapato -dijo la señora Anita.

Había topado conmigo en la esquina y se tambaleó descalza de un pie, con el zapato en la mano. Se agarró de mi brazo como pudo, me hizo caer la carpeta y la caja de los lápices y me envolvió con su aliento que apestaba a vino. Sonreía mostrando manchas de carmín en los dientes. Yo acababa de salir de la torre, eran las ocho pasadas y sentía el frío pinchando mis dedos a pesar de los guantes de lana. Ella venía del cine Mundial en la calle Salmerón y seguramente se había parado en media docena de bares. Apoyándose en mi brazo, no acertó a ponerse el zapato y cayó en la acera lastimándose la rodilla. Por muy poco no se dio de morros en el canto de un portal, donde la ayudé a sentarse. Levantó la rodilla hasta la nariz y la examinó cabeceando. La media tenía un agujero del tamaño de un huevo.

– ¿Quiere que la acompañe, señora Anita?

– Eres muy gentil, pero no hace falta. Es este zapato, no sé qué le pasa -lo sostenía ante sus ojos sin saber qué hacer con él, lo miraba del derecho y del revés, pero al zapato no le pasaba nada-. Está viejo, eso es lo que le pasa… y se habrá torcido el tacón. ¡El zapatito de Cenicienta, mira…! -Le devolví la sonrisa, supongo que sin mucha convicción-. ¿Vienes de casa? No habrás dejado sola a Susana.

– El señor Forcat está con ella.

– Ah, por supuesto. Qué bien acompañada está ahora mi niña, ¿no te parece? Todas las tardes contigo y a ratos con esos chavalines del Carmelo, tan graciosos, y con el señor Forcat, que sabe entretenerla tan bien… Qué suerte hemos tenido, ¿no crees, Daniel?

– Sí, señora.

– Qué estupendamente estamos ahora, ¿verdad?

– Sí, señora.

– Y qué bien lo pasamos todos juntos. A que sí, a que lo pasamos de lo más bien.

– Sí, señora, muy bien.

– Estoy muy contenta, ¿sabes? -suspiró-. Ya mi niña no tendrá que quedarse sola. ¡Uf, mira estas pobres medias, aquí ya no hay zurcido que valga! Y con el frío que hace hoy… -Calló y me dio la impresión de querer perder un poco más de tiempo masajeando su rodilla lastimada. Hasta que observó mis guantes de lana gris, cogió mi mano derecha y la apoyó suavemente sobre el desgarrón de la media y la piel aterida-. ¿Me dejas? ¡Qué calorcito tan bueno, qué alivio…! Y qué guantes tan bonitos. ¿Te los ha hecho tu madre?

– No. La señora Conxa.

– ¿Sabías que hay manos que dan calor sólo con mirarlas? -Flexionó un par de veces la rodilla cerrando los ojos. Al abrirlos de nuevo sus pupilas azules parpadeaban alegremente-. Si lo piensas bien, lo único que se necesita en esta vida es un poco de calor en el momento adecuado, un poquitín nada más, ¿no crees…? Pero lo que tú estás pensando ahora es: la señora Anita lleva una buena merluza, a que sí. -Acertó por fin a ponerse el zapato y se incorporó-. Pero ¿sabes una cosa? No hay mal que cien años dure… ¡Ay, mi rodilla!

– Déjeme ayudarla hasta su casa.

– No, ya estoy llegando…

Pero cojeaba y terminó por aceptar que la acompañara, se colgó de mi brazo y antes de empujar la verja del jardín procuró serenarse, se miró en un espejito de mano, atusó los rizos dorados y mientras restregaba la barra del carmín por sus labios me hizo prometer que no le diría al señor Forcat que la había visto en aquel estado. Al cruzar la verja se volvió sonriendo:

– Y ya sabes, si un día vas al cine Mundial y yo no estoy en la taquilla, le dices al acomodador que eres amigo mío y te dejará pasar gratis.

– Gracias, señora Anita.