"Mas Oscuro Que La Noche" - читать интересную книгу автора (Connelly Michael)

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Después de pasar a una página en blanco de la libreta, McCaleb abrió el expediente del asesinato. Abrió las anillas, sacó los documentos y los apiló ordenadamente sobre el escritorio. Era un capricho, pero nunca le había gustado revisar los casos pasando las hojas de un archivador. Le complacía sostener cada uno de los documentos en sus manos. Le gustaba cuadrar las esquinas de toda la pila. Dejó la carpeta a un lado y empezó a leer los informes del caso en orden cronológico. Enseguida estuvo completamente inmerso en la investigación.

A mediodía del lunes, 1 de enero, una llamada anónima a la comisaría de West Hollywood del Departamento del Sheriff del Condado de Los Ángeles había avisado del crimen. El informante, un hombre, comunicó que había un cadáver en el apartamento 2B del complejo Grand Royale, en Sweetzer, cerca de Melrose. El informante colgó sin decir su nombre ni dejar ningún otro mensaje. Puesto que la llamada no se realizó a una línea de emergencias no fue grabada, y el teléfono no contaba con ninguna función para identificar la procedencia de la llamada.

Se envió al apartamento una patrulla de dos ayudantes del sheriff, y éstos encontraron la puerta entreabierta. Al no recibir respuesta a sus llamadas, los agentes entraron en el apartamento, y pronto descubrieron que la información de la persona que había llamado era correcta. Había un hombre muerto en el interior. Los agentes salieron del apartamento y llamaron a una brigada de homicidios. El caso fue asignado a Jaye Winston y Kurt Mintz, con Winston como detective al mando.

El informe identificaba a la víctima como Edward Gunn, un pintor de casas de cuarenta y cuatro años. Había vivido solo en el apartamento de la avenida Sweetzer desde hacía nueve años.

La búsqueda de antecedentes o actividad delictiva conocida determinó que Gunn tenía un historial de condenas por delitos menores que iban desde solicitar servicios de prostitución hasta repetidos arrestos por intoxicación pública o conducir borracho. Lo habían detenido en dos ocasiones por conducir con una elevada tasa de alcoholemia en los tres meses previos a su muerte, la última la noche del 30 de diciembre. El treinta y uno, pagó la fianza y quedó en libertad. Menos de veinticuatro horas después estaba muerto. Los registros también mostraban una detención por un crimen que no resultó en condena. Seis años antes Gunn había sido detenido por el Departamento de Policía de Los Ángeles e interrogado por un homicidio. Más tarde quedó en libertad sin cargos.

De acuerdo con los informes de investigación que Winston y su compañero habían incluido en el expediente de asesinato, no se había robado nada, por lo cual se desconocía el móvil del asesinato. Otros residentes del bloque de ocho apartamentos declararon que no habían oído ruidos ni alboroto procedente del apartamento de Gunn en la noche de fin de año. Si surgió algún sonido del apartamento durante el crimen, éste quedó ahogado por el rumor de una fiesta organizada por un inquilino que vivía justo debajo. La fiesta había durado hasta bien entrada la mañana del 1 de enero. Gunn, según varios asistentes a la velada que habían sido interrogados, no había sido invitado ni había asistido a la fiesta.

Una batida por el barrio, un barrio formado fundamentalmente por pequeños edificios de apartamentos similares al Grand Royale, no encontró testigos que recordaran haber visto a Gunn en los días inmediatamente anteriores a su muerte.

Todo parecía señalar que el asesino había ido a buscar a Gunn. La ausencia de desperfectos en las puertas y ventanas del apartamento indicaba que no se había producido un allanamiento y que probablemente Gunn conocía a su asesino. Con esto en mente, Winston y Mintz interrogaron a todos los compañeros de trabajo y asociados, así como al resto de los inquilinos y a todas las personas que habían asistido a la fiesta en el complejo, en un intento de encontrar algún sospechoso. Su esfuerzo no obtuvo recompensa.

También revisaron todos los datos financieros de la víctima en busca de una pista para un posible móvil monetario, pero no encontraron nada. Gunn no tenía empleo fijo. Acostumbraba a rondar por una tienda de pintura y diseño de Beverly Boulevard y ofrecía sus servicios a los clientes cobrando por jornada de trabajo. Vivía al día, ganaba lo justo para pagar y mantener su apartamento y una furgoneta pequeña en la que llevaba el material de pintura.

Gunn tenía un único pariente vivo, una hermana que residía en Long Beach. Hacía más de un año que no veía a su hermano, aunque él la había llamado la noche del 30 de diciembre desde el calabozo de la comisaría de Hollywood, donde se hallaba retenido a consecuencia de su detención por conducir bajo los efectos del alcohol. La hermana declaró que le había dicho a su hermano que no podía seguir ayudándolo a pagar fianzas y le había colgado el teléfono. La mujer no pudo ofrecer a los investigadores ninguna información útil en relación con el asesinato.

El incidente en el que Gunn había sido detenido seis años antes fue revisado a fondo. Gunn había matado a una prostituta en la habitación de un motel de Sunset Boulevard. La había acuchillado con una navaja de la víctima cuando ella intentaba robarle, según su declaración recogida en el expediente de la División de Hollywood del Departamento de Policía de Los Ángeles. Había inconsistencias menores entre la declaración inicial de Gunn a los oficiales de patrulla y las pruebas físicas, pero no lo suficiente para que el fiscal del distrito presentara cargos contra él. En última instancia, el caso fue calificado de legítima defensa y cerrado.

McCaleb se fijó en que el jefe de la investigación había sido el detective Harry Bosch. Años antes, McCaleb había trabajado con Bosch en un caso, una investigación en la que todavía pensaba con frecuencia. Bosch había sido brusco y reservado a veces, pero sin duda era un buen policía, con intuición, instinto y excelentes dotes de investigador. De hecho, habían conectado de algún modo en la agitación emocional que el caso había provocado en ambos. McCaleb anotó el nombre de Bosch en la libreta para acordarse de llamar al detective por si tenía alguna idea sobre el caso.

Volvió a leer los resúmenes. Considerando el historial de Gunn de relación con una prostituta, el siguiente paso de Winston y Mintz fue investigar el registro de llamadas telefónicas de la víctima, así como los cheques y las compras con tarjeta de crédito en busca de indicaciones de que hubiera seguido manteniendo tratos con prostitutas. No había nada. Patrullaron tres noches por Sunset Boulevard junto con dos agentes de la brigada anti-vicio del Departamento de Policía de Los Ángeles, deteniéndose a interrogar a las prostitutas callejeras, pero ninguna admitió reconocer al hombre en las fotos que la hermana de Gunn había prestado a los detectives.

Los detectives revisaron los anuncios de contactos de la prensa local en busca de anuncios de Gunn. Una vez más se encontraron en un callejón sin salida.

Finalmente, los detectives siguieron la remota pista de investigar a la familia y las compañeras de la prostituta muerta seis años antes. Aunque Gunn no llegó a ser acusado, existía la posibilidad de que alguien no creyera que había actuado en defensa propia; alguien interesado en ajustarle las cuentas.

Pero esto también era un callejón sin salida. La familia de la víctima era de Filadelfia y había perdido el contacto con la joven años antes. Ningún pariente se había presentado siquiera a reclamar el cadáver antes de que fuera incinerado a cargo de los contribuyentes. No había ninguna razón para que buscaran venganza por un asesinato de seis años antes cuando ni siquiera se habían preocupado por él.

La investigación se había topado con la pared una vez tras otra. Un caso que no se resolvía en las primeras cuarenta y ocho horas tenía menos de un cincuenta por ciento de posibilidades de solucionarse. Un caso no resuelto en dos semanas era como un cadáver sin reclamar en el depósito: iba a quedarse en la nevera durante mucho tiempo.

Y por eso Winston había acudido finalmente a McCaleb. El era el último recurso en un caso sin esperanza.

Después de terminar con los resúmenes, McCaleb decidió tomarse un descanso. Miró el reloj y vio que eran casi las dos. Abrió la puerta del camarote y subió al salón. Las luces estaban apagadas. Buddy, al parecer, se había ido a acostar en el camarote principal sin hacer ningún ruido. McCaleb abrió la nevera y miró en el interior. Había un retráctil de seis cervezas que habían quedado de la excursión de pesca, pero no le apetecía. Había también un brick de zumo de naranja y agua mineral. Cogió el agua y atravesó el salón para ir al puente de mando. Siempre hacía frío en el agua, pero esa noche parecía especialmente gélida. Cruzó los brazos ante el pecho y miró a través del puerto y hacia la colina hasta la casa donde su familia dormía. Sólo había una bombilla encendida en la terraza de atrás.

Sintió una punzada de culpa. Sabía que a pesar del profundo amor que sentía por la mujer y los dos niños que descansaban tras aquella solitaria luz, prefería estar en el barco con el expediente de un asesinato que durmiendo en la casa. Trató de apartar esta idea y las preguntas que planteaba, pero no logró ocultarse a sí mismo la conclusión esencial de que había algo que fallaba en él, algo que faltaba. Era algo que le impedía aceptar aquello por lo que luchan la mayoría de los hombres.

Volvió al interior de la embarcación. Sabía que sumergirse en los informes del caso le haría olvidar la sensación de culpa.


El informe de la autopsia no contenía sorpresas. La causa de la muerte era, como McCaleb había adivinado al ver el vídeo, hipoxia cerebral debida a la compresión de las arterias carótidas por estrangulación por ligadura. La hora de la muerte se fijó entre la medianoche y las tres de la mañana del 1 de enero.

El ayudante del forense que realizó la autopsia señaló que las lesiones internas en la garganta eran mínimas. Ni el hueso hioide ni el cartílago tiroideo presentaban roturas. Este hecho, unido a las múltiples marcas de atadura en la piel, llevaron al forense a concluir que Gunn se había estrangulado lentamente a sí mismo mientras intentaba desesperadamente mantener la posición de los pies detrás de la espalda, a fin de que el nudo no se cerrara con fuerza en torno a su cuello. Las conclusiones de la autopsia sugerían que la víctima podía haberse debatido en esa posición durante unas dos horas.

McCaleb pensó en ello y se preguntó si el asesino habría permanecido en el apartamento durante todo ese tiempo, contemplando la agonía desesperada de la víctima. O tal vez había preparado la ligadura y se había marchado,, posiblemente para poner en marcha algún tipo de coartada; quizá había acudido a una fiesta de fin de año, con objeto de tener numerosos testigos dispuestos a declarar que estaba con ellos en el momento de la muerte de la víctima.

Entonces recordó el cubo y decidió que el asesino se había quedado. Cubrir la cabeza de la víctima era algo frecuente en los asesinatos con motivación sexual o de rabia: el agresor cubre la cara de la víctima como forma de deshumanizar a ésta y evitar el contacto visual. McCaleb había trabajado en decenas de casos en los que había notado este fenómeno: mujeres que habían sido violadas y asesinadas con un camisón o un almohada tapándoles la cara, niños con la cabeza envuelta en una toalla… Habría podido llenar la libreta con un lista de ejemplos, pero en lugar de eso, se limitó a escribir una línea en la página, debajo del nombre de Bosch.


SUDES se quedó todo el tiempo observando.


El sujeto desconocido, pensó McCaleb. Nos volvemos a encontrar.


Antes de seguir adelante, McCaleb buscó dos datos más en el informe de la autopsia. El primero era la lesión en la cabeza. Encontró una descripción de la herida en los comentarios del forense. La laceración peri mortem era circular y superficial. La herida era mínima y fue, según el informe, posiblemente defensiva.

McCaleb desechó la posibilidad de que se tratara de una herida defensiva. La única sangre de la moqueta en la escena del crimen era la que había salpicado del cubo después de que éste fuera colocado sobre la cabeza de la víctima. Además, la sangre había resbalado desde la coronilla hasta el rostro de la víctima, lo cual indicaba que la cabeza estaba inclinada hacia adelante. La conclusión de McCaleb fue que Gunn ya estaba atado y en el suelo cuando le asestaron el golpe en la cabeza y cubrieron ésta con el cubo. Su instinto le decía que podía tratarse de un golpe asestado con el objetivo de acelerar el fallecimiento; un impacto en la cabeza que debilitaría a la víctima y reduciría su resistencia contra las ataduras.

Anotó estas reflexiones en el cuaderno y continuó con el informe de la autopsia. Localizó lo hallado en el examen del ano y el pene. Las muestras recogidas revelaron que no se había registrado actividad sexual en el tiempo anterior a la muerte. McCaleb anotó: «Sin sexo» en la libreta. Debajo escribió la palabra «Rabia» y la rodeó con un círculo.

McCaleb se dio cuenta de que muchas, si no todas, las sospechas y conclusiones a las que estaba llegando probablemente ya habrían sido alcanzadas antes por Jaye Winston. De todos modos, él seguía su rutina en el análisis de las escenas del crimen. En primer lugar, realizaba sus propios juicios, sólo después miraba cómo se correspondían con las conclusiones de los primeros detectives.

Del informe de la autopsia pasó a los de análisis de indicios. Para empezar leyó la lista y notó que la lechuza de plástico que había visto en la cinta no había sido requisada y etiquetada. Estaba seguro de que tendría que haberse hecho y tomó nota de ello. El informe tampoco mencionaba ninguna recuperación de armas. AI parecer el asesino se había llevado consigo el objeto con el que había herido a Gunn en el cuero cabelludo. McCaleb también tomó nota de esto, porque era otro elemento que contribuía a la definición del perfil del asesino como alguien organizado, concienzudo y cauto.

El informe sobre el análisis de la cinta utilizada para amordazar a la víctima estaba doblado en otro sobre que McCaleb encontró en uno de los bolsillos del archivador. Junto con el informe y una adenda había varias fotografías que mostraban la extensión total de la cinta después de que ésta fuera cortada y despegada de la cabeza y la cara del cadáver. El primer conjunto de fotos documentaba el derecho y el envés de la cinta tal y como se encontró, con una significativa cantidad de sangre coagulada oscureciendo el mensaje escrito en ella. El siguiente conjunto de fotos mostraba ambos lados de la cinta después de que la sangre hubiera sido limpiada con una solución de agua jabonosa. McCaleb se quedó un buen rato mirando el mensaje, a pesar de que sabía que nunca lograría descifrarlo por sí mismo.


Cave Cave Dus Videt


Al final dejó las fotos a un lado y cogió los informes que las acompañaban. La cinta no contenía huellas dactilares, pero se había recogido una buena cantidad de fibras de la parte adhesiva. El pelo pertenecía a la víctima. Las fibras se habían guardado a la espera de análisis posteriores. McCaleb sabía que esto significaba que había una limitación de tiempo y presupuesto. Las fibras no se analizarían hasta que la investigación llegara a un punto en el que se dispusiera de fibras de las posesiones del sospechoso para analizar y comparar. De otro modo, el análisis, costoso en tiempo y dinero, no serviría de nada. McCaleb ya había visto establecer prioridades de este tipo en la investigación con anterioridad. Era rutinario en las agencias del orden locales no dar pasos que supusieran gastos hasta que fuera necesario. Aun así, le sorprendía que no se hubiera juzgado necesario en ese caso. Concluyó que los antecedentes de Gunn como sospechoso de asesinato lo ponían en una categoría inferior de víctima, una por quien el paso extra no se da. Quizá, pensó McCaleb, por ese mismo motivo Jaye Winston había acudido a él. Ella no había mencionado la posibilidad de pagarle por su tiempo; aunque él tampoco podía aceptar una remuneración monetaria.

Continuó con la adenda al informe que había archivado Winston. La detective había llevado una fotografía de la cinta y el mensaje a un profesor de lingüística de la UCLA, quien había identificado las palabras como latín.

Él la remitió a un sacerdote católico retirado que vivía en la rectoría de St. Catherine, en Hollywood, y que había dado clases de latín en la escuela parroquial durante dos décadas, hasta que la asignatura fue eliminada del plan de estudios a principios de los setenta. El sacerdote tradujo con facilidad el mensaje para Winston.

Cuando McCaleb leyó la traducción sintió que el cosquilleo de la adrenalina le subía por la espalda hasta el cuello. Su piel se tensó y experimentó una sensación próxima al mareo.


Cave Cave Dus Videt Cave Cave D(omin)us Videt Cuidado, cuidado, Dios te ve


– Mierda sagrada -dijo McCaleb para sí.

No lo dijo a modo de exclamación. Se trataba más bien de una frase que él y sus compañeros profilers del FBI habían usado para referirse a los casos en que las insinuaciones religiosas formaban parte de las pruebas. Cuando se descubría que Dios formaba parte del probable móvil de un crimen, éste se convertía en un caso de «mierda sagrada» cuando se hablaba de él en la charla informal. También cambiaba significativamente las cosas, porque el trabajo de Dios nunca se completaba. Cuando había un asesino suelto usando el nombre de Dios como parte del sello del crimen, normalmente significaba que se producirían más crímenes. En las oficinas del FBI dedicadas a trazar perfiles psicológicos se decía que quienes asesinaban en nombre de Dios nunca se detenían por voluntad propia. Había que detenerlos. McCaleb entendió la aprehensión de Jaye Winston a que el caso amontonara polvo. Si Edward Gunn era la primera víctima conocida, entonces probablemente había alguien más en el punto de mira del asesino en ese mismo momento.

McCaleb anotó la traducción del mensaje del asesino y alguna otra idea. Anotó «Adquisición de la víctima» y lo subrayó dos veces.

Volvió a mirar el informe de Winston y se dio cuenta de que en la parte inferior de la página que contenía la traducción había un párrafo marcado con un asterisco:


* El padre Ryan afirma que la palabra «Dus» que se leía en la cinta era una abreviatura de «Deus» o «Dominus» que se hallaba sobre todo en Biblias medievales, así como en grabados de las iglesias y otras obras de arte.


McCaleb se reclinó en su silla y tomó un trago de agua de la botella. Este párrafo final le pareció lo más interesante de todo el paquete. La información que contenía podía proporcionar un medio para restringir los sospechosos a un pequeño grupo y encontrar al asesino. Al principio el pozo de potenciales sospechosos era enorme: esencialmente incluía a cualquiera que tuviera acceso a Edward Gunn en Nochevieja. En cambio, la información aportada por el padre Ryan lo reducía significativamente a aquellos con conocimiento de latín medieval o alguien que hubiera leído la palabra «Dus» y posiblemente todo el mensaje en algún sitio.

Quizá en una iglesia.