"No Llores Más, My Lady" - читать интересную книгу автора (Clark Mary Higgins)

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Min suspiró con ímpetu.

– Ah, qué bueno. Te juro que tienes mejores manos que todas las masajistas de aquí.

Helmut se inclinó y la besó en la mejilla.

– Liebchen, me encanta tocarte, aunque sea para darte un masaje en la espalda.

Estaban en su apartamento, que cubría el tercer piso de la mansión principal. Min estaba sentada delante de su tocador, con un quimono suelto. Se había desatado el largo cabello negro que ahora le cubría los hombros. Miró su imagen en el espejo. Ese día, no era ninguna publicidad para el lugar. Tenía ojeras. ¿Cuánto hacía que se había retocado los ojos? ¿Cinco años? Era difícil de aceptar lo que le estaba sucediendo. Tenía cincuenta y nueve años. Hasta el año anterior, había aparentado diez menos. Pero ya no.

Helmut le sonreía a su imagen en el espejo. Deliberadamente, apoyó el mentón sobre la cabeza de Min. El azul de sus ojos siempre le recordaba el mar Adriático que rodeaba Dubrovnik, donde ella había nacido. Ese rostro largo y distinguido, con su bronceado perfecto no tenía una sola línea, las largas y oscuras patillas no mostraban ni una sola cana. Helmut era quince años más joven que ella. Durante los primeros años de matrimonio, no había importado. ¿Pero ahora?

Lo había conocido en un establecimiento de descanso en Baden-Baden, después de la muerte de Samuel, Cinco años de complacer a aquel anciano habían valido la pena. Le había dejado doce millones de dólares y su propiedad.

No fue estúpida ante la repentina atención que Helmut le prestaba. Ningún hombre se enamora de una mujer quince años mayor a menos que quiera algo. Al principio, había aceptado sus intenciones con cinismo, pero al cabo de dos semanas se dio cuenta de que comenzaba a interesarse demasiado en él y en su sugerencia de que convirtiera el hotel «Cypress Point» en un establecimiento de gimnasia y cuidados… Le había costado una fortuna, pero Helmut le había dicho que lo considerara una inversión y no un gasto. El día en que inauguraron el nuevo «Cypress Point», él le propuso matrimonio.

Ella suspiró aliviada.

– ¿Minna, qué te sucede?

¿Cuánto tiempo había estado mirándose en el espejo?

– Ya lo sabes.

Él se inclinó y la besó en la mejilla.

Por increíble que pareciera, habían sido felices juntos. Ella nunca se atrevió a confesarle lo mucho que lo amaba, por temor a entregarle esa arma, esperando siempre algún signo de inquietud. Pero Helmut ignoraba a las jóvenes mujeres que flirteaban con él. Sólo Leila había logrado encandilarlo. Sólo Leila, quien la había hecho sufrir una terrible agonía…

Quizá se había equivocado. Si alguien podía creerle, a Helmut le disgustaba Leila, incluso la odiaba. Leila casi lo había despreciado, pero ella despreciaba a casi todos los hombres que conocía bien…

El cuarto estaba oscuro. La brisa proveniente del mar comenzaba a ser fresca. Helmut la tomó del codo.

– Descansa un poco. En menos de una hora tendrás que enfrentarte a todos ellos.

Min le tomó la mano con fuerza.

– ¿Helmut, cómo crees que reaccionará ella?

– Muy mal.

– No me digas eso -respondió Min-. Helmut, sabes por qué tengo que intentarlo. Es nuestra única oportunidad.