"La presa" - читать интересную книгу автора (Brennan Allison)

Capítulo 1

Rowan Smith se enteró del asesinato de Doreen Rodríguez por los reporteros que invadieron su jardín. Fue el lunes por la mañana.

Oyó la puerta de un coche que se cerraba violentamente y se despertó asustada. Buscó instintivamente la pistola, que ya no estaba bajo su almohada, y mientras hurgaba entre las frescas sábanas de algodón, recordó que la había dejado en su mesilla de noche. Vaciló un instante, pero luego cogió la Glock y sintió el metal frío en las manos. No atinaba a pensar en un buen motivo para echar mano de su pistola, pero se sentía bien empuñándola.

Se había dormido vestida con un pantalón de chándal y una camiseta, una vieja costumbre de estar preparada para cualquier cosa. Bajó descalza las escaleras y desde la ventana de su estudio miró para ver quién la visitaba a tan temprana hora de la mañana. El sonido sordo de una puerta de furgón deslizándose hasta cerrarse le hizo pensar que los visitantes eran más de uno. Con el índice, apartó un poco las venecianas para mirar.

Por su ropa arrugada y sus libretas, supo que eran reporteros de la prensa. Los de la televisión cuidaban mucho más su indumentaria y su aspecto. Se habían juntado tres furgonetas y dos coches en la entrada de su casa de alquiler frente a la playa. Rowan odiaba a los periodistas. Ya había alternado demasiado con ellos cuando trabajaba en el FBI.

Sonaron las campanillas del timbre, y ella tuvo un sobresalto. Aunque desde su estudio podía ver el jardín, no alcanzaba a ver la puerta de entrada. Al parecer, uno de los reporteros más osados se había armado de valor para tocar el timbre.

¿Qué querían? Acababa de conceder una entrevista a propósito del estreno de Crimen de pasión hacía dos días. Esperaba que ahora no pretendieran celebrar una entrevista colectiva.

Fue hacia la puerta y entonces se dio cuenta de que llevaba el arma. Se imaginó los titulares: Ex agente se presenta armada a una entrevista. Guardó la pistola en el cajón de su mesa de trabajo y se dirigió a paso rápido a la puerta, sin apenas darse cuenta de lo frías que estaban las baldosas que pisaba.

Al mismo tiempo que el timbre repetía su odioso ding-dong, sonó el teléfono. Genial. Los periodistas la acechaban desde todas partes. Ya había tratado con ellos, y tendría que volver a hacerlo. No fue hasta que abrió la puerta que tuvo la intuición de que había sucedido algo malo y que quizá no debería hablar con ellos.

Demasiado tarde.

– ¿Tiene usted algún comentario que hacer a propósito de la muerte de Doreen Rodríguez?

– No conozco a Doreen Rodríguez -dijo ella, sin vacilar, aunque el nombre la puso en alerta. Le resultaba familiar, pero no lograba situarlo en ese instante. Mientras intentaba atar hilos, le fue invadiendo una sensación desagradable. Cuando iba a cerrar la puerta, escuchó otra pregunta.

– ¿No sabe que asesinaron a una mujer de veinte años llamada Doreen Rodríguez en Denver el sábado por la noche, de la misma manera que asesinan a su personaje Doreen Rodríguez en su novela Crimen de oportunidad?

Rowan cerró dando un portazo. No temía a los reporteros que se presentaban sin haber sido invitados. Los denunciaría por violación de propiedad privada sin pensárselo dos veces. Sólo quería que su definitivo y sonoro «Sin comentarios» se oyera alto y claro.

Al final, el teléfono dejó de sonar. Y luego, al cabo de treinta segundos, se reinició el incesante ring-ring. Volvió corriendo a su estudio y miró en la pantalla del aparato. Era Annette, su productora.

Levantó el auricular y preguntó:

– ¿Qué diablos está ocurriendo? -En cuanto preguntó, oyó que frente a su casa se detenía otro coche de un frenazo.

– Ya te habrás enterado.

– Hay un montón de reporteros frente a mi casa, y mientras hablamos están llegando más. -Volvió a mirar por la ventana. Una de las furgonetas era de una cadena de televisión. Rowan se llevó una mano al vientre. Tenía la sensación de que estaba sucediendo algo muy grave.

– Un periodista de Denver me ha dado los detalles -dijo Annette a toda prisa, poniendo el acento en ciertas palabras-. La noche del sábado asesinaron a una camarera de veinte años de nombre Doreen Rodríguez. Ayer encontraron su cuerpo en un contenedor frente a, y cito, «un pequeño café italiano cerca de South Broadway que se podría calificar de pintoresco si no fuera por las manchas de sangre en las paredes blancas de la fachada».

Rowan escuchó las palabras que había escrito años atrás. Se frotó las sienes y, por primera vez desde que renunciara a su puesto en el FBI hacía cuatro años, deseó tener un cigarrillo a mano.

– Debe ser una broma de muy mal gusto.

– Lo siento de verdad, Rowan.

– Dios mío, no puedo creer que ocurra algo así. -Cerró los ojos con fuerza, intentando asimilar lo que acababa de decirle Annette. Se quedó sin aliento y se llevó una mano a la boca. Tenía que ser una casualidad. Algún reportero sin escrúpulos que informaba sobre un crimen violento e intentaba crear una noticia sensacionalista comparándolo con una de sus novelas.

Tuvo una fugaz imagen del cuerpo ensangrentado y descuartizado de Doreen Rodríguez. Abrió los ojos de inmediato. Su visión del asesinato era demasiado real porque ella la había creado. No podía ser un crimen similar. Seguro que sólo era una coincidencia de nombres.

– Rowan, la mataron con un machete contra la pared del restaurante, y tiraron el cuerpo en un contenedor. -La voz de Annette había cobrado un tono febril-. Trabajaba en Denver y nació en Albuquerque. Algún loco ha copiado el crimen exactamente como lo escribiste.

Rowan se presionó la sien con fuerza. ¿Alguien había copiado su crimen ficticio? No podía ser. ¿Cómo había encontrado el asesino a alguien tan parecido a su personaje de ficción?

Y, aún más importante, ¿por qué?

Quedó de rodillas en el suelo junto a su mesa y hundió la cara entre los brazos, mientras sostenía el teléfono con el hombro. Volvió a respirar hondo y aguantó la respiración. Antes que nada, tenía que controlarse, y luego vería cómo llegar al fondo del asunto.

Tenía que haber un error.

– ¿Estás bien? -Había verdadera inquietud en la voz de Annette.

– ¿Tú qué crees? -contestó con un susurro ronco.

– Me preocupa tu seguridad, Rowan.

– Sé cómo cuidar de mí misma.

– Enseguida voy.

Casi sonrió al pensarlo. La pequeña Annette O'Dell, de cincuenta y tantos años, productora de Hollywood, corría a proteger a su escritora estrella de un atado de malvados reporteros. Rowan sacudió la cabeza.

– No, voy a salir a hacer un poco de footing y luego tengo que ir a los estudios. He quedado con el director para hablar de repetir el rodaje de una escena.

– Los reporteros te seguirán. Es probable que ya estén ahí reunidos.

– ¡Al diablo con los reporteros! No haré comentarios, y punto. Nada, cero. No quiero que hables de esto con nadie, ni una palabra. Voy a ir a los estudios y cumpliré con mi trabajo. No soy policía. Que se ocupen ellos de esto. -Ya no quería seguir jugando a policía. No quería más sangre en sus manos.

Sin embargo, ahí estaba la sangre. Se limpió las manos en el pantalón y le vino a la mente la figura de lady MacBeth, intentando desesperadamente lavarse las manos de una sangre que no veía.

Doreen Rodríguez. Ella no había matado a esa pobre mujer, pero en cierto sentido había causado su muerte.

– Rowan, déjame contratar un servicio de seguridad…

Rowan cortó a Annette con un «clic» cuando devolvió el auricular a su sitio.

Tardó un minuto en recuperar el aplomo e incorporarse del suelo. Vio que fuera llegaba otro coche, más buitres acechando. Era una gran copia del original, pensó, irónicamente. Un auténtico caso de novela policiaca llevada a la realidad: El imitador de ficciones. El asesino imitador. En realidad, daba la sensación de que a la prensa le gustaban los asesinatos. Sobre todo los crímenes más escabrosos. No había nada emocionante en una típica riña doméstica, un tirón o un tiroteo rutinario entre bandas rivales. Pero que la víctima fuera acuchillada con un machete contra la pared de un pintoresco restaurante italiano…

Sacudió la cabeza. ¿Acaso ella era mejor? Escribía historias policiacas violentas. Aunque sus cadáveres fueran obra de la ficción, ¿no hacía ella lo mismo que los reporteros? ¿Aprovecharse del interés de la gente por los crímenes escabrosos? La fascinación del hombre por la muerte se remontaba a miles de años atrás. Los violentos mitos griegos y romanos habían aliviado el temor de los seres humanos ante lo desconocido. Desde entonces, había constancia de prácticas igual de horrorosas en todas las generaciones.

Doreen Rodríguez. ¿Era posible que el asesinato tuviera las mismas características que ella había descrito? El ritmo del corazón se le aceleró al imaginar el dolor y el horror que había sufrido aquella muchacha.

No le serviría de nada pensar en la víctima ahora. Rowan recordó los más de diez años de entrenamiento que le habían enseñado a guardar las distancias con las cosas. Cuando una historia se convertía en algo personal se cometían errores.

Ignoró el timbre de la puerta y el teléfono. Entró en Internet y encontró la página del periódico local de Denver. Todavía tenía la esperanza de que se tratara de un error, de un malentendido. Pero el asunto ya estaba en los titulares. Las malas noticias viajan rápido, y la prueba de ello era la jauría que se había instalado a la entrada de su casa.

Todo lo que Annette le había contado estaba en la pantalla. Rowan se preguntó qué tipo de detalles ocultaba, en realidad, la noticia. Calculó cuánto tardaría la policía en venir a interrogarla. Si la prensa había mostrado interés por la coincidencia, la policía no podía estar lejos. Ya conocería los detalles cuando la vinieran a buscar.

No. No podía implicarse. Dentro de dos horas tenía una reunión en los estudios. Había creado una vida nueva para sí misma, una vida tranquila. Por nada de este maldito mundo dejaría que un asesino desquiciado controlara su futuro. Por segunda vez.

Se dirigía a su habitación para vestirse cuando en la puerta sonó una llamada familiar. La policía.

Vaya, qué rápido han llegado.

– Señora Smith -llamó una voz en sordina-. Señora Smith, es la policía. Tenemos que hablar con usted.

Se volvió hacia la puerta. Todo había comenzado.


Se sentaron alrededor de la mesa del comedor, frente a la ventana con su imagen de postal que enmarcaba las aguas verdiazules del Pacífico. Desde ahí, a unos seis metros por encima de la línea de playa y unos buenos treinta metros hacia el interior, todavía se podían ver las olas, una tras otra, con sus cabriolas, agitadas por un ligero viento. Había marea baja y la playa estaba vacía.

Rowan puso dos tazas bien llenas de café caliente ante los inspectores y abrió la ventana. Respiró hondo y el aire penetrante y salado la relajó. Tenía que estar tranquila y alerta pero, sobre todo, tenía que saber controlarse.

Se sentó frente a los inspectores con su propio tazón de café entre las manos.

Ben Jackson era un hombre bajo y delgado y el color de su piel era igual al del café cargado de su taza. Su cara de póquer no conseguía disimular unos ojos inteligentes. Por su postura rígida y unos músculos que se adivinaban debajo de su impecable abrigo, Rowan pensó que el tipo estaba en forma y se tomaba su trabajo en serio. Había volado desde Denver de madrugada para hablar con ella.

Por lo visto, el Departamento de Policía de Denver no escatimaba medios. Era evidente que creían que el asesinato de Rodríguez estaba vinculado a su novela.

Jim Barlow pertenecía al Departamento de Policía de Los Ángeles. Era mayor y, comparado con Jackson, el color de su piel era el de un fantasma. Tenía el aspecto del poli arquetípico, con un ligero sobrepeso. El tipo de poli que vestía pantalones arrugados y chaqueta deportiva demasiado ajustada con parches de cuero en los codos. Con sus ojos de color azul claro parecía no perderse ni un detalle, mientras hacía gestos con la mano como si tuviera un cigarrillo entre los dedos. Un ex fumador, pensó Rowan, con un reflejo de simpatía.

Los dos le causaron buena impresión. Su instinto le decía que podía confiar en ellos.

– Se habrá enterado del asesinato de Doreen Rodríguez -dijo Jackson, haciendo un gesto vago hacia la entrada de la casa. Los reporteros empezaban a irse. La amenaza de los polis de detenerlos por violación de propiedad privada tenía su peso, pensó, lo cual le arrancó una ligera sonrisa.

– He leído la noticia en la página web del periódico de Denver -asintió Rowan.

– Usted trabajó en el FBI.

– Seis años.

– Es probable que se ganara unos cuantos enemigos. Así fue en mi caso.

– ¿Qué quiere decir?

– Creo que su vida corre peligro y que debería contratar un servicio de seguridad.

– Soy una ex agente del FBI, inspector. Tengo experiencia y sé cómo defenderme.

– Sí, es probable. Y es probable que todavía duerma con una pistola bajo la almohada. -Jackson asintió con la cabeza y percibió una ligera reacción en su semblante. Y continuó-. Ha sido un crimen brutal y va dirigido a usted. Seguro que habrá reflexionado sobre las similitudes entre la víctima y un personaje de su novela.

– Le he dicho que he leído la noticia.

Era lo único que Rowan podía hacer para mantener el contacto visual. No quería aceptar el hecho de que aquel asesinato tuviera algo que ver con ella. Sin embargo, su instinto le decía todo lo contrario. Se trataba de un asunto personal.

– Yo no me apresuraría a sacar conclusiones -dijo ella-. Si hay otro crimen, puede que este maniático decida imitar a otro escritor. Pero, si le tranquiliza que se lo diga, tendré mucho cuidado.

Maldita sea, la frase sonaba como un sarcasmo aunque no fuera su intención. Se habían puesto a la defensiva.

Jackson hizo una pausa antes de hablar.

– ¿Conocía usted a la verdadera Doreen Rodríguez? ¿La utilizó para su novela?

– Me inventé el nombre -replicó ella, sacudiendo la cabeza-. Había que ponerle un nombre al personaje.

– Hay una cosa que no le hemos contado a la prensa -dijo Jackson-. El muy cabrón dejó un libro suyo debajo del cadáver.

– ¿Mi libro? -La voz de Rowan era apenas un susurro. Tomó un trago de café, pensando que ese gesto de normalidad le ayudaría a ordenar las ideas.

– Crimen de oportunidad -confirmó el inspector-. Y como si fuéramos demasiado estúpidos para darnos cuenta, dejó subrayado el fragmento donde se describe el asesinato de la Doreen Rodríguez ficticia. -La voz estaba cargada de rabia, el tipo de rabia que los polis se esfuerzan por controlar.

Su novela en la escena del crimen.

– ¿Alguna otra cosa? ¿Alguna nota dirigida a mí, algún comentario, o algo que haga pensar que volverá a matar?

Jackson se inclinó hacia delante.

– Sólo los fragmentos subrayados. ¿Qué piensa?

Rowan miró fijamente a Jackson y sacudió la cabeza.

– Ya no trabajo para el FBI y, cuando trabajaba, lo mío no eran los perfiles. Si quiere una opinión experta, llámelos a ellos.

Sin embargo, sus pensamientos ya se habían disparado. ¿Alguien la había identificado personalmente? ¿Era posible que alguno de los delincuentes que había metido entre rejas llevara a cabo una retorcida venganza contra ella? Podía conseguir copias de todos los casos en que había trabajado y revisarlos detenidamente, aunque todavía recordaba hasta el último criminal violento que había contribuido a encerrar.

Habló Barlow por primera vez desde que se habían presentado.

– He leído sus libros, señora Smith. Supongo que se podría decir que soy un lector fiel. Sus historias son bastante aterradoras. Auténticas -añadió, e hizo una pausa-. Creo que volverá a actuar. Estamos investigando a los antiguos novios de Doreen Rodríguez en Denver, amigos, colegas -dijo, casi sin prestarle importancia-. Pero el hecho de que haya aparecido su libro dispara las alarmas.

Rowan respiró hondo, pero guardó silencio. A ella también se le habían disparado las alarmas. En su cabeza resonaba toda una orquesta de advertencias.

– Mis superiores ya se han puesto en contacto con los federales -dijo Jackson-. Esperan cierta colaboración. Pero se nos ha ocurrido que quizás usted tenga alguna idea especial, de modo que he decidido venir a hablar con usted. ¿Alguno de los delincuentes que detuvo ha salido de la cárcel? ¿Alguien la ha amenazado?

Rowan no pudo evitar echarse a reír, pero el timbre vacío de su risa no tenía gracia.

– ¿Amenazarme? Usted ha trabajado más tiempo que yo de policía. Seguro que a alguno de sus detenidos no le apetecía demasiado que lo encerraran. -Sacudió la cabeza y siguió-: Cuando alguna de las personas contra quienes he declarado o que he detenido obtiene la libertad condicional, me lo comunican. Debo decir sinceramente que todos los que he detenido están muertos o en la cárcel.

Jackson hizo una mueca que parecía una sonrisa.

– A mí ya me gustaría decir lo mismo -dijo-. Una trayectoria impresionante.

Ella respondió encogiéndose de hombros.

– En realidad, no. No fui yo quien atrapó a todos esos cabrones asesinos -dijo.

– ¿Y qué hay de los familiares de esos condenados? ¿Alguien que pretenda vengarse porque usted ha puesto entre rejas a un padre o hermano, un primo, un amante?

– No lo sé -dijo ella, negando con la cabeza-. Tendrían que revisar los informes de mis casos. No se me ocurre nadie en especial, pero no tengo aquí mis apuntes y no he pensado demasiado en ello.

Sin embargo, sabía que a partir de ahora sus días y noches estarían marcados por la obsesión con aquellos viejos casos hasta que descubrieran al asesino. Ella misma se encargaría de conseguir una copia de sus casos. Se aseguraría de que no había pasado por alto algún detalle de sus siete años en el FBI. Pasar por alto algo que le había costado la vida a Doreen Rodríguez.

Quizá nunca lo descubrirían. Y aunque sólo había matado a una persona, al menos según las informaciones que tenían, algo le decía a Rowan que volvería a actuar.

Y que no tardaría.

– ¿Podría tratarse de un admirador? ¿Alguien que le haya escrito o le haya llamado, o incluso intentado visitar?

– ¿Un admirador que se propone recrear mis asesinatos ficticios? -Era una posibilidad, pero a ella no le parecía probable, y se lo dijo a Jackson-. Este asesino no es ningún admirador mío.

– ¿Por qué dice eso? -inquirió Barlow.

– Él quiere convertir mis asesinatos ficticios en realidad. En su opinión, no he ido lo bastante lejos, así que él sí lo hará. Tiene que demostrar su propio genio, que es capaz de actos de mucha más enjundia que una simple escritora de novelas.

– ¿Así que se trata de un chalado?

– No -dijo ella-. Es una persona sana.

– ¿Cómo llega a esa conclusión?

– Lo ha planeado a la perfección. -Dejó el tazón en la mesa, se incorporó y fue hasta la ventana abierta. Pero no vio las olas del mar ni las gaviotas que pasaban graznando. Al contrario, se imaginó el mal-. Ha buscado a una mujer con el mismo nombre y oficio que uno de mis personajes, y la ha matado de la misma manera en un escenario similar. Dedicó mucho tiempo a planificar e investigar para que todos los detalles estuvieran en su sitio. La perfección. A continuación, dejó mi libro junto al cadáver. Arrogancia. Es inteligente, pero cree que todos los demás son estúpidos, y por eso tiene que explicar el por qué o, de otra manera, nunca lo descubrirían. No ha sido un crimen pasional ni un crimen por dinero… Ha sido un crimen de oportunidad. -Nada más decirlo, se dio cuenta de que era el título de su libro-. Ha sido premeditado. Y eso es una prueba de su salud mental. Me atrevería a decir que tiene un plan, algo que no tiene nada que ver con las víctimas.

– ¿Tendrá que ver con usted? -preguntó Barlow, y Rowan tuvo un leve estremecimiento.

Por mucho que quisiera negarlo, tenía que haber alguna relación. A menos que cometiera otro asesinato, usando como pauta el libro de otro autor. Se encogió de hombros y miró a los policías con rostro inexpresivo, sin delatarse en nada. No quería hablar hasta que pudiera reflexionar más sobre ello.

– No lo sé.

– Es probable que el FBI se ponga en contacto con usted.

– Desde luego.

Rowan ya lo estaba temiendo. Alguien se había propuesto jugar con ella, y ella no sabía ni quién ni por qué. Aunque había controlado sus emociones a lo largo de la entrevista, ahora sentía como un torbellino en su interior. Pero ella era una profesional consumada, y sabría guardar la compostura. Al menos hasta que estuviera a solas.

– ¿Ha recibido usted alguna amenaza?

– No.

– ¿Está segura? ¿Qué hay de las cartas de sus admiradores?

– Mi agente maneja mi correspondencia. Yo recibo informes de lo que me escriben. Supongo que me avisaría si hubiera una amenaza. -Ella misma se ocuparía de averiguarlo.

Jackson tomó unas notas.

– ¿Y qué hay de los estudios cinematográficos? ¿Los actores de la película que están rodando? ¿Alguien ha recibido amenazas, o ha notado algo raro?

– La productora es Annette O'Dell. Su despacho está en los estudios. Yo no trabajo allí, sólo me dedico a la adaptación del guión. -Rowan pensó que de ahí tampoco provenía la amenaza. Annette se lo habría dicho.

– ¿Y qué le parece algún motivo personal? ¿Algún antiguo novio que haya optado por la violencia? ¿Alguien que se haya sentido desairado por su éxito?

– Para serle franca, no he tenido una vida personal muy intensa desde que llegué a California hace dos meses para trabajar en esta película. -Volvió a sentarse y tomó su café, ya tibio. Le cayó como una bola de plomo-. Incluso antes, acabé el guión y comencé a trabajar en mi nuevo libro. Estoy tan ocupada ahora como cuando trabajaba en el FBI.

– Ha publicado ya cuatro libros, ¿no es así? -preguntó Jackson.

Ella asintió con la cabeza.

– Y el quinto sale publicado de aquí a unas semanas.

– ¿Y ésta es su segunda película?

– La tercera. La segunda saldrá dentro de dos semanas. Ésta no estará en cartelera hasta finales del próximo año.

– Le ha ido muy bien desde que dejó el FBI.

– ¿Qué quiere decir? -preguntó Rowan, irritada. Quería colaborar, pero esas preguntas eran irrelevantes. Quería salir a hacer footing como todos los días y luego darse una ducha. Sobre todo, necesitaba tiempo para pensar.

– Intentamos reunir todos los detalles.

Los inspectores intercambiaron una mirada que significaba que habían acabado. Casi pudo oírse el suspiro de alivio de Rowan.

Los acompañó hasta la puerta. El inspector Jackson se giró hacia ella.

– Debería pensar en tomar medidas de seguridad extraordinarias. ¿Tiene instalado un sistema de alarma?

– Sí, inspector, y lo utilizo.

Él asintió para dar su aprobación y le tendió la mano. Rowan la estrechó, y sintió calidez y fuerza.

– Llámeme Ben. Somos del mismo equipo. Jim o yo la llamaremos más tarde para darle noticias. Yo vuelvo a Denver esta tarde. Entretanto, tenga cuidado.

– Gracias, eso haré. -Cerró la puerta, se giró y se apoyó contra la sólida hoja de roble. Se dejó caer lentamente hasta derrumbarse en el suelo frío de baldosas, y ocultó la cara entre las manos.

Un brutal asesinato a mil quinientos kilómetros de distancia había destruido en cuestión de minutos la paz relativa que había forjado con tanta ilusión. La idea de ser cómplice de aquel crimen se le hacía insoportable. Se llevó la mano al vientre con gesto nervioso. ¿Cómo podía vivir consigo misma si su imaginación se había manifestado en un hecho tan cruel? Si bien era otro el que había segado una vida, la fórmula del mal era obra suya, ella la había ideado. Su decisión casual de llamarle Doreen Rodríguez a la primera víctima de Crimen de oportunidad, había tenido como consecuencia la muerte de una Doreen Rodríguez real, de Albuquerque. Aquello era perverso y cruel.

Rowan había aprendido una y otra vez que la muerte era injusta y brutal. Abría un tajo de miseria en los corazones de todos los que tocaba. Y la muerte no era ciega. Veía el dolor, el corazón resentido, y se hacía más fuerte.

Todo había comenzado cuando tenía diez años, y no tenía visos de acabar.