"El eco negro" - читать интересную книгу автора (Connelly Michael)

EPÍLOGO

La mañana después del día de los Caídos, Harry Bosch volvió al hospital Martin Luther King, donde recibió una severa reprimenda por parte de su médico. El doctor McKenna pareció disfrutar perversamente cuando le arrancó las vendas caseras de su hombro y le aplicó una solución salina para limpiar la herida. Bosch pasó dos días descansando antes de ser conducido al quirófano para recomponer los músculos que la bala había desgajado del hueso.

En el segundo día tras la operación, una enfermera le trajo el Times del día anterior para que se distrajera. El artículo de Bremmer estaba en primera página e iba acompañado de una foto de un cura frente a un ataúd solitario en Syracuse, Nueva York. Era el funeral del agente especial del FBI, John Rourke. Bosch dedujo por la foto que había habido más gente -aunque fueran periodistas- en el entierro de Meadows. Pero Bosch dejó a un lado la primera sección del periódico cuando hojeó las primeras páginas y vio que no salía Eleanor. Bosch pasó directamente a la sección de deportes.

Al día siguiente tuvo una visita. El teniente Harvey Pounds informó a Bosch de que, cuando se recuperara, tenía que volver a Homicidios de Hollywood. Pounds dijo que ninguno de los dos tenía otra elección. Era una orden directa del sexto piso del Parker Center. El teniente no tenía mucho más que decir y ni siquiera mencionó el artículo del Times. Bosch recibió la noticia con una sonrisa y poco más, ya que no quería expresar lo que sentía o pensaba.

– Por supuesto, todo esto depende de que superes el examen médico del departamento cuando te den el alta -añadió Pounds.

– Por supuesto -dijo Bosch.

– Bosch, ya sabes que algunos agentes prefieren el retiro por invalidez con un ochenta por ciento de paga. Podrías buscarte un trabajo en el sector privado y vivir muy bien. Y te lo merecerías.

«Ah -pensó Harry-, ésa es la razón de la visita.»

– ¿Es eso lo que quiere que haga el departamento, teniente? -preguntó-. ¿Eres el mensajero?

– Claro que no. El departamento quiere que hagas lo que tú quieras. Sólo estoy buscando las ventajas de la situación. No sé, piénsatelo. Dicen que la investigación privada es un mercado en alza en los noventa. La gente ya no se fía de nadie, ¿me entiendes? Hoy en día todo el mundo se dedica a investigar a sus futuros cónyuges: informes médicos, financieros, sentimentales…

– No es mi estilo.

– O sea, ¿que te quedas en Homicidios?

– En cuanto pase el examen médico.

Al día siguiente tuvo otra visita, esta vez la esperaba. Era una ayudante del fiscal del distrito. Se llamaba Chavez y quería saber qué pasó la noche en que murió Tiburón. Bosch supo entonces que Eleanor se había entregado. Bosch declaró que había estado con Eleanor, lo cual confirmó su coartada. Chavez dijo que tenía que comprobarlo antes de que comenzaran a hablar de un trato. Ella le hizo un par de preguntas más sobre el caso y luego se dispuso a irse.

– ¿Qué le va a pasar? -preguntó Bosch.

– No puedo comentar nada al respecto, detective.

– ¿Y extraoficialmente?

– Extraoficialmente tendrá que ir a la cárcel, pero no creo que sea por mucho tiempo. Es un buen momento para que todo se lleve silenciosamente. Ella se entregó, se trajo un buen abogado y parece que no fue responsable directa de las muertes. En mi opinión, ha tenido mucha suerte. Se declarará culpable y le caerán como mucho treinta meses en Tehachapi.

Bosch asintió y Chavez se fue.

Harry también se fue al día siguiente para hacer reposo durante seis semanas antes de volver a la comisaría de Wilcox. Cuando llegó a su casa en Woodrow Wilson encontró un papel amarillo en el buzón. Lo llevó a la oficina de correos y le dieron un paquete plano envuelto en papel de estraza. Bosch no lo abrió hasta que llegó a casa. Aunque no lo ponía, él sabía que era de Eleanor Wish. Después de romper el papel y el forro de burbujas, encontró una copia enmarcada de Aves nocturnas, de Hopper. Era el cuadro que había visto en la pared de su casa la primera noche que pasó con ella.

Bosch lo colgó en el pasillo cerca de la puerta principal y de vez en cuando se detenía a contemplarlo cuando entraba, especialmente después de un largo día o noche de trabajo. El cuadro nunca dejaba de fascinarlo o de evocar recuerdos de Eleanor Wish. La oscuridad. La dura soledad. El hombre solo sentado y con el rostro vuelto hacia las sombras. «Yo soy ese hombre», pensaba Harry Bosch cada vez que lo miraba.