"Regreso Al Tíbet" - читать интересную книгу автора (Ardiles Hugo)

Prólogo

Este es un libro ameno como una historia de aventuras donde con llaneza y hasta ingenuidad, el autor se compromete al relatar aspectos de su vida personal. Atrapa el interés desde la primera página y nos conduce a "escuchar" esas historias y "ver" el mundo interno del autor y el paisaje de unas comarcas de Asia que son, desde nuestro ámbito cotidiano, tan extrañas y distantes: Nueva Delhi, los Himalayas… Es ilustrativo de la vida y las costumbres de esas regiones. Y es, al mismo tiempo, la crónica vívida (le alguien muy cercano a nosotros.

En suma: es el testimonio de un argentino que mira directamente, desde nuestra problemática, con nuestras amplitudes y limitaciones, y no el reflejo de una imagen previa suministrada por el enfoque y la interpretación de europeos o norteamericanos. Se pueden sentir las pasiones, obsesiones y las timideces de un compatriota nuestro. Podemos comprender muy bien la repercusión en él de las vicisitudes de su viaje, sus dudas, sus preocupaciones: las limitaciones económicas, la esperanza puesta en la intervención de la providencia; el lugar central que ocupan los hijos y los afectos, la necesidad de justificar nuestras afirmaciones cuando pueden parecernos audaces y no coincidentes con el pensamiento predominante y, al mismo tiempo, la apertura mental…

Es el testimonio de un choque y un contacto de culturas, que están lejos todavía de entenderse entre sí. Testimonio, también, de un buscador espiritual que encuentra una clave para entenderse él mismo, que se conecta con el hilo que, cortado en vidas anteriores, se reinicia en esta.

Es ilustrativo de algunas costumbres tibetanas y de aspectos del budismo, que este estudiante de budismo transmite de un modo simple y didáctico. Así, proporciona sobre esa cultura y esa religión cierta información que puede ser muy útil para que los interesados lleguen a tener un primer contacto fácil con estos temas. Nos aproxima a esas culturas que están rnás allá de los límites dentro de los que nuestro colonialismo heredado, pero autoasumido, nos encierra.

El autor señala y resalta una serie de temas que no son muy corrientes entre nosotros, y sobre los que se necesita información, que este libro provee, aunque muy escuetamente: la reencarnación; la terapia de vidas pasadas; aspectos de la vida en las zonas de Asia visitadas por el viajero-escritor; los horrores del genocidio sufrido por Tíbet a manos de los chinos; las muchedumbres en India y países cercanos; el budismo tibetano; las extrañas habilidades o poderes milagrosos (Siddhis) que mediante prácticas pueden desarrollar los monjes y los yoguis; los Tulkus, niños que combinan sabiduría y habilidades de viejos sabios con la alegría, la libertad de movimientos y la capacidad de jugar de los niños, reconocidos como reencarnaciones de grandes Lamas fallecidos tiempo atrás: la grande y gozosa energía que despliegan en general los tibetanos…

Creo que este libro va a marcar el inicio de un tiempo de confluencia en que se generalizará el interés que tendremos los argentinos por conocer y sentir el Oriente desde nuestras propias vivencias. Antes hubo pioneros intelectuales que, movidos por su espiritualidad, se esforzaron por hacernos accesible el Oriente: Joaquín V. González, Vicioria Ocampo, Vicente Fatone, el padre Ismael Quiles. Carmen Dragonetti, Fernando Tola, entre otros.

Conocí a Hugo cuando. guiado por su Maestro interior, tenía, en lo espiritual, una seguridad y una independencia que yo temía que pudieran llevarlo a quedar aislado perdiendo la posibilidad de los aprendizajes que proporciona la relación con una tradición y maestros visibles. Tal vez su actitud era interiormente de fuerte reverencia, pero se me escapaba la índole de esa relación interna. De todos modos, veo con mucha satisfacción que este contacto se haya hecho efectivo, con presencia directa y exterior del Maestro. Estremece el relato del encuentro con aquél de quien estuvo alejado en lo exterior, pero comunicado espiritualmente.

Mi amistad con Hugo Ardiles se afianzó cuando durante los años 1982 y 1983 trabajamos denodadamente, juntos, en el grupo que dio forma efímera en este mundo (y en los alrededores de Buenos Aires) a Siembra, un centro de crecimiento holístico, institución de avanzada que centraba sus actividades en la energía vital. Hugo se estaba dedicando desde hacía años a la Gimnasia de Centros de Eneraía, modalidad de trabajo energético emparentada con el yoga, ideada por él y que partía de las enseñanzas de Susana Milderman; por mi parte, hacía ya tiempo que había conocido a Alexander Lowen y había comenzado mi formación sistemática en Bioenergética.

El proyecto Siembra fracasó, corno otras tantas cosas en la Ar gentina, dando signos de una dificultad que se repite: es frecuente que la gente bien intencionada (y, a veces, los talentos) no logren plasmar sus mejores proyectos, ya sea porque no alcanzan a formar equipos poderosos o porque una fuerte y eficaz destructividad, que no tiene suficientes antídotos, se les opone.

Compartimos con el autor del libro muchas cosas: ambos somos argentinos y de la misma generación y extracción social; somos médicos y psicoterapeutas, y nos hemos inclinado hacia aperturas de la psicoterapia al campo de la energía y de la espiritualidad; tenemos también el propósito de plasmar instituciones de avanzada y nos interesamos por la integración de las medicinas y de las psicoterapias; hemos participado ambos en la formación como psicoterapeutas de Vidas Pasadas: si bien de modos y en momentos distintos, fuimos a Oriente y allí, habiéndonos puesto en contacto con el budismo tibetano, sentimos que había en él algo sintónico con nuestras vidas, ideales y aspiraciones.

Hace años, en enero de 1980, estuve en California. En Esalen conocí a Stanislav y Christina Grof, figuras centrales del movimiento Transpersonal; en los Ángeles, al swami Muktananda, un maestro hindú. Días después, en París, y en la biblioteca del Centro Pompidou, decidí organizar un viaje de estudios a la India. Era para mí evidente que los intelectuales (y en particular los "psi" argentinos) ya habíamos alcanzado una madurez que hacía indispensable un contacto sin intermediarios con las culturas de Oriente y sus corrientes espirituales.

Una de las consecuencias de ese viaje fue el contacto con el swami Muktananda, con Satia Sal Baba, con Su Santidad el Dalai Lama, con la Madre Teresa de Calcuta y el establecimiento de una relación con los tibetanos, mantenida desde entonces. En 1983, al año siguiente de nuestro viaje, llegó a Buenos Aires, invitado por nuestro pequeño grupo de estudios de budismo, el Venerable lama Sherab Dorye, el primer lama de budismo tibetano que pisó nuestro país. Él fundó el Kagyu Tekchen Chóling, Jardín de budismo Mahayana, centro de estudio y de práctica.

Ese viaje fue para mí orientador, como sin duda tiene que haberlo sido este otro para Hugo. Él sabe ahora quién fue y sigue siendo su maestro. Lo que yo supe desde entonces es a quiénes quiero tener como maestros en una experiencia espiritual que apenas he ini ciado.

Cultura no es sólo cultura europea. Y tampoco se trata sólo de incluir nuestra consideración por las grandes culturas orientales. Solemos no valorar las pequeñas culturas autóctonas de América, y al proceder así descartamos una riqueza invalorable al perder esos modos diferentes que los seres humanos tienen de procesar lar vida para asimilarla (que es una de las funciones básicas de la cultura). Es desde todas las culturas -grandes y pequeñas, reconocidas y desconocidas- que actuando como raíces, está generándose el tronco de la nueva cultura que empiezan a vivir nuestros hijos.

Este libro es una contribución al contacto y a la comprensión entre esas raíces, y expresión viviente de las primeras fibras de ese nuevo árbol.


Carlos M. Martínez-Bouquet [2]