"El Observatorio" - читать интересную книгу автора (Connelly Michael)

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La clínica para mujeres Saint Agatha estaba en Sylmar, en el norte del valle de San Fernando. Como era noche cerrada circulaban rápido por la autovía 170. Bosch iba al volante de su Mustang, con un ojo en la aguja de la gasolina; sabía que iba a tener que llenar el depósito antes de volver a la ciudad. Iba con Brenner en el coche. Se había decidido -Brenner lo había hecho- que Walling se quedara con Alicia Kent para continuar interrogándola y calmándola. Walling no parecía contenta con su co-54 metido, pero Brenner, haciendo valer su veteranía en la pareja, no dio chance para el debate.

Brenner pasó el trayecto haciendo y recibiendo una serie de llamadas al móvil con sus superiores y compañeros agentes. Por lo que pudo oír de la conversación, a Bosch le quedó claro que la gran maquinaria federal estaba preparándose para la batalla. Había sonado una alarma mayor. El mensaje de correo enviado a Stanley Kent ponía las cosas más claras y lo que antes constituía una curiosidad federal se había convertido en algo absolutamente excepcional.

Brenner colgó finalmente el teléfono y se lo guardó en el bolsillo de la chaqueta. Se rebulló ligeramente en su asiento y miró a Bosch.

– Tengo un EAR de camino a St. Aggy's -dijo-. Entrarán en la cámara de materiales peligrosos para comprobarlo.

– ¿Un EAR?

– Equipo de Ataque Radiológico.

– ¿Tiempo de llegada?

– No he preguntado, pero puede que lleguen antes que nosotros. Tienen un helicóptero.

Bosch estaba impresionado. Significaba que en algún lugar existía un equipo de respuesta rápida de guardia en plena noche. Pensó en que él había estado despierto y esperando la llamada esa noche. Los miembros del EAR debían de esperar una llamada que confiaban que no se produjera. Recordó que había oído que la brigada propia del Departamento de Policía de Los Ángeles, la OSN, se estaba entrenando en tácticas de asalto urbano. Se preguntó si el capitán Badly también tenía un EAR.

– Van a emplearse a fondo -dijo Brenner-. El Departamento de Seguridad Nacional supervisa desde Washington. Esta mañana a las nueve habrá reuniones en ambas costas para poner a todos manos a la obra.

– ¿Quiénes son «todos»?

– Hay un protocolo. Participará Seguridad Nacional, la JTTF, todo el mundo. La sopa de letras completa: NRC, DOE, RAP… quién sabe, antes de que contengamos esto incluso podríamos tener a la FEMA montando una tienda. Va a ser un pandemonio federal.

Bosch no conocía el significado de todas las siglas, pero todas se pronunciaban igual: federales.

– ¿Quién dirigirá el cotarro?

Brenner miró a Bosch.

– Todos y nadie. Como he dicho, será un pandemonio. Si abrimos esa cámara de seguridad en St. Aggy´s y el cesio ha desaparecido, entonces nuestra mejor opción de seguirle el rastro y recuperarlo será hacerlo antes de que se arme la gorda a las nueve y estemos teledirigidos desde Washington.

Bosch asintió con la cabeza. Pensó que quizás había juzgado mal a Brenner. El agente parecía deseoso de hacer su trabajo sin revolcarse en el fango burocrático.

– ¿Y cuál va a ser el estatus del departamento en la investigación?

– Ya te lo he dicho, el departamento participa. Nada cambia en eso; te quedas, Harry. Apuesto a que ya se están tendiendo puentes entre nuestra gente y la tuya. Sé que la policía de Los Ángeles tiene su propia Oficina de Seguridad Nacional y estoy seguro de que los llamarán. Obviamente, vamos a necesitar todos los palos de la baraja en esto.

Bosch lo miró. Brenner parecía serio.

– ¿Has trabajado antes con la OSN? -preguntó Bosch.

– En alguna ocasión. Compartimos algunos archivos de inteligencia.

Bosch asintió, pero le daba la impresión de que, o bien Brenner estaba actuando de manera falsa, o era completamente ingenuo respecto a la brecha entre locales y federales. Aun así, se fijó en que lo había llamado por su nombre y se preguntó si ése era uno de los puentes que se estaban tendiendo.

– Has dicho que me has investigado. ¿ Con quién has hablado?

– Harry, estamos trabajando bien, no hay por qué tensar las cosas. Si he cometido un error, te pido disculpas.

– Bien. ¿Con quién has hablado?

– Mira, lo único que voy a decirte es que le pregunté a la agente Walling quién iba a ser el contacto del departamento y ella me dio tu nombre. Hice unas pocas llamadas mientras conducía. Me dijeron que eres un detective muy capaz, que estuviste más de treinta años de servicio, que te retiraste hace unos años pero que no te gustó demasiado y volviste para trabajar en Casos Abiertos. Las cosas se torcieron en Echo Park, un problemilla al que arrastraste a la agente Walling. Estuviste unos meses apartado del trabajo mientras todo se solucionaba, y ahora has vuelto y te han asignado a Homicidios Especiales.

– ¿Qué más?

– Harry…

– ¿Qué más?

– Vale. Corre la voz de que eres un tipo con el que es difícil tratar, especialmente cuando se trata de trabajar con el gobierno federal. Pero he de decir que hasta ahora no he percibido nada de eso.

Bosch supuso que la mayor parte de esta información procedía de Rachel; recordó haberla visto al teléfono y decir que hablaba con su compañero. Estaba disgustado porque ella hubiera dicho tales cosas de él, y sabía que Brenner probablemente se estaba callando la mayor parte. Lo cierto era que había tenido tantos encontronazos con los federales -desde mucho antes de conocer a Rachel Walling- que probablemente tenían una carpeta sobre él tan gruesa como el expediente de un caso de homicidios.

Al cabo de aproximadamente un minuto de silencio, Bosch decidió cambiar de rumbo y habló de nuevo.

– Háblame del cesio -dijo.

– ¿Qué te contó la agente Walling?

– No mucho.

– Es un producto derivado de la fusión del uranio y el plutonio. El material que se dispersó en el aire cuando el accidente de Chernobil era cesio. Viene en polvo o en forma de metal gris plateado. Cuando llevaron a cabo pruebas nucleares en el Pacífico Sur…

– No me refería a la ciencia. Eso me da igual. Explícame con qué estamos tratando aquí.

Brenner pensó un momento.

– Vale -dijo-. El material del que estamos hablando viene en piezas del tamaño de una goma de las que van con el lápiz, que van metidas en unos tubos herméticos de acero inoxidable del tamaño de una bala del calibre cuarenta y cinco. Cuando se usa en el tratamiento del cáncer se coloca durante un tiempo calculado en el útero de la mujer para irradiar la zona a tratar; se supone que es muy eficaz en pequeñas dosis. Es responsabilidad de tipos como Stanley Kent hacer los cálculos físicos y determinar cuánto tiempo ha de durar una sesión; luego, debe sacar el cesio de la cámara de radiología del hospital y entregarlo en persona en la sala de operaciones oncológica. El sistema está preparado para que el doctor que administra el tratamiento maneje el material el menor tiempo posible, porque como el cirujano no puede llevar ninguna protección mientras realiza el procedimiento ha de limitar su exposición, ¿me explico?

Bosch asintió con la cabeza.

– Esos tubos, o cartuchos, ¿protegen al que los lleva?

– No, la única cosa que bloquea los rayos gamma del cesio es el plomo. La caja en la que los guardan está recubierta de plomo, como el dispositivo que los transporta.

– Vale. ¿Qué daño puede causar este material si lo sueltan?

Brenner lo pensó antes de responder.

– Se trata de cantidad, dispersión y localización: ésas son las variables. El cesio tiene un período de semidesintegración de treinta años. Generalmente se considera que el margen de seguridad es de diez períodos de semidesintegración.

– Me estoy perdiendo. ¿Cómo se resume todo eso?

– El resumen es que el peligro de radiación disminuye a la mitad cada treinta años. Si soltases una buena cantidad de este material en un entorno cerrado (como por ejemplo una estación de metro o un edificio de oficinas), ese lugar debería cerrarse durante trescientos años.

Bosch se quedó aturdido al asimilarlo.

– ¿Y la gente? -preguntó.

– También depende de la dispersión y la contención. Una alta intensidad de exposición podría matar en unas horas, pero si se dispersase una bomba de cesio en una estación de metro supongo que las bajas inmediatas serían muy pocas. De todos modos, no se trata de un recuento de víctimas: el miedo es el factor importante para los terroristas. Si sueltan algo como esto, lo importante es la oleada de miedo que se propaga a través del país. Los Ángeles no volvería a ser el mismo.

Bosch se limitó a asentir. No había nada más que decir.