"La Exhalación" - читать интересную книгу автора (Gary Romain)13Toupoff la estaba esperando en el – Siento haberme retrasado, señor Toupoff. El agente se tocó el sombrero, sonrió y le contestó con una expresión poética del siglo diecinueve: – Esperarla a usted, señorita Devon, es la mitad del placer. Cuando decía un cumplido tenía el hábito de erguirse en la silla, y su sonrisa de pimpollo -una piedra que cae dentro de un lago de aceite- extendía rayos dorados y ondas a través de su gorda cara. – ¿Algo nuevo? – Pienso que sí. Le entregó la cinta magnética que Starr había grabado y que contenía los – Entonces por qué… – El coronel Starr está convencido de que en la transcripción hay algunos apuntes, alguna clave, señor Toupoff. Si no, ¿por qué Mathieu se hubiese molestado en grabarlo? – ¿Está segura de que no es otra broma antisoviética del coronel Starr? – Pensamos que a usted le interesaría, lo mismo que a nosotros. Envuelto en un grueso abrigo negro, Toupoff permanecía sentado allí y parpadeaba pesaroso. – Señorita Devon, la última vez fue la Biblia, y durante semanas tuvimos que escuchar la grabación del Antiguo Testamento… May se mordió los labios. El plan era la venganza personal de Jack Starr por tener que cooperar con KGB. – Allí no encontramos nada. Literatura muy pasada de moda… – Bueno, vuelvan a revisarla. – …y ahora, tendremos que sentarnos a escuchar la grabación de los – Discútalo con el coronel Starr. Cuando lo dejó, el ruso seguía parpadeando, como un globo a medio desinflar que emitía señales. Mathieu la estaba esperando en el auto. Siempre que volvía a verlo se sentía conmovida, aunque fuese después de una breve separación, un día o unas pocas horas. Mientras lo esperaba en casa, y por fin sonaba el timbre, siempre se producía una aceleración del pulso, una mirada furtiva al espejo y una sonrisa de complacencia consigo misma, el reconocimiento de su infantilismo. En amor no había ningún afianzamiento, ninguna domesticación de la pasión, ningún modo de domar al corazón. ¿Fue William Blake quien escribió que el amor era "lo conocido de lo desconocido"? -Rimbaud -aclaró. Lo miró. – No es Blake, es Rimbaud. – Por favor, Marc, no leas mis pensamientos, me asusta. -Me llamaste al laboratorio para pedirme que comprobara la cita, y aquí está. Rimbaud. Notó que conducía otro automóvil, un Citroen azul obscuro. Le iba a preguntar qué le había pasado al buen y fiel Mini cuando de repente, sin ninguna razón, la envolvió una ola de tristeza insoportable, una angustia, un terror sordo, y la evidencia de que no procedía de su interior; llegaba desde afuera, un agonizante y, sin embargo, silencioso grito de socorro. – ¡Detén el auto, bastardo. ¡Deténlo! – Escucha, bendita paranoica… – ¡Déjame salir! May apretó violentamente el pie izquierdo contra el freno desencadenando una reacción colectiva de choques y bocinazos; se arrojó hacia afuera, mientras un coro de insultos en la más auténtica expresión de la Francia moderna, alcanzaba alrededor de ella nuevas cimas culturales, a través de palabras groseras como – De todos los retrógrados, reaccionarios… – ¡No pienso sentarme en un auto impulsado por esa – ¡Cállate, tragedia norteamericana! De la multitud surgió un policía de cara roja que pitaba. – ¡Métase usted en el auto y circule usted mismo, Tuvieron que pasar por un "test" alcohólico en la comisaría. Se fue sola a su casa, hizo las valijas, luego se sentó junto a la puerta a esperar que Mathieu regresara. Así le daba una oportunidad de suplicarle que no lo abandonara. Lo hizo tan bien que May se dejó convencer. |
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