"Temor Frío" - читать интересную книгу автора (Slaughter Karin)

2

Jeffrey pudo ver a Sara a través de la ventanilla del helicóptero mientras éste se elevaba. Tenía la mano de Tessa apretada contra su pecho, la cabeza inclinada como si rezara. Ni él ni Sara eran creyentes, pero Jeffrey pronunció mentalmente una oración destinada a quien quisiera escucharla, implorando que Tessa se pusiera bien. Siguió mirando a Sara y rezando en silencio, hasta que el helicóptero describió un amplio giro a la derecha y sobrevoló inclinado la hilera de árboles. Cuanto más se alejaba, más le costaba encontrar palabras, por lo que cuando el aparato giró hacia el oeste en dirección a Atlanta, lo único que experimentó fue cólera e impotencia.

Jeffrey bajó la mirada hacia la fina tira blanca de plástico que había encontrado en la mano de Tessa. Se la había arrancado de la palma antes de que la subieran al helicóptero, con la esperanza de que quizá les condujera a la persona que la había atacado. Ahora, al contemplarla, sintió que lo invadía una aplastante sensación de desaliento. Tanto él como Sara habían tocado el plástico. No había huellas claras en la sangre. No había manera de saber si tenía algo que ver con la agresión.

– ¿Jefe?

Frank le entregó a Jeffrey la americana y la camisa, las dos empapadas de sangre.

– Cristo -dijo, sacando la placa y la cartera. Estaban tan impregnadas como sus ropas. Encontró una bolsa para pruebas y metió la tira de plástico dentro mientras preguntaba-: ¿Qué demonios ha pasado?

Frank extendió las manos sin decir nada.

El gesto irritó a Jeffrey, que se tragó el hiriente comentario que le había venido a la mente, sabiendo que lo que le había ocurrido a Tessa Linton no era culpa de Frank. En cualquier caso, la culpa era de Jeffrey. Había estado tocándose los huevos a menos de cien metros de donde Tessa había sido atacada; había sabido que algo pasaba al no ver a Tessa en el coche, y debería haber insistido en acompañar a Sara a buscarla.

Se guardó la bolsa en el bolsillo de los pantalones y preguntó:

– ¿Dónde están Lena y Matt?

Frank abrió el móvil.

– No -le dijo Jeffrey. Lo peor que le podía pasar a Matt estando en mitad del bosque era que le sonara el teléfono-. Dales diez minutos. -Miró su reloj, sin saber muy bien cuánto tiempo había transcurrido-. Si por entonces no han llegado, iremos a buscarlos.

– Entendido.

Jeffrey dejó caer sus ropas al suelo y colocó la placa y la cartera encima.

– Llama a comisaría. Que manden seis unidades. Frank comenzó a marcar el número y preguntó:

– ¿Quieres que soltemos al testigo?

– No -dijo Jeffrey.

Sin decir nada más, comenzó a bajar la colina hacia los coches aparcados.

Intentó ordenar sus pensamientos mientras caminaba. Sara había creído intuir algo sospechoso en el suicidio. El apuñalamiento de Tessa en las inmediaciones aumentaba esa posibilidad. Si el chaval que había en el río había sido asesinado, era posible que Tessa Linton hubiera sorprendido al agresor en el bosque.

– Jefe -dijo Brad en voz baja para no ser grosero. Detrás de él, Ellen Schaffer hablaba por su móvil.

Jeffrey fulminó a Brad con la mirada. Dentro de diez minutos todo el campus sabría exactamente lo que había pasado. Brad hizo una mueca, comprendiendo el error que había cometido.

– Lo siento.

Ellen Schaffer prosiguió la conversación.

– Tengo que irme -dijo bruscamente a su interlocutor al teléfono e interrumpió la llamada.

Era una joven rubia y atractiva, de ojos almendrados y con uno de los acentos yanquis más desagradables que Jeffrey había oído en mucho tiempo. Vestía unos pantalones cortos de deporte ajustados y una camiseta de lycra corta y aún más ajustada. Caído sobre las caderas llevaba un cinturón del que colgaba un reproductor de CD, y en torno al ombligo llevaba tatuado un sol con unos rayos de complicado dibujo.

– Señorita Schaffer… -dijo Jeffrey.

La voz de Schaffer fue más aguda de lo que Jeffrey recordaba cuando le preguntó:

– ¿Va a ponerse bien?

– Eso creo -dijo Jeffrey, aunque se le formó un nudo en las tripas al oír la pregunta.

Cuando habían depositado a Tessa en la camilla, estaba inconsciente. No había manera de saber si volvería a despertarse. Jeffrey quería estar con Sara, pero en el hospital lo único que podía hacer era esperar. Al menos así podría encontrar algunas respuestas para la familia de Sara.

– ¿Puede contarme otra vez qué pasó? -preguntó Jeffrey. El labio inferior de Schaffer tembló ante la pregunta.

Jeffrey le echó un cable:

– ¿Vio el cadáver desde el puente?

– Estaba corriendo. Siempre salgo a correr por la mañana.

Él volvió a mirar su reloj.

– ¿A esta hora exacta?

– Sí.

– ¿Siempre va sola?

– Normalmente. A veces.

Jeffrey hizo un esfuerzo deliberado por ser cortés, cuando lo que le hubiera gustado de verdad habría sido zarandear a la mujer y hacerle decir lo que quería saber.

– ¿Normalmente va a correr sola?

– Sí -contestó Schaffer-. Lo siento.

– ¿Normalmente coge este camino?

– Normalmente -repitió ella-. Bajo por el puente y luego me interno en el bosque. Hay senderos…

No acabó la frase al comprender que él ya debía de saberlo.

– Así pues -dijo él, haciéndole retomar el hilo-, ¿usted corre por este camino todos los días?

Ellen asintió, con un movimiento rápido.

– No es habitual que me pare en el puente, pero noté algo raro. No sé por qué me paré. -Apretó los labios formando una línea delgada al pensar en ello-. Suele oírse algún ruido, sonidos de la naturaleza. Pero hoy estaba todo demasiado silencioso. ¿Sabe a qué me refiero?

Jeffrey lo sabía. Había experimentado la misma extraña sensación cuando corría por el bosque en busca de Sara y Tessa. Los únicos sonidos que se oían eran los de sus propias zancadas golpeando el suelo y su corazón resonando con fuerza en su cabeza.

Ellen prosiguió:

– De modo que me detuve a hacer unos estiramientos y entonces miré por la barandilla… y ahí lo encontré.

– ¿No bajó a ver cómo estaba?

Ellen pareció incómoda.

– No… ¿Debería?

– No -dijo Jeffrey, y, para ser amable, añadió-: Hubiera contaminado la escena.

Ellen pareció aliviada.

– Me di cuenta de que…

Se miró las manos, llorando en silencio.

Jeffrey volvió la vista hacia el bosque, inquieto porque Matt y Lena no hubieran vuelto, sobre todo después del ruido que había hecho el helicóptero. Enviarlos al bosque no había sido una de sus mejores ideas.

Schaffer interrumpió sus pensamientos al preguntar:

– Ese chico, ¿sufrió?

– No -le aseguró él, aunque no tenía ni idea-. Creemos que saltó del puente.

Ellen pareció sorprendida.

– Sencillamente supuse que…

Jeffrey no la dejó demorarse en sus sentimientos.

– Así que le vio y llamó a la policía. ¿Qué hizo luego?

– Me quedé en el puente hasta que el agente llegó. -Señaló a Brad, quien sonrió con timidez-. Luego vinieron los demás, y yo me quedé con él.

– ¿Vio a alguien más? ¿En el bosque?

– Sólo a la chica que subía la colina -dijo ella.

– ¿A nadie más?

– No. A nadie -respondió Ellen, mirando más allá del hombro de Jeffrey.

Éste se volvió y vio a Matt y Lena salir del bosque. Lena cojeaba, las manos extendidas a los lados para no caer. Matt le ofreció la mano para ayudarla a bajar, pero ella la rechazó.

– Mañana acabaré de interrogarla -dijo Jeffrey a Ellen Schaffer-. Gracias por ponerse a nuestra disposición. -Y a Brad-: Asegúrate de que vuelve a su colegio mayor.

– Sí, señor -dijo Brad, pero éste ya estaba subiendo la colina. Las suelas de los mocasines de Jeffrey resbalaban en el suelo mientras corrían hacia Lena y Matt, pero en lo único que podía pensar era en que había puesto en peligro a otra mujer enviando a Lena al bosque. Cuando llegó junto a ellos, el remordimiento le constreñía el pecho. Puso una mano bajo el brazo de Lena para ayudarla a sentarse.

– ¿Qué ha sucedido? -preguntó Jeffrey, sintiéndose como una cotorra, diciéndose que aquel día había repetido la pregunta un millón de veces y seguía sin tener una respuesta satisfactoria-. ¿Te encuentras bien?

– Sí -dijo Lena, rechazándolo con tanta energía que bajó de culo el resto de la cuesta. Frank fue a ayudarla e intentó cogerla del brazo, pero ella lo apartó de una sacudida y dijo-: Joder, estoy bien -aunque hizo una mueca de dolor cuando su pie tocó el suelo.

Los tres hombres se quedaron petrificados cuando Lena se desató el cordón del zapato y Jeffrey supo que todos sentían lo mismo que él. Cuando levantó la vista, Matt y Frank le dirigieron sendas miradas acusatorias. Lena podría haberse hecho daño de verdad en el bosque. Lo que le había pasado -y lo que le podía haber ocurrido- era culpa de Jeffrey.

Lena rompió el hechizo al decir:

– Seguía ahí.

– ¿Dónde? -preguntó Jeffrey, y notó que se le aceleraba el pulso.

– El cabrón estaba escondido detrás de un árbol, mirando qué pasaba.

Frank murmuró un colérico «Cristo», pero Jeffrey no supo si su cólera se dirigía hacia el agresor o hacia él.

– Le perseguí -añadió Lena, ajena a la tensión, o quizá prefiriendo simplemente no hacer caso-. Tropecé con algo. Un tronco. No sé. Puedo enseñarte dónde se escondía.

Jeffrey intentó hallar una explicación a todo eso. ¿El agresor se había quedado para asegurarse de que Tessa conseguía ayuda, o simplemente se había puesto a mirar qué pasaba como si viera una película?

La voz de Frank traslucía impaciencia cuando le preguntó a Matt:

– ¿Y dónde estabas tú mientras pasaba todo eso?

Matt utilizó el mismo tono cortante.

– Nos separamos para cubrir más terreno. Un par de minutos después vi que el tipo echaba a correr.

Frank refunfuñó.

– En primer lugar, no deberías haberla dejado sola.

Y Matt le replicó con otro desplante.

– Simplemente estaba siguiendo la rutina.

– Basta -dijo Jeffrey, intentando detenerlos-. Así no vamos a solucionar nada. -Volvió su atención hacia Lena-. Ese tipo, ¿estaba muy cerca de la escena?

– Cerca -respondió-. Se había salido del camino, a unos cincuenta metros. Volví sobre mis pasos, pensando que si aún seguía por ahí estaría cerca para poder ver lo que pasaba.

– ¿Le viste bien? -le preguntó Jeffrey.

– No -dijo ella-. Él me vio antes a mí. Estaba acurrucado detrás de un árbol. A lo mejor se lo pasaba bomba viendo cómo Sara perdía los nervios.

– No te he pedido especulaciones -le espetó Jeffrey, a quien no le gustaba la manera condescendiente en que había pronunciado el nombre de Sara.

Lena nunca se había llevado bien con Sara, pero ahora no era momento de revivir viejas rencillas, sobre todo considerando el estado en que se encontraba Tessa.

– Viste al tipo. Y luego ¿qué?

– No le vi -replicó ella, furiosa.

Jeffrey comprendió demasiado tarde que había pulsado el botón equivocado. Miró a Frank y a Matt en busca de ayuda, pero éstos miraban con la misma dureza que Lena.

– Sigue -dijo Jeffrey.

Lena fue lacónica.

– Vi algo borroso. Movimiento. Se levantó y se fue. Le perseguí.

– ¿Por dónde se fue?

Lena tardó unos momentos en responder, levantando los ojos en busca del sol.

– Hacia el oeste, probablemente en dirección a la autopista.

– ¿Era blanco? ¿Negro?

– Blanco -dijo, y añadió, un tanto a la ligera-, creo.

– ¿Crees? -preguntó Jeffrey, consciente de que estaba echando leña al fuego, pero incapaz de reprimirse.

– Ya te lo he dicho -dijo ella a la defensiva-. El tipo se dio la vuelta y echó a correr. ¿Qué iba a hacer, preguntarle que fuera más despacio para que pudiera ver de qué raza era?

Jeffrey calló unos instantes, intentando controlarse.

– ¿Cómo iba vestido?

– Llevaba algo oscuro.

– ¿Chaqueta? ¿Tejanos?

– Tejanos, puede que una chaqueta. No lo sé. Estaba oscuro.

– ¿Una cazadora? ¿Abrigo?

– Una cazadora… creo.

– ¿Algún arma?

– No lo vi.

– ¿De qué color tenía el pelo?

– No lo sé.

– ¿No lo sabes?

– Creo que llevaba sombrero.

– ¿Crees que llevaba sombrero? -De pronto, toda la impotencia acumulada desde que viera a Tessa al borde de la muerte estalló-. Por el amor de Dios, Lena, ¿cuánto hace que eres policía?

Lena lo miró con ese odio feroz al que Jeffrey estaba acostumbrado en los sospechosos a los que interrogaba.

– Perseguiste a un puto sospechoso, ¿y ni siquiera sabes si llevaba sombrero o no? ¿Qué cojones hacías ahí, coger margaritas?

Lena seguía mirándole fijamente, y la barbilla le temblaba al reprimir lo que quería decirle.

– Pues qué suerte que no viniera a por ti -dijo Jeffrey-. Ahora tendríamos a dos chicas en el helicóptero en lugar de una.

– Sé cuidar de mí misma -le espetó.

– ¿Crees que ese cuchillito que llevas en el tobillo va a protegerte?

Le disgustó la expresión de sorpresa que vio en el rostro de Lena, sobre todo porque creía haberle enseñado mejor. Jeffrey había visto la funda cuando Lena bajó de culo por el terraplén del río.

– Debería arrestarte por llevarlo escondido -le dijo él.

Ella no le apartaba los ojos; su odio aún era palpable.

– Más te vale dejar de mirarme así -la advirtió.

Lena tenía los dientes tan apretados que casi no entendieron sus palabras.

– Ya no trabajo para ti, capullo.

En el interior de Jeffrey, algo estaba a punto de explotar. Su vista se agudizó, todo pareció quedar asombrosamente enfocado.

– Jefe -dijo Frank, y puso una mano en el hombro de Jeffrey. Éste se echó para atrás, sabiendo que actuaba como un loco. Vio sus ropas ensangrentadas en el suelo, la sangre de Tessa. Todas las imágenes le asaltaron de golpe: las lágrimas en la cara de Sara formando un reguero sobre sus mejillas ensangrentadas. El brazo de Tessa, flácido, colgando de la camilla cuando la levantaron.

Jeffrey se volvió para que no pudieran ver su expresión, recogió su placa, la limpió con el faldón de la camiseta y se concedió unos momentos para calmarse.

Brad Stephens eligió ese instante para aparecer, haciendo girar el sombrero en la mano.

– ¿Qué pasa, jefe?

La cólera ahogaba la garganta de Jeffrey.

– Te dije que acompañaras a Schaffer al colegio mayor.

– Se encontró con unas amigas -dijo Brad, palideciendo-. Quiso irse con ellas. -Sus ojos azul claro se ensancharon de temor, y tartamudeó-: Yo… yo… yo me figuré que estaría mejor con ellas. Están en su residencia. Keyes House. No imaginé que…

– No pasa nada -le interrumpió Jeffrey, sabiendo que si le hacía pagar el enfado a Brad sólo se sentiría peor. Le dijo-: Que uno de los muchachos vaya a la autopista. Que busquen a alguien que va a pie. A cualquiera que vaya a pie. Lleve o no chaqueta.

No miró a Lena al decir esas últimas palabras, aunque ella debía de saber que tener una descripción era muy importante.

– Las unidades llegarán enseguida -afirmó Frank.

Jeffrey asintió.

– Quiero una batida desde esta zona hasta el último lugar en el que Lena vio al agresor. Buscamos un cuchillo. Cualquier cosa que llame la atención.

– Llevaba algo en la mano -dijo Lena, como si ofreciera un premio-. Una bolsa blanca.

Brad Stephens soltó un grito ahogado, y se sonrojó cuando vio que todos le miraban.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Jeffrey.

Brad habló con una mezcla de aprensión y disculpa.

– Vi que Tessa recogía algo mientras subía la colina -dijo.

– ¿El qué?

– Cosas, basura, supongo. Llevaba una bolsa de plástico, como las que te dan en el Pig.

Se refería a la tienda de comestibles Piggly Wiggly. Miles de personas compraban allí todas las semanas.

Jeffrey se obligó a callar durante unos segundos. Se acordó del trozo de plástico que había encontrado en la mano de Tessa. Aquel fragmento podría haber sido arrancado perfectamente de una bolsa de plástico de esa tienda.

– ¿Tessa se encontró la bolsa en la colina? -preguntó Jeffrey a Brad.

Por primera vez se fijó en la cantidad de basura que había en la zona. La brigada de limpieza de la universidad dedicaba casi todas sus energías a los terrenos más próximos a las facultades. Seguramente llevaban un año sin limpiar por esa zona.

– Sí, señor -dijo Brad-. Tessa simplemente la recogió y comenzó a meter cosas en la bolsa mientras subía la colina.

– ¿Qué cosas? -preguntó Jeffrey.

Brad volvió a tartamudear, algo que le ocurría sólo cuando estaba nervioso.

– Ba… basura, supongo. Envoltorios, latas y cosas así.

Jeffrey intentó moderar su tono con Brad, sobre todo porque, por alguna razón, aquel tartamudeo azuzaba de nuevo su ira.

– ¿Y no se te ocurrió subir hasta allí y preguntarle qué estaba haciendo?

– Me dijo que me quedara con la testigo -le recordó Brad. Sus pálidas mejillas volvieron a sonrojarse-. Y yo… esto… no quería entrometerme con lo que estaba haciendo. Ya sabe, cosas pe… personales.

– Comunícalo por radio -dijo Jeffrey a Matt-. Ropas oscuras, quizá lleve una bolsa de plástico.

– ¿Crees que robó la basura? -preguntó Lena, escéptica.

Matt se acercó el móvil al oído y se alejó unos pasos para transmitir las órdenes de Jeffrey. Frank miraba a Lena, pero no había manera de saber lo que pensaba.

Jeffrey vio que Chuck se tomaba con calma la subida de la colina. Cuando le vio detenerse y agacharse, se puso tenso, pero Chuck sólo se estaba atando los cordones del zapato.

Cuando Chuck llegó a su lado, le dijo:

– Estaba con el cadáver. Protegiendo la escena del crimen.

Lena no le hizo caso.

– ¿Crees que hay alguna relación? -preguntó a Jeffrey.

Éste dedujo de la expresión de Frank que, después de todo lo que había pasado, ahora empezaba a planteárselo. El viejo policía habría acabado cayendo en la cuenta, pero Lena siempre iba muy por delante de los agentes más veteranos de la brigada. Su rápida inteligencia fue lo que Jeffrey más echó de menos cuando Lena los dejó.

– Tiene que haber alguna relación -repitió Lena.

Jeffrey no quiso contestar, y no sólo porque Chuck se estaba enterando de todo. Lena había decidido dejar la policía hacía siete meses. Ya no formaba parte de su equipo.

– Déjame ver la nota de suicidio -le pidió a Frank.

– Estaba debajo de una roca, al final del puente -contestó Frank.

Se llevó la mano al bolsillo y sacó una hoja de cuaderno doblada. Jeffrey no pensaba regañar a Frank por no haber guardado la nota en una bolsa para pruebas. Los dos tenían las manos tan ensangrentadas que podían manchar la hoja.

Jeffrey la observó, pero sus ojos no llegaron a leerla. Chuck se llevó la mano a la barbilla, pensativo.

– ¿Sigue creyendo que saltó él solo?

– Sí -contestó Jeffrey, mirando al guarda de seguridad del campus.

En lo referente a los secretos, Chuck era un cedazo con patas. Jeffrey le había oído contar chismes de tanta gente que sabía que no se podía confiar en él.

Frank acudió en auxilio de Jeffrey y dijo a Chuck:

– Un asesino le habría apuñalado, no le habría tirado de un puente. No cambian su modus operandi así como así.

– Es lógico -asintió Chuck, aunque cualquiera con un gramo de inteligencia habría hecho más preguntas.

Jeffrey le devolvió la nota a Frank.

– Cuando llegue el equipo, id al otro lado del río. Si tenemos que buscar huellas las buscaremos, ¿entendido? -dijo Jeffrey.

– Sí -contestó Frank-. Empezaremos en el río e iremos hacia la autopista.

– Bien.

Matt había acabado sus llamadas y Jeffrey le encomendó otra misión.

– Llama a Macon a ver si podemos traer algunos perros.

Chuck cruzó los brazos sobre el pecho.

– Traeré algunos de los míos…

Jeffrey le clavó el índice varias veces.

– Mantén a tu gente de los cojones fuera de mi escena del crimen -le ordenó.

Chuck no se arredró.

– Este terreno pertenece a la universidad.

Jeffrey señaló el cadáver que había en el lecho del río.

– Lo único que tienes que hacer es averiguar quién es el chaval y contárselo a su madre.

– Es Rosen -dijo Chuck, a la defensiva-. Andy Rosen.

– ¿Rosen? -repitió Lena.

– ¿Le conocías? -preguntó Jeffrey.

Lena negó con la cabeza, pero éste intuyó que le ocultaba algo.

– ¿Lena? -dijo, dándole otra oportunidad de desembuchar.

– He dicho que no -le espetó.

Jeffrey ya no estuvo seguro de si estaba mintiendo o sólo quería tocarle las narices. En cualquier caso, no estaba para juegos.

– Te dejo al frente de la búsqueda -dijo Jeffrey a Frank-. Tengo cosas que hacer.

Frank asintió, imaginaba adónde tenía que ir Jeffrey.

– Que la madre esté en la biblioteca dentro de una hora para que pueda interrogarla -dijo Jeffrey a Chuck. Señaló a Lena con el dedo-. Yo de ti, me llevaría a Lena a hacer la notificación. Tiene mucha más experiencia que tú.

Jeffrey le echó otra mirada a Lena, pensando que ella agradecería el comentario. Por la manera en que ella le devolvió la mirada, se dio cuenta de que Lena no creía que le hubiera hecho ningún favor.


Jeffrey siempre tenía una camisa de repuesto en el coche, pero por mucho que frotara no conseguiría quitarse la sangre de las manos. Utilizó una botella de agua para limpiarse el pecho y la parte superior del cuerpo, pero aún tenía las uñas bordeadas de rojo. Su anillo de promoción de Auburn tenía sangre seca, y también había sangre alrededor de los números de su camiseta del equipo de fútbol y del año en que se habría graduado de haber continuado. Jeffrey se acordó del famoso verso de Macbeth, reconocer la culpa magnificaba la sangre, y la hacía parecer peor de lo que era. Tessa nunca debería haber estado en esa colina. Tres avezados policías armados estaban a menos de treinta metros, y la habían apuñalado hasta casi matarla. Él debería haberla protegido. Debería haber hecho algo.

Jeffrey llegó al camino de entrada de los Linton, y aparcó detrás de la furgoneta de Eddie. El miedo le invadió como un virus mientras se obligaba a salir del coche. Desde que Sara y Jeffrey se divorciaron, Eddie Linton había dejado claro que no consideraba a Jeffrey más que una mierda que había manchado el zapato de su hija. A pesar de ello, Jeffrey sentía auténtico aprecio por el viejo. Eddie era un buen padre, el tipo de padre que le hubiera gustado tener de niño. Hacía más de diez años que Jeffrey conocía a los Linton, y durante su matrimonio con Sara sintió, por primera vez en su vida, que formaba parte de una familia. En gran medida, Tessa era como una hermana para él.

Jeffrey inspiró profundamente antes de recorrer el camino de entrada. Una fresca brisa le provocó un escalofrío, y se dio cuenta de que estaba sudando. Llegaba música de la parte de atrás de la casa, y decidió dar un rodeo en lugar de llamar a la puerta principal. Se detuvo repentinamente al reconocer la canción de la radio. A Sara no le gustaba el ajetreo ni la formalidad, de modo que se casaron en la casa de los Linton. Intercambiaron los votos en el salón, y luego se celebró una pequeña recepción para la familia y los amigos en el jardín de atrás. La canción que sonaba ahora fue la primera que bailaron como marido y mujer. Se acordó de lo que sintió al abrazarla, al notar la mano de ella en la nuca, acariciándosela ligeramente, su cuerpo pegado al de él de una manera casta y también la más sensual que jamás había experimentado. Sara bailaba muy mal, pero o el vino o el momento le otorgaron una repentina y milagrosa coordinación, y bailaron hasta que la madre de Sara les recordó que tenían que coger un avión. Eddie había intentado detenerla; ni siquiera entonces quería que Sara se fuera.

De nuevo hizo un esfuerzo por avanzar. Un día remoto se había llevado a una de las hijas de los Linton, y ahora volvía para decirles que a lo mejor perdían a otra.

Al girar por la esquina, Cathy Linton se reía de algo que Eddie había dicho. Estaban sentados en la terraza de atrás, ajenos a todo mientras escuchaban a Shelby Lynne y disfrutaban de un ocioso domingo por la tarde, igual que casi todo el mundo en Grant County. Cathy estaba sentada en una tumbona, los pies sobre un escabel mientras Eddie le pintaba las uñas.

La madre de Sara era una mujer hermosa, y en sus cabellos largos y rubios apenas había algún mechón gris. Debía de rondar los sesenta, pero aún mantenía su atractivo. Había algo sexy y apegado a la realidad en ella que Jeffrey encontraba irresistible. Aunque Sara insistía en que ella no se parecía en nada a su madre -Cathy era menuda y ella alta, Cathy era flaca como un muchacho y a Sara no le faltaban curvas-, había muchas cosas que las dos mujeres compartían. Sara tenía la piel perfecta de su madre, y una sonrisa que te hacía sentir que eras la cosa más importante del planeta cuando te la dedicaban. También tenía el cáustico ingenio de su madre, y sabía ponerte en tu sitio y hacer que sonara como un cumplido.

Cathy sonrió a Jeffrey cuando le vio.

– Te hemos echado de menos en el almuerzo -le dijo.

Eddie se incorporó en su silla, enroscó el tapón del esmalte de uñas y farfulló algo que Jeffrey prefirió no haber oído. Cathy subió el volumen de la música, obviamente recordando la boda. Se puso a cantar, con una voz grave y ronca: «Confieso que te amo…», con un brillo de burla tan feliz en la mirada, en aquellos ojos que se parecían tanto a los de Sara, que tuvo que apartar la vista.

Cathy bajó el volumen, intuyendo que algo pasaba, probablemente pensaba que Jeffrey había discutido con Sara.

– Las chicas volverán pronto. No sé qué las retiene -dijo.

Jeffrey se acercó un poco más. Apenas le sostenían las piernas, y sabía que lo que estaba a punto de decir cambiaría las cosas de raíz. Cathy y Eddie jamás olvidarían esa tarde, el momento en que sus vidas sufrieron un vuelco inesperado. Como policía, Jeffrey había hecho cientos de notificaciones, había comunicado a cientos de padres, esposas y amigos que sus seres queridos habían sido lastimados o, peor aún, que nunca volverían a casa. Ninguna le había afectado tanto como ésa. Comunicarle eso a los Linton sería casi tan horrible como volver a estar en ese claro, viendo derrumbarse a Sara mientras Tessa se desangraba, sabiendo que no podía hacer nada para ayudarlas. Jeffrey comprendió que le miraban porque llevaba callado demasiado rato.

– ¿Dónde está Devon? -preguntó.

Por nada del mundo querría repetir esto otra vez. Cathy le dirigió una mirada inquisitiva.

– Está en casa de su madre -dijo, con el mismo tono de voz que Sara había utilizado una hora antes con Tessa: firme, controlado, asustado.

Abrió la boca para formular una pregunta, pero no le salió ni una palabra.

Jeffrey subió los peldaños lentamente, preguntándose cómo iba a hacerlo. Se quedó en el escalón superior, se metió las manos en los bolsillos. Los ojos de Cathy siguieron sus manos, sus manos manchadas de sangre y de culpa.

Vio moverse la garganta de Cathy al tragar. A continuación la madre de Sara se llevó la mano a la boca y unas repentinas lágrimas brillaron en sus ojos.

Finalmente, Eddie habló en nombre de su mujer, verbalizando la única pregunta que el padre de dos hijas puede hacer:

– ¿Cuál de ellas?