"La presa" - читать интересную книгу автора (Brennan Allison)Capítulo 3 – ¿Alguien la ha amenazado? Estaban sentados a la mesa del comedor. Annette aclaraba la mayoría de detalles, pero Michael todavía tenía preguntas sin respuesta. Miraba a Rowan pero no sabía con quién trataba. Ella llevaba puestas unas gafas pequeñas de marco metálico con una pátina gris que impedía verle los ojos. No eran gafas de sol pero tenían el mismo efecto. Estaba sentada en un extremo de la mesa y miraba por la ventana. – No abiertamente -dijo Rowan, al cabo de un rato. Resumió lo que le había dicho la policía el día anterior, pero tuvo la precaución de no incluir el detalle de su libro abandonado junto al cadáver-. Soy perfectamente capaz de cuidarme sola -dijo, mirándolo-. ¿Qué haría usted, concretamente, para protegerme? -Su tono condescendiente irritó a Michael. Era evidente que había trabajado para el FBI. Todos los federales creían saberlo todo, pensó Michael, con un aire burlón. Aún así, necesitaba protección. Un loco había utilizado su libro como manual de instrucciones para un asesinato. Quizás el asesino tuviera sus propios planes, o quizá viniera a por ella. Aumentar la seguridad en aquella casa era una buena manera de comenzar. También era consciente de que un caso de alto perfil como ése podía dar un importante impulso a su empresa. – Fui policía durante quince años y he trabajado otros dos como guarda espaldas. Le aseguro que soy lo bastante competente para guardarle bien la espalda -afirmó. Era una espalda bastante bonita y agradable de mirar, pensó. El conjunto del envoltorio era atractivo. – No ha contestado a mi pregunta -dijo Rowan, que conservaba su rigidez-. ¿Qué puede hacer por mí que no pueda hacer yo misma? ¿Era deliberada su tozudez? Seguro que sabía para qué servía un guardaespaldas. – Usted ha trabajado para el FBI. Sabe perfectamente bien de qué me ocuparía. Contestar a la puerta. Acompañarla cuando sale de casa. Cerrar todo por la noche y, si el tipo aparece, llevarla a un lugar seguro. ¿Qué más quiere saber? Rowan arqueó una ceja y parecía a punto de decir algo cuando sonó el timbre. Se incorporó y Michael la miró con cara de pocos amigos. – Diría que contestar a la puerta forma parte de mis obligaciones -dijo. Ella asintió, y sacó la Glock de la cartuchera que llevaba sobre su camiseta blanca. Annette casi parecía excitada, y Tess sacó su propio treinta y ocho corto. Rowan no pudo evitar una sonrisa al ver el arma de Tess Flynn. – Qué monina la pistola -dijo, antes de que pudiera reprimir su odioso comentario. Michael desapareció por el pasillo en dirección al vestíbulo. Había sido policía quince años, y seguramente habría ingresado en la academia justo después de acabar el instituto. Tenía ese aire duro de los polis curtidos, un balanceo algo arrogante al andar, una estampa rígida. Casi despedía chispas, con esa especie de energía contenida, pero en torno a sus ojos verdes se marcaban las líneas de la risa, y llevaba el pelo demasiado largo como para ser un corte reglamentario. Tenía el aspecto de un rebelde, casi. Rowan no pudo evitar preguntarse por qué habría abandonado el cuerpo siendo tan joven. Cuando se jubilara, no percibiría todos los beneficios, un detalle muy importante para la mayoría de los que trabajaban en los cuerpos de seguridad. Se propuso investigar la cuestión. Por otro lado, daba la impresión de saber lo que hacía en materia de seguridad personal. Si no lo aceptaba a él, Roger mandaría a un par de agentes. A Rowan no le agradaba la idea de que el Departamento ocupara tantos recursos en ella. Al menos hasta que tuvieran información fiable sobre el asesino. El problema era que no le gustaba estar sujeta a las decisiones de otros. La idea de necesitar un guardaespaldas la ponía de mal humor. Era perfectamente capaz de cuidarse sola, tal como le había dicho a Roger y, ahora, a este otro tipo, Michael Flynn. Suspiró se frotó los ojos bajo las pequeñas gafas, resignada ante la idea de que tendría que ser Michael o un ex colega. No necesitaba las gafas para ver, pero tenerlas puestas también le permitía observar a las personas. Al cabo de un rato, Michael volvió al comedor con una enorme corona funeraria blanca y verde. Rowan se puso pálida. Había visto esa corona antes. En su imaginación. El olor dulce y empalagoso de las flores le recordó todos los funerales a los que alguna vez había asistido. Eran demasiados, pero recordaba todos y cada uno de ellos. ¿Quién dijo que el exceso de abundancia de belleza hacía de la muerte algo más tolerable? La muerte, cuando era prematura, era algo que jamás podía perdonarse. – Viene con una tarjeta -avisó Michael, y la buscó. – ¡No la toque! -exclamó Rowan, y se le acercó rápidamente. Michael se detuvo, con una mano suspendida en el aire. – He revisado el paquete antes de dejar que se marchara el repartidor. Está limpio. -Con los labios apretados en una línea rígida, parecía molesto, como irritado porque ella tuviera la osadía de cuestionar su competencia. – No, no es eso. Las reconozco. – ¿Las flores? – Son exactamente cómo las describí en una de mis novelas -dijo ella, asintiendo con la cabeza. La voz le tembló al hablar, y expresaba perfectamente lo que sentía. El asunto no tenía buena pinta y si cabía alguna esperanza de que hubiera un error en la entrega, ésta se esfumó cuando Rowan sacó la tarjeta de uno de los lados con las uñas. El mensaje preimpreso «IN MEMORIAM» aparecía seguido de una frase escrita a mano: Rowan soltó la tarjeta sobre la mesa como si se hubiera quemado, con el corazón latiendo a toda velocidad. Sintió el estómago revuelto con el café y el plátano que había ingerido tres horas antes para desayunar. Michael se inclinó para leer el mensaje. – ¿Qué significa? Rowan esperaba equivocarse, pero temía que no sería así. – Llame a la policía. Volverá a matar. Si es que no lo ha hecho ya. Cuando la policía se marchó, varias horas después, junto con Annette y Tess, Rowan estaba agotada. Michael no dijo nada cuando vio que se retiraba a su estudio. La policía seguiría la pista de las flores, pero Rowan ya parecía resignada a que alguien había muerto. La actitud despreciativa que había tenido ante la presencia de Michael desapareció. Rowan se cerró emocionalmente y le dijo que hiciera lo que fuera necesario. Michael estudió el sistema y el perímetro de seguridad, y comprobó las ventanas y puertas. Estaban bien cerradas. Al caer la noche, Michael sintió que le rugía de hambre el estómago, y recordó que no había comido desde el desayuno. En la nevera de Rowan no había gran cosa, pero encontró algo de pasta. No era pasta fresca, pero bastaría. Mientras hervía el agua, inspeccionó la despensa y sacó una salsa de espaguetis, un frasco de champiñones, una lata de olivas y tomate cortado en dados. Flynn disfrutaba de la tranquilidad que le procuraba cocinar, sobre todo en una cocina de – Me alegro de que lo apruebe -dijo Rowan desde la puerta. Michael tuvo un sobresalto. Lo había pillado por sorpresa. Solía darse cuenta cuando lo observaban. – Pensé que quizá le sentaría bien una copa para relajarse. Ella asintió con la cabeza y fue a sentarse en uno de los taburetes altos. Él descorchó la botella, le sirvió una copa y se la ofreció. – Gracias -dijo ella, con una media sonrisa. – El vino es suyo. – Por dejarme estar un rato a solas. -Ya no llevaba puestas las pequeñas gafas, y él intentó no mirarla directamente a sus bellos ojos color gris azulado. Eran unos ojos muy expresivos, a pesar de su rostro hierático y su postura rígida. En ese momento, expresaban su cansancio, pero ella seguía pensando, quizá revisando mentalmente todos los casos en que había trabajado. – He visto que no hay gran cosa para comer, así que he improvisado algo -dijo él, mientras echaba una mirada al guiso. – La comida se echa a perder. Compro lo que necesito cuando lo necesito. – Ha hablado como una auténtica mujer soltera. – No todas nos casamos, no somos ese tipo de mujer. – Supongo que no. -Michael volvió a la cocina y revolvió la salsa. Él había pensado casarse en más de una ocasión. La más reciente era Jessica. Pensar en ella despertaba en él sentimientos de rabia y una profunda tristeza. De eso hacía dos años, y se diría que aún no lo había superado. – ¿Va todo bien? -preguntó Rowan. Maldita sea, pensó, no sabía que se le notaba tanto. Claro está, ella había sido policía, y estaba acostumbrada a interpretar el lenguaje corporal. – Bien -respondió con voz queda, y le dio la espalda mientras escurría las verduras, lo juntaba todo y lo servía en dos platos. Cuando dejó el plato frente a Rowan, ya había conseguido apartar a Jessica de sus pensamientos. – Normalmente, lo acompañaría con pan y una ensalada, pero no había -dijo, intentando tomarse a la ligera sus armarios de cocina vacíos. – Huele de maravilla. – Gracias. Comieron en medio de un silencio de viejos camaradas, codo con codo junto al mostrador de la cocina. Cuando acabaron, Michael empezó a recoger pero ella le tocó el brazo. – Usted ha cocinado. Yo recogeré. Rowan lo recogió todo con rapidez y movimientos precisos. Él tenía mil preguntas que hacerle, pero decidió mostrarse cauto. Rowan Smith era mucho más que una cara bonita y un talento para contar una historia de miedo. En las pocas horas transcurridas desde que la conociera, Michael se había dado cuenta de que era una mujer extremadamente retraída. También era una mujer inteligente y competente, con un pasado misterioso. Una ex agente del FBI convertida en escritora. Tranquila y reservada, daba la impresión de que tenía una energía almacenada hirviendo bajo la piel. Era un contraste interesante. Michael quería saber por qué había renunciado a lo que parecía una prometedora carrera en el FBI. ¿Por qué había decidido escribir novelas policiacas? ¿Qué le había llevado a dejar Washington y mudarse a la costa oeste? Desde que había alquilado temporalmente ese lugar, ¿dónde llamaba cuando llamaba a casa? Se propuso como misión averiguar todo lo que había que saber acerca de Rowan Smith. Por razones profesionales, desde luego, pensó. Después de una última ronda de vigilancia, comprobó que Rowan se había retirado a dormir por esa noche, se instaló en una de las habitaciones de huéspedes y llamó a Tess a su piso. – ¿Has encontrado algo? -Le había pedido que buscara datos sobre el pasado de Rowan Smith. – No gran cosa. -Tess le informó acerca de lo poco que había averiguado. Rowan había dimitido del FBI hacía cuatro años. Tenía una casa en Washington, pero vivía en Denver, Colorado, desde hacía tres años. Tess tenía razón. No era gran cosa. Michael se recostó en la cama con la cabeza apoyada en el brazo. – ¿Qué dirías tú de ella? – Todavía no tengo un veredicto, Mickey. Su demostración de poder con la pistola esta tarde me molestó. No estoy acostumbrada a ver a alguien apuntando con una pistola a mi hermano. Quiero decir, cuando eras poli, sabía que podía pasar, pero no me gustaba. Dime, ¿de verdad tenemos que aceptar este trabajo? Él también se había irritado con aquel incidente. – Creo que tiene miedo. Es una persona muy retraída. Está acostumbrada a estar consigo misma y a no contar con nadie. -Suspiró, se frotó los ojos y reprimió un bostezo-. Es un trabajo relativamente seguro. Hay que tenerla a buen recaudo. Aquí en la casa o en los estudios. No se trata de andar siguiéndola por todas partes como si fuera un posible blanco. – Supongo que tienes razón. -No sonaba demasiado convencida-. Creo que es una mujer sola. Michael se quedó pensando en eso. – Sí, puede que tengas razón. – Mickey, no te enrolles. – No me enrollo. ¿Por qué dices eso? -preguntó, y por su tono de voz percibió que se encogía de hombros. – Te conozco. Sé cómo eres con las mujeres. Primero Carla, luego Jessica. Rowan Smith no necesita que la rescate un caballero de brillante armadura. – No me vengas con tu psicología de supermercado, Teresa -advirtió él-. Sé perfectamente cómo hacer mi trabajo. No dejaré que una leve atracción física me impida protegerla. -Mierda, no había querido insinuar a Tess que encontraba a Rowan sexy. ¿Quién no la encontraría sexy? Él era capaz de controlarse. Su hermana lanzó un suspiro, dando a entender que no lo discutiría con él en ese momento, aunque para ella la conversación no acababa ahí. – Voy a buscar más a fondo. Esta tarde he hecho unas cuantas llamadas. Tardaré un par de días en tener respuestas. – No violes ninguna ley. – ¿Quién? ¿Yo? -Tess rió y colgó. Mientras conciliaba el sueño, pensó en Rowan Smith. Era una mujer compleja y bella, y él intuía que había algo problemático en su pasado. Esperaba poder ganarse su confianza, que ella hablara con él. A falta de eso, se conformaría con lo que encontrara Tess. Y, al contrario de lo que pensaba su hermana, Michael sabía que Rowan no era Jessica. No tenían nada en común. Tess estuvo paseando de arriba abajo durante media noche, preguntándose qué debería hacer con la información que acababa de obtener. Aunque respetaba la competencia de Michael, recordaba muy bien las veces que su hermano se había implicado emocionalmente con mujeres que tenían problemas. La necesidad muy real que Rowan tenía de que alguien la protegiera atraería a su hermano más que cualquier cosa. Tess tenía varias dudas en relación con los datos fragmentados que había conseguido sobre el pasado de Rowan. Por qué había dejado el FBI, por ejemplo. Quería saber más acerca de sus casos. Cuando a Rowan le entregaran copias de los archivos de sus casos, Tess también querría revisarlos. Rowan había hablado abiertamente de su carrera, pero en cuanto las preguntas de Michael se volvieron personales, sus respuestas se volvieron breves y cortantes. Ahí pasaba algo, pero Tess ignoraba qué podía ser. ¿Un ex marido? No había encontrado ningún indicio de que hubiera estado casada, pero eso era lo de menos. ¿Un ex novio? Era una posibilidad. Esperaba que Michael la perdonara por llamar a su hermano John, pero necesitaba una opinión más objetiva. Michael era un buen investigador, un buen guardaespaldas, pero a veces dejaba que sus sentimientos personales le nublaran el juicio. Rowan le intrigaba, de eso Tess se había dado cuenta. Llamó al teléfono privado de John. – Soy Tess. Siguió una pausa. – ¿Qué pasa? – Tenemos un nuevo encargo, pero creo que quizá nos veamos desbordados. -Le contó lo de Rowan Smith, el asesino y la corona funeraria-. Michael me pidió que investigara su pasado. – ¿Y? – Nada. – Y entonces, ¿qué? – Pues…, nada. Es como si hubiera nacido a los dieciocho años, al empezar los estudios universitarios. – Quizá no seas tan buena como crees -dijo John, con una ligera intención de provocar. – John, estoy preocupada. Esa corona funeraria me puso los pelos de punta. Leí lo de la muerte de Doreen Rodríguez en los periódicos y luego el capítulo de su novela. Son idénticos. – ¿Qué has averiguado sobre ella? – Se licenció de Georgetown hace doce años e ingresó directamente en la academia del FBI. Fue la primera de su promoción. Tiene varios premios en tiro al blanco, y he encontrado un par de recortes de noticias que hablan de su intervención en la detención de un criminal, pero a ella no la citan textualmente. Dimitió hace cuatro años, justo cuando publicaron su primer libro. – Suena como un típico caso de agente quemada. A veces sucede. – A eso iba. Hay un documento judicial de hace más de veinte años. Cambio de nombre. – ¿Ah, sí? – Era menor de edad. Y es información confidencial. – Vale, me has picado la curiosidad. – No he terminado. Tiene su dirección en Washington DC, así que hice una búsqueda por propietario. La casa está a nombre de Roger y Grace Collins. – Ese nombre me suena. – Roger Collins es director adjunto del FBI. Hay algo extraño en eso, ¿no te parece? ¿Que se haya cambiado el nombre cuando era menor de edad y que haya vivido en la casa de uno de los directores del FBI? -preguntó, y guardó silencio-. ¿Qué pasa si sabe más acerca de este asesino de lo que da a entender? ¿Por qué una niña necesitaría cambiar de nombre? ¿Protección de testigos? – Se me ocurren varios motivos, y no todos son malos. Tess lo ignoró. – Y ya me he dado cuenta de que a Michael le gusta la chica. Estoy preocupada, John. -Le pesaba dar esa información a su hermano antes de hablar con Michael, pero sabía que John tenía mejor intuición. Se lo contaría a Michael mañana. – Estoy a punto de acabar aquí. Dame dos días. Al colgar, Tess se sintió más tranquila. Confiaba en Michael, pero John tenía más experiencia en casos relacionados con los organismos de seguridad. Michael solía ser demasiado confiado, mientras que John era todo lo contrario, a veces tan desconfiado que irritaba a Tess. Jamás había conocido a alguien tan obsesivo como su hermano mayor, tan comprometido con su trabajo en todo tipo de casos. Si alguien podía llegar al fondo del caso de Rowan Smith, ése era John. John apagó su teléfono móvil y dejó de lado las preocupaciones de Tess. Tenía que terminar rápidamente su misión si quería volver a California a ayudar a su hermano. Aunque confiaba en la competencia de Michael más que Tess, le inquietaba Smith y su pasado. Sabía lo engañosos que podían ser los del FBI, sobre todo cuando protegían a uno de los suyos. No podía dedicarle más tiempo a esa operación. Llamó a su contacto de la DEA para transmitir la longitud y latitud del almacén donde se ocultaban más de diez mil kilos de heroína pura. Había tenido la esperanza de dar con el paradero del esquivo Reinaldo Pomera, pero esta vez no había sido posible. Bajó la mirada y vio sus puños cerrados. Estaba seguro de que esta vez se verían las caras Pomera y él. Había llegado muy cerca. Tan cerca que casi podía oler a ese cabrón. Se obligó a relajarse respirando lenta y profundamente. Se recordó a sí mismo que sus misiones de apoyo para la DEA eran un trabajo esporádico, en el mejor de los casos. Su nueva profesión era la empresa de seguridad montada con Michael y Tess. Ya no era un agente al servicio del gobierno. Salvo cuando ellos lo necesitaban, claro está, por su gran habilidad para dar con el paradero de los grandes barones de la droga, como Pomera, y detenerlos, pensó, amargado. Luego recordó que había sido decisión suya alejarse de esa profesión. Tampoco había tenido grandes opciones. Vender el alma al diablo para atrapar al diablo. No era una alternativa muy digna. Dio unas vueltas y comprobó los movimientos en el almacén mediante los sensores electrónicos que había instalado. Cuatro guardias vigilaban el perímetro y otros dos el interior. Nadie estaba en alerta. Lo típico. Aunque Tess no lo hubiera llamado para que volviera a Los Ángeles, pronto tendría que llamar para dar luz verde a la redada. El traslado de la droga estaba previsto para el día siguiente por la noche, y su intuición le decía que Pomera no aparecería. No iba a dejar que esa droga acabara en las calles de Estados Unidos. Era un pequeño golpe contra el gigantesco cartel, pero no dejaba de ser un golpe. Y si un solo chico no moría gracias a ello, habría valido la pena. Si todo iba bien, estaría en Los Ángeles dentro de treinta y seis horas. Un golpe suave en la puerta despertó a Michael. La luz de primera hora de la mañana se filtraba por las cortinas. De un salto, estuvo fuera de la cama, en guardia, sin importarle que llevara sólo los calzoncillos puestos. Ella desvió la mirada. – Voy a salir a hacer – Iré con usted. – No hace falta. – La acompañaré. Deme tres minutos. No había dormido bien, y en el espejo vio que se notaba. La barba de dos días le hacía parecer aún más desastrado de lo que se sentía. Tenía los ojos verdes inyectados en sangre, y brillaban demasiado. Se lavó la cara con agua fría, se peinó con la mano y se puso un pantalón de chándal y una camiseta. El aroma del café lo llevó hasta la cocina. Rowan estaba junto al fregadero y bebía un vaso grande de agua. Tenía el pelo largo y liso recogido en una coleta. No se había maquillado, pero Michael la encontró igual de atractiva. – Vamos -dijo, dejando de lado su interés personal en Rowan. No dejaría que lo distrajera de su trabajo. Ella no lo hacía a propósito, pensó. Al contrario, mantenía una respetable distancia física y emocional con los que la rodeaban. – Son casi cinco kilómetros desde aquí hasta el otro extremo de la playa, ida y vuelta. Lo hago dos veces. ¿Será capaz? – Ningún problema -dijo-. Déjeme echar un vistazo. -Vio que tenía una pistola en la funda que llevaba ajustada a la espalda. No era la Glock. Ésta era una pequeña Heckler amp; Koch, la «Rolls-Royce» de las semiautomáticas de nueve milímetros-. Bonita pieza -dijo-, por lo visto se gana uno bien la vida escribiendo. Seguro que no podría pagarse algo así con el sueldo de funcionaria. Michael vio que era bella cuando sonreía. – Sí, fue genial cuando entré en la tienda y pagué por ella en efectivo. Podríamos ir al campo de tiro, hacer un poco de práctica. Le dejaré probarla. – No estaría mal -dijo él. Echó un vistazo a la playa y al balcón, y dijo: – A partir de ahora, si tiene ganas de hacer – Quizá. -No parecía muy dispuesta a pensar en su sugerencia, y echó a correr a ritmo vigoroso, con lo cual evitó toda conversación. A Rowan le sorprendió lo cómoda que se sentía con Michael Flynn. Si no pensaba en él como su guardaespaldas, podría incluso acostumbrarse a su compañía. Mientras pensara en él como un mero apoyo, podría vivir con la falta de intimidad. Por ahora. Le fascinaba correr por la playa cuando la arena compacta y mojada era lo bastante dura para pisar pero lo bastante suave para amortiguar cada paso. Era temprano y hacía frío, y el aire era salado, espeso. La espuma acariciaba la orilla y luego se retiraba, un ciclo infinito del ir y venir de las aguas. La orilla del mundo, donde el gran océano Pacífico llegaba a tierra, hacía sentirse pequeño a cualquiera que viera su fuerza. Al cabo de dos vueltas, Rowan volvió corriendo hasta las escaleras que conducían al balcón de la casa. Estaba a punto de entrar en la casa cuando Michael le ordenó: – Espere. -Pasó a su lado, abrió la puerta y echó una mirada. Cuando vio todo en orden, le dijo que entrara. Un recordatorio de quién era él y por qué estaba ahí. Ese día, Rowan y Michael no tuvieron oportunidad de ir al campo de tiro. A ella la necesitaban en los estudios para reescribir una parte del guión. Annette sugirió que los interesados se reunieran en Malibú, pero Rowan se opuso y dijo: – Tengo que salir de esta casa. Tess se reunió con Michael y Rowan en el minúsculo despacho que ésta tenía en los estudios. Rowan les lanzó una mirada escéptica. – Michael, pensé que habíamos acordado que aquí estaría a salvo. Era verdad. Al llegar, hablaron con los responsables de los estudios y a Michael lo tranquilizó que el jefe de seguridad entendiera los riesgos. Pero Michael quería a uno de los suyos ahí dentro, alguien que le respondiera directamente a él. Ya que John estaba fuera de la ciudad, Tess era la única alternativa a mano. – Diga que sí, ¿vale? Rowan entornó los ojos y cambió de tema. – Voy a llamar al FBI y averiguar dónde están los archivos de mis casos. Creía que a estas alturas ya los habrían mandado. Podemos recogerlos en el cuartel general al volver. – De acuerdo. Tenga cuidado, Rowan. – Siempre. Vio que Tess salía junto con Rowan y sintió una punzada de arrepentimiento por tener que ausentarse. Pero quería consultar con el Departamento de Policía de Los Ángeles si habían seguido la pista de las flores. No estaría de más asegurarse de que el jefe supiera que él trabajaba en el caso. Podría darles algo de información sobre el estado de la investigación. Rowan estaría a salvo siempre que se encontrara en las dependencias de los estudios. Llegó a la comisaría de policía justo antes de las tres, pero los inspectores Jackson y Barlow estaban reunidos con los federales. Michael esperó, charló con sus antiguos colegas y empezó a perder la paciencia cuando, al cabo de una hora, la reunión no había acabado. Al final, cuando estaba a punto de marcharse, la secretaria del jefe le avisó: – Ahora puede pasar. El comisario Bunker estaba sentado ante su mesa con el auricular del teléfono apoyado entre la cabeza y el hombro. – Flynn, me alegro de verte. Me gustaría que fueran otras las circunstancias -dijo. Colgó el teléfono de golpe, con el ceño arrugado, y le estrechó la mano a Michael-. Barlow acaba de salir con los federales a la escena de un crimen. Han localizado la floristería. – ¿Y? – Una tienda cerca de Misión de San Fernando. Los informes dicen que Christine Jamison vendió la corona funeraria el domingo para que se la entregaran a la señora Smith el martes. Hemos mandado a dos agentes a su piso. Está muerta. |
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