"La locura de Dios" - читать интересную книгу автора (Aguilera Juan Miguel)7– Preparamos una expedición a Marakanda -me anunció la consejera Neléis una semana después del ajusticiamiento de los cuatro almogávares-. Nuestro deseo es que tú, y algunos de los guerreros de Joanot, vayáis en ella. Levantando la mirada de los libros que estaba estudiando en esos momentos, le pregunté cuál era el objetivo del viaje. Debía de tener los ojos enrojecidos y el gesto huraño típico de los momentos en los que era interrumpido durante el estudio. – Uno de los musulmanes que os acompaña nos informó que antes de ser capturado por los Era así como los antiguos griegos llamaban a Samarcanda. – ¿Creéis que preparaban un ataque contra vosotros? -pregunté. Neléis y el resto de la Asamblea estaban bastante seguros de esto. Lo que necesitaban evaluar era la verdadera dimensión de la amenaza. Ibn-Abdalá afirmaba que los enemigos podían contarse por centenares de miles, y la Asamblea quería confirmar esto y prepararse para lo que se avecinaba. Yo no entendía del todo la situación: – ¿Estáis seguros de que el – Sin ninguna duda. – Pero -reflexioné-, durante siglos ha estado buscándoos sin ningún resultado. ¿Por qué creéis que ahora, precisamente, sí sabe de vuestro emplazamiento? – Él sabe dónde estamos. Pero, afortunadamente, nosotros ya conocemos con exactitud dónde se oculta él. – No lo entiendo -admití. La consejera me explicó entonces que yo había entrado en Apeiron con una parte del Me revolví nervioso en la silla al recordarlo. – Precisamente por eso -siguió diciendo la consejera- él conoce ahora nuestra localización. Sin ningún género de duda. – Sigo sin comprender por qué. Neléis miró a su alrededor buscando la mejor forma de explicarse. Abrió una ventana y señaló los haces de luz que, gracias al polvo que iluminaban, aparecían nítidamente dibujados. Casi parecían barras sólidas de luz. La mujer me pidió que me concentrara en aquellos haces luminosos, señalándome que no podríamos ver los rayos de luz a no ser que chocasen o se reflejasen contra algo; y, sin embargo, siempre estaban a nuestro alrededor. Tampoco podíamos ver el calor, de ninguna forma, pero sí sentir su presencia. La luz [29] y el calor, me explicó, eran dos calidades de los cuerpos; pero existían muchas otras, la mayoría invisibles para nuestros ojos. Era posible usar la luz para comunicarse, encendiendo y apagando una linterna en la noche, por ejemplo; y si fuera posible modular esas calidades invisibles de los cuerpos, también podríamos usarlas para la comunicación. Esto era algo en lo que trabajaban los científicos de Apeiron, pero que el – ¿Puede comunicarse usando rayos de luz invisibles? -pregunté. Parecía un contrasentido; si eran invisibles, ¿qué utilidad podían tener para la comunicación? La mujer me miró desanimada. Era evidente que, a pesar del esfuerzo y el tiempo que yo dedicaba al estudio, el abismo de conocimientos entre nosotros dos era enorme. Neléis me pidió entonces que le acompañara; abandonamos la vivienda y transportados por uno de aquellos grandes balones flotantes nos dirigimos al hospital-laboratorio donde yo había despertado al llegar a la ciudad. Allí, la consejera, me mostró los Eran tres redomas, y todas estaban etiquetadas. Pude leer mi propio nombre en uno de aquellos Neléis me había dicho que aquél me había sido extraído mediante métodos quirúrgicos, y yo no tenía ningún motivo para dudar de esto. En Apeiron coexistían dos realidades que aparentaban ser opuestas pero que se complementaban perfectamente entre sí. – Cada una de esas criaturas -me explicó Neléis- era una parte viviente del – Pero mis brazos están unidos a mi cuerpo -repliqué-; por lo cual es fácil de ver y de comprender cómo los uso y los domino, pues forman parte de mí. La consejera me explicó que los – Para que esto resulte efectivo -conjeturé-, el Neléis asintió, y me invitó a que siguiera hablando. – Por lo tanto -seguí reflexionando-, cuando ingresé en la ciudad, enfermo y con ese ser repugnante en mi interior, señalé involuntariamente al – Así es -dijo Neléis, acercándose a uno de los grandes Yo había leído sobre esta electricidad en uno de los volúmenes de la librería que Neléis me había procurado. Se trataba del mismo vigor que hay en los relámpagos durante las tormentas, y que el ámbar adquiere cuando es frotado con un paño. – Sabemos que este órgano es el responsable de generar la substancia etérea que mantiene la comunicación entre el Neléis dio un paso hacia atrás y señaló uno tras otro los tres – Gracias a este último -concluyó Neléis-, hemos triangulado el lugar exacto donde debe de estar oculto el De una de las paredes del laboratorio colgaban diferentes láminas multicolores; me acerqué a la primera de ellas y comprobé que se trataba de un mapa tan preciso y detallado como la esfera azul que yo había visto en los sótanos del Palacio de Constantinopla. Tres grandes círculos rojos centrados en un punto de la India, en Bulgaria y en Apeiron, se intersectaban en un lugar situado muy a la tramontana, en una región completamente desconocida para mí o para cualquier hombre occidental. – ¿El – El Un enfrentamiento que se ha estado demorando durante quince siglos es ya inminente. Otro de los grabados, situado a la derecha del mapa, mostraba un cuerpo humano cubierto por una armadura reluciente, unas alas de plata a la espalda y la cola de escorpión que parecía hecha con metal dotado de vida. El rostro de la El grabado lo mostraba de frente y de perfil, y había una línea acotada junto a él que indicaba su altura. Neléis había denominado – ¿Es ése el ser que viste en tu sueño? -me preguntó la mujer. – No creo que fuera un sueño. – Lo era, aunque inducido por la presencia del – ¿Por qué lejanas? – Los Le pregunté si los había visto en alguna ocasión con sus propios ojos. – Nunca -admitió ella-. Pero muchos otros sí los han visto. Y algunos, muy pocos, han tenido la suficiente fortuna como para sobrevivir. Los Junto al dibujo del La consejera dijo que creían que se trataba de dos razas esclavas del No había más grabados. – ¿No tenéis ni idea de cuál es su aspecto? – No -respondió la mujer-. Tenemos muchas descripciones, pero ninguna coincide. Se diría que cada persona que lo ha visto ha creído ver algo distinto. Esto no resultaba extraño, pues se sabe que el Mal es eterno y polimorfo. Estudié el mapa, pensativo; comprobando la enorme distancia que separaba el desierto salino y la ciudad de Apeiron de Constantinopla; distancia que habíamos recorrido en los últimos meses. Pero el – Parece un camino demasiado largo para que pueda cruzarlo en lo que me queda de vida -comenté. – No lo haremos a pie, si es en eso en lo que estás pensando -dijo la mujer. Y, ante mi mirada desorientada, añadió: – Debo mostrarte más cosas. |
||
|