"Leyendas de Guatemala" - читать интересную книгу автора (Asturias Miguel Ángel)

Primera Cortina Roja

Cortina roja, color de la tarde, magia del color rojo de la tarde. Cuculcán rojo (sin zancos): calzas rojas, traje rojo de guerrero, máscara roja de guerrero con bigotes rojos, plumajes rojos de guerrero, frente a la cortina roja, una rodilla en tierra y el arco presto a disparar la primera flecha. A su lado, un poco atrás, Chinchibirín también de rojo, sin máscara, flecha en el arco, rodilla en tierra. Ambos empiezan a disparar sus flechas contra la cortina roja y cada vez que una de las flechas toca la cortina roja, se oye una lamentación humana. Ritmo de danza guerrera. Cuculcán y Chinchibirín bailan disparando sus flechas. La cortina se lamenta como herida de muerte cada vez que la toca una flecha. El tún acompaña el combate, madera de tronco hueco que a cada golpe se oye más cerca, cáscara y metal, cadencia que va cobrando brillo a medida que la lucha arrecia entre los guerreros y la cortina de la tarde que se desgarra en gritos humanos. Los tambores han empezado a sonar sordamente. Cae la cortina roja. Cuculcán desaparece. Chinchibirín con la última flecha en el arco, se inclina.

CHINCHIBIRÍN. ¡Señor, mi Señor, gran Señor! (Al levantar la cabeza, luce en su frente, como un nance, la estrella de la tarde.)

GUACAMAYO. (Sin asomar.) ¿Cuác, cuác, cuác, cuác!

CHINCHIBIRÍN. (Vuelve la cabeza hacia el sitio en que se oye al Guacamayo y apunta la flecha) ¡Te viera yo en el camino del desvanecimiento, pájaro de mal agüero!

GUACAMAYO. (Sale arrastrando las alas, como borracho.) ¡Tomé chicha para aliviarme el dolor de dientes y estoy atarantado!

CHINCHIBIRÍN. (Plantándosele en frente, ya para dispararle la flecha.) ¿Qué me quieres hacer creer?

GUACAMAYO. (Temeroso, casi retrocediendo.) Acucuác, no te quiero hacer creer nada. Cuando está borracho ve las cosas como son, el Guacamayo, y si lo escuchas sus palabras serán como piedras preciosas y las guardarás en tus oídos como en bolsas sin fondo.

CHINCHIBIRÍN. No sé, pero tu voz me llena el alma de cosquillas. Cuéntame de la noche…

GUACAMAYO. No, te voy a hablar del día.

CHINCHIBIRÍN. No olvides que la última flecha es para ti.

GUACAMAYO. El día es el camino del Sol, pero el Poderoso del Cielo y de la Tierra, se mueve no como lo ven los ojos, acucuác. Dibuja con la flecha aquí en la arena cómo se mueve el Sol.

CHINCHIBIRÍN. ¡Estás borracho!

GUACAMAYO. Estoy borracho, pero eso no quiere decir que no pueda explicarte exactamente el movimiento del Sol. No dibujes con tu flecha, basta el arco.

CHINCHIBIRÍN. Me quieres desarmar…

GUACAMAYO. Conserva el arco en tus manos, pero exhíbelo en alto para que veas en su línea cómo se mueve el Sol.

CHINCHIBIRÍN. En arco. Sale por este lado, sube al ojo del colibrí blanco y desciende por este otro lado del arco, hasta ocultarse aquí.

GUACAMAYO.. Es lo que se ve, acucuác, pero el movimiento del Poderoso del Cielo y de la Tierra es otro. Sale por este lado del arco, viaja durante la mañana de subida hasta el ojo del colibrí blanco, el diente de maíz que está en el centro del cielo, y de ahí regresa, no sigue adelante, desanda el camino de la tarde para ocultarse por donde aparece. No describe el arco entero.

CHINCHIBIRÍN. Perder el juicio con la chicha, es peor que el dolor de dientes. Sólo un ebrio puede hablar así. ¿Quién repite y repite que el Sol pasa de la mañana a la tarde, de la tarde a la noche, de la noche a la mañana, de la mañana a la tarde…? ¿Quién pregona que en el espejismo inmóvil de la existencia, nada es cierto y que es la luz que cambia al paso de Cuculcán lo que nos da la impresión de estar vivos? Pijuyes, gallos, tórtolas, chiquirines, son testigos.

GUACAMAYO. Todo lo que somos es memoria cuando creemos ser nosotros mismos. La memoria de mis palabras, sin el esclarecimiento que ahora quiero darte, es lo que defiendes por amor propio, como si esas palabras se hubieran incrustado en tus preciosidades.

CHINCHIBIRÍN. ¿Y he de olvidarlas, ahora que sales con que el Sol sólo llega a la mitad de su recorrido en el palacio de los tres colores? Creo que no, acucuác…

GUACAMAYO. Te debiera esclarecer todas las cosas, pero tendrías que agarrar tu memoria y retorcerle el pescuezo como a una gallina.

CHINCHIBIRÍN. A la gallina de colores le voy a cortar el pescuezo, ahora que está borracha, como se hace con los chumpipes.

GUACAMAYO. La vida es un engaño demasiado serio para que tú siendo tan joven lo entiendas, acucuác…

CHINCHIBIRÍN. Ya esta flecha demasiado aguda para que te calles…

RALABAL. (Invisible.) Quien conoce los vientos como yo, yo Ralabal, yo, yoo, yodo… el que peina los torrentes que se pandean como troncos de ceibas de cristal que tienen la raíz donde los árboles llevan el follaje, porque nacen en lo alto, y las ramas donde los árboles tienen la raíz, porque florecen abajo, al abrir sus copas de cristal en espumosas hojas e irisadas flores; yo, Ralabal, yo, yooo, yoooo… he puesto vigilantes en la punta de tu flecha para desviarla del corazón de preciosas piedras del Guacamayo.

CHINCHIBIRÍN. ¡Bien se confirma lo que dicen! Dicen que hay quien cuida a los borrachos para que no caigan en los barrancos, para que no maten a sus hijos pequeños al echarse sobre ellos y dormirse, y para que no se les castigue por sus impertinencias cuando están ya tan atarantados que no hablan sino escupen.

RALABAL. (Invisible.) Yo, Ralabal, yo, yoo, yooo… manejo los vientos y emborracho con el licor verde del corazón del invierno que es un enorme tronco podrido, en el que viven hormigas, casampulgas, lombrices, lagartijita acezantes, gusanos de oscuridad dura y oscuridad blanda… Pero antes que el cielo se vuelva sólo pulgas de tiniebla benigna debo volver a mi guardianía y además he oído que se acercan pastores… yo, Ralabal, yo… yoo… yooo…

CHINCHIBIRÍN. Espera, Ralabal, concedo«de los vientos, subiremos a los árboles para seguir conversando y tú serás el juez en mi disputa con el Guacamayo. Has oído lo que discutíamos.

GUACAMAYO. No subiré a ninguna parte, porque estoy borracho y me duelen los dientes.

RALABAL (Invisible.) Pero, sin más hablar, trepe cada quien al árbol que le parezca, porque los pastores ya se acercan y se asustarían de encontrar a su paso un pájaro tan grande de todos colores y un guerrero rojo con una sola flecha.

CHINCHIBIRÍN. ¡Vamos, subamos a los árboles! Las hojas se sacuden bajo el aliento de Ralabal. Ya no se sabe lo que habla. Sólo se oye el viento. (Empuja al Guacamayo.) ¡Anda, yo te voy a ayudar… sube primero… ten cuidado… no te vayas a quebrar un hueso y haya que ponerte otro de maíz! (El Guacamayo se queja, hipa, trata de subir.) ¡Upa!

GUACAMAYO. ¡Hipa!

CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!

GUACAMAYO. ¡Hipa!

CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!

GUACAMAYO. ¡Hipa!

HUVARAVIX. (Invisible.) ¡No puede ser! ¡No puede ser! Así dice el corazón de los pastores y pelea con la neblina baja, indolente, más mojada que la misma lluvia.

RALABAL. (Invisible.) ¡Calla, Huvaravix, maestro de los cantos de vigilia! No es el corazón de los pastores el que dice así. Es el lanazo de las jergas de que van vestidos el que subleva los pelos contra la niebla color de leche vegetal que los empapa como esponja.

CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!

GUACAMAYO. ¡Hipa!

HUVARAVIX. (Invisible.) ¿Qué sabes tú, Ralabal, que andas como bebido de chicha? Te somatas por todas partes, derramas las aguas, dejas mancos los árboles, botas las casas de los hombres…

RALABAL. (Invisible.) ¡Yo, Ralabal, yo, yoo, yooo… viento… salvaje… libre! Pero dejemos nuestras encías con dientes de mordida, sin su gusto que sería morder, y haz regresar a los pastores que se acercan, porque aquí andan arreglando cuentas Chinchibirín y Gran Saliva de Espejo.

CHINCHIBIRÍN. ¡Upa!

GUACAMAYO. Hipa! (No llegan a subir a los árboles.)

HUVARAVIX. (Invisible.) Yo, Huvaravix, Maestro de los Cantos de Vigilia, haré regresar a los pastores que llevan los sombreros hasta las orejas, sombreros de madera en los que han ordeñado la leche de sus cabras, olorosos por dentro a leche y pelo; que calzan lodos viejísimos en las uñas que son como cucharas de comer tierra; y de calzones remendados con verdaderos trozos de paisaje, tan variado en su color y su forma. Este parece que lleva una nube en las nalgas; aquél, una mariposa en la pierna; es otro una flor extraña en la espalda. La Abuela de los Remiendos pinta paisajes en la Ropa…

CHINCHIBIRÍN. ¡Maestro de los Cantos de Vigilia haz regresar a tus pastores, porque mi flecha está que la punta se le quema por saborear la sangre de todos los colores del corazón de este farsante!

GUACAMAYO. Hazlo regresar, pero consúltale, por qué los pastores tienen buenos remedios contra el dolor de dientes, bien que mis dientes ya no sean dientes, sino los maíces que aquellos malditos hijos brujos me pusieron en lugar de mis preciosos huesos bucales.

RALABAL. (Invisible.) Ya se detienen, se vuelven, no les convino este sendero, gracias a ti, Huvaravix, y ahora echemos tierra a nuestros pies siquiera un momento, para seguir la disputa de Gran Saliva y Chinchibirín.

HUVARAVIX. (Invisible.) Yo le daría a Gran Saliva de Espejo, el remedio que usan los pastores para el dolor de muelas, cuando en el destemplado amanecer sienten que les pica y arde en la boca el maíz podrido, y no pueden escupirlo. Yo, Maestro de los Cantos de Vigilia, sé que es un dolor desconsolado.

RALABAL. (Invisible.) Yo, Ralabal, yo, yoo, yooo… traigo el remedio y me haré visible para dárselo a Saliva de Espejo… Es un dolor desconsolado… (Ya visible.) Toma de este guacal de festines lo que necesites para que alivies tu dolor. Has mascado tanta mentira…

GUACAMAYO. ¡Cuác, cuác, cuác!… ¡Cuác, cuác, cuác!… (Después de meter el pico en el guacal de festines y apurar el remedio a grandes tragos.) ¿Dónde estamos?… Se me ha quitado el dolor, eres un encanto, Ralabal… Cuando uno se alivia de un dolor tan fuerte como el que yo tenía, se me alivió como quitado con la mano, se siente en otro mundo y por eso he preguntado ¿dónde estamos? ¿en qué país estoy? Me detestaba con el dolor y ahora, sin el dolor, vuelvo a quererme.

HUVARAVIX. (Invisible.) Ralabal te ha servido el remedio que cura el dolor y pone el corazón de fiesta. Sólo cuando uno está contento cae bien la flecha de la muerte. El que muere alegre, no muere. Yo, si tuviera que morir, le pediría a Ralabal de su guacal de festines.

CHINCHIBIRÍN. Pero vamos, acucuác, quiero ganarte la partida ahora que estás en el guacal de los festines…

GUACAMAYO. (Carcajada tras carcajada.) Cuác, cuíc, cuác, cuíc, cuíc, cuác, cuác, acuacuíc, acucuác, cuicuacuác!

CHINCHIBIRÍN. Sí te gano la partida, mi flecha te dará muerte y antes de que te enfríes por completo, te tomaré como un penacho de plumas de colores para sacudir el polvo de tus palabras engañadoras de los ríos y los lagos que ya no se ven datos como antes.

HUVARAVIX. (Invisible.) Soy todo oídos. Cada una de las hojas de estos árboles es una oreja mía. No perderé una sola palabra.

RALABAL. Ya sabíamos que el Maestra de los Cantos de Vigilia tiene las orejas verdes. Es el pastor de las orejas verdes.

CHINCHIBIRÍN. Dices, acucuác, que el Sol llega hasta el ojo del colibrí blanco y de allí regresa a su punto de partida. Si eso fuera cierto, cómo explicas que mis ojos lo ven caer, no en el lugar donde salió, sino en el sitio más opuesto.

GUACAMAYO. Lo digo y lo sostengo. El Sol sólo llega al ojo del colibrí blanco y de allí regresa. El otro medio arco, el de la tarde, es sólo una ficción en su carrera luminosa (afirmativo, y ronco), es sólo una ficción, acucuác…

HUVARAVIX. (Invisible.) Voy a buscar a la Abuela de los Remiendos, ella traerá hilo y aguja para coser en mis oídos lo que oigo.

RALABAL. Callemos nosotros, ellos que hablen…

CHINCHIBIRÍN, (Con voz tajante.) ¡Lo que se ve se ve y no es una ficción! Yo veo ocultarse el Sol, después de trazar el arco en el Palacio de los Tres Colores, no por donde aparece, y lo que se ve se ve…

GUACAMAYO. ¡Juguemos con las palabras!

CHINCHIBIRÍN. ¡No!

GUACAMAYO. ¿Acuite? Ralabal debía darte del guacal de los festines. El ojo del colibrí blanco es el diente de maíz del Sol.

CHINCHIBIRÍN. Y vas a decir que le duele… que por eso se regresa… que porque le duele un diente no sigue sobre el arco en el camino de la tarde, sino vuelve por el camino de la mañana, baja por donde ha subido.

GUACAMAYO. La tarde es una ficción…

CHINCHIBIRÍN. Ya te veo acorralado. Si el Sol vuelve a su punto de partida, acucuác, quién es el que celebra sus bodas en la noche. La noche se hizo para la mujer. Los senos de las mujeres son como los nidos de los pájaros. A quién le cambian las vestiduras de la tarde por traje y tónica de tiniebla y las sortijas de rubíes por sortijas de piedra de tinieblas. Son tus palabras. Te he dado el juego de palabras para vencerte con tus armas. Y la doncella que es su esposa hasta la aurora…

GUACAMAYO. Se han ido nuestros padrinos. Huvaravix no se oye que esté.

RALABAL. Yo no me he ido, pero no estoy aquí…

GUACAMAYO. Oye, Chinchibirín, la explicación, y guárdala como si la Abuela de los Remiendos hubiera traído la espina y su saliva en forma de hilo de cabello, para pegar estos remiendos a tus creencias.

CHINCHIBIRÍN. ¡Oigo, quiero oírte, eres el Gran Saliva de Espejo Engañador!

GUACAMAYO. (Solemne.) Sale el Sol, llega al ojo del colibrí blanco en la mitad del cielo y de allí regresa, reflejándose en la otra mitad del cielo que es un gran espejo, y por eso me llaman a mí Gran Saliva de Espejo Engañador. Somos los Salivas los que creamos el mundo y si la noche se hizo para la mujer, es sólo una ficción. El Sol no llega a la noche, en persona. Llega su imagen en el espejo. La mujer no recibe más que la ficción de las cosas, Cuculcán no yace con la doncella escogida para su esposa; es su imagen reflejada en el espejo lo que la esposa ama.

CHINCHIBIRÍN. ¡Siempre has de jugar con las palabras! La piedra de mi honda servirá para hacer pedazos ese espejo y que sea Cuculcán, el señor, el Gran Señor, mi Gran Señor, quien ame a la que, por fin, no sea sólo esposa suya hasta la aurora.

GUACAMAYO. (Sorprendido.) ¡Chinchibirín, acuác, Chinchibirín, mátame, pero no uses las hondas, en tu arco está la flecha!

CHINCHIBIRÍN. (Apuntando.) ¡La flecha roja!

GUACAMAYO. ¡No, la flecha que recogiste en el Lugar de la Abundancia!

CHINCHIBIRÍN. (Sorprendido en su secreta.) ¿La flecha amarilla?

GUACAMAYO. ¡Cuác, cuando la recogiste no era flecha!

CHINCHIBIRÍN. Era Flor Amarilla… Yaí…

GUACAMAYO. ¡Flor Amarilla está ofrecida a Cuculcán! ¡Será su esposa hasta la aurora!

CHINCHIBIRÍN. (Aprieta los dientes, retrocede paso a paso, con una mano en la cara y la otra suelta a su propio peso y colgando de ella, de ella, de sus dedos, como algo inútil, el arco y la flecha roja.) ¡YAÍ, flecha amarilla… fle… cha… mi… flecha mía… YAÍ… YAÍ!…

GUACAMAYO. ¡Tú, el arquero! ¡Tú, el arquero! ¡Yaí, la flecha! ¡Yaí, la flecha! Y yo, el arcoiris… cuác cuác cuác cuác… ¡El destino del Sol está jugado!