"La presa" - читать интересную книгу автора (Brennan Allison)Capítulo 4 Michael estaba a punto de subir al SUV cuando oyó el timbre de su teléfono móvil. En la pantalla vio que era Tess. – ¿Qué pasa? – ¡Mickey! -Tess parecía estar sin aliento. La adrenalina se le disparó. Algo había ocurrido. – ¿Qué ha pasado? – Ven lo más pronto posible. Ha pasado algo aquí en los estudios. – ¿Rowan está bien? -El corazón le latía con fuerza. – No, ella cree que ha sido una broma. Me ha dicho que no te llamara, pero… – Enseguida llego. -Interrumpió la llamada y marcó la línea directa del jefe de policía para pedirle que mandara una patrulla a los estudios, aunque todavía no tenía todos los detalles. Llegó a los estudios en tiempo récord. En el plató, los agentes uniformados ya estaban hablando con Annette, que los miraba como con ganas de estrangularlos. Vio a Rowan de pie al fondo del plató. Estaba a salvo. Tess se le acercó a toda prisa para contarle lo sucedido. – Estábamos mirando un ensayo aquí en el estudio B y los actores hicieron una pausa. David Cline, el director, empezó a hablar con Rowan de ciertos cambios y entonces se oyó un grito. Le dije a Rowan que se quedara donde estaba. Saqué mi pistola, pero ella también, y fue ella la primera en ir hacia el plató. A Michael se le encogió el corazón con sólo imaginar a su hermana menor con un arma en la mano. Él la había entrenado, pero Tess todavía no estaba preparada para la acción de campo. No debería haberle encomendado la protección de Rowan. Aunque, en realidad, no imaginaba que algo pudiera pasar en los estudios. Sobre todo por las medidas de seguridad que regían siempre. – Marcy Blair, una de las actrices, la que gritó, estaba junto a un charco de sangre -siguió Tess-. No había nadie herido. Rowan se quedó mirando la sangre un buen rato y yo pensé que iba a perder los papeles. Y entonces se inclinó y la tocó. Era de mentira. Nadie vio quién la había derramado. Habían salido todos durante el descanso. Marcy Blair fue la primera en volver. Alguien tocó a Michael en el brazo y él se giró, rápido, tenso por las noticias y por la escasa información. Era Rowan. Estaba pálida y demacrada, pero decidida. – Michael, confíe en mí. Esto no es un crimen. Dígales a los agentes que se vayan. – ¿Cómo lo sabe? -Estaba enfadado consigo mismo por haberse fiado de la seguridad de los estudios. Si algo le hubiera sucedido a Tess, o a Rowan… no quería ni pensar en ello. No volvería a dejarlas solas. Al fin y al cabo, era su deber proteger a Rowan, con o sin la seguridad de los estudios. Rowan se le acercó y él tragó saliva. Había algo en esa mujer que le resultaba tremendamente atractivo, pero en ese momento estaba demasiado irritado y frustrado para pensar en ello. – Michael -dijo ella, con voz suave-. Sé quién ha derramado la sangre falsa. Es un buen chico y no quiero que se meta en problemas. Lo dejaré hablar con él si promete no darle mayor importancia al asunto. Por favor, dígale a la policía que ha habido un malentendido. Estaba tentado de no hacerle caso. Tenía ganas de meterle el miedo en el cuerpo a alguien, y un chico travieso le vendría como anillo al dedo. – Más le conviene estar en lo cierto -dijo, entre dientes. Se acercó a los agentes, les dijo que se trataba de un malentendido y que él hablaría personalmente con el jefe. Aquello los convenció y decidieron marcharse. Annette intentó regañarle por llamar a gente del exterior, como la policía. Pero Michael la ignoró. Llamaría a quien fuera necesario para cumplir con su deber. Michael acompañó a Rowan a su despacho, y ella recogió sus cosas. – Vale, ¿qué está pasando? – Adam Williams es mi admirador número uno -dijo, con aire travieso-. Tiene diecinueve años y viene de un hogar conflictivo. Lo conocí hace dos años cuando vine a Los Ángeles a trabajar en mi primer guión. Empezó a seguirme por todas partes y, al final, tuve que enfrentarme a él. -Rowan cerró la puerta de su despacho y salieron al aparcamiento a buscar el SUV de Michael. »Es un buen chico -siguió Rowan-. Es un poco raro, pero no tiene a nadie con quien hablar, aparte del ciberespacio. La última vez que volví a Colorado, nos mantuvimos en contacto a través del correo electrónico. Me cae bien. Le conseguí un empleo en el departamento de decorados cuando volví hace dos meses, y hoy lo he visto en el estudio B. Esto es algo típico de él. -Se encogió de hombros y lo miró con una media sonrisa-. Le gustan las bromas macabras. – Debería pedir que lo detengan. -¿Era una broma? Quizá Michael tendría que juzgar por sí mismo las intenciones del muchacho. – Eso le haría tanto daño, no puede ni imaginárselo -dijo ella, con la mirada un poco perdida-. Tiene que dejarme hacer las cosas a mi manera. No permitiré que lo amenace. Adam no es un discapacitado mental, pero es un poco lento. – Ya veremos. -Cuando ella le lanzó una mirada severa, Michael se echó atrás-. Lo haré a su manera… al menos para empezar. Rowan guió a Michael hasta llegar a un pequeño dúplex a sólo tres manzanas de los estudios, en un barrio más antiguo y bien cuidado de Burbank. – Adam vive en la parte de atrás. Por favor, deje que yo me ocupe de esto -repitió. Él quiso protestar, pero al ver que Rowan tensaba la mandíbula, supo que estaba decidida. Al mismo tiempo, percibió su cansancio, que daba cierto brillo a sus ojos. Le tocó la mejilla con la punta de los dedos, y el gesto se convirtió en caricia. Luego dejó caer el brazo. – Yo le guardaré las espaldas. Rowan asintió, con una media sonrisa. Caminó por delante hacia la entrada, y luego hasta la parte de atrás. Llamaron a la puerta. Sin respuesta. – Adam, soy yo, Rowan. Oyeron pasos que se arrastraban. Luego una cerradura de seguridad deslizándose y la puerta se abrió. Al mirar por la rejilla, por encima de la cabeza de Rowan, Michael vio a un chico alto, delgado y pálido. Tenía unos enormes ojos marrones y el pelo corto. Llevaba una camiseta negra y vaqueros gastados. En la cara no tenía ni un pelo. Parecía tan joven que Michael se preguntó si, en realidad, se afeitaba. Adam miró de Rowan a Michael y de vuelta a Rowan, mientras restregaba los pies. – Hola. – ¿Podemos entrar, Adam? Adam le lanzó a Michael una mirada de suspicacia. – Te presento a mi amigo, Michael Flynn. Trabaja para los estudios. -Cuando Adam no se movió, Rowan añadió-: Es de seguridad. Adam frunció el ceño. – Sabías que fui yo, ¿no? – Me gustaría entrar -dijo ella. Adam abrió la puerta de rejilla y los dejó entrar. Michael se quedó sorprendido al ver lo ordenado que era el chico, aunque la decoración de la habitación era extraña. Los destartalados muebles estilo años cincuenta, aunque no tenían nada de atractivo, eran funcionales. En una esquina había una estantería repleta de libros, aunque las cuatro novelas de Rowan estaban aparte y muy bien puestas en la estantería superior. Michael sintió una especie de irritación con los carteles de cine de terror pegados a la pared con chinchetas, pero lo que de verdad lo sobresaltó fue el muñeco tan realista en un rincón de la habitación, con la cabeza a medio cercenar y la sangre y los tendones a la vista. La sangre parecía tan real, con esa pátina de humedad. Al mirarlo más de cerca, se veía que sólo era plástico. – Oye, Rowan -Adam sonrió entusiasmado-, espera aquí. Quiero enseñarte algo. -Fue corriendo hasta la parte trasera de la casa y, por un momento, Michael se puso tenso. El chico parecía inofensivo, pero a veces las apariencias engañan. Se colocó delante de Rowan. – Creí que me guardaría las espaldas -susurró ella. – Sigo siendo su guardaespaldas -contestó él, con voz igualmente queda. Adam volvió a toda prisa a la habitación con una caja en las manos. – Creo que he solucionado el problema que Barry tenía con la filtración de la sangre. He puesto una válvula aquí, ¿lo ves? -Abrió la caja y le enseñó el contenido a Rowan, dándole la espalda a Michael, deliberadamente, excluyéndolo, como un niño celoso-. Si creamos un vacío en la bolsa, cuando se abra la válvula, la sangre saldrá más lentamente. Puedo ajustar la válvula a la velocidad que quieran. – Eres muy listo, Adam. Yo no habría podido inventar algo así. – ¿Crees que a Barry le gustará? – Sí, creo que le gustará. Adam era todo sonrisas mientras se balanceaba sobre la punta de los pies. – Adam, tengo que hablar contigo a propósito de lo que pasó en el estudio B esta tarde. Adam frunció el ceño, como un niño a punto de recibir una reprimenda. – Yo… yo no quería asustarte, Rowan. Creí que no te asustaba nada. Pero Marcy se portó muy mal con Barry esta mañana. No ha sido culpa suya que el jarrón se haya roto antes de tiempo. Barry le dijo que lo sostuviera por la base, y ella no hizo caso. Nunca le hace caso. Barry estaba muy enfadado y yo pensé que estaría bien darle un susto porque es muy mala, la verdad. -El labio inferior le tembló, como si hiciera un puchero. Rowan lo tomó de la mano y lo llevó hasta el sofá. Se sentó y le indicó que hiciera lo mismo. Le hizo una señal a Michael con la cabeza, mirando hacia una silla en el rincón, junto al muñeco descabezado. Él se sentó y le hizo una mueca al muñeco. ¿Cómo se podía vivir con una cosa así mirándote todo el día? – Adam, te he dicho antes que no puedes hacer ese tipo de bromas en los estudios. Hay gente que no las encuentra divertidas. – Pero ¡no he hecho daño a nadie! Sólo quería darle un susto a ella. – Sé que no le harías daño a nadie a propósito. Pero, a veces, las bromas se nos escapan de las manos. -Guardó silencio un momento y siguió-: Marcy es mala, y Barry no se merecía que le gritaran. Pero Marcy no se merecía que le dieran un susto. Barry me ha dicho que eres muy importante en su equipo, que trabajas bien. No quiero que pongas en peligro tu empleo, Adam. – No me despedirían, ¿no? Yo no quería -balbuceó, al borde del llanto. Rowan le apretó la mano. – No, te prometo que por esta vez no te despedirán. Pero mañana tendrás que contarle a Barry lo que hiciste. Y tienes que prometernos, a él, y a mí, que no harás más bromas pesadas a nadie en los estudios. – No lo haré. Lo siento. No quería hacerle daño a nadie. -Parpadeó y la miró como un cachorro perdido-. ¿Seguimos siendo amigos? – Claro. Siempre seremos amigos, Adam. – Lo siento -repitió él, asintiendo con la cabeza. – Adam, puedo confiar en ti, ¿verdad? – Oh, sí. Siempre -dijo, y se besó el pulgar como los niños pequeños cuando juran una promesa solemne. – Leerás alguna noticia en los periódicos, y yo te quiero contar lo que está ocurriendo. Hay un hombre muy malo que ha matado a unas personas utilizando mis cuentos. Saca los asesinatos de mis libros, que son asesinatos falsos, y los hace realidad. – Eso es malo -dijo Adam, con los ojos muy abiertos. – La policía lo está investigando y los estudios han contratado al señor Flynn para cuidar de mí. Adam miró a Michael con gesto curioso, lo evaluó con una especie de barrido visual, y frunció el ceño. – Es tu guardaespaldas. Ella asintió con la cabeza, aunque Michael la vio vacilar. Todavía no se sentía cómoda con su papel. – Quiero que tengas mucho cuidado -dijo Rowan-. No hables con nadie de mí. Si alguien se presenta diciendo que es un funcionario, pídele su identificación. Tú sabes ver la diferencia entre algo de verdad y algo falso. – Sí, conozco la diferencia -dijo él, asintiendo enérgicamente. – Bien. Avísame si ves o si oyes algo extraño, algo que parezca estar fuera de lugar. Puedes llamarme cuando quieras. – Yo cuidaré de ti. Te lo prometo. – Sé que lo harás. -Le volvió a apretar la mano y se incorporó-. Ahora tengo que irme. Recuerda lo que hemos dicho. – Lo recordaré. -Se levantó de un salto y los acompañó hasta la puerta. Desde su pequeño porche, Adam vio a Rowan y su guardaespaldas, el señor Flynn, que se alejaban hacia la entrada. Cuando ya no pudo verlos más, entró en la casa y se preparó su sopa preferida, pollo con estrellitas. Se comió todo el plato porque estaba ahí, luego lo lavó y recogió. Rowan le había dicho que era importante recoger porque nadie lo haría en su lugar. Cuando acabó, se sentó a leer otra novela policiaca. Y luego olvidó casi todo lo que Rowan le había dicho. Rowan miró por la ventanilla del pasajero del coche de Michael. Estaba preocupada, frustrada e irritada. Volvían a Malibú después de un día largo. Entre los estudios, la conversación con Adam y con la visita fallida a las oficinas del FBI en el centro de Los Ángeles, Rowan ansiaba llegar a la casa en la playa. Aunque detestaba la decoración vacía, añoraba la paz, el ruido de las olas rompiendo en la orilla y, lo más importante, su intimidad. El director del FBI en Los Ángeles le había entregado los viejos archivos de sus casos al agente especial Quincy Peterson. Seguro que en ese momento la estaría esperando en casa. Rowan le había dicho a Roger que no mandara a nadie desde Washington, pero él confiaba en Quinn. No debería sorprenderle que Roger escogiera a alguien que los dos conocían para ocuparse del caso. Ella, desde luego, no quería volver a verlo. De todos los agentes que Roger podría haber asignado, ¿por qué Quinn? – El FBI se lo está tomando muy en serio -dijo Michael. Ella dejó de mirar por la ventanilla y cerró los ojos. No tenía la menor intención de hablar de su complicada amistad con Quinn Peterson con alguien que era prácticamente un extraño. – En Washington han comenzado a revisar los casos en que trabajé y están actualizando la información sobre la situación de los presos y sus familiares, pero le pedí a Roger que me dejara revisar mis casos. -Sacudió la cabeza-. No sé si servirá de algo, pero tengo que hacer algo o me volveré loca. – ¿Roger Collins? Ella asintió con la cabeza y lo miró de reojo. Michael Flynn no parecía sorprendido. Tampoco le habría parecido demasiado extraño que éste llevara a cabo una pequeña investigación sobre su pasado. – Mi ex jefe. Es director adjunto. -Había varios directores adjuntos, aunque no por eso dejaba de ser un puesto importante. – No he tenido la oportunidad de decírselo antes, pero la policía ha encontrado a la florista. -Al cabo de un momento de silencio, añadió-: Está muerta. Rowan esperaba la noticia, pero no le tranquilizó en nada saber que había acertado. El miedo atroz que había comenzado al enterarse de la muerte de Doreen Rodríguez se hizo aún más intenso. Su peregrina esperanza de que aquello no fuera un asunto personal se desvaneció por completo. – ¿Cómo? -¿Aquel graznido de voz era suyo? No lo reconoció. – Se llamaba Christine Jamison y le cortaron el cuello. – Con un cuchillo de su cocina -dijo Rowan, recordando el crimen. Recordando su novela. Era tal como ella lo había descrito. – ¿Cómo ha podido…? Ah, ya entiendo. – ¿Cuándo? – Ayer, más o menos a la misma hora en que usted recibió las flores. El cabrón lo había planeado todo. Hasta el punto de atormentarla a ella, mandándole flores mientras mataba a la florista. Quizás experimentara una emoción enfermiza al confirmar que la policía se había dado cuenta de la coincidencia. – Dejaron uno de sus libros en la escena del crimen -siguió Michael, y le cogió la mano. Ella bajó la mirada, incómoda, pero no retiró la mano. No había sentido mucho consuelo en los últimos días, y ese pequeño gesto de contacto humano le daba energías para seguir adelante. – – ¿Sigue pensando que esto no va con usted? -preguntó él. – ¡Maldita sea! ¡Sé que va conmigo! Pero no quiero reconocerlo. Es algo personal y premeditado. Y habrá más víctimas, a menos que resolvamos este problema. Y luego vendrá por mí. Rowan agradeció el silencio de Michael. Siguió mirando por la ventanilla, pensando en cada uno de los casos en que había trabajado. Roger le comunicaría de inmediato si uno de sus presos salía en libertad. Pero eran contados los que podrían haber elaborado un plan criminal tan sofisticado. Quizá fuera el caso de William James Stanton. Un sádico sexual, un jurado sin criterio lo había condenado a cadena perpetua en lugar de darle la pena de muerte. Se tragaron su triste historia de que su madre había abusado de él cuando era pequeño. En realidad, decía, cuando mataba a aquellas madres bellas y jóvenes en la costa este, el crimen no era contra ellas sino contra su madre abusadora, una y otra vez. Rowan no se lo había tragado. Stanton experimentaba un placer intenso torturando y matando a sus víctimas. O Lars Richard Gueteschow, el Carnicero de Brentwood. El tipo descuartizaba a adolescentes, chicos o chicas, daba lo mismo, no había un componente sexual en ello, y guardaba sus cuerpos troceados en su nevera. Hasta que una chica se escapó. Rowan lo imaginaba experimentando un placer perverso torturándola, a ella, la agente que había reunido las pruebas y declarado en su contra. Pero Stanton esperaba en el corredor de la muerte de San Quintín. La mayoría de los crímenes que había investigado eran casos jurisdiccionales, crímenes violentos en cuya investigación participaba el FBI porque los asesinatos ocurrían en más de un estado. No eran muchos los asesinos capaces de orquestar una operación tan detallada como la de estos asesinatos. ¿Y dónde podía buscar? ¿Entre sus familiares? ¿Sus amigos, vecinos o colegas? ¿Gente que sentía una fascinación grotesca con sus crímenes? Por ese camino, aparecerían miles de sospechosos. Le dolía la cabeza. Se frotó los ojos y de pronto se sintió muy cansada. Lo peor era no saber si tendrían tiempo suficiente antes de que el cabrón volviera a actuar. Rowan llevaba el pelo suelto, y su postura ahora era menos rígida. Miró un par de veces por encima del hombro, y dio un respingo cuando el guardaespaldas la tocó. A cierta distancia, él sonrió. Ella estaba agotada y tenía miedo. Bien. Él sentía una terrible emoción al pensar que le hacía pasar noches en blanco. Esperaba que cada vez que conciliara el sueño la despertaran pesadillas de sangre. ¿Sentía ella alguna culpa? ¿Alguna complicidad? Al fin y al cabo, eran sus propias palabras las que determinaban quién vivía y quién moría. Soltó una risilla ahogada mientras la observaba. Había vuelto a casa con ese guardaespaldas y se había encontrado con ese agente del FBI que la esperaba en la puerta desde hacía una hora. El agente había llamado a la puerta varias veces, y cada cierto rato miraba su reloj mientras se paseaba de arriba abajo. El federal no le preocupaba. El guardaespaldas, en cambio, le preocupaba un poco. Conociendo a Rowan como él la conocía, no había imaginado que pediría ayuda. Era una mujer tan segura de sí misma, tan serena. No era el tipo de mujer que pediría un guardaespaldas. ¿Su amante? No, no había estado con un tío desde antes de dejar el FBI. ¿Cómo se llamaba ese tío? Ah, sí. Hamilton. También era un federal. Ay, sí, él la había estado observando, de una manera u otra, desde hacía mucho tiempo. Del guardaespaldas se ocuparía cuando llegara el momento indicado. Le bastaría con un silenciador, aunque detestaba las armas. Convertía el asesinato en algo tan impersonal. Eso sería para más tarde. Primero, había que quebrar a Rowan. Quería que se derritiera, que ardiera. Necesitaba sus emociones, su temperamento. Sobre todo, quería ver su miedo. Entonces, y sólo entonces, se le aparecería. Hasta entonces, tenía muchas cosas de que ocuparse. Había marcado a los elegidos para morir. Ahora nada podía alterar sus destinos. Él era un dios, y el destino seguiría su curso. Entonces él y Rowan volverían a encontrarse. Ella sabría quién era él, y él le enseñaría qué era el miedo. Y le imploraría por su vida antes de morir. Esperó hasta que oscureció, y se marchó. Le esperaba un vuelo a otro destino. |
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