"Rihla" - читать интересную книгу автора (Aguilera Juan Miguel)8– Alabado sea Dios que te ha traído de vuelta a Granada después de tantos peligros -exclamó Ahmed. – Alabada sea Su Misericordia -dijo Lisán-, pero los riesgos no han hecho más que empezar, pues pienso ir yo mismo en busca de esa Otra Tierra de más allá del mar Tenebroso. Ahmed abrió la boca para responder a su amigo, pero sus palabras se agolparon y no supo qué decir durante un momento. – Pero… ¡eso es una locura! Tú no eres un navegante, ni un aventurero. Además, ¿de dónde vas a sacar el dinero? ¿Y la nave? – Baba ibn Abdullah se ha ofrecido a financiar la expedición -respondió Lisán. – ¿El mameluco? -Su amigo se sentía cada vez más escandalizado. – Hemos llegado a un acuerdo, él pondrá la nave y la tripulación. Yo los conocimientos necesarios para realizar el viaje. – Has enloquecido, hermano -dijo Ahmed con voz seca-. ¿De verdad piensas embarcarte con un desconocido, de quien, además, sospechas que pueda ser un pirata? – Sí -admitió Lisán-, he pensado mucho en todo eso. ¿Sabes? Baba es un hombre muy extraño y, de alguna forma que no logro clasificar, aterrador. Cuando está frente a ti, se diría que mira a través tuyo, como si tu cuerpo no fuera más sólido que una nube de vapor tenue que él pudiera atravesar con su mano. He visto antes miradas así; en soldados curtidos por tantas batallas que han olvidado el valor de una vida humana; o en fanáticos religiosos… – ¿Y tú quieres convertir a ese hombre en tu compañero de aventura? – Ya sé que es un riesgo, hermano. No soy un necio. Pero se trata de un riesgo calculado. Sólo yo puedo entender la lengua de los tirios. Nadie más podría interpretar los caracteres grabados en las planchas plúmbeas. Los calcos que llevaré de ellas van a ser la única carta de navegación. Si Baba ibn Abdullah intenta traicionarme, se encontrará solo y perdido en medio del océano, alejado de cualquier costa conocida y sin posibilidad de orientarse. – ¡Maravillosa perspectiva! Me alegra saber que lo tienes todo tan bien atado -exclamó Ahmed. Lisán reconoció la ironía en sus palabras, pero no quiso seguir ese juego. – Así es. Por eso ha sido providencial que nos encontráramos ayer en el zoco… – ¿Por qué? -Ahmed alzó las cejas. – Porque tengo previsto zarpar en una semana… – ¿Una semana? -Ahmed no daba crédito a lo que acababa de oír-. No es posible, hermano, dime que eso no es cierto. El – Si Allah, alabado sea, quiere, en siete días partiré con la marea. Todo ha sido previsto en secreto. El barco que me llevará hasta el Otro Mundo está atracado en una cala oculta de la costa, cerca de Salawbiniya, y Baba ibn Abdullah lo está pertrechando para el viaje. Pensaba enviarte las planchas y su traducción, para que las guardaras e hicieras de ellas el uso que consideraras más conveniente… en caso de que yo no regresara… – Haré lo que me pides, hermano, ya que no puedo disuadirte de que emprendas este viaje de locura. Lisán inclinó la cabeza, en señal de gratitud, y dijo: – Mis criados llevarán ahora mismo el cofre a tu casa. – Dámelo a mi regreso, hermano, porque pienso acompañarte hasta la costa. – ¿Con qué objeto? – Sólo quiero conocer a ese tal Baba ibn Abdullah y comprobar qué clase de hombre es. Concédeme al menos eso. – Si eso va a hacerte sentir más tranquilo -sonrió-, que así sea. Mandaré entonces a los criados para que traigan uno de tus caballos y para que adviertan a tu familia. Un muchacho negro, de unos doce años, llegó por el camino de la Alhambra con la yegua favorita de Ahmed. El joven llevaba el pelo trenzado y atado con cintas de tela roja. Estaba encogido de frío, con los ojos amodorrados aún por acabar de despertarse. Ahmed le preguntó: – ¿Saben los de la casa que voy a estar fuera un par de días? – Lo saben, mi señor -respondió el chico mientras se frotaba los ojos. Sus mejillas estaban señaladas con unas abultadas marcas paralelas, las cicatrices tribales que había llevado desde su ceremonia de iniciación, poco antes de que fuera capturado por los traficantes. Pero Jamîl, ése era su nombre, ya no era un esclavo. Ahmed lo había adoptado como Ahmed vivía en una gran casa de la medina, situada no muy lejos del palacio de los Banu Sarray. [6] Tenía cuatro mujeres, una docena de hijos y un pequeño ejército de esclavos. A muchos de estos últimos había acabado liberándolos, como había hecho con Jamîl. – Vas a acompañarme hasta la costa, Jamîl. Espero que pronto estaremos de vuelta. Ignacio apareció un rato después, maldiciendo por lo bajo. – ¿A qué distancia está la playa ésa? -rezongó mientras montaba en su caballo. – Unas diez parasangas -le respondió el El vizcaíno escupió y dijo: – ¿Y eso qué cojones significa? – Una parasanga es más o menos la distancia que tú puedes cubrir en una hora. – Es decir, que tenemos para dos jornadas de camino. – Temo que vayamos a hacerlo de un tirón. Quiero llegar a la costa hoy mismo. – ¡Jodidos moros! -gruñó Ignacio. Espoleó con rabia su caballo. Rodearon las impresionantes torres de la Alcazaba y descendieron por el camino que llevaba a la ciudad de Granada. Sin llegar a entrar en ella, se desviaron hacia el sur, por un estrecho sendero que corría paralelo al río Un poco somnolientos aún, siguieron el cauce del río, mecidos por el ritmo de los pasos de sus monturas y la monotonía del camino. En las márgenes la hierba era alta y apretada, salpicada de abrojos que las cabras arrancaban con los dientes. Era una de esas mañanas luminosas tan comunes en Granada, cuando el viento ha barrido toda impureza en el cielo y el aire baja fresco desde la Sierra Nevada. Avanzaron bajo las cumbres blancas del Ahmed, que cabalgaba junto a Lisán, no dejaba de hablarle a su amigo intentando que reconsiderara su idea de hacer un viaje tan arriesgado. – Pero… ¿por qué? -le decía-. ¿Qué es lo que buscas, hermano? Poseías una de las mejores propiedades de Granada. Tus huertas eran la envidia de todos… En otro tiempo, claro. Porque ahora tus campos están en barbecho, y ni tus criados te tienen ya aprecio… ¿Por qué estás dilapidando lo que tu familia tardó tantas generaciones en levantar? Pensativo, Lisán le dijo: – Recuerda las palabras del sabio ibn Jaldún: en este mundo todo está sujeto al mismo proceso de elevación y degradación. Se dice que son necesarias cuatro generaciones para crear y dilapidar una fortuna familiar. Mi bisabuelo tuvo que experimentar los sufrimientos que llevaron a nuestra familia a una posición elevada. Mi abuelo aprendió de esas cualidades, pero ya no era lo mismo; tenía otros intereses, como bien sabes. La decadencia de estas tierras de labor empezó ya con él. Mi padre fue un gran viajero y su interés por el patrimonio de la familia fue tan escaso que no dudó en renunciar a todo y trasladarse a El Cairo, cuando el sultán mameluco le ofreció el puesto de – Y a ti te ha correspondido la tarea de dilapidar los últimos restos del esfuerzo de tu bisabuelo… – Así es. – Eso suena muy cínico. Y tú nunca has sido un cínico, hermano. – No es cinismo, Ahmed, sino una justa valoración de lo que realmente es significativo. La tierra, las huertas, la riqueza… Todo eso parece ahora muy importante, pero ¿quién se acordará de nuestros linajes dentro de unos años? ¿Y en unos siglos? No ha de quedar ni un recuerdo de que una vez vivimos, amamos y luchamos sobre este suelo. – ¿Por qué piensas de una forma tan desalentadora? La guerra contra los infieles… – La guerra contra los infieles va mal. La mayoría de ellos son tan sucios, incultos y groseros como Ignacio, pero conservan algo que nosotros hemos perdido casi por completo. – ¿Y qué es eso? – Vitalidad. Curiosidad. Ansias de conquista. Una vez nos vimos impulsados por esa misma fiebre y levantamos un imperio para la gloria de Allah. Pero esos tiempos pasaron… – ¿Eso es lo que buscas: la gloria? No eres un guerrero, hermano. – No lo soy -admitió Lisán-. Y no busco la gloria. Busco emociones, busco reinos remotos con tradiciones extravagantes, dragones con las escamas doradas y fuego en su aliento, pájaros roc con el buche repleto de piedras preciosas, princesas cautivas de perversos – Quizá la muerte. – Es posible, pero ¿no crees que vale la pena intentarlo? El profeta Muhammad, que Allah lo bendiga y le conceda paz, dijo: «Buscad el conocimiento allí donde esté». – Sin embargo, en sus imploraciones, también pedía a Allah: «En Ti busco refugio contra toda ciencia que no sea útil». Hermano, Allah no exige a sus fieles que entiendan los movimientos de los astros en el cielo, como tú haces, o que crucen el mar en busca de Otros Mundos… Él sólo nos pide que aprendamos a salvar nuestra alma. – ¿Y si sólo puedes hallar la salvación de tu alma más allá del mar? – Oh, hermano… Nunca darás tu brazo a torcer, ¿no es así? – Ya me conoces -dijo Lisán con una sonrisa-. Y desde hace mucho tiempo. – ¿Recuerdas aquella ocasión en la que construiste una gran vela de seda recubierta de plumas y tensada en un bastidor de madera? -preguntó Ahmed al cabo de un rato-. ¿Cuánto hace de eso? ¿Qué edad teníamos entonces? – Catorce o quince años… Creo. – Con ese artilugio te lanzaste desde lo alto de la Colina Roja, e intentaste volar… ¿Te acuerdas? -Ahmed soltó una risita-. Lo intentaste, pero tan sólo conseguiste planear a cierta distancia y romperte una pierna en el aterrizaje. Ambos rieron mientras recordaban los detalles de aquel suceso. Mucha gente de la medina subió a la Colina Roja para presenciarlo y estuvo mofándose de ellos durante meses. Incluso alguien hizo una cancioncilla para festejar el acontecimiento: Para Lisán había sido un momento de gloria, a pesar de todo. Durante meses se había sentido el centro de todas las miradas, de todos los comentarios. – ¿Cuánto tiempo ha pasado desde entonces, hermano? -preguntó Lisán con la voz llena de melancolía-. ¿Años o sólo un momento? Entonces el tiempo avanzaba lentamente, como si navegáramos en medio de una calma chicha. En cambio ahora parece que cabalguemos sobre un camello desbocado que se dirige hacia un abismo. – Un abismo. Tú lo has dicho, hermano. Porque temo que te estás metiendo en otra locura… en la que corres un peligro mayor que el de fracturarte algún hueso. Lisán hizo un gesto con la mano. Quería espantar todos aquellos temores. – El tiempo es lo más valioso que nos ha regalado Allah. ¿Y qué hemos hecho con él hasta ahora? ¿Has cumplido todos tus sueños, Ahmed? – Algunos. Y te aseguro que me considero un hombre feliz. Tengo mi casa en orden, tengo a mis esposas, a mis hijos… Lisán asintió. – Tú eres un hombre feliz, eso es evidente. Pero yo aún no he conseguido nada de eso. Tan sólo el recuerdo de muchos sueños que jamás se realizaron del todo… – Deberías tomar esposa. Te lo he dicho mil veces: necesitas a una mujer a tu lado. – Sin duda… -Lisán no quería volver sobre ese tema, que era recurrente para su amigo. Pero el recuerdo de unos ojos bellísimos y un encuentro fugaz en un sendero, apartado de la muchedumbre que llenaba el Multazam, [7] cruzó por su mente y la llenó de paz. Ahmed insistió: – Recuerda lo que dijo el poeta: – Cierto. Pero ahora no es el momento… Tengo la sensación de que Allah me ha reservado algo grande. Nada sucede por azar, tampoco el que yo encontrara esas planchas de plomo enterradas en los cimientos de mi casa… Él ha dispuesto las fichas sobre mi tablero y no puedo dar la espalda a los sueños de mi infancia… No ahora que al fin pueden realizarse. – Ya no eres un niño, Lisán. – Es cierto que he cumplido los cuarenta años, pero la misma fiebre que me decidió a saltar desde la Colina Roja sigue robándome el sueño. Quizá algunos no maduramos nunca. Ahmed sacudió la cabeza y dio a su amigo por imposible. – Quizá -dijo sonriendo. Siguieron hacia la costa por un camino áspero y tortuoso. Al atardecer, cerca del alfoz de Salawbiniya, se encontraron con una tropa de hombres armados. Les comunicaron que andaban haciendo la ronda porque una carabela de los infieles había sido avistada por el vigía desde la atalaya. – Es mejor que pernoctéis en la ciudad -les aconsejó el que estaba al mando-. Mañana temprano podéis continuar vuestro camino. – ¿Pensáis que pueden ser piratas? -preguntó Ahmed. – Es una clara posibilidad. Lisán llamó a su amigo a un aparte y le dijo: – Tú y Jamîl id con ellos. Mañana mandaré buscaros. – ¿Y tú vas a seguir el viaje, a pesar del peligro? – No creo que se trate de piratas. Más bien el vigía ha debido de confundir nuestra nave con una carabela, pero no quiero que corras riesgo alguno. – Si tú estás decidido a seguir, yo iré contigo. Lisán asintió. Se volvió hacia el jefe de la tropa y agradeció su interés, pero le dijo que era preciso que continuaran su camino. – Id con cuidado -aconsejó éste-. No son buenos tiempos para viajar de noche. Continuaron. Al cabo de algo menos de una hora de marcha alcanzaron los acantilados que caían en picado sobre el mar. Se trataba de un escarpado promontorio que se extendía desde la misma orilla. Roca viva azotada por las olas hasta tal punto que había quedado porosa y con un filo como el de las aristas de hierro oxidado. – Debemos subir por ahí para cruzar al otro lado -dijo Lisán, señalando la pendiente-. No hay otro modo de hacerlo desde tierra, así que sujetad bien los caballos para que no se asusten por el ruido del rompiente. Treparon con cuidado por las rocas. Las olas se estrellaban bajo ellos y salpicaban espuma, formaban grandes remolinos en los intersticios. Ahmed caminaba, pensativo, al borde del acantilado. Las gaviotas revoloteaban y gritaban a su alrededor. Desde lo alto de esa barrera de piedra descubrió una larga cala arenosa. Las olas azotaban la parte exterior, pero en la interior tenía la apariencia de un estanque de agua cristalina. A lo lejos, vio una gran nave de velas cuadradas y otra menor con aparejo latino. Una carraca atracada junto a un jabeque. Allí estaban a salvo de miradas indiscretas, le explicó su amigo, pues la caleta se hallaba rodeada de pinos tan corpulentos que la ocultaban por completo a la vista desde el interior del país. – Asombroso -dijo Ahmed, apoyándose en uno de los árboles para recuperar el resuello tras la subida-. ¿Cómo habéis encontrado este lugar? – Baba ibn Abdullah sabía de él -respondió Lisán. Comenzaron a descender por la ladera opuesta de la colina, hacia la franja de arena que se interponía entre el acantilado y el mar. |
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