"Rio Mistico" - читать интересную книгу автора (Lehane Dennis)10. PRUEBASCeleste estaba viendo las noticias de las doce en el pequeño televisor que tenían en la encimera de la cocina. Planchaba mientras veía la televisión, consciente de que la podrían confundir por un ama de casa de los años cincuenta, pues se ocupaba de las tareas domésticas y cuidaba del niño; mientras, su marido iba a trabajar con su fiambrera metálica, y al regresar a casa esperaba tomarse una copa y que la cena estuviera en la mesa. Pero en realidad no era así. Dave, a pesar de todos sus defectos, arrimaba el hombro en las tareas domésticas. Se ocupaba de pasar el aspirador, de quitar el polvo y de fregar los platos; en cambio, Celeste disfrutaba haciendo la colada, doblando y planchando la ropa, y con el cálido olor que emanaba de la tela recién lavada y sin arrugas. Usaba la plancha de su madre, un artefacto de principios de los años sesenta. Pesaba más que una roca, siseaba continuamente y soltaba repentinos estallidos de vapor; sin embargo, planchaba mucho mejor que cualquiera de esas planchas nuevas que Celeste, persuadida por los descuentos y por todos esos anuncios de tecnología de era espacial, había ido probando a lo largo de los años. La plancha de su madre dejaba la ropa tan lisa que se podría partir una barra de pan encima; además alisaba las arrugas más difíciles de una suave pasada, mientras que una de las nuevas con carcasa de plástico habría tenido que pasarla media docena de veces. Celeste se cabreaba cada vez que pensaba en que todo se diseñaba para romperse con facilidad (videos, coches, ordenadores, teléfonos inalámbricos), mientras que los utensilios de la época de sus padres habían sido ideados para que duraran mucho tiempo. Dave y ella aún utilizaban la plancha y la licuadora de su madre, y seguían teniendo su antiguo y achaparrado teléfono negro junto a la cama. Y sin embargo, en los años que llevaban juntos, habían tenido que tirar muchas adquisiciones que habían dejado de funcionar antes de lo que parecería lógico: televisores con tubos de imagen fundidos, una aspiradora que echaba humo azul y una cafetera que elaboraba un líquido que salía sólo un poco más caliente que el agua de la bañera. Ésos y otros aparatos habían acabado en el cubo de la basura, ya que casi era más barato comprarlos nuevos que repararlos. Casi. Por lo tanto, uno acababa gastándose el dinero en el último modelo que acababa de salir al mercado, lo cual era, sin lugar a dudas, lo que pretendían los fabricantes. A veces, Celeste se encontraba a sí misma intentando eludir de modo consciente una idea que le rondaba por la cabeza: no eran tan sólo las cosas que poseía, sino su vida en sí, la que carecía de peso o consecuencias duraderas, sino que estaba programada, de hecho, para que se estropeara a la primera oportunidad que se presentara, a fin de que cualquier otra persona pudiera reciclar las pocas piezas buenas que sobrasen, mientras el resto de ella desaparecería. Allí estaba pues, planchando y pensando en sus partes desechables cuando, a los diez minutos de haber comenzado el telediario, el presentador miró con seriedad a la cámara y comunicó que la policía estaba buscando al responsable de un crimen atroz que se había perpetrado en las cercanías de uno de los bares del barrio. Celeste se acercó al televisor para subir el volumen y el presentador anunció: – Esta historia y la información meteorológica después de la publicidad. A continuación, Celeste se encontró mirando las manos muy cuidadas de una mujer que intentaba fregar una bandeja que tenía toda la pinta de que la hubieran sumergido en caramelo caliente; una voz pregonaba las ventajas de utilizar ese líquido lavavajillas nuevo y mejor, y a Celeste entraron ganas de ponerse a gritar. De alguna manera, las noticias eran como aquellos aparatos desechables: ideados para engañar y engatusar, para reírse de la credulidad de la gente sin que ésta se diera cuenta, ya que la gente creía, una vez más, que cumplirían con lo prometido. Graduó el volumen y reprimió el deseo de arrancar el botón barato de la televisión de mierda que tenían; después volvió a la tabla de planchar. Hacía una media hora que Dave había salido con Michael para comprarle unas rodilleras y una máscara. Le había dicho que ya oiría las noticias por la radio, pero Celeste ni se había molestado en mirarle a los ojos para ver si le mentía. Michael, con lo bajo y delgado que era, había demostrado ser un receptor excelente; su entrenador, el señor Evans, lo había calificado de «portento» y le había dicho que, considerando su edad, tenía un «misil balístico» por brazo. Celeste pensó en los niños que había conocido en su propia infancia y que jugaban en la misma posición; solían ser niños corpulentos, con nariz chata y sin incisivos, y le expresó sus temores a Dave. – Las máscaras que fabrican hoy en día, cariño, son como jaulas para tiburón. Si las golpearas con una carretilla, sería ésta la que se rompiera. Había tardado un día en pensárselo y en comunicarle a Dave lo que había decidido. Michael podría jugar de receptor o en cualquier otra posición siempre que tuviera el mejor equipo posible y, ahí estaba el punto clave, si nunca se dedicaba al rugby profesional. Dave, que nunca había jugado al rugby, asintió después de una discusión superficial de tan sólo diez minutos. Así pues, habían salido a comprar el equipo para que Michael pudiera seguir los pasos de su padre; mientras tanto, Celeste no apartaba los ojos del televisor, y mantenía la plancha en alto sobre una camisa de algodón en el instante en que terminaba un anuncio de comida para perros y que volvían las noticias. Ayer por la noche en AlIston -declaró el presentador y a Celeste le dio un vuelco el corazón-, una estudiante de segundo curso de la Universidad de Boston fue agredida por dos hombres a la salida de un local nocturno muy popular. Las fuentes dicen que la víctima, Carey Whitaker, fue atacada con una botella de cerveza y en este momento se encuentra en estado crítico en… En aquel momento, mientras le llovían hacia adentro del escote terroncitos de arena húmeda, tuvo la sensación de que no iban a decir nada sobre la agresión o el asesinato de un hombre delante del Last Drop. Y cuando empezaron con la información meteorológica y anunciaron que después pasarían a los deportes, ya no tenía ninguna duda. Por entonces, ya tenían que haber encontrado al hombre. En el caso de que hubiera muerto («Cariño, es posible que haya matado a un hombre»), los periodistas ya se habrían enterado a través de las fuentes informativas del distrito, por los informes policiales o escuchando las radios de los coches patrulla. Existía la posibilidad de que Dave hubiera sobrestimado el alcance de su agresión al atracador. O tal vez dicho atracador, o quienquiera que fuera, hubiera conseguido arrastrarse hasta algún lugar para lamerse las heridas, cuando Dave se marchó, A lo mejor lo que había visto colarse por el desagüe del fregadero la noche anterior no eran trozos de cerebro. Pero ¿de dónde venía toda aquella sangre? ¿Cómo era posible que alguien pudiera sobrevivir, y mucho menos seguir andando, después de haber perdido tanta sangre? Cuando hubo acabado de planchar el último par de pantalones y ya lo había guardado todo en su propio armario, en el de Dave yen el de Michael, regresó a la cocina y se quedó de pie en medio, sin saber qué iba a hacer a continuación. Retransmitían un partido de golf por la televisión; los golpes suaves de la pelota y el sonido seco y apagado de los aplausos calmaron por un momento algo que había dentro de ella y que le había inquietado toda la mañana. Era algo más que sus problemas con Dave y el hecho de que su historia no cuadrara; aun así, al mismo tiempo tenía algo que ver con todo aquello, con la noche pasada y por haberlo visto entrar cubierto de sangre por la puerta del lavabo, toda aquella sangre que le goteaba de los pantalones y que manchaba las baldosas, brotando de la herida y tiñéndose de rosa mientras giraba camino del desagüe. El desagüe. Eso era lo que había olvidado. La noche anterior le había dicho a Dave que limpiaría con lejía las tuberías de debajo del fregadero para eliminar todo rastro de pruebas. Se puso a ello de inmediato; se arrodilló en el suelo de la cocina, abrió el armario de debajo del fregadero y se quedó mirando los productos de limpieza y los trapos hasta que vio la llave inglesa en la parte trasera del Agarro la llave inglesa con rapidez, y después la sacudió entre los trapos y los productos de limpieza, a sabiendas de que el miedo que tenía era infundado, pero con determinación, que por algo las llamaban fobias. No le gustaba nada tener que meter la mano en lugares bajos y oscuros. Rosemary había tenido un miedo atroz a los ascensores; su padre había detestado las alturas, y a Dave le daban sudores fríos cada vez que tenía que ir al sótano. Colocó un cubo debajo de la tubería por si salía un exceso de agua. Se puso boca arriba, levantó el brazo y desenroscó el sifón con la llave inglesa; después le fue dando vueltas con la mano hasta que se soltó, y el agua empezó a caer a borbotones dentro del cubo de plástico. Por un instante temió que la cantidad de agua fuera a rebasar el cubo, pero enseguida se convirtió en un simple goteo, y vio cómo un montoncito oscuro de pelos y unos cuantos granos de maíz caían al cubo después del agua. A continuación, tenía que desenroscar la tuerca más cercana a la pared trasera del armario; eso le costó un buen rato, pues se resistía, y IIegó un momento en que Celeste tuvo que empujar con los pies en el suelo del armario y que estirar de la llave inglesa con tanta fuerza que por un instante tuvo miedo de que ésta o su muñeca se fueran a partir en dos. Al cabo de un rato la tuerca cedió, tan sólo una fracción de centímetro, con un chirrido estridente y metálico; Celeste volvió a colocar la llave inglesa, estiró de nuevo y consiguió que la tuerca diera dos vueltas, pero se le seguía resistiendo. Unos minutos más tarde el tubo entero del desagüe estaba frente a ella, en el suelo de la cocina. Tenía el pelo y la camisa empapados de sudor, pero experimentaba un sentimiento de logro que rayaba con el triunfo, como si hubiera estado luchando contra algo recalcitrante e indiscutiblemente masculino, músculo contra músculo, y hubiera ganado, Entre el montón de trapos encontró una camisa que le quedaba pequeña a Michael; la retorció con las manos hasta que pudo meterla por la tubería. La pasó por el interior varias veces hasta que tuvo el convencimiento que allí dentro sólo quedaban restos de herrumbre; después colocó la camisa en una bolsita de plástico. Cogió la tubería y una botella de lejía y salió al porche trasero; una vez allí, echó lejía por un extremo de ella, y dejó que el líquido saliera por el otro lado y fuera a parar a la tierra seca y enmarañada de una maceta cuya planta había muerto el verano anterior y que llevaba allí todo el invierno esperando que se deshicieran de ella. Cuando hubo acabado volvió a colocar la tubería; le pareció mucho mas fácil colocarla de lo que le había parecido sacarla, y enroscó El sifón de nuevo. Encontró la bolsa de basura en la que había guardado la ropa de Dave la noche anterior y añadió la bolsa con la camisa hecha jirones de Michael; después coló el contenido del cubo de plástico, lo tiró en el retrete, limpió el colador con un trozo de papel higiénico y tiró el papel dentro de la bolsa que contenía todo lo demás. Así pues, allí estaban todas las pruebas. O como mínimo, todas las pruebas que ella podía eliminar. Si Dave le había mentido sobre el cuchillo, sobre no haber dejado huellas dactilares en ninguna parte, o sobre los posibles testigos de su… ¿crimen? ¿defensa propia?, entonces no podría hacer nada por ayudarle. Sin embargo, ella había aceptado el desafío en su propia casa. Había transigido con todo lo que él le había impuesto desde que llegara a casa la noche anterior y lo había solucionado. Lo había conseguido. Volvía a sentirse mareada y poderosa, más entusiasta y más útil que nunca, y se dio cuenta, de forma repentina y agradable, de que aún era joven Y fuerte, y que desde luego no era una tostadora desechable ni ningún aspirador roto. Había sobrevivido a la muerte de sus padres, a años de problemas financieros, al susto de la neumonía de su hijo cuando éste sólo contaba con seis meses de edad, y no por ello se había vuelto más débil, tal y como había creído, sino que estaba sólo más cansada, pero aquello iba a cambiar ahora que había recordado quién era. Y, sin lugar a dudas, era una mujer que no se acobardaba ante los problemas, sino que los afrontaba y que decía: «De acuerdo, sácalo. Saca lo peor de tu persona. Ya me volveré a levantar, siempre. No tengo ninguna intención de marchitarme y morir; así que, ten cuidado». Recogió la bolsa de basura de color verde del suelo y la retorció con las manos hasta que se asemejó al cuello descarnado de un hombre viejo; luego la alisó e hizo un nudo en la parte de arriba. Se detuvo, pensando que era extraño que la bolsa le hubiera hecho pensar en el cuello de un anciano. ¿De dónde le debía de venir aquella imagen? Se percató de que el televisor se había quedado sin imagen. Hacía un momento, Tiger Woods se paseaba por el Se oyó un pitido y en la pantalla apareció una línea blanca. Celeste supo que si se había fundido el tubo de imagen del televisor, lo tiraría al porche. En aquel preciso momento y sin tener en cuenta las consecuencias. Pero la Iínea blanca dio paso al plató del telediario. La presentadora, que parecía nerviosa y preocupada, dijo: «Interrumpimos la emisión para contarles una historia desgarradora. Valerie Corapi, nuestra enviada especial, se encuentra en la entrada del Penitentiary Park de East Buckingham, en el que la policía ha emprendido la búsqueda en gran escala de una mujer desaparecida. ¿Valerie?». Celeste vio que el plano del estudio daba paso a una toma desde un helicóptero. Era una confusa visión aérea de la calle Sydney y del Penitentiary Park y de lo que parecía un ejército de policías moviéndose por todas partes. Divisó docenas de diminutas figuras, negras como hormigas por la distancia, que atravesaban el parque; también había botes de policía en el canal. Una hilera de aquellas figuras se dirigía con resolución hacia la arboleda que rodeaba la pantalla del antiguo autocine. El helicóptero fue de un lado a otro a causa de una ráfaga de viento y el objetivo de la cámara se desenfocó; por un instante Celeste se encontró contemplando la zona del otro lado del canal, Shawmut Boulevard y su extensión de polígonos industriales. – En este mismo momento, nos encontramos en East Buckingham, donde, a primera hora de la mañana, la policía inició una búsqueda en gran escala de una mujer desaparecida, y que prosigue ya bien entrada la tarde… Fuentes desconocidas han confirmado al Canal Cuatro que el coche abandonado de la mujer presenta indicios de que pueda haberse perpetrado en él un hecho abyecto. Bien, Virginia, esto… no sé si lo puedes ver… La cámara del helicóptero dio un nauseabundo giro de ciento ochenta grados, dejó de enfocar los polígonos industriales de Shawmut y mostró un coche azul oscuro que estaba aparcado en la calle Sydney; la puerta estaba abierta y tenía toda la pinta de estar abandonado, mientras la policía daba marcha atrás a un camión para remolcarlo con él. La periodista continuó: – Lo que están viendo en estos momentos es, según me han informado, el coche de la mujer desaparecida. La policía lo encontró esta mañana e inició la búsqueda de inmediato. Ahora bien, Virginia, nadie nos ha confirmado el nombre de la mujer desaparecida o los motivos de una presencia policial, que, como puedes ver, es desmesurada. Sin embargo, fuentes próximas a Canal Cuatro han corroborado que la búsqueda parece centrarse alrededor de la pantalla del antiguo autocine, que, como es bien sabido por todos, se usa como escenario teatral en verano. Pero lo que estamos viendo en este momento no tiene nada de ficticio, sino que es real. ¿Virginia? Celeste intentaba descifrar lo que acababa de oír. No estaba muy segura de lo que habían dicho, a excepción de que, de hecho, la policía había ocupado su barrio, como si lo hubieran tomado. La presentadora también parecía un poco confundida; daba la impresión de que le dijeran, en una lengua que ella no comprendía, que debía interrumpir la emisión. Acabó diciendo: -«Les mantendremos informados del desarrollo de esta noticia… a medida que nos llegue más información. Ahora devolvemos la conexión a nuestra programación habitual». Celeste cambió de cadena repetidas veces, pero, según parecía, ninguna de las otras cadenas daba aún información sobre aquella historia; así pues, volvió al golf y dejó el volumen bien alto. Alguien de las marismas había desaparecido. Habían encontrado el coche abandonado de una mujer en la calle Sydney. Pero la policía no acostumbraba hacer un gran despliegue de fuerzas, era algo importante, pues había visto coches patrulla de los federales y de los estatales en la calle Sydney, para tratarse simplemente de que una mujer hubiera desaparecido. Debía de haber algo en aquel coche que hubiera sugerido violencia. ¿Qué había dicho la periodista? Indicios de algún acto abyecto. Eso era. Estaba convencida de que habían encontrado sangre. No podía ser otra cosa. Pruebas. Contempló la bolsa que aún llevaba enroscada en la mano y pensó: «Dave». |
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