"El Observatorio" - читать интересную книгу автора (Connelly Michael)10Bosch y Ferras salieron por la puerta delantera del hotel Mark Twain y contemplaron la mañana. La luz empezaba a filtrarse en el cielo. La gruesa capa de niebla marina se adentraba en la ciudad, haciendo más profundas las sombras en las calles. A Bosch le recordó una ciudad de fantasmas y eso le parecía bien. Coincidía con su punto de vista. – ¿Crees que se quedará? -preguntó Ferras. Bosch se encogió de hombros. – No tiene otro lugar al que ir -dijo. Acababan de meter a su testigo en el hotel bajo el alias de Charles Dickens. Jesse Mitford se había convertido en un activo valioso: era el as en la manga de Bosch. Aunque no había podido dar una descripción del hombre que disparó a Stanley Kent y que se llevó el cesio, Mitford había proporcionado a los investigadores un entendimiento claro de lo ocurrido en el mirador de Mulholland. También sería útil si la investigación conducía a una detención y un juicio; su declaración se utilizaría como hilo narrativo del crimen. Un fiscal podría usarlo para conectar los distintos elementos para el jurado, y eso lo hacía valioso, tanto si podía identificar al asesino como si no. Después de consultar con el teniente Gandle, se decidió que no deberían perderle la pista al joven vagabundo. Gandle aprobó un gasto de hotel que mantendría a Mitford en el Mark Twain durante cuatro días. Para entonces el caso probablemente habría tomado una dirección más clara. Bosch y Ferras entraron en el Crown Victoria que Ferras había sacado antes del aparcamiento y se dirigieron por Wilcox hacia Sunset, con Bosch al volante. En el semáforo, Harry sacó su teléfono móvil. No había vuelto a tener noticias de Rachel Walling, así que marcó el número que le había dado el compañero de ésta. Brenner respondió de inmediato y Bosch procedió con precaución. – Sólo para dar señales de vida -dijo-. ¿Sigue en pie la reunión de las nueve? Quería asegurarse de que todavía formaba parte de la investigación antes de poner al día a Brenner. – Ah, sí… sí, todavía sigue en pie la reunión, pero se ha retrasado. – ¿Hasta cuándo? – Creo que ahora es a las diez. Te lo haremos saber. No sonaba como un aval categórico. Decidió presionar a Brenner. – ¿Dónde será? ¿En Táctica? Sabía por haber trabajado antes con Walling que las oficinas de Táctica estaban en un lugar secreto. Quería ver si Brenner resbalaba. – No, en el edificio federal del centro, planta catorce. Pregunta por la reunión de Táctica. ¿Ha sido útil el testigo? Bosch decidió guardarse sus cartas hasta que tuviera una mejor idea de su posición. – Vio los disparos desde cierta distancia. Luego vio el traslado. Dijo que un hombre lo hizo todo, mató a Stanley Kent y luego pasó el cerdo del Porsche a la parte de atrás de otro vehículo. El segundo tipo esperó en otro coche y se limitó a observar. – ¿Has conseguido alguna matrícula? – No, ninguna matrícula. Probablemente el coche que se usó para hacer el traslado fue el de la señora Kent. De esa manera no habría rastros de cesio en su propio coche. – ¿Y el sospechoso al que vio? – Ya te digo que no pudo identificarlo. Todavía llevaba el pasamontañas. Aparte de eso, nada. Hubo una pausa antes de que Brenner respondiera. – Lástima -dijo-. ¿Qué has hecho con él? – ¿El chico? Acabamos de soltarlo. – ¿Dónde vive? – En Halifax, Canadá. – Bosch, ya sabes qué quiero decir. Bosch percibió el cambio de tono, y el cambio a llamarlo por el apellido. No creía que Brenner estuviera preguntando casualmente por la localización exacta de Jesse Mitford. – No tiene dirección local -contestó-. Es un vagabundo. Acabamos de dejarlo en el Denny's de Sunset. Ahí es donde quería ir. Le dimos veinte dólares para el desayuno. Bosch sintió la mirada de Ferras clavada en él mientras mentía. – ¿Puedes esperar un segundo, Harry? -dijo Brenner-. Tengo otra llamada. Podría ser de Washington. Bosch reparó en la vuelta al nombre de pila. – Claro, Jack, pero puedo colgar. – No, espera. Bosch oyó que la línea pasaba a música y miró a Ferras. Su compañero empezó a hablar. – ¿Por qué le has dicho que…? Bosch se llevó un dedo a los labios y Ferras se detuvo. – Espera un segundo -dijo Bosch. Pasó medio minuto mientras Bosch esperaba. Una versión de saxofón de «What a Wonderful World» empezó a sonar en el teléfono. A Bosch siempre le había gustado la frase de la noche oscura y sagrada. El semáforo se puso verde por fin y Bosch giró por Sunset. Entonces Brenner volvió a la línea. – ¿Harry? Perdona. Era de Washington. Como te puedes imaginar, están todos encima de este asunto. Bosch decidió sacar las cosas a la luz. – ¿Qué novedades hay de tu lado? – No mucho. Seguridad Nacional está enviando una flota de helicópteros con equipo especializado para seguir una pista de radiación. Empezarán por el mirador y tratarán de encontrar una firma específica para el cesio. Pero la realidad es que han de sacarlo del cerdo antes de que puedan captar una señal. Entre tanto, estamos organizando la reunión de evaluación para que podamos asegurarnos de que todos están en la misma longitud de onda. – ¿Eso es todo lo que ha conseguido el gran gobierno? – Bueno, estamos organizándonos. Ya te dije cómo sería, una sopa de letras. – Claro. Lo llamaste pandemonio. Los federales son buenos en eso. – No, no estoy seguro de que dijera eso. Pero siempre hay una curva de aprendizaje. Creo que después de la reunión pondremos este asunto a toda máquina. Bosch estaba convencido de que las cosas habían cambiado. La respuesta defensiva de Brenner le decía que la conversación o bien estaba siendo grabada o escuchada por otros. – Aún faltan unas horas para la reunión -dijo Brenner-. ¿Cuál es tu próximo movimiento, Harry? Bosch vaciló, pero no mucho. – Mi próximo movimiento es volver a subir a la casa y hablar otra vez con la señora Kent. Tengo unas preguntas de seguimiento. Luego iré a la torre sur del Cedars. La oficina de Kent está allí y he de hablar con su socio. No hubo respuesta. Bosch estaba llegando al Denny's de Sunset. Se metió en el aparcamiento. A través de las ventanillas vio que el restaurante abierto las veinticuatro horas estaba casi desierto. – ¿Sigues ahí, Jack? – Ah, sí, Harry, estoy aquí. Debería decirte que probablemente no será necesario que vuelvas a la casa y a la oficina de Kent. Bosch negó con la cabeza. «Lo sabía», pensó. – Ya habéis recogido a todos, ¿no? – No fue decisión mía. La cuestión, por lo que he oído, es que la oficina estaba limpia y estamos interrogando aquí al socio de Kent ahora mismo. Trajimos a la señora Kent a modo de precaución. Todavía estamos hablando con ella. – ¿No fue decisión tuya? Entonces, ¿quién lo decidió? ¿Rachel? – No voy a entrar en esto contigo, Harry. Bosch paró el motor del coche y pensó en cómo responder. – Bueno, entonces quizá mi compañero y yo deberíamos dirigirnos a Táctica -dijo finalmente-. Todavía es una investigación de homicidio. Y, por lo último que sé, yo todavía trabajo en ella. Hubo una buena dosis de silencio antes de que Brenner respondiera. – Mira, el caso está tomando una dimensión mayor. Habéis sido invitados a la reunión de evaluación tú y tu compañero. Y en ese momento te pondremos al día de lo que el señor Kelber ha dicho y de unas pocas cosas más. Si el señor Kelber sigue aquí con nosotros haré lo posible para que puedas hablar con él, así como con la señora Kent. Pero, para que quede claro, la prioridad aquí no es el homicidio; no es encontrar a quien mató a Stanley Kent. La prioridad es encontrar el cesio y ahora llevamos casi once horas de retraso. Bosch asintió. – Tengo la sensación de que si encontramos al asesino encontraremos el cesio -dijo. – Podría ser así-respondió Brenner-, pero nuestra experiencia es que este material se mueve muy deprisa, de mano en mano. Hace falta una investigación con mucha velocidad, y en ello estamos, ganando velocidad. No queremos reducir el ritmo. – Por los palurdos locales. – Ya sabes lo que quiero decir. – Claro. Te veo a las diez, agente Brenner. Bosch cerró su teléfono y empezó a bajar del coche. Cuando él y Ferras cruzaban el aparcamiento hacia las puertas del restaurante, su compañero lo asedió con preguntas. – ¿Por qué has mentido respecto al testigo, Harry? ¿Qué está pasando? ¿Qué vamos a hacer? Bosch levantó las manos en un gesto para pedir calma. – Espera, Ignacio. Sólo espera. Vamos a sentarnos y a pedir café y tal vez algo de comer, luego te contaré lo que está pasando. Casi pudieron elegir el sitio. Bosch fue a un reservado en un rincón que les ofrecería una visión clara de la puerta delantera. La camarera se acercó rápidamente. Era una vieja sargentona con el cabello gris acerado recogido en un moño. Trabajar en el turno de noche en el Denny's de Hollywood le había vaciado la vida de los ojos. – Harry, ha pasado mucho tiempo -dijo ella. – Eh, Peggy. Supongo que ha pasado una temporada desde la última vez que tuve que trabajar en un caso de noche. – Bueno, bienvenido. ¿ Qué puedo poneros a ti y a tu mucho más joven compañero? Bosch no hizo caso de la pulla. Pidió café, tostadas y huevos, no muy hechos. Ferras pidió una tortilla de clara de huevo y un – Nos están cerrando el paso -dijo-. Eso es lo que está pasando. – ¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes? – Porque ya se han llevado a la mujer de nuestra víctima y al socio, y puedo garantizarte que no van a dejarnos hablar con ellos. – Harry, ¿han dicho eso? ¿Te han dicho que no podíamos hablar con ellos? Hay mucho en juego aquí, y creo que estás siendo un poco paranoico. Estás saltando a… – ¿Yo? Bueno, espera y verás, compañero. Observa y aprende. – Todavía vamos a ir a la reunión de las nueve, ¿no? – Supuestamente. Salvo que ahora es a las diez. Y probablemente será un número de feria sólo para nosotros. No nos van a decir nada; van a venirnos con zalamerías y nos van a apartar. «Muchas gracias, colegas, a partir de aquí nos ocuparemos nosotros.» Pues que se jodan. Esto es un homicidio y nadie, ni siquiera el FBI, me aparta de un caso. – Ten un poco de fe, Harry. – Tengo fe en mí mismo. Nada más. He estado en esta carretera antes y sé adónde va. Mira, por un lado, ¿qué más da? Dejémosles que se lleven el caso. Pero, por otro, a mí me importa. No puedo confiar en que lo hagan bien. Quieren el cesio, y yo quiero a los malnacidos que aterrorizaron a Stanley Kent durante dos horas y luego lo pusieron de rodillas y le pegaron dos tiros en la nuca. – Es una cuestión de seguridad nacional, Harry. Esto es diferente. Hay un bien mayor en juego. Ya lo sabes, el bien común. A Bosch le pareció que Ferras estaba citando un manual de academia o el código de algún tipo de sociedad secreta. No le importaba. Él tenía su propio código. – El bien común empieza con ese tipo muerto en el mirador. Si nos olvidamos de él, entonces podemos olvidarnos de todo lo demás. Ferras, nervioso por la discusión con su compañero, había cogido el salero y estaba jugueteando con él, salpicando sal en la mesa. – Nadie se olvida, Harry. Se trata de prioridades. Estoy seguro de que cuando se traten las cosas durante la reunión compartirán cualquier información relacionada con el homicidio. Bosch se sentía cada vez más frustrado. Estaba tratando de enseñar al chico y el chico no estaba escuchando. – Deja que te cuente algo respecto a hablar con los federales -dijo-. Cuando se trata de compartir información, el FBI come como un elefante y caga como un ratón. A ver, ¿no lo pillas? No habrá reunión. La ponen ahí para atarnos en corto hasta las nueve y ahora hasta las diez, y para que pensemos que todavía somos parte del equipo. Nos presentaremos allí y lo retrasarán otra vez, y luego otra, hasta que finalmente saldrán con ese número de feria que se supone que ha de hacernos sentir partícipes cuando la realidad es que no formamos parte de nada y ellos lo sacan todo por la puerta de atrás. Ferras asintió como si se estuviera tomando el consejo en serio, pero cuando habló lo hizo en otro sentido. – Aun así, creo que no deberíamos haberles mentido respecto al testigo. Puede ser muy valioso para ellos. Algo de lo que nos contó podría encajar con algo que ya saben. ¿Qué hay de malo en decirles dónde está? Quizás ellos intenten algo que nosotros no hicimos, ¿quién sabe? Bosch negó con la cabeza enfáticamente. – Ni hablar. Todavía no. El testigo es nuestro y no lo entregamos. Lo cambiamos por acceso e información o nos lo quedamos. La camarera les trajo los platos y miró la sal salpicada por la mesa, a Ferras y luego a Bosch. – Ya sé que es joven, Harry, pero ¿no puedes enseñarle a comportarse? – Lo estoy intentando, Peggy, pero esta gente joven no quiere aprender. – Ni que lo digas. La mujer se alejó de la mesa y Bosch inmediatamente atacó su comida, sosteniendo un tenedor en una mano y una tostada en la otra. Estaba muerto de hambre y tenía la sensación de que se pondrían en marcha pronto. A saber cuándo dispondrían de otra oportunidad para comer. Se había terminado la mitad de los huevos cuando vio a cuatro hombres con traje oscuro e inconfundible porte federal. Se dividieron en parejas y empezaron a recorrer el restaurante. Había menos de una docena de clientes en el local, la mayoría La mayoría de la gente de las mesas estaba demasiado cansada o borracha para hacer otra cosa que no fuera obedecer las exigencias e identificarse. Una chica joven con una Z afeitada en un lado de la cabeza empezó a darles charla a los agentes, pero era una mujer y ellos estaban buscando a un hombre. No le hicieron caso y esperaron a que su novio con la correspondiente Z mostrara un documento de identidad. Finalmente, un par de agentes llegaron a la mesa de la esquina. Sus credenciales los identificaban como los agentes Ronald Lundy y John Parkyn. No hicieron caso de Bosch porque era demasiado mayor y pidieron la identificación a Ferras. – ¿Qué estáis buscando? -preguntó Bosch. – Es asunto del gobierno, señor. Necesitamos comprobar algunas identificaciones. Ferras abrió su cartera de placa. En un lado estaba su foto y el documento de identidad policial y en la otra su placa de detective. Eso pareció dejar de piedra a los dos agentes. – Tiene gracia -dijo Bosch-. Si estáis buscando una identificación significa que tenéis un nombre, aunque no le di al agente Brenner el nombre del testigo. Me intriga. Los de Inteligencia Táctica no tendréis pinchado nuestro ordenador o micrófonos en nuestra sala de brigada, ¿no? Lundy, el que obviamente estaba a cargo de la recogida de datos, miró de frente a Bosch. Tenía los ojos tan grises como la grava. – ¿Y usted es? – ¿Quieres ver mi identificación también? No había pasado por un chico de veinte años hace mucho tiempo, pero lo tomaré como un cumplido. Sacó su placa y se la tendió a Lundy sin hablar. El agente la abrió y examinó el contenido muy de cerca. Se tomó su tiempo. – Hieronymus Bosch -dijo, leyendo el nombre en la identificación-. ¿No había un pintor lunático que se llamaba así? ¿O me confundo con algún carroñero de los que he oído hablar en los turnos de noche? Bosch le devolvió la sonrisa. – Alguna gente considera al pintor un maestro del Renacimiento -dijo. Lundy dejó caer la cartera en el plato de Bosch. No se había terminado los huevos todavía, pero por suerte las yemas estaban muy cocidas. – No sé cuál es el juego aquí, Bosch. ¿Dónde está Jesse Mitford? Bosch recogió la cartera y con ostentación la limpió con su servilleta. Se tomó su tiempo, apartó la cartera y luego volvió a mirar a Lundy. – ¿Quién es Jesse Mitford? Lundy se inclinó y puso las dos manos en la mesa. – Sabe muy bien quién es y hemos de llevárnoslo. Bosch asintió con la cabeza, como si entendiera perfectamente la situación. – Podemos hablar de Mitford y todo lo demás en la reunión de las diez. Justo después de que interrogue al socio y a la mujer de Kent. Lundy sonrió de un modo carente de amistad o humor. – ¿Sabe una cosa, colega? Usted sí que va a necesitar un período de renacimiento después de que todo esto termine. Bosch le sonrió. – Te veo en la reunión, agente Lundy. Entre tanto, estamos comiendo. ¿Puedes molestar a otro? Bosch cogió el cuchillo y empezó a esparcir mermelada de fresa de un envase de plástico en su última tostada. Lundy se enderezó y señaló al pecho de Bosch. – Será mejor que tenga cuidado, Bosch. Dicho esto se volvió y se dirigió a la puerta. Hizo señas a la otra pareja de agentes para que salieran a la calle. Bosch los observó marchar. – Gracias por el consejo -dijo. |
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