"Estrella Distante" - читать интересную книгу автора (Bolaño Roberto)7A partir de esa noche las noticias sobre Carlos Wieder son confusas, contradictorias, su figura aparece y desaparece en la antología móvil de la literatura chilena envuelto en brumas, se especula con su expulsión de la Fuerza Aérea en un juicio nocturno y secreto al que él asistiría con su uniforme de gala aunque sus incondicionales preferían imaginárselo con un capote negro de cosaco, con monóculo y fumando en una larga boquilla de colmillo de elefante. Las mentes más disparatadas de su generación lo ven vagando por Santiago, Valparaíso y Concepción ejerciendo oficios disímiles y participando en empresas artísticas extrañas. Cambia de nombre. Se le vincula con más de una revista literaria de existencia efímera en donde publica proposiciones de Durante un tiempo Bibiano visita cada vez que puede y siempre extremando la discreción aquel apartado perdido de la Biblioteca. No tarda en comprobar que el apartado crece con nuevas (aunque a menudo decepcionantes) aportaciones. Por unos días Bibiano se cree en posesión de la clave para encontrar al esquivo Carlos Wieder, pero (me confiesa en una carta) tiene miedo y sus pasos son tan prudentes y tímidos que podrían fácilmente confundirse con la inmovilidad. Desea encontrar a Wieder, desea verlo, pero no desea que Wieder lo vea a él y su peor pesadilla es que Wieder, una noche cualquiera, lo No le faltan ocasiones. La leyenda de Wieder crece como la espuma en algunos círculos literarios. Se dice que se ha vuelto rosacruz, que un grupo de seguidores de Joseph Peladan han intentado contactar con él, que una lectura en clave de ciertas páginas del Amphithéâtre des, sciences martes preludia o profetiza su irrupción «en el arte y en la política de un país del Lejano Sur». Se dice que vive refugiado en el fundo de una mujer mayor que él, dedicado a la lectura y a la fotografía. Se dice que asiste de vez en cuando (y sin avisar) al salón de Rebeca Vivar Vivanco, más conocida como madame VV, pintora y ultraderechista (Pinochet y los militares, para ella, son unos blandos que acabarán por entregar la República a la Democracia Cristiana), impulsora de comunas de artistas y soldados en la provincia de Aysén, dilapidadora de una de las fortunas familiares más antiguas de Chile y finalmente ingresada en un manicomio hacia la mitad de la década de los ochenta (entre sus obras peregrinas destaca el diseño de los nuevos uniformes de las Fuerzas Armadas y la composición de un poema musical de veinte minutos de duración que los adolescentes de quince años deberían entonar en un rito de iniciación a la vida adulta que se haría, según madame VV, en los desiertos del norte, en las nieves cordilleranas o en los oscuros bosques del sur, dependiendo de su fecha de nacimiento, situación de los planetas, etcétera). Hacia finales de 1977 aparece un juego (un wargame estratégico) sobre la Guerra del Pacífico que no obstante una más que discreta campaña de promoción pasa sin pena ni gloria por el incipiente mercado nacional. Su autor, dicen los entendidos (y Bibiano O'Ryan no los desmiente), es Carlos Wieder. El wargame, que cubre en turnos quincenales la totalidad de la guerra que desde 1879 enfrentó a Chile con la Alianza Peruano-Boliviana, es presentado al público como un juego más divertido que el Monopoly, aunque los jugadores no tardan en comprender que se hallan ante un juego de doble o de triple lectura. La primera, ardua, llena de tablas, es la de un clásico Estos dos juegos que nunca vieron la luz obsesionaron por un tiempo a Bibiano O'Ryan. Antes de que dejara de escribirme me informó que se había puesto en contacto con la mayor ludoteca privada de los Estados Unidos por si los juegos se habían comercializado allí. A vuelta de correo recibió un catálogo de treinta páginas con todos los juegos publicados en los Estados Unidos en los últimos cinco años y cuyo género fuera el wargame, No lo halló. Sobre el juego de detectives en Mega-Santiago, que entraba en una clasificación más amplia y al mismo tiempo más vaga, no le dijeron una palabra. Las pesquisas de Bibiano en los Estados Unidos, por otra parte, no se redujeron al mundo de los juegos. Supe por un amigo (aunque no sé si la historia es cierta) que Bibiano contactó con un coleccionista de rarezas literarias, por llamarlo de alguna manera, de la Philip K. Dick Society, de Glen Ellen, California. Bibiano, según parece; le contó a este coleccionista corresponsal suyo, un tipo especializado en los «mensajes secretos de la literatura, la pintura, el teatro y el cine», la historia de Carlos Wieder y el norteamericano pensó que un espécimen de esa calaña tenía que recalar tarde o temprano en los Estados Unidos. El tipo se llamaba Graham Greenwood y creía, a la manera norteamericana, decidida y militante, en la existencia del mal, el mal absoluto. En su particular teología el infierno era un entramado o una cadena de casualidades. Explicaba los asesinatos en serie como una «explosión del azar». Explicaba las muertes de los inocentes (todo aquello que nuestra mente se negaba a aceptar) como el lenguaje de ese azar liberado. La casa del diablo, decía, era la Ventura, la Suerte. Aparecía en programas de televisión comarcales, en pequeñas emisoras de radio da la Costa Oeste o de los estados de Nuevo México, Arizona y Texas propagando su visión del crimen. Para luchar contra el mal recomendaba el aprendizaje de la lectura, una lectura que comprendía los números, los colores, las señales y la disposición de los objetos minúsculos, los programas televisivos nocturnos o matutinos, las películas olvidadas. No creía, sin embargo, en la venganza: estaba en contra de la pena de muerte y a favor de una reforma radical de las cárceles. Siempre iba armado y defendía el derecho de los ciudadanos a portar armas, único medio de prevenir una fascistización del Estado. No circunscribía la lucha contra el mal a los ámbitos del planeta Tierra, que en su cosmología se asemejaba en ocasiones a una colonia penal: en algunos lugares fuera de la Tierra, decía, hay zonas liberadas en donde el azar no penetra y en donde la única fuente de dolor es la memoria; sus habitantes son llamados ángeles, sus ejércitos legiones. De una manera menos literaria pero más radical que Bibiano, se pasaba la vida metiendo la nariz en cuanto mundo bizarro del que tuviera noticia. Sus amistades eran variadas: detectives, militantes por los derechos de las minorías, feministas exiliadas en moteles del Oeste, productores y directores de cine que nunca harían una película y que vivían una vida tan impetuosa y solitaria como la suya. Los miembros de la Philip K. Dick Society, gente, aunque entusiasta, por lo común discreta, lo veían como un loco, pero un loco inofensivo y buena persona, además de ser un estudioso notable de las obras de Dick. Durante un tiempo, pues, Graham Greenwood estuvo esperando, se mantuvo alerta a las señales que pudiera dejar Wieder en su paso por los Estados Unidos, pero sin éxito. Las señales que deja en la antología móvil de la poesía chilena, por otra parte, son cada vez más tenues. Una poesía firmada con el seudónimo de El Piloto, publicada en una revista de existencia efímera y que a primera vista parece un plagio descarado de un poema de Octavio Paz. Otra poesía, más extensa, aparecida en una revista argentina de cierto prestigio, sobre una vieja empleada indígena que huye aterrorizada de una casa, de la mirada de un poeta, de una nueva forma de amar y que según Bibiano, incansable en sus interpretaciones, se refiere a Amalia Maluenda, la empleada mapuche de las hermanas Garmendia que desapareció la noche de su secuestro y que algunos colaboradores de la Iglesia Católica, que investiga las desapariciones, juran haber visto en las cercanías de Mulchén o de Santa Bárbara, viviendo en ranchos de los faldeos cordilleranos, protegida por sus sobrinos y con el firme propósito de no hablar jamás con ningún chileno. El poema (Bibiano me envió una fotocopia) es curioso, pero no prueba nada, incluso es posible que Wieder no lo escribiera. Todo lleva a pensar que ha renunciado a la literatura. Su obra, no obstante, perdura, a la desesperada (tal como a él quizás le hubiera gustado), pero perdura. Algunos jóvenes lo leen, lo reinventan, lo siguen, ¿pero cómo seguir a quien no se mueve, a quien trata, al parecer con éxito, de volverse invisible? Finalmente Wieder abandona Chile, abandona las revistas minoritarias en donde bajo sus iniciales o bajo alias inverosímiles habían ido saliendo sus últimas creaciones, trabajos hechos a desgana, imitaciones cuyo sentido escapa al lector, y desaparece, aunque su ausencia física (de hecho, En 1986, en el círculo que se reunía alrededor de las cenizas del fallecido crítico Ibacache, trasciende la existencia de una carta (y la noticia no tarda en hacerse pública) presuntamente enviada por un amigo de Wieder en donde se comunica la muerte de éste. En la carta se habla confusamente de albaceas literarios, pero los del círculo de Ibacache, interesados en mantener bien limpio su nombre y el nombre de su maestro, se cierran en redondo y prefieren no contestar. Según Bibiano, la noticia es falsa, probablemente inventada por los mismos seguidores del difunto crítico que, a semejanza de su maestro, ya chochean. Poco tiempo después, no obstante, aparece un libro póstumo de Ibacache titulado Las lecturas de mis lecturas en donde se cita a Wieder. El libro, un muestrario y un anecdotario posiblemente apócrifo y pretendidamente ligero, amable, se afana en consignar las lecturas claves de los autores a quienes Ibacache ha glosado con fervor o complacencia a través de su dilatado periplo de crítico. Así, se comentan las lecturas -y la biblioteca- de Huidobro (sorprendentes), de Neruda (previsibles), de Nicanor Parra (¡Wittgenstein y la poesía popular chilena!, probablemente una broma de Parra al crédulo Ibacache o una broma de Ibacache a sus lectores futuros), de Rosamel del Valle, de Díaz Casanueva, y otros más en donde se echa a faltar la presencia de Enrique Lihn, enemigo jurado del anticuario apologista. Entre los jóvenes el más joven es Wieder (lo que demuestra la fe que Ibacache había depositado en éste) y es en el apartado de sus lecturas en donde la prosa de Ibacache, por lo común llena de fiorituras o generalidades, las típicas del reseñista de periódico un poco redicho que en el fondo siempre fue, se retrae, abandona poco a poco (¡pero sin pausa alguna!) el tono festivo-familiar con que despacha al resto de sus ídolos, amigos o secuaces. Ibacache, en la soledad de su estudio, intenta fijar la imagen de Wieder. Intenta comprender, en un tour de forcé de su memoria, la voz, el espíritu de Wieder, su rostro entrevisto en una larga noche de charla telefónica, pero fracasa, y el fracaso además es estrepitoso y se hace notar en sus apuntes, en su prosa que de pizpireta pasa a doctoral (algo común en los articulistas latinoamericanos) y de doctoral a melancólica, perpleja. Las lecturas que Ibacache le achaca a Wieder son variadas y posiblemente obedecen más a la arbitrariedad del crítico, a su descolocamiento, que a la realidad: Heráclito, Empédocles, Esquilo, Eurípides, Simónides, Anacreonte, Calimaco, Honesto de Corinto. Se permite una chanza a costa de Wieder apuntando que las dos antologías de cabecera de éste eran la El fragmento referido a las lecturas «del prometedor poeta Carlos Wieder» se interrumpe de pronto, como si Ibacache se diera repentina cuenta de que está caminando en el vacío. Pero aún hay más: en un artículo sobre cementerios marinos del litoral Pacífico, texto empalagoso y dicharachero rescatado en un volumen titulado Aguafuertes y acuarelas, Ibacache, sin que venga a cuento, entre un cementerio cercano a Las Ventanas y otro en las proximidades de Valparaíso, describe un anochecer en un pueblo sin nombre, una plaza vacía donde tiemblan sombras alargadas y vacilantes, y una silueta, la de un hombre joven, con gabardina oscura y alrededor del cuello una bufanda o chalina que vela en parte su rostro. Ibacache y el desconocido hablan, pero entre ambos media una franja, un rectángulo de luz proveniente de una farola, que ninguno de los dos se anima a cruzar. Sus voces, pese a la distancia que los separa, son nítidas. El desconocido, por momentos, emplea un argot violento que contrasta con su voz bien timbrada, pero en general ambos contertulios se expresan en términos correctos. El encuentro, que requiere una intimidad absoluta, concluye con la aparición en la plaza nocturna de una pareja de enamorados seguida por un perro. La interrupción, que dura lo que dura un suspiro o un parpadeo, deja a Ibacache solo, apoyado en su bastón, meditando en la extrañeza y en el destino. El encuentro, a efectos prácticos, también pudo concluir con la aparición de una pareja de carabineros. Entre la vegetación descuidada de la plaza, entre sus sombras, el desconocido se desvanece. ¿Ha sido Wieder? ¿Ha sido una ensoñación del crítico? Quién sabe. Los años y las noticias adversas o la falta de noticias, contra lo que suele suceder, afirman la estatura mítica de Wieder, fortalecen sus pretendidas propuestas. Algunos entusiastas salen al mundo dispuestos a encontrarlo y, si no a traerlo de vuelta a Chile, al menos a hacerse una foto con él. Todo es en vano. La pista de Wieder se pierde en Sudáfrica, en Alemania, en Italia… Tras un largo peregrinaje, que otros llamarían viaje turístico de uno, dos y tres meses, los jóvenes que han ido en su busca regresan derrotados y sin fondos. El padre de Carlos Wieder, presumiblemente la única persona conocedora de su paradero, muere en 1990. Su nicho, que nadie visita, está en uno de los sectores más humildes del cementerio municipal de Valparaíso. Poco a poco se abre paso entre los círculos literarios chilenos la idea, en el fondo tranquilizadora pues los tiempos empiezan a cambiar, de que Carlos Wieder, en efecto, también está muerto. En 1992 su nombre sale a relucir en una encuesta judicial sobre torturas y desapariciones. Es la primera vez que aparece públicamente ligado a temas extraliterarios. En 1993 se le vincula con un En su defensa salen únicamente tres antiguos compañeros de armas. Los tres están retirados, a los tres los guía el amor por la verdad y un desinteresado altruismo. El primero, un mayor del Ejército, dice que Wieder era un hombre sensible y culto, una víctima más, a su manera, claro, de unos años de fierro en donde se jugó el destino de la República. El segundo, un sargento de Inteligencia Militar, entra más en apreciaciones cotidianas; su imagen de Wieder es la de un joven enérgico, bromista, trabajador, y mire que habían oficiales que no hacían nada, cumplidor con sus subordinados, a los que trataba no le diré que como a hijos porque la mayoría éramos más viejos que él, pero sí como a hermanos menores, mis hermanitos, les decía Wieder, a veces incluso sin venir a cuento, con una gran sonrisa de felicidad -¿pero feliz por qué?- cruzándole la cara. El tercero, un oficial que lo acompañó en algunas misiones en Santiago -pocas, como se preocupó por aclarar- afirma que el teniente de la Fuerza Aérea sólo hizo lo que todos los chilenos tuvieron que hacer, debieron hacer o quisieron y no pudieron hacer. En las guerras internas los prisioneros son un estorbo. Ésta era la máxima que Wieder y algunos otros siguieron y ¿quién, en medio del terremoto de la historia, podía culparlo de haberse excedido en el cumplimiento del deber? A veces, añadía pensativo, un tiro de gracia es más un consuelo que un último castigo: Carlitos Wieder veía el mundo como desde un volcán, señor, los veía a todos ustedes y se veía a sí mismo como Finalmente, un juez pesimista y valiente lo encana como inculpado en un proceso de instrucción que no progresará. Wieder, evidentemente, no se presenta. Otro juez, esta vez de Concepción, lo cita como principal sospechoso en el juicio por el asesinato de Angélica Garmendia y por la desaparición de su hermana y de su tía. Amalia Maluenda, la empleada mapuche de las Garmendia, se presenta como testigo sorpresa y durante una semana su presencia es un filón para los periodistas. Los años transcurridos parecen haber volatilizado el castellano de Amalia. Sus intervenciones están repletas de giros mapuches que dos jóvenes sacerdotes católicos que hacen de guardaespaldas suyos y que no la dejan sola ni un momento se encargan de traducir. La noche del crimen, en su memoria, se ha fundido a una larga historia de homicidios e injusticias. Su historia está hilada a través de un verso heroico Ninguno de los juicios prospera. Muchos son los problemas del país como para interesarse en la figura cada vez más borrosa de un asesino múltiple desaparecido hace mucho tiempo. Chile lo olvida. |
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